Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 30 de noviembre de 2012

"Wooden Boxes"

29 de Noviembre de 2012.

Hace tiempo, no mucho, encontré en el suelo unos pequeños cuadrados de madera que se unían entre ellas gracias a una goma de color rojo que las atravesaba. Se formaba un conjunto de muy curioso de maderas rojas y beige. Lo cogí del suelo, uno de los primeros días en estar en Eindhoven, y decidí quedármelo. Até la cuerda roja, que sujetaba todos los cuadrados de madera, a uno de las trabillas del vaquero, por donde suele pasarse el cinturón. Los cuadrados de madera quedaron colgando de mis pantalones de ese modo. Pensé que serían de algún niño que los había perdido. No sabía el significado que tenían ni su función, pero me gustaron y decidí adoptarlos. Me gustaba imaginar que me traerían suerte, algún día harían su función. Siempre los llevaba enganchados a los pantalones, a los mismos pantalones. Los llevaba encima todos los días, ya que todos los primeros días que estuve aquí llevé los mismos vaqueros. El resto estaban prensados en las bolsas de plástico y prefería no mover aquello. 

Los cuadrados rojos y beige se balanceaban al compás de mis pasos, pues en aquellos entonces no teníamos bicicleta, o, en todo caso, se movían al pedalear la bici de Marleen. El adorno era mágico, misterioso. Me gustaba. Hasta que un día desaparecieron de mis pantalones. El conjunto de cuadrados de colores no estaba por ninguna parte, ni en la maleta pequeña, ni en la grande, ni en las camas del albergue, ni en la habitación. Las cajas mágicas habían desaparecido y con ellas, supuestamente, también se fue la suerte que nos traerían. 



Hoy nos levantamos un poco más tarde, pero solo un poco más. Necesitábamos dormir un poco más de lo normal. Por aquí la cosas siguen igual que siempre o, al menos, sí las cosas que no cambian. Las que cambian, obviamente, no siguen igual que siempre. La paloma moribunda sigue escarbando en nuestro tejado, escarbando y haciendo esos ruidos raros mañaneros. Además, también hay mañanas en las que nos encontramos un regalito suyo en los sillines de la bici. ¡Encima que nos escarba el tejado y nos deleita con sus ruidos matinales nos caga las bicis! El otro día, el primer día que nos percatamos de que nos había quedado un regalo, abrí la ventana del salón y con una botella de agua comencé a regar mi bici desde las alturas. ¡Se quita! ¡La mierda se quita! Empecé a exclamar exaltado cuando descubrí que no tenía que refregar mi bici con un trapo de cocina. Cualquiera que me vea desde la calle pensará que somos como las marujas. ¡Solamente nos falta un moño mal hecho en la cabeza y una bata de flores de colores! ¡Niña que má cagao la mierda la paloma en toah la bici! 

¡Mierda! Hablando de mierdas. Hoy es jueves y se nos ha olvidado sacar la basura por la mañana temprano. ¡Qué jaleo esto de los días específicos para la basura! Corramos un tupido velo y tupamos nuestros sacos de basura lo máximo que podamos. Antes de que Mary se vaya a la tienda vamos a echar una carta al Bruna, que es una especie de correos que hay en el centro. La carta creo que es de algo de la universidad o no sé qué. No me he enterado muy bien. Ya hemos visitado varias veces al Bruna. Es una tienda grande donde puedes encontrar libros, tarjetas de todo tipo y revistas de más tipos todavía. Revistas de todo tipo menos de cine. ¡Porque no encuentro por ningún lado una revista de cine! Necesito leer, aunque sea en inglés, algo de cine. Siempre que hemos ido no he encontrado nada y me paso media hora delante de todas las portadas. Las dependientas pensarán de mí que soy el típico salido que viene a la tienda a ver las tetas de las tías que invaden las portadas masculinas de las revistas. ¡Qué no! Que solamente estoy buscando una revista de cine, pero no de cine porno. 

