Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

sábado, 3 de noviembre de 2012

"La ciudad del cartón, la madera y la luz"

25 de Octubre de 2012.

“Las mejores cosas siempre suceden cuando menos te lo esperas” se decía a sí mismo cada vez que alguno de sus planes se truncaba por el camino. El pequeño, que siempre había tenido un cuerpo demasiado delicado, jamás había conseguido atravesar las fronteras del bosque, pues el fino material del que estaban construidas todas sus articulaciones le obligaba a tener que resguardarse bajo el frío de la lluvia, a evitar cualquier material del que pudiera nacer cualquier llamarada que le prendiera las extremidades e incluso evitaba toparse con los animales que pudieran convertirse en una amenaza para él. Su cuerpo, formado por diferentes materiales de cartón, le limitaba a la hora de hacer diferentes actividades que nunca había podido hacer. 

Los árboles fueron testigos de su nacimiento. Una pequeña rama brotó con más fuerza que nunca de uno de los árboles más hermosos de los alrededores, creció más rápido que el resto de ellas y, a la vez que crecía, varias ramificaciones nacían de ella, formando, como si de una composición perfectamente detallada se tratase, una cómoda cuna que serviría de nido para la nueva criatura que nacería de entre los propios enredos de ella. Y varios días después, en la perfecta cuna, brotó un delicado trozo blanco de papel, tan blanco como el cielo que gobernaba sobre la frondosidad del bosque. El pequeño papel fue creciendo a medida que pasaban los días, formando la silueta de un blanco niño, y a ese trozo se añadían, poco a poco, más y más pedazos, que conseguían un cuerpo más estable y sólido para el pequeño que se formaba en el interior de la cuna de ramas de madera. Días más tarde el papel había pasado a convertirse en cartón y al pequeño se le diferenciaban todas las partes de su delicado cuerpo. Sus manos de cartón, sus pequeños ojos de papel, la textura de su piel, las piernas, la boca y hasta el mínimo detalle de su cuerpo se había formado perfectamente de aquel material, nacido de las ramas de los árboles. 

“Las mejores cosas siempre suceden cuando menos te lo esperas” recordó el pequeño, sin perder la esperanza de que algún día pudiera conocer un mundo diferente al que había conocido hasta el momento. Las ansias de volar lejos eran más fuertes que nunca y las ganas de atravesar fronteras crecían a cada paso que daba. El pequeño conocía todos los rincones del bosque, todos los árboles, los setos, ríos y arroyos. Se movía rápidamente entre los atajos que conocía, con su cuerpo de cartón y de papel. Siempre había intentado conocer nuevos territorios y cuando el momento parecía acercarse, cuando estaba en los alrededores del bosque, la lluvia aparecía y le amenazaba desde el cielo con estropear la textura de su cuerpo o el viento avanzaba con fuerza y le empujaba, de nuevo, hasta el interior del bosque. 

Lo que desconocía el pequeño de cartón era que en un lugar, no muy lejos de allí, un niño, cuyo cuerpo se formaba por trozos de fina madera, se acercaba lentamente hasta las fronteras del bosque. Y en otro lugar, no muy lejos de allí también, un pequeño niño formado por la fuerza y la intensidad que desprende la luz caminaba en busca de nuevos horizontes. 

El camino les uniría muy pronto, el destino les haría vivir una historia sorprendente y sus vidas cambiarían por completo cuando se toparan los unos con los otros. El pequeño de cartón continuó intentando abandonar las profundidades donde había nacido, el pequeño de madera se adentró en el mismo bosque y el pequeño de luz invadió el cielo que gobernaba sobre los árboles donde los tres se encontrarían. El destino los puso a todos en el mismo camino, muy pronto los tres formarían el mismo camino. 



Esta mañana, después de los misteriosos hallazgos que hicimos anoche, nos despertamos en jueves y eso solamente quiere decir una cosa. ¡Sí, hay mercadillo en el pueblo! Pero no, no es esa cosa a la que me refiero. Es jueves y aquí se convierte en el día del cartón. Las calles se llenan de cajas de cartón y de otras cosas del mismo material. Cosas que la gente deshecha pero que nosotros utilizamos como muebles de nuestra casa desamueblada. Así que nos ponemos en pie, desayunamos, nos duchamos y nos vestimos. Mary y yo cogemos la bici, Ana se queda en casa, y nos vamos al centro de la ciudad. En cinco minutos en bici estamos en él y el primer montón de cartones que vemos es al primer montón al que nos dirigimos. ¡Y qué suerte la nuestra! Los cartones pertenecen a una tienda de ropa, comenzamos a coger los mejores trozos y las cajas más estables cuando aparece uno de los empleados, suponemos, de la tienda. Nos pregunta si necesitamos cartones, le decimos que sí y nos invita a pasar a un patio que hay tras la tienda. Hay muchas cajas de cartón y dos o tres pallets de madera. Mary y yo nos miramos en modo cómplice. ¡Esos pallets nos vendrían muy bien para nuestro nuevo hogar! Así que le pregunto que si podemos llevárnoslos y nos dice que sí. Perfecto. Colocamos una caja de cartón con miles de trozos de cartón en su interior, le decimos al chico que después vendremos a por ella y que ahora nos llevaremos los pallets. Y dicho y hecho. 

Nuestra bici se convierte en una mula de carga por unos momentos y nos ayuda a transportar los trozos de madera. Ponemos dos de los tres pallets sobre la bicicleta y el otro lo llevamos en brazos. Como es normal todo el mundo nos mira, pero nosotros ya estamos muy acostumbrados a recoger cosas y a transportarlas hasta casa. Y acostumbrados a que la gente nos mire. Lo dicho. Que parece ser que Lolita tenía razón con eso de que “los gitanos y los payos en gracia se dan la mano”. Gracias Lolita, tú y tu “sarandonga” también nos acompañáis en este viaje. 

Al llegar al piso dejamos todos los palletes en el salón y llevo a Mary en la bici hasta la tienda de Marleen. Ahora tengo que ir a la inmobiliaria a pagarle el resto del dinero que le debemos y a que me devuelvan mi pasaporte, ya que se lo quedaron como si de una fianza se tratase. Caminando, caminando llego hasta la agencia. Saludo al chico que escribió en un papel los desperfectos que tenía la casa al entregárnosla unas tardes atrás y le digo que vengo a pagarle el resto del dinero. Y allí, en medio del despecha, sentado sobre una cómoda silla, meto las manos en mi bandolera y saco el fajo de billetes que casi me provocan unas lagrimitas al despedirme de ellos. En ese momento maldigo los depósitos y maldigo a las agencias inmobiliarias. Y después de quedarme con la bandolera más vacía que cuando la compré en el Carrefour me despido de él y ahora tengo que dirigirme hasta la tienda donde hemos estado esta mañana, pues he quedado una caja de cartón llena de cartones que tengo que llevarme a casa. ¡Ups! Se me olvidaba y se me olvidó el pasaporte en la agencia, así que cuando ya llevaba unos pasos avanzados tuve que volver a decirle que me lo devolviera. Cogió unas llaves y abrió el cajón donde lo había guardado el día que nos entregó la casa. ¡Mi pasaporte! Te echaba de menos. Con mi pasaporte en mano vuelvo, ahora sí, a la tienda a por mi caja de cartones. Después vuelvo a casa, con pasaporte y con caja. 

Ana se despierta y, frotándose los ojos, dice que de dónde hemos sacado todos esos palletes y cartones. Se lo explico todo mientras se viste y a continuación nos vamos hasta la tienda de segunda mano donde compramos nuestras camas plegables con ruedas. Evitamos la plaza llena de chicas de compañía y entramos en la tienda en busca de algún que otro colchón que se adapte a nuestro bolsillo, pero por desgracia no hay ninguno más. Como era de esperar no nos vamos con las manos vacías, pues Ana se compra una camiseta de dos euros para el trabajo, compramos un puzle de mil piezas que nos encontramos por menos de un euro y nos traemos una figura de Timón y Pumba gratis para decorar nuestro salón. 

Después de nuestra nueva búsqueda por la conocida tienda de segunda mano nos vamos hasta el barrio donde ahora vivimos y nos dirigimos a la zona donde se encuentran agrupados la mayoría de comercios y supermercados más cercanos a nuestra casa. Ana y yo nos topamos con una tienda que parece ser que es económica, es de alimentos y todos la conocen como “El Turco”, así que entramos y comprobamos que hay gran variedad de alimentos y que los precios son baratos. ¡Qué alegría encontrar uno de estos al lado de casa! Hay muchas tiendas por aquí cerca, de todo tipo, de todas clases y de diferentes tamaños. Ya inspeccionaremos la zona más detenidamente. 

Antes de llegar a casa, y como necesitamos urgentemente internet y seguimos sin noticias de nuestro vecino invisible, nos dirigimos a una de las casas que tenemos al lado. En la ventana tienen pegadas unas letras de color rosa palo donde puede leerse el nombre de “Vera”, suponemos que es el bebé que llora y que a veces escuchamos desde casa. Menos mal que ya sabemos de dónde vienen los llantos del bebé. Yo ya creía que, además del vecino invisible, también teníamos a Nicole deambulando por la casa con un candelabro y un niño en brazos. Con respecto a lo de las letras en la ventana de color rosa palo: ¿Qué necesidad tiene la gente de expresarle al mundo cuál es el nombre y el sexo de su bebé? ¿En serio creen que no queda cutre? Ana y yo miramos una vez más el ventanal donde puede leerse “Vera” en letras mayúsculas y tocamos el timbre de la casa. Nos recibe una mujer de unos cuarenta años, suponemos que es la madre del bebé, nos presentamos, le decimos que somos nuevos en el barrio y que necesitamos internet. Le proponemos que nos diga el nombre de su red, que nos proporcione su contraseña de acceso y que nosotros le pagamos al mes la cantidad de dinero que nos pida. Nos dice que ella no entiende de nada de eso y que si es posible regresemos mañana para poder hablar con su amigo, ya que en esos momentos está trabajando y no está en casa para atendernos. Le decimos que no hay ningún problema y que volveremos mañana. Hasta mañana. Y duerme pronto a la niña que no queremos ambientar nuestra casa con llantos inesperados y terroríficos de bebé hambriento. 

Y con los palletes en el salón y las cajas de cartón por el suelo comenzamos nuestra tarde hogareña. Ana comienza a limpiar el servicio porque dice que está muy sucio. Yo hago una estantería utilizando uno de los palletes de madera y trozos de cartón que me sirvan como repisas y cajones. Mientras pego y recorto cartones para nuestra estantería ecológica Ana se pelea con una araña que sale de la ventana del servicio. La escucho gritar subida en una de las paredes de la bañera y la veo intentando acabar con la vida del insecto con una bayeta en la mano. La pobre. Parece una loca que le grita a la nada y agita un trapo sucio contra el viento. Creo que las arañas no volverán nunca más por nuestro vate. 

Después de su combate, en el que solamente faltaba el ring de boxeo, Ana se va al restaurante para hacer una jornada más. El resto de la tarde es para mí, para mí, para mis pensamientos entre las paredes de la nueva casa, para los ruidos raros que salen de la nada y para el misterio que nos rodea en forma de vecino invisible. Aprovecho para terminar la estantería ecológica de madera y cartón y espero a que Mary llegue de la casa en la que están diseñando. Llega tarde porque dice que la casa, en la que han hecho varias oficinas, han tenido que terminarla esta noche porque mañana se inaugura y llega con buenas noticias. Dice que mañana estamos invitados a la fiesta de inauguración de la casa y que va a estar repleta de gente importante, de los empleados de las oficinas, de amigos de Marleen y de diseñadores varios. ¡Madre mía! Vamos a ir a una fiesta llena de diseñadores. Comenzamos en seguida a pensar en la ropa que nos vamos a poner. Tenemos que dar buena imagen. Aunque pa qué nos vamos a engañar: no nos hace falta mucho para eso. ¿Verdad? 

