Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

lunes, 5 de noviembre de 2012

"Un nubarrón duro de roer"

27 de Octubre de 2012.

La lluvia se acercaba con disimulo, cubriendo el cielo con sus nubes negras. El pequeño animal observó la oscuridad que se formaba sobre su diminuto cuerpo y corrió hasta el interior de unos de los hogares más cercanos que había encontrado. Se coló por la ranura de la puerta y se topó con varios obstáculos que lograron convertirse en todo un reto. Saltó escalón a escalón, escaló escalón a escalón, agarrando sus pequeñas manos a la textura de la moqueta. Y una vez alejado del suelo que anteriormente había investigado comenzó su nueva andadura. El pequeño comenzó a correr en el interior de la casa, buscando algo que poder llevarse a la boca. Indagaba en cada rincón que se encontraba, maldiciendo por encontrar solamente suciedad que había intentado comer pero que era imposible masticar. Recorrió el pollete de madera que enmarcaba a la gran ventana, que se encontraba en lo que parecía ser la sala más grande de la casa, y quedó hipnotizado por las vistas que desde allí disfrutaba. Jamás había visto la calle desde tanta altura, sintió vértigo. A pesar de su habilidad para la escalada, siempre había sentido verdadero pánico a las alturas. Antes de abandonar el pollete de madera vio caer la primera gota de lluvia sobre un diminuto charco de agua que pasaba desapercibido en una de las aceras de la calle. Aliviado porque había conseguido resguardarse de aquellos terribles nubarrones dio un leve suspiro, pero aún estaba inquieto por no haber hallado nada de alimento. Así que decidió continuar su desesperada búsqueda y abandonó el marco de la ventana. La lluvia se acercaba con disimulo. 



Ahora uno de los palletes de madera que recogimos de una de las tiendas del centro actúa como puerta entre el último escalón de la escalera y el pequeño pasillo que nos comunica con la puerta de la cocina y la puerta del salón. Cada una de estas puertas tienen cerrojo con llave, pero nos da un poco de mal rollo que nuestro pasillo quede expuesto a las escaleras que nos comunican con el misterioso vecino invisible. El pallete es una buena puerta corredera al fin y al cabo. Otro de los palletes actúa de estantería en el salón, el otro aún espera ansioso por ser utilizado. 

¡Buenos días! Un nuevo amanecer se cruza en nuestro camino, obligándonos a despertar de nuestras particulares camas plegables, e insistiendo en que nos vistamos y hagamos todo aquello que el viaje nos tiene preparado para hoy. Así que, haciendo caso a la escasa luz y al punzante frío que se cuela por el ventanal de nuestro salón, nos despertamos, levantamos y nos disponemos a desayunar. Y en el momento del desayuno llega el momento de los nuevos invitados a nuestra casa. Pongo el pan bimbo sobre nuestra mesa, formada por una caja de cartón, Ana coge la bolsa y ve que hay un diminuto agujero en ella, desprendiendo varias migajas de pan sobre la textura de cartón de nuestra mesa. Mary coge la bolsa y ve que hay un túnel, perfectamente elaborado, en el interior de la bolsa de las rebanadas de pan. ¡Oh no! Tenemos un ratón en casa. Lo que nos faltaba. ¿Es que no tenemos suficiente con un vecino invisible, un bebé que llora al otro lado de la pared, un contenedor de huesos de animales bajo la escalera, ruidos que no sabemos de dónde proceden y una calefacción que se enciende y se apaga cuando le viene en gana? Creo que esta historia de Holanda va teniendo demasiados personajes secundarios. 

¡Hoy hace frío de nieve! No es un frío normal y corriente. Hoy hace ese frío que te duele, que se te clava en la piel y no te deja casi ni moverte. Hoy hace esa clase de frío, el que sientes cuando coges un cubito de hielo con las manos o cuando, de repente, el agua caliente se corta mientras te das un baño relajante y te congelas por unos instantes, hasta que regresa de nuevo el calor. Hoy hace esa clase de frío. 

Mary y yo decidimos volver a la tienda de segunda mano que tanto nos gustó, pues esperamos con ganas que haya algún que otro colchón nuevo que podamos transportar en nuestra bici. Así que nos ponemos en marcha, reposo mi culo sobre el sillín de la bici y Mary reposa el suyo sobre el porta-paquetes. ¡A pedalear! 