Al terminar de echar la carta acompaño a Mary hasta la tienda y me despido de ella. ¡Te veo luego y si no te veo que te vaya muy bien con Marleen y después mejor todavía en el restaurante! Hoy trabajamos de nuevo los tres y los tres a las seis. Hoy no podemos quedar con Aylim, ya que me dijo ayer que entra a trabajar a las dos. ¡Nos veremos a las seis! 

Vuelvo a casa en bici y decido acercarme al Action, que es la tienda donde puedes encontrar casi de todo por precios muy baratos. El Action es la tienda donde una de las cajeras es la hedionda de “I am not STUpid”. Quiero comprarme un candado en condiciones, ya que el que tengo es un poco bastante malo y creo que le está pasando ya como al de Ana. La llave ya empieza a dar problemas y no quiero tener que aporrearlo para liberar mi bici. ¡A por un candado! 

Llego a casa con un candado nuevo, más pesado y en mejores condiciones que el anterior, aparco mi bici en la puerta y subo las escaleras. ¿Qué será del vecino invisible? No sabemos nada de él, solamente que seguro que tiene la casa llena de ratones. Con esta conclusión me surge una duda: ¿sería posible que el vecino invisible y el flautista de Hamelín sean la misma persona? Si lo piensas bien pueden llegar a cuadrar las historias. Yo creo que sí. Es un hombre retirado de la vida, con la casa llena de ratones porque gracias al sonido de su flauta se los lleva a todos los sitios donde está. Ya está. El vecino invisible es flautista, y no es un flautista cualquiera. 

Mary ha quedado puesta una lavadora y hemos cambiado el sitio del tenderete. Antes estaba en el salón, en medio del salón, y ahora está en la habitación, pues solamente la utilizamos para dormir y allí arriba no molestará la ropa que se seca con el tiempo. Ana se despierta y ya estamos los dos en el salón, que tiene unas cortinas fabricadas con alguna manta con la que nos arropamos en las frías noches. 

Hay días en los que el sol pega muy fuerte en la ventana, calentando todo el salón. Cosa que agradecemos profundamente. Pero si quieres estar sentado en el sillón tienes que fabricar unas cortinas improvisadas con lo primero que pilles. Ahora las mantas de cuadros o las toallas cuelgan del enganche de las cortinas, evitando que nuestros ojos queden cegados por la luz del sol. 

Ana continúa con el puzle. A ver si lo termina de una vez que nos quede la mesa negra despejada. ¡Son mil piezas! Y la verdad es que se ha dado bastante prisa. Cuando no tiene nada que hacer pasa las horas y las horas delante de las piezas que forman aquella ciudad que queda impresa en el dibujo. El puzle descansa sobre la mesa, no sé dónde descansará cuando se termine. 

Mary y yo necesitamos hacernos una cuenta de banco holandesa para que puedan pagarnos las horas en el restaurante. A ver en qué banco y cómo nos la hacemos. ¡Si es difícil abrir una cuenta en España no me quiero ni imaginar cómo tiene que ser aquí! Bueno, supongo que abrirla será muy sencillo. Lo complicado será cerrarla. Además, como ya tenemos dos contratos en casa y uno viene de camino, tenemos que decirles a los de la agencia si existe la posibilidad de que podamos pagar con uno de los meses que pagamos de fianza el mes de diciembre. Nos ayudarían mucho económicamente si nos hacen ese favor. Pagamos dos meses de fianza porque no le mostramos nada que pudiera afirmarles que íbamos a poder pagar los cuatro meses de alquiler, pero ahora que tenemos contratos suponemos que podrán devolvernos un mes. Aunque no tengo ni idea de cómo funcionan los chanchullos estos de las inmobiliarias. ¡Les enviaré un correo y la respuesta que sea la que el Dios de Holanda quiera que sea! ¡Ahm! Y pedirles de nuevo las llaves del cobertizo que hay al final del jardín del vecino flautista e invisible de Hamelín. 