En el salón se respira un ambiente de misterio, suponemos que el hecho de que esté vacío y que nuestro vecino no dé señales de vida incrementan bastante la situación de película de miedo. Pero el miedo se nos pasa cuando pensamos en la fiesta de mañana. ¡Nos podremos hacer pasar por diseñadores super importantes! Qué elegancia. Esperemos que el sueño nos invada y durmamos plácidamente toda la noche; que Ana no nos despierte al llegar del restaurante; que Nicole no se choque con ninguna de las vacías paredes del piso; que Vera no llore desconsolada a las tantas de la madrugada; que la paloma moribunda no haga ruidos molestos desde el tejado; que nuestro vecino invisible siga siendo invisible, al menos en la noche; y que el montón de esqueletos del hueco de la escalera no aumente su tamaño añadiendo alguna pieza más a su escalofriante colección huesuda. 



El pequeño de cartón escondió su delicado cuerpo tras un seto verde que había entre varios árboles junto al río. El muchacho observó entre las ramas que le protegían a otro niño que parecía ser nuevo en el lugar, pues su rostro expresaba admiración y sorpresa a casa paso que avanzaba. El muchacho nuevo parecía estar formado por la misma madera de la que se componían los árboles del bosque, con tonos que bailaban acompañados siempre por el marrón, y su piel parecía tener la misma textura que tienen las ramas secas del bosque. El chico de cartón decidió salir de su escondite, pues sentía demasiada curiosidad por aquel personaje que tanto se asemejaba a él y que jamás había observado en ningún lugar. El chico de madera dio un brinco, asustado, cuando descubrió que su compañero aparecía de entre las ramas de un seto. Ambos quedaron impresionados al contemplarse, pues jamás se habían topado con alguien de sus mismas semejanzas. Los dos se estudiaron con detalle: dos brazos y dos piernas, ojos, nariz y boca, manos, pies, un pequeño cuerpo formado exactamente de la misma manera. La única diferencia era el material del que estaban compuestos. Y en medio de aquel bosque, mientras ambos se miraban presos de la admiración, ocurrió lo que el destino quiso que ocurriera. 

Una diminuta luz cayó del cielo, de entre las ramas de los árboles, y aterrizó suavemente ante los dos pequeños que dejaron de analizarse por un momento para dirigir sus miradas hacia la luz. Un tercer niño brillaba ante ellos, con las mismas características pero con material diferente, y les observaba sorprendido por el maravilloso descubrimiento. Los tres pequeños formaron un triángulo perfecto, cartón, madera y luz se conocieron en las profundidades de aquel frondoso bosque. 

Los tres niños quisieron saber los unos de los otros, las historias de cada uno, hablaron y pasearon por el bosque, contando hazañas e imaginando sueños que pronto se harían realidad. 

En medio de los árboles, que susurraban emocionados al verlos caminar, quedaron los tres pequeños que, desconociendo el maravilloso camino que les esperaba, lograrían formar una enigmática comunidad en la que todo estaría compuesto por los materiales de los que ellos estaban formados. El cartón, la madera y la luz. Crearían para siempre la ciudad en la que todos los sueños quedarían escritos en el delicado cartón, haciéndose más tarde realidad y perdurando en el tiempo como lo hace la belleza de la madera, y, finalmente, serían iluminados por la intensidad de la más blanca de las luces, convirtiéndolos por y para siempre en sueños fabricados con cartón, madera y luz. 

“Las mejores cosas siempre suceden cuando menos te lo esperas” se repitió el pequeño de cartón, mientras continuaba paseando por el bosque junto al chico de madera y al chico de luz. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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