Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 30 de noviembre de 2012

"Wooden Boxes"

29 de Noviembre de 2012.

Hace tiempo, no mucho, encontré en el suelo unos pequeños cuadrados de madera que se unían entre ellas gracias a una goma de color rojo que las atravesaba. Se formaba un conjunto de muy curioso de maderas rojas y beige. Lo cogí del suelo, uno de los primeros días en estar en Eindhoven, y decidí quedármelo. Até la cuerda roja, que sujetaba todos los cuadrados de madera, a uno de las trabillas del vaquero, por donde suele pasarse el cinturón. Los cuadrados de madera quedaron colgando de mis pantalones de ese modo. Pensé que serían de algún niño que los había perdido. No sabía el significado que tenían ni su función, pero me gustaron y decidí adoptarlos. Me gustaba imaginar que me traerían suerte, algún día harían su función. Siempre los llevaba enganchados a los pantalones, a los mismos pantalones. Los llevaba encima todos los días, ya que todos los primeros días que estuve aquí llevé los mismos vaqueros. El resto estaban prensados en las bolsas de plástico y prefería no mover aquello. 

Los cuadrados rojos y beige se balanceaban al compás de mis pasos, pues en aquellos entonces no teníamos bicicleta, o, en todo caso, se movían al pedalear la bici de Marleen. El adorno era mágico, misterioso. Me gustaba. Hasta que un día desaparecieron de mis pantalones. El conjunto de cuadrados de colores no estaba por ninguna parte, ni en la maleta pequeña, ni en la grande, ni en las camas del albergue, ni en la habitación. Las cajas mágicas habían desaparecido y con ellas, supuestamente, también se fue la suerte que nos traerían. 



Hoy nos levantamos un poco más tarde, pero solo un poco más. Necesitábamos dormir un poco más de lo normal. Por aquí la cosas siguen igual que siempre o, al menos, sí las cosas que no cambian. Las que cambian, obviamente, no siguen igual que siempre. La paloma moribunda sigue escarbando en nuestro tejado, escarbando y haciendo esos ruidos raros mañaneros. Además, también hay mañanas en las que nos encontramos un regalito suyo en los sillines de la bici. ¡Encima que nos escarba el tejado y nos deleita con sus ruidos matinales nos caga las bicis! El otro día, el primer día que nos percatamos de que nos había quedado un regalo, abrí la ventana del salón y con una botella de agua comencé a regar mi bici desde las alturas. ¡Se quita! ¡La mierda se quita! Empecé a exclamar exaltado cuando descubrí que no tenía que refregar mi bici con un trapo de cocina. Cualquiera que me vea desde la calle pensará que somos como las marujas. ¡Solamente nos falta un moño mal hecho en la cabeza y una bata de flores de colores! ¡Niña que má cagao la mierda la paloma en toah la bici! 

¡Mierda! Hablando de mierdas. Hoy es jueves y se nos ha olvidado sacar la basura por la mañana temprano. ¡Qué jaleo esto de los días específicos para la basura! Corramos un tupido velo y tupamos nuestros sacos de basura lo máximo que podamos. Antes de que Mary se vaya a la tienda vamos a echar una carta al Bruna, que es una especie de correos que hay en el centro. La carta creo que es de algo de la universidad o no sé qué. No me he enterado muy bien. Ya hemos visitado varias veces al Bruna. Es una tienda grande donde puedes encontrar libros, tarjetas de todo tipo y revistas de más tipos todavía. Revistas de todo tipo menos de cine. ¡Porque no encuentro por ningún lado una revista de cine! Necesito leer, aunque sea en inglés, algo de cine. Siempre que hemos ido no he encontrado nada y me paso media hora delante de todas las portadas. Las dependientas pensarán de mí que soy el típico salido que viene a la tienda a ver las tetas de las tías que invaden las portadas masculinas de las revistas. ¡Qué no! Que solamente estoy buscando una revista de cine, pero no de cine porno. 

Al terminar de echar la carta acompaño a Mary hasta la tienda y me despido de ella. ¡Te veo luego y si no te veo que te vaya muy bien con Marleen y después mejor todavía en el restaurante! Hoy trabajamos de nuevo los tres y los tres a las seis. Hoy no podemos quedar con Aylim, ya que me dijo ayer que entra a trabajar a las dos. ¡Nos veremos a las seis! 

Vuelvo a casa en bici y decido acercarme al Action, que es la tienda donde puedes encontrar casi de todo por precios muy baratos. El Action es la tienda donde una de las cajeras es la hedionda de “I am not STUpid”. Quiero comprarme un candado en condiciones, ya que el que tengo es un poco bastante malo y creo que le está pasando ya como al de Ana. La llave ya empieza a dar problemas y no quiero tener que aporrearlo para liberar mi bici. ¡A por un candado! 

Llego a casa con un candado nuevo, más pesado y en mejores condiciones que el anterior, aparco mi bici en la puerta y subo las escaleras. ¿Qué será del vecino invisible? No sabemos nada de él, solamente que seguro que tiene la casa llena de ratones. Con esta conclusión me surge una duda: ¿sería posible que el vecino invisible y el flautista de Hamelín sean la misma persona? Si lo piensas bien pueden llegar a cuadrar las historias. Yo creo que sí. Es un hombre retirado de la vida, con la casa llena de ratones porque gracias al sonido de su flauta se los lleva a todos los sitios donde está. Ya está. El vecino invisible es flautista, y no es un flautista cualquiera. 