Seguramente los planes para mañana puedan cambiar. El viernes, mañana, es mi día libre y podremos ir al estudio de Daniela para ver la ropa que diseña. Además hemos estado hablando con Javi para que podamos quedar algún día, si es posible mañana. ¿Os acordáis de Javi? Es el malagueño al que Ana y yo nos encontramos un día en la puerta del Jumbo. Nosotros aún dormíamos en el albergue. Nos apetece quedar con él y es posible que mañana podamos hacerlo, a no ser que los planes cambien. En principio yo tengo el día libre, Ana trabaja y Mary trabaja en la tienda. 

A la hora de irnos a los restaurantes, después de haber comido, Ana y yo nos montamos en las bicicletas y nos ponemos en marcha. En el camino nos encontramos con uno de nuestros amigos españoles de por aquí y después de saludarle y charlar un rato con él nos despedimos. Después yo me voy a la puerta de la tienda de Marleen hasta que Mary sale y la acompaño hasta el Vintage, donde ella trabaja. Le deseo mucha suerte en su segundo día oficial y nos veremos al terminar la jornada. 

Cuando está todo limpio damos por terminado el día en el restaurante de hoy y nos vamos a tomar una cerveza, un algo rápido. Aylim y yo quedamos con Mary, que ya está con Gianlu en el bar de los ciento cincuenta tipos de cerveza, y allí nos presentamos. Aser y Mateu, los dos cocineros de Señora Rosa, ya están con ellos y Ana viene de camino. Cuando estamos todos juntos hablamos de todo un poco mientras vemos a la gente pasar por la calle que está llena de bares, pubs y discotecas. Hay gente que va en mangas cortas y otras que lucen sus piernas con unos vestidos más cortos que un segundo. ¡Qué valor tienen! Luciendo carne y sin tener piel de gallina. 

Mary y yo nos vamos para casa y a Ana la quedamos un rato más con ésta gente. Nos montamos cada uno en nuestras bicis y, sin saber lo que el curioso destino se guardaba bajo la manga, comenzamos a pedalear hasta nuestro dulce hogar. Pedaleábamos por uno de los carriles bici que están junto al canal de agua y llegamos al puente que tenemos que cruzar para llegar a nuestra calle. Un coche venía a lo lejos y cruzamos la carretera para llegar al puente. “¡Venga! Que no pasa nada. El coche se tiene que parar” le digo a Mary para cruzar deprisa. Una vez cruzado el puente nos adentramos en la calle que se comunica con la nuestra y es cuando el coche, al que hemos quedado tras nuestra en el puente, nos adelanta a una velocidad exagerada, se para en el carril bici frente a nosotros y pone los cuatro intermitentes. Mary y yo nos detenemos, sin saber lo que ocurre. Dos tipos se bajan del coche rápidamente y comienzan a caminar hacia nosotros, que les miramos aún desde el sillín de nuestras bicis. Los tipos cada vez están más cerca. 



Los cuadrados mágicos desaparecieron de mis pantalones y nunca más los volví a ver. La verdad es que desde que no los tengo las cosas no han ido mal, han ido muy bien. Puede que la suerte fuera encontrarlos y mi suerte fuera perderlos. Los perdí y me gusta imaginar dónde pueden estar ahora. Seguramente caerían en alguna fría acera de la ciudad y alguien los cogería, como un día los cogí yo. Me gusta pensar que el tipo que manda órdenes sobre el destino o la señora que mueve los hilos de la casualidad poseen esos cuadrados de madera mágicos que un día estuvieron enganchados en mis pantalones. Alguno de ellos moverá las piezas de madera entre sus dedos, consiguiendo alterar nuestra suerte y nuestro destino. Nuestro destino, que cada día consigue sorprendernos cada vez más. Nuestro destino, que se altera gracias a esas cajas mágicas de madera que un día desaparecieron de uno de los enganches de mi pantalón. Nuestra suerte, que ahora se modifica mientras que las cajas mágicas juguetean entre sus dedos. Nuestro destino, nuestra suerte, nuestras cajas mágicas. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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