Llegamos sin ninguna complicación a la tienda, sin indicaciones y guiándonos por nuestra intuición. Aparcamos la bicicleta en la entrada de la tienda y nos dirigimos hasta la sección de colchones, pero por desgracia no hay ningún colchón nuevo. Nos regresamos con las manos vacías y con la bici descargada. 

Antes de llegar a casa nos pasamos por nuestro querido amigo el Jumbo. Hace frío en la calle, mucho frío, más frío hace en la bici y necesitamos sentir en calor de las estanterías de una tienda. Además tenemos que entrar para reponer fuerzas con las pruebas que esperemos que haya y necesitamos algo de pegamento para nuestro querido ratón. No es que lo vayamos a esclavizar con el pinta y colorea, si no que queremos que se quede pegado en un trozo de cartón para que deje de invadir nuestros alimentos. 

Invadimos el Jumbo y descubrimos que hay globos en la entrada en los que puede leerse “Hallo Jumbo” y los cuales los niños cogen antes de marcharse a casa. Qué guay. ¿Es un aniversario de nuestro amigo el Jumbo o qué pasa? Probamos todas las pruebas, bebemos café gratis y buscamos pegamento para ratones, pero no encontramos nada. Nos vamos con el estómago lleno y Mary coge un par de globos amarillos que decoran la entrada. Ahora sí que nos vamos a casa. Los nubarrones que cubren nuestras cabezas cada vez son más oscuros y el frío es más intenso. 

Comienzo, de nuevo, a pedalear hasta casa y el frío que se clava en nuestras caras no es muy normal. Cuando vamos a mitad de camino, en nuestra bici y Mary con dos globos en la mano comienza lo que viene siendo nuestro primer chaparrón oficial en Eindhoven. En bici y sin paraguas comienzan a caer las primeras gotas de lluvia sobre nosotros. ¡No son gotas, Mary! ¡No son gotas! Y zás, zás, zás. Los granizos que caen del cielo ahora se estrellan contra nuestras cabezas, empapándonos e impidiendo que sigamos con el regreso a casa. ¡Mi frente! Me duele mi frente. Las pequeñas piedras de hielo comienzan a invadir las calles de la ciudad, cubriéndolas de una gruesa capa blanquecina imitando el efecto de la nieve. ¡Los globos! ¡Los granizos van a reventar los globos del Jumbo! Mary se preocupa desde el porta-paquetes. Los granizos caen a toda velocidad y se impactan, sin compasión, sobre nuestros cuerpos congelados. Seguimos avanzando como podemos a pedaladas hasta que a Mary se le escapa uno de nuestros globos amarillos del Jumbo. Me detengo lo antes que puedo sobre una de las aceras cubiertas de hielo y Mary corre hasta donde se encuentra su globo fugitivo. Del medio de la calle, en donde ha podido ser atropellado varias veces, lo recoge victoriosa y regresa a nuestro transporte. Nuestras cabezas están cubiertas de granizo, nuestro pelo está mojado y tiene un tono blanco. ¡Vámonos de aquí! La granizada cesa antes de llegar a casa. ¡Damos gracias a que no hemos encontrado ningún colchón en la tienda de segunda mano! ¿Qué hubiera sido de nosotros transportando un colchón bajo una granizada de semejante intensidad? No lo queremos imaginar. 

Y llegamos a nuestro salón, empapados, y Ana, al vernos, confirma que sus suposiciones se han hecho realidad. La granizada nos ha bendecido. Comemos y a la tarde vamos hasta la casa donde ayer celebramos la fiesta de inauguración llena de diseñadores, pues Mark nos dijo que nos acercáramos a por los tablones de madera. Y allí estaba Mark, recogiendo cosas de la fiesta y dándonos la bienvenida de nuevo. Nos lleva hasta nuestras maderas y las recogemos muy agradecidos. ¡Pedazos de cachos de madera! Qué buena estantería y mesa vamos a poder hacer con ellas. Una de las maderas es rectangular y larga y la otra es cuadrada y grande. Cogemos cada uno una y nos vamos a casa. ¡No podemos parar de recoger cosas! Parece que tenemos el Síndrome de Diógenes, por lo de acumular mierdas continuamente me refiero. 

Ahora el otro de los palletes, el que no funciona de puerta ni de estantería, ejerce la función de soporte para nuestra tabla cuadrada de madera. Qué buena mesa nos hemos montado en el salón. El problema es que la tabla no está barnizada y todo líquido que se derrame en ella quedará absorbido para siempre. Dentro de un tiempo recordaremos de qué se formo cada mancha que haya en la mesa. ¡Mira eso es del café que vertió Dani! ¡Ésta es la mancha que se quedó con los macarrones de Ana! ¡Sí, pues esta es del té que derramó Mary! Y así continuamente. 

Después de eso vamos hasta la tienda de Marleen, le decimos que ya hemos ido a recoger las maderas que Mark nos ofreció anoche y nos dice que mañana hay una exhibición en su tienda. A las tres de la tarde unos niños que pintan las sillas de diseño de su padre diseñador harán una demostración de su trabajo en la puerta de la tienda. Le decimos a Marleen que estaremos encantados de asistir. Más tarde transporto a Ana hasta el restaurante y después vuelvo en busca de Mary. Vamos a otro Jumbo en busca de pegamentos para ratones. ¡Esperemos que nuestro amigo no se convierta en un ratoncito duro de roer! 

Y la búsqueda de pegamento se hace interminable, así que decidimos preguntárselo, de la mejor manera, a una de las chicas que se encuentra por los pasillos reponiendo cosas en las estanterías. “Excuse me” (Perdona) le dice Mary a la chica, que se detiene para atendernos en su totalidad. “Have you got poison to the mouses?” (¿Tienes venenos para ratones?) y la chica parece que no nos entiende. Repetimos de nuevo la palabra “veneno” y la chica se toca la garganta. “For you?” (¿Para ti?) dice la chica preguntándole a Mary mientras señala su garganta. ¿Qué, qué? ¡Ésta chica quiere darle veneno a Mary! ¡Quiere acabar con la vida de mi amiga! “No, no. I have a mouse in my house” (No, no. Tengo un ratón en mi casa) le explica Mary. “Oh, no, no” y la chica dice que lo siente pero que no hay de eso en el Jumbo. ¡Pues vaya! Mary de la que te has librado. Ésta chica del supermercado quería darte jarabe envenenado para la garganta. 

Volvemos a casa y, sin pegamento para ratones, cogemos varios cartones a los que añadimos trozos de pan y le ponemos un poco de pegamento normal con el que construí hace días la estantería de madera y cartón. No creemos que el ratón se pegue en ellos pero por intentar que no quede. 

Damos por finalizado un día en el que no tenemos ningún colchón más, en el que tenemos dos globos amarillos del Jumbo decorando nuestro salón, en el que seguimos con un ratón curioseando por nuestra cocina y en el que una empleada del super ha entendido que queremos veneno para nuestras gargantas. 



La lluvia se acercaba con disimulo. El pequeño animal seguía olfateando todos los rincones de la casa, hasta que se topó con una puerta que consiguió superar. Tras ella encontró otra sala en la que parecía que sí había comida, pues los olores eran diferentes a los del resto de la casa. Por allí tendría que haber comida. El pequeño comenzó a investigar todos los rincones de la habitación, saboreando cada cosa que se encontraba en el suelo. Y cubierto por una fina capa de plástico descubrió aquel exquisito manjar que tanto tiempo hacía que no degustaba. Varias rebanadas de pan se acurrucaban en el interior de una bolsa, una bolsa que comenzaría a mordisquear hasta conseguir llegar a su ansiada comida. El pequeño roedor comenzó con su trabajo. Fue sencillo llegar hasta el pan. Y mientras el silencio se apoderaba de la casa, el ratón comenzó a disfrutar de la maravillosa textura que se fundía en su diminuta boca. Comía con disimulo, pues cualquier ruido del que se percatara se convertía en una amenaza. Mordisqueaba rápidamente y de detenía a escuchar, con las orejas bien abiertas. Y así hasta que escuchó cómo la puerta de una de las habitaciones se abrió con un escandaloso juego de llaves. El pequeño roedor abandonó el preciado majar u huyó en busca de un nuevo escondite. Mientras tanto, la lluvia se acercaba con disimulo. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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