Mary ha quedado puesta una lavadora y hemos cambiado el sitio del tenderete. Antes estaba en el salón, en medio del salón, y ahora está en la habitación, pues solamente la utilizamos para dormir y allí arriba no molestará la ropa que se seca con el tiempo. Ana se despierta y ya estamos los dos en el salón, que tiene unas cortinas fabricadas con alguna manta con la que nos arropamos en las frías noches. 

Hay días en los que el sol pega muy fuerte en la ventana, calentando todo el salón. Cosa que agradecemos profundamente. Pero si quieres estar sentado en el sillón tienes que fabricar unas cortinas improvisadas con lo primero que pilles. Ahora las mantas de cuadros o las toallas cuelgan del enganche de las cortinas, evitando que nuestros ojos queden cegados por la luz del sol. 

Ana continúa con el puzle. A ver si lo termina de una vez que nos quede la mesa negra despejada. ¡Son mil piezas! Y la verdad es que se ha dado bastante prisa. Cuando no tiene nada que hacer pasa las horas y las horas delante de las piezas que forman aquella ciudad que queda impresa en el dibujo. El puzle descansa sobre la mesa, no sé dónde descansará cuando se termine. 

Mary y yo necesitamos hacernos una cuenta de banco holandesa para que puedan pagarnos las horas en el restaurante. A ver en qué banco y cómo nos la hacemos. ¡Si es difícil abrir una cuenta en España no me quiero ni imaginar cómo tiene que ser aquí! Bueno, supongo que abrirla será muy sencillo. Lo complicado será cerrarla. Además, como ya tenemos dos contratos en casa y uno viene de camino, tenemos que decirles a los de la agencia si existe la posibilidad de que podamos pagar con uno de los meses que pagamos de fianza el mes de diciembre. Nos ayudarían mucho económicamente si nos hacen ese favor. Pagamos dos meses de fianza porque no le mostramos nada que pudiera afirmarles que íbamos a poder pagar los cuatro meses de alquiler, pero ahora que tenemos contratos suponemos que podrán devolvernos un mes. Aunque no tengo ni idea de cómo funcionan los chanchullos estos de las inmobiliarias. ¡Les enviaré un correo y la respuesta que sea la que el Dios de Holanda quiera que sea! ¡Ahm! Y pedirles de nuevo las llaves del cobertizo que hay al final del jardín del vecino flautista e invisible de Hamelín. 

Seguramente los planes para mañana puedan cambiar. El viernes, mañana, es mi día libre y podremos ir al estudio de Daniela para ver la ropa que diseña. Además hemos estado hablando con Javi para que podamos quedar algún día, si es posible mañana. ¿Os acordáis de Javi? Es el malagueño al que Ana y yo nos encontramos un día en la puerta del Jumbo. Nosotros aún dormíamos en el albergue. Nos apetece quedar con él y es posible que mañana podamos hacerlo, a no ser que los planes cambien. En principio yo tengo el día libre, Ana trabaja y Mary trabaja en la tienda. 

A la hora de irnos a los restaurantes, después de haber comido, Ana y yo nos montamos en las bicicletas y nos ponemos en marcha. En el camino nos encontramos con uno de nuestros amigos españoles de por aquí y después de saludarle y charlar un rato con él nos despedimos. Después yo me voy a la puerta de la tienda de Marleen hasta que Mary sale y la acompaño hasta el Vintage, donde ella trabaja. Le deseo mucha suerte en su segundo día oficial y nos veremos al terminar la jornada. 

Cuando está todo limpio damos por terminado el día en el restaurante de hoy y nos vamos a tomar una cerveza, un algo rápido. Aylim y yo quedamos con Mary, que ya está con Gianlu en el bar de los ciento cincuenta tipos de cerveza, y allí nos presentamos. Aser y Mateu, los dos cocineros de Señora Rosa, ya están con ellos y Ana viene de camino. Cuando estamos todos juntos hablamos de todo un poco mientras vemos a la gente pasar por la calle que está llena de bares, pubs y discotecas. Hay gente que va en mangas cortas y otras que lucen sus piernas con unos vestidos más cortos que un segundo. ¡Qué valor tienen! Luciendo carne y sin tener piel de gallina. 

Mary y yo nos vamos para casa y a Ana la quedamos un rato más con ésta gente. Nos montamos cada uno en nuestras bicis y, sin saber lo que el curioso destino se guardaba bajo la manga, comenzamos a pedalear hasta nuestro dulce hogar. Pedaleábamos por uno de los carriles bici que están junto al canal de agua y llegamos al puente que tenemos que cruzar para llegar a nuestra calle. Un coche venía a lo lejos y cruzamos la carretera para llegar al puente. “¡Venga! Que no pasa nada. El coche se tiene que parar” le digo a Mary para cruzar deprisa. Una vez cruzado el puente nos adentramos en la calle que se comunica con la nuestra y es cuando el coche, al que hemos quedado tras nuestra en el puente, nos adelanta a una velocidad exagerada, se para en el carril bici frente a nosotros y pone los cuatro intermitentes. Mary y yo nos detenemos, sin saber lo que ocurre. Dos tipos se bajan del coche rápidamente y comienzan a caminar hacia nosotros, que les miramos aún desde el sillín de nuestras bicis. Los tipos cada vez están más cerca. 



Los cuadrados mágicos desaparecieron de mis pantalones y nunca más los volví a ver. La verdad es que desde que no los tengo las cosas no han ido mal, han ido muy bien. Puede que la suerte fuera encontrarlos y mi suerte fuera perderlos. Los perdí y me gusta imaginar dónde pueden estar ahora. Seguramente caerían en alguna fría acera de la ciudad y alguien los cogería, como un día los cogí yo. Me gusta pensar que el tipo que manda órdenes sobre el destino o la señora que mueve los hilos de la casualidad poseen esos cuadrados de madera mágicos que un día estuvieron enganchados en mis pantalones. Alguno de ellos moverá las piezas de madera entre sus dedos, consiguiendo alterar nuestra suerte y nuestro destino. Nuestro destino, que cada día consigue sorprendernos cada vez más. Nuestro destino, que se altera gracias a esas cajas mágicas de madera que un día desaparecieron de uno de los enganches de mi pantalón. Nuestra suerte, que ahora se modifica mientras que las cajas mágicas juguetean entre sus dedos. Nuestro destino, nuestra suerte, nuestras cajas mágicas. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

"El Clan de los Friega Platos"

28 de Noviembre de 2012.

Hoy he quedado con Daniela a las doce de la mañana para enseñarle el vídeo del “making of” a ella y a su marido, David. Espero que les guste, al menos lo que tengo hecho de él. Al despertarnos invadimos el salón y continuamos haciendo las cosas que tenemos que hacer. Mary continúa con sus cosas para la tienda y yo continúo modificando el vídeo que tengo entre las manos. La bella durmiente, Ana, no se despierta hasta la hora que casi nos vamos. Dice que pone el despertador y no le suena. ¡Ana hija si tienes sueño tienes sueño! Déjala que duerma. 

Llegan las doce de la mañana y, después de habernos duchado, nos despedimos de Ana y nos vamos cada uno a nuestro sitio. Ahora Mary y yo parece que estamos iguales. Prácticas combinadas con restaurantes. ¡Hoy es el primer día en el que los tres trabajamos oficialmente a la vez! Pues el primer día de Mary se considera de prueba. ¡Hoy estaremos los tres a la misma hora trabajando en lo mismo! No habrá platos que se nos resistan, eso está más que claro. Me despido de Mary, que se va a la tienda, y continúo el camino hasta el estudio de Daniela, que está a pocos minutos de casa. 

Al llegar a la puerta la llamo por teléfono, como siempre, para que venga a abrirme, ya que el timbre no funciona o creo que ni siquiera hay. Me recibe la chica que tiene en prácticas y nos vamos al estudio, ya que eso es una nave enorme llena de espacios individuales donde mucha gente trabaja. Saludo a Daniela, que está trabajando con su portátil, y me siento en una de las mesas con mi ordenador. Le cuento que tengo un contrato en un restaurante y se alegra mucho por mí. Le digo que eso no será ningún problema para que pueda continuar trabajando con ella, que puedo llevar adelante las dos cosas. Me pongo a trabajar en el vídeo hasta que llega David, que esta vez soy yo quien va a abrirle la puerta, y les enseño el vídeo. Les gusta mucho. Les gustan mucho los tipos de plano y lo bien que se muestra la ropa en ellos. Hay algunos que no los puedo utilizar, pues creo que no quieren que se muestre demasiado de la nueva temporada. Continúo haciendo el vídeo y horas más tarde me invitan a comer, pues Daniela me dijo que siempre que fuera al estudio comería con ellos. Vamos los cuatro a la cocina que hay en uno de los pisos de arriba y preparamos pizzas. ¡Qué rico! Pizzas acompañadas por ensaladilla, un poco de queso, zumo y agua. ¡Después también hay café! Aunque Daniela no está muy segura si le ha quedado bueno o no. Se sorprende que llame a la cafetera por ese nombre. Cafetera. Al escucharme dice que en Portugal se dice igual que en España. ¡Menos mal que con ella me puedo comunicar un poco en español! Aunque con David, que solamente habla inglés, me entero perfectamente o, al menos, eso creo yo. 

Después de comer continuamos un rato en el estudio hasta que Daniela me dice que si es posible que vuelva a ir el lunes que viene, le digo que sí y quedamos en ello. Me piden perdón y dicen que el lunes pasado no pudieron avisarme ni quedar conmigo porque su hijo se puso malo. ¡No os preocupéis! No pasa nada. Además me invitan a una cena que van a realizar el viernes a partir de las ocho de la tarde. Dicen que todas las prendas de ropa que están pasadas de temporada o tienen algunas costuras descosidas van a exponerla en forma de tienda en el estudio de cuatro a siete de la tarde, por si quiero acercarme con mis amigas. Después de eso cenarán todos juntos en la planta de arriba. Le doy las gracias por la invitación y le digo que si puedo ir se lo haré saber a través de un correo electrónico. Me despido de ellos y si no los veo el viernes los veo el lunes. ¡Hasta pronto! 

Llego a casa y Ana no está, ya que la he avisado de que comía con Daniela y se ha ido con Aylim a su casa. Ana dice que han comido sopa y que cuando ha entrado en la casa olía como nuestras casas del pueblo, igual que cuando tu madre prepara sopa y la cocina huele a esa comida recién hecha. Ana dice que incluso ha cerrado los ojos un momento y se ha imaginado que estaba en casa de su abuelo. ¡Cuántos recuerdos puede traer un simple olor! Un simple olor que te transporta a esos sitios donde un día lo oliste tan afortunado. Tenemos que irnos los tres al restaurante así que les digo que vengan a la puerta de casa a las cinco y media y así podemos irnos todos juntos a trabajar. ¡Y tenemos que pasarnos por la tienda de Marleen para que Mary también se venga con nosotros! 

Aylim, Ana y yo nos presentamos en el escaparate de la puerta de la tienda de Marleen y vemos cómo Mary no se percata de nuestra presencia. Nos ponemos a saludarla desde fuera y sigue sin vernos. Mary está sentada al fondo de la tienda, frente al escaparate, y Marleen está en una mesa de al lado. ¡Por fin nos ve! Menos mal que Aylim salta como una loca en medio de Smalle Haven, la calle, y Mary comienza a recoger sus cosas. Una vez los cuatro juntos nos ponemos en marcha. 

El Vintage, que es donde va a trabajar Mary a partir de ahora, está a tan solo dos minutos de la tienda de Marleen así que viene super bien que ella trabaje en él. El Auberge, que es donde trabajamos Aylim y yo, está a unos cinco minutos del Vintage y Señora Rosa, que es donde trabaja Ana, está a otros cinco minutos del Vintage, pero en otra dirección. Tenemos mucha suerte, ya que todos están muy cerca y siempre podemos irnos en grupo al trabajo. Mary se queda en la puerta del restaurante, rezando para que no le roben la bici de Marleen, Ana coge la dirección para el suyo y Aylim y yo nos vamos hasta el nuestro. 

Aparcamos las bicicletas en un patio trasero que tenemos en el restaurante, junto a unas escaleras que nos comunican con el hotel. Algunos días, cuando no hay mucho trabajo o yo no tengo nada que limpiar, las subo para poner lavadoras y secadoras. Me gusta hacer muchas cosas en el restaurante. Fregar platos, secar los cubiertos, colocar todos los utensilios de cocina, poner lavadoras, secadoras y doblar los trapos de cocina. Me gusta sentirme pluriempleado. Además, si tengo tiempo, ahorro trabajo a los demás. Es bueno ayudar a los demás. Lo único que me queda es meter las narices en la cocina. ¡Aylim enséñame a cocinar! Tras dejar las bicis en el patio llega la hora de llamar al timbre de la puerta que tienen que abrirnos para poder entrar a nuestros puestos de trabajos. ¡Maldito timbre! Tienes que pulsarlo mil veces para que funcione. Una lucecita roja tiene que encenderse y solamente cuando se ponga roja el timbre habrá sonado. ¡Hay que sacarse un máster para conseguir que se encienda la luz! Aylim aporrea el timbre, dice que el mejor método es hacerlo “a la española”. Pues ala. ¡A aporrear el timbre hasta que suene! Como todos los días, un cocinero te recibe tras la puerta y te pregunta que qué tal estás. A partir de ese momento en el que yo estoy dentro me convierto en el encargado de ir a abrir la puerta en el caso de que el timbre suene. Ahora me toca a mí decir eso de “Hi! How are you?” 

Los días pasan volando por aquí y las horas vuelan entre platos. Me lo paso muy bien. Jamás pensé que fregar platos pudiera hacerte tan feliz. No es el trabajo de mi vida, eso lo tengo más que claro, pero no es algo que me disguste hacer o, al menos, no de momento. Bromeamos y Aylim me dice que ella es la Cenicienta, pues comenzó fregando como yo y ahora ha ascendido a la cocina. ¡Ahora yo soy su hermanastra fea y malvada! Nos partimos de risa en la cocina imaginando la situación. A partir de ese momento todos llamamos a Aylim “Cinderella” (que es Cenicienta en inglés). 

Cuando Aylim está en la cocina es mucho más divertido todo. Normalmente trabajan Aylim, William y Will, el cocinero, en la cocina y yo fregando. Es divertido trabajar con ellos. Aylim empieza una canción y yo la sigo, o viceversa. Si es una buena rumba española ellos bailan con el ritmo de nuestras voces. Todo esto ocurre cuando estamos más relajados y hay menos trabajo, claro está, o cuando estamos terminando y estamos fregando la cocina y la zona del lavavajillas. Hay que decirlo todo: en su trabajo son todos unos profesionales. ¡El otro día qué risa! Estoy ordenando una bandeja cargada de cosas limpias y de repente veo cómo Aylim está enseñando a Will, el jefe, a bailar la canción de “Un, dos, tres. Un pasito pálante María”. Además intenta traducírsela al inglés. Es un show, y a mí me encanta. 

Es divertido pensar que los tres estamos trabajando en lo mismo. Hacemos un buen clan de friega platos. Al terminar le envío un mensaje a Mary, porque sé que Ana suele terminar más tarde, y le digo que voy a ir al Vintage, donde ella está. En su puesto de trabajo me la encuentro casi terminando. Parece que todos están muy contentos con ella, eso lo sabía. ¡Qué ilusión! Esta cocina es más pequeña y las estanterías están más a la altura de Mary pero, aún así, uno de los cocineros le ha dicho que le va a comprar unas escaleras. ¡A Ana también le compraron un taburete para que llegara mejor a la última balda de las estanterías! Si es que la gente por aquí es muy alta, o ellas muy pequeñas. Lo que importa, como dicen muchas veces, no es el tamaño. ¡Están contentos también con ella! Los extremeños venimos a dar la nota en el mundo de los friega platos. 

Llegamos aquí en busca de nuevas experiencias y nuevas oportunidades y parece que hemos encontrado el principio de todo ello. Parece mentira decir que los tres estamos trabajando. El mundo de los restaurantes nos va a dar para comer, y no solamente me refiero a las patatas fritas que algunos comensales se dejan en los platos. Vamos a poder mantenernos en Eindhoven por mucho tiempo y eso es algo que me gusta. Dos contratos, el de Ana y el mío, y uno que está en proceso, el de Mary. Tres contratos que nos permitirán seguir viviendo por esta ciudad, que nos permitirán seguir comprando en el Jumbo o en el Albert Heijn, que nos permitirán seguir pedaleando con las bicicletas por las calles frías de la ciudad. Podremos ver la nieve caer y ser testigos de cómo consigue teñir la ciudad de blanco. Podremos continuar con nuestras aventuras y nuestras historias, nuestro misterio no tan misterioso del vecino invisible, nuestras movidas con la gente que busca a los antiguos inquilinos y nuestras fiestas con el grupo de españoles. Como caídos del cielo el clan de los friega platos ha comenzado. 

Una vez en casa hablamos un rato y decidimos irnos a los colchones. Creo que los nórdicos nos están llamando desde hace ya un rato. ¡Buenas noches! Nosotros vamos a seguir dando la nota por aquí y con nosotros todos los que nos rodean, eso está más claro que el agua. El agua congelada que sale de los grifos y el agua ardiente si giras en el sentido contrario. ¡El agua de los infiernos! Como suele decir Aylim al agua caliente del restaurante. Lo dicho. Vamos a continuar por aquí que creo que ya hay otra pila de platos por fregar. Por cierto: el flautista de Hamelín aún no ha aparecido y algún que otro ratón, aunque con menos frecuencia que antes, continúa visitando nuestra cocina. Acurrúcate que el invierno está por llegar. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

jueves, 29 de noviembre de 2012

"The smallest detail"

27 de Noviembre de 2012.

-Nadie dijo el tiempo que estaríamos aquí, nadie dijo el momento en el que nos vendríamos y nadie conoce el momento en el que regresaremos.- dijo la chica a uno de los chicos que tenía frente a ella. -El tiempo pasa volando y las decisiones y circunstancias que marcan el rumbo de nuestras vidas nos sorprenden a cada paso que avanzamos en este camino. –todos la miraban con caras emocionadas. La sala estaba repleta de gente y sus palabras llegaban hasta el último detalle de sus corazones. -A veces puedes desear conocerlo todo, hasta el más mínimo rincón del maravilloso mundo. Otras veces es mejor desconocerlo todo y sorprenderte de nuevo al descubrir las grandiosidades de la vida. -la chica se detuvo un instante, pensando en las palabras con las daría por cerrado aquella charla que tantos nervios le habían causado días antes. -Dejarte sorprender es uno de los grandes regalos que vienen incluidos en esta aventura. Dejarte sorprender. –y la chica agachó la cabeza, esperando la calurosa respuesta de su público. 

Todos comenzaron a aplaudir mientras se ponían en pie. Sus palabras habían conseguido emocionarlos a todos. Algunos secaban sus lágrimas con sus manos, otros las dejaban correr libremente por el rostro y el resto aplaudían sin más, sin conseguir que sus lágrimas consiguieran brotar de sus ojos. Todos la admiraban, todos excepto uno. Uno de ellos, sentado entre el público, la miraba con ojos desafiantes. El chico no aplaudía, ni se había emocionado. Simplemente parecía estar decepcionado. Así que, cuando ella abandonó el escenario donde había dado su charla, él se levantó de su asiento e intentó llegar hasta ella, a través de todo el público que continuaba aplaudiendo desde sus asientos. Tenía que encontrarla. 

El chico continuó avanzando entre el público hasta que pudo abandonar las filas de sillas que se situaban frente al escenario donde aquella chica había conseguido decir aquellas palabras tan emocionantes para todos. Él la conocía muy bien y sabía que había estado nerviosa, las manos le temblaban como nunca y el hilo de voz era más vibrante que otras veces. Las palabras que dijo de bienvenida fueron muy frías. Rompió el hielo con varias frases de presentación y, poco a poco, consiguió ganarse los oídos de aquel público que había guardado silencio durante toda la charla. 

El joven muchacho, que atravesó el escenario para adentrarse tras el telón negro, la vio hablando con un par de tipos. Ella sonreía y parecía estar tranquila, todo había salido bien. El chico, aún sin una sonrisa en la cara, avanzó hasta ella en busca de alguna explicación que le ayudara a entender por qué estaba pasando todo eso. Él se puso frente a ella, la saludó y los dos hombres que estaban hablando con ella la felicitaron y los dejaron a solas. 



Hoy ha sido un día normal, tranquilo y en uno de esos días en los que no haces nada. Nada que sea interesante para escribirlo en una carta. Nos despertamos y desayunamos, como todos los días. ¡Hay que volver al Hema! Los desayunos del euro son una pasada. Algunas mañanas abandonamos nuestros cereales y los sustituimos por tostadas de jamón york y queso. No están tan buenas como las de la pensión pero nos sientan bien. ¡Es un lujo que nos damos después de varios días de cereales! Aunque he de decir que creo que no he probado nunca unos cereales que estén tan buenos como estos. Parecen integrales, aunque seguros que están cargados de azúcares y pegan incluso para comértelos sin nada de beber. De repente vas a la cocina y te apetece picar algo. Abres el bote de cereales y coges un puñado. Y te los comes así, como si fueran pipas. 

Aylim el otro día, mientras estábamos en su casa, sacó una bolsa de pipas. ¡Pipas! Yo creo que hay cosas que se me olvidan que existen. Las pipas se me habían olvidado, al igual que los espaguetis. No sé por qué los recordé cuando Aylim me invitó a comerlos. ¡Quiero espaguetis! Menos mal que somos como lo de “culo veo, culo quiero” y nos los compramos al día siguiente en la tienda turca. A ver si los hacemos algún día que ya tengo ganas. 

Mary se va a la tienda de Marleen a seguir con los diseños y las cosas caras. Ana y yo nos vamos al Action a ver si encontramos unos candados que sean mejores que los que tenemos, que a Ana le entra muy mal la llave y se le ha doblado y a mí ha empezado a darme fallos. ¡Madre mía! Que casi tenemos que quedar la bici de Ana amarrada en uno de los aparcamientos del Action. ¡La llave se ha doblado más de lo normal y no entra en el candado! ¿Qué hacemos? ¿Quedamos la bici o intentamos cargarnos el candado como unos locos? Cojo la llave doblada e intento ponerla recta, la meto en el candado y consigo abrirlo. ¡Menos mal! Ana no lo vuelvas a utilizar nunca. Pero en el Action no hay candados en condiciones, solamente los mismos que ahora tenemos en nuestras bicis. Mañana u otro día volveremos. 

Mary está sola en la tienda y nos invita a bocadillos de nocilla, pero yo no puedo ir porque me tengo que ir al restaurante. Hoy Ana no trabaja y se irá con Mary cuando terminemos de comer. Preparamos unos espaguetis. ¡Por fin! Qué ricos. Qué ricos en nuestras mentes porque tenemos tanta prisa que tenemos que sacarlos de la olla sin que estén del todo cocidos. ¡Qué más da! Y un poco duros y todos nos los llevamos a la boca. ¡Están comestibles! ¿Cómo no? 

Cogemos de nuevo nuestras bicicletas y nos vamos en dirección a la tienda de Marleen, Ana se queda con Mary y yo me despido de ellas hasta la noche. ¡Qué os vaya bien! ¡Que me sea leve! 

¡Mi contrato! ¡Que tengo contrato! No podía decirlo más tarde, necesitaba escribirlo ya. Desiré, la jefa, ha aparecido con un sobre en la mano mientras yo continuaba limpiando platos y me ha dicho que eso era mi contrato. Me ha salido una sonrisa de oreja a oreja y nos hemos apartado de la zona del lavavajillas. Nos vamos a la zona donde están todas nuestras taquillas y me explica un poco por encima todo, ya que está en holandés. Me da dos copias firmadas por ella y me dice que las lea detenidamente, que las traduzca y que cuando las firmes que le entregue una de ellas. ¡Seis meses! Un contrato de seis meses. ¡Desiré ven pacá que te doy dos besos y un abrazo que te quedo sin aliento! Pero no lo hago, simplemente le doy las gracias y ve como mi sonrisa crece por momentos. ¡Se me va a salir de la cara! Madre mía que a mí me daba algo en el restaurante. Mi primer contrato y en este sitio. La sonrisa se me marcó permanentemente durante todo el día. Tenía ganas de gritarlo, de salir de la sala del lavavajillas y ponerme en medio de todos los comensales. ¡Tengo contrato! Y saltar por todas las mesas que hay en el restaurante. Lo que pasa es que no hago nada de eso porque no quiero que me lo quiten de las manos, el contrato digo. Eso sí, a todos los cocineros, incluida Aylim, se lo digo y a todas las camareras que entran a quedarme platos y cubiertos sucios también. ¡Qué alegría! Si parece que he dormido toda la noche con una percha en la boca, como Rachel le dijo en uno de los capítulos de Friends a Mónica. “¿Qué te ha pasado? Parece que hayas dormido con una percha en la boca”. 

Les envío un mensaje a Ana y a Mary para decírselo y continúo fregando, más feliz que una perdiz. El trabajo pasa volando, a pesar de que haya mucha gente en él. Es raro que un martes salga a comer tanta gente fuera de casa. Una vez todo limpio me despido de todos y Aylim y yo regresamos a casa, en compañía de Gianlu, que lo recogemos en la puerta de su restaurante. ¡La cosa está claro que va de restaurantes! 

Y en la cocina están esperándome Ana y Mary, que están cocinando algo que parecen croquetas en una sartén. Han aprovechado la tarde y han ido a comprar espinacas para hacerlas en modo bollo frito, con huevo y harina. No me convence mucho la idea, aunque eso frito en modo croqueta no tiene tan mala pinta. Nos sentamos a la mesa y, como si de Popeye y Olivia fuésemos, nos comemos las espinacas que consigo comérmelas ayudado por un poco de mayonesa. Ya lo sabéis: la mayonesa lo arregla todo. 



-Hola. –dijo ella cambiando su rostro de felicidad a una seriedad infinita. –Te has dignado a venir a la presentación. Jamás pensé que te atreverías a hacerlo. –continuó, mirándole a los ojos y sin pestañear ni una sola vez. –Las cosas han ido demasiado bien desde el estreno. Ahora toca alejarte, marcharte de mi lado. No creo que todo esto te convenga. –él la miraba de frente, clavando los ojos en los suyos. –Vete, ya has escuchado lo que tenías que escuchar. 

El chico apartó la mirada de ella, agachó la cabeza y le dio la espalda. No se iría, tenía que quedar las cosas claras entre ellos. Decidió dedicarle unas palabras, las palabras que jamás se atrevió a decirle en su día. 

-Has contado nuestra historia. Lo has contado absolutamente todo. –dijo él, más decepcionado que nunca y recordando cada palabra que ella había escrito en aquel libro que estaba consiguiendo cautivar a las masas. –Cómo nos conocimos, cómo fue nuestra vida juntos y nuestra ruptura. Absolutamente todo, con pelos y señales. No creí que fueras capaz de hacer algo así. –el continuaba hablándole mientras le daba la espalda, ella le miraba la nuca. Aquella nuca que tantas veces había invadido con sus labios. 

-¿Has conseguido leer el libro? –preguntó ella sorprendida. –Cuando estábamos juntos a penas conseguías leer unas líneas del periódico y ahora consigues leer un libro de quinientas páginas. Es algo que jamás podré comprender… Nunca te has interesado en nada de lo que he escrito, nunca.-dijo, cabizbaja y bajando el tono de su voz. -Y ahora vienes a decirme que te has leído el libro. –hizo una pausa, esperando alguna palabra que la detuviera. -Pues sí. He contado mi historia, nuestra historia. No he utilizado ni tu nombre ni el mío, es una historia sin más. Solamente tú y yo sabemos que es real. Nadie tiene por qué saberlo. 

Él continuaba dándole la espalda, cada vez más negativo y decepcionado. Ella se detuvo y no continuó más, no tenía nada más que decir. Él supo que había llegado el momento de la despedida. No dijo ninguna palabra y comenzó a caminar por donde había venido, dejándola tras el escenario con un montón de libros que vender. Libros que contaban su historia, libros que llegarían a todas las manos del mundo. “Solamente tú y yo sabemos que es real. Nadie tiene por qué saberlo” recordó las palabras de la chica con la que tanto tiempo había compartido su vida y se alivió, pensando que sería mejor de aquella manera. Había compartido su vida con ella y ahora podía volver a vivirlo en quinientas páginas. 

Atravesó el escenario y comprobó que la sala ya estaba medio vacía, solamente unos periodistas y algunos curiosos rondaban en busca de aquella escritora tan famosa. El chico se dirigió a la puerta de salida y al llegar a ella se detuvo ante una mesa donde había decenas de ejemplares del libro. Observó la portada durante unos segundos, donde predominaba el título de la obra y el nombre de la autora. No pudo soportarlo más. Continuó caminando y desapareció tras la puerta de salida, quedando aquellos ejemplares de quinientas páginas sobre la mesa. Ejemplares en los que podías encontrar su vida vivida junto a la escritora, ejemplares en los que en la contraportada podía leerse en letra cursiva un peculiar y catastrófico “Basado en hechos reales”. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

"La tarta de toda la vida"

26 de Noviembre de 2012.

¡Hoy es el día libre para todo el mundo! Lunes en el que Mary no tiene que ir a la tienda, lunes en el que Ana no trabaja y lunes en el que yo tampoco trabajo. Me levanto temprano para dar unos retoques al vídeo de Daniela, pues he quedada con ella a las doce del mediodía y quiero tenerlo todo preparado. La semana pasada me dijo que quedaríamos el lunes pero no me dijo la hora en la que quería que fuera al estudio, así que le envío un correo para preguntárselo. 

Cuando estamos los tres en el salón planeamos el día de hoy y tenemos que hacer muchas cosas, a pesar de no tener que trabajar. ¡Nos han invitado a la tercera y creemos que última fiesta del año de cumpleaños de Gianlu! La celebración será, como no podía ser en otro sitio, en la casa de Aylim y Gianlu y queremos preparar una tarta de galleta y chocolate. Aylim dice que va a preparar cosas para pica, incluidas las tortillas de patatas, y cenaremos todos juntos. ¡Gianlu no se podrá quejar de cumpleaños! 

Desayunamos, nos duchamos, vestimos y nos vamos al Albert Heijn a comprar los ingredientes que necesitamos para la tarta, al igual que otras cosas que necesitamos para la casa. Antes de marcharnos reviso el correo pero Daniela no me ha contestado, me parece muy raro. No sé, este fin de semana me comentó que irían a Ámsterdam y a lo mejor tienen muchas cosas que hacer. Seguro que luego me llama o me contesta. Así que sin tener que ir al estudio a enseñarle el vídeo nos adentramos en la aventura de las compras que tanto nos gustan. 

Vamos al Albert Heijn, compramos, vamos al Action, compramos, vamos a la tienda turca, compramos, volvemos al Albert Heijn, compramos y así un montón de veces más. Creo que sumamos cuatro veces al Albert Heijn y dos veces al Action. ¡Las cajeras yo creo que ya nos tienen que conocer! La primera vez que estamos en el Albert Heijn recibo una llamada de Aylim para decirme que si le puedo dejar la bicicleta a Gianlu, ya que la suya está rota y la que se llevó de nuestra terraza está en el taller. Le digo que por supuesto, que no tengo nada que hacer y que tenemos la bici de Mary para transportarnos los dos. Quedamos con Gianlu en la puerta del Albert Heijn. ¡Estamos comprando cosas para tu tarta pero no lo sabes! Gianlu es un chico italiano, novio de Aylim y trabaja como cocinero en un restaurante del centro. En la puerta del supermercado nos dice que va a ir a comprar una aspiradora y unos zapatos. ¡Que la casa está muy sucia y tiene que limpiarla para esta noche! Le doy las llaves de mi bici pero cuando vemos que la de Marleen, a la que Mary le puso de nuevo la cesta en el porta paquetes, deducimos que nos podremos mover los dos en ella le quito las llaves de mi bici y le damos la de Marleen. ¡La mía no tiene cesta y sí que nos podemos montar Mary y yo! Gianlu se despide de nosotros y le decimos que tenga que buena compra y que lo vemos a la noche en su casa. ¡Vamos a seguir comprando cosas para la tarta! 

Una de las veces que llegamos a casa nos damos cuenta de que hemos comprado muchas cosas para la tarta. Tenemos un cartón de chocolate, uno de vainilla, una especie de lacasitos y confetis, canela y nata. Tenemos muchas cosas, muchas menos las galletas. ¡Y otra vez a por ellas! También compramos espaguetis en la tienda turca y aceitunas que parecen que son españolas. La marca se llama “Morenita” y nos han costado cuarenta céntimos, que estaban en rebajas. ¡No están mal! Queremos echárselas a los espaguetis pero al final, con tantos viajes a las tiendas y tanta tarta por hacer, decidimos hacernos unos sándwiches y eso es lo que comemos. ¡Qué más da! Si dentro de muy poco nos iremos de fiesta de cumpleaños. Además, hemos bebido café gratis en el Albert Heijn y hemos comido galletitas que acababan de poner en las pruebas. ¡Gracias por los alimentos gratuitos! 

Comenzamos a mojar galletas en la leche, a empaparlas y a colocarlas sobre una bandeja de cristal. Mary me riñe porque dice que no me he lavado las manos y Ana dice que parecemos un matrimonio cuando hacemos cosas juntos. Capa de galletas, capa de chocolate, capa de galleta, capa de vainilla y así unas cuantas de veces. Le añadimos canela y los lacasitos, confetis y nata los reservamos para antes de ponerle las velas. ¡Hemos comparado velas en el Action y unas tarjetas de cumpleaños! Le escribimos en ella una dedicatoria y después en la fiesta se la firmaremos todos los presentes. 

La tarta va teniendo muy buen aspecto cuando recibo un mensaje al móvil de Daniela. Me dice que lo siente mucho y que no ha podido avisarme, pero que podemos quedar el miércoles si me viene bien. Le digo que no pasa nada y que el miércoles nos vemos. Seguro que le ha pasado algo porque nunca me ha dado plantón. De todos modos hasta me ha venido bien, pues he pasado un buen día de compras. ¡La tarta está lista! Y un poco de vainilla y chocolate que sobra nos lo comemos con cereales. ¡Qué rico y qué lujo poder comer estas cosas por aquí! 

Comenzamos a vestirnos y Ana se va antes que nosotros para la fiesta, ya que ha sido la primera en arreglarse y es mejor que vaya a ayudar a Aylim antes de que lleguen el resto de amigos. Los trabajadores de Señora Rosa, Andrea, Mateu y Aser estarán allí, junto con Aylim y Gianlu y nosotros tres. ¡Qué buen grupo! Y todos trabajando en restaurantes, sea en el puesto que sea, pero en restaurantes. ¡Nuestro grupo está formado por cocineros y friega platos! 

Ya estamos todos en la casa de Aylim y Gianlu, preparamos la mesa y las sillas y nos sentamos todos, parece una cena de Navidad. Es entonces cuando caemos en la cuenta de que estamos los mismos que vamos a cenar el día de Navidad. ¡Por eso decidimos hacer los papeles para asignarnos cada uno a nuestro amigo invisible! Qué emocionante. 

Mary y yo escribimos los nombres de los ocho que estamos en los papelitos, los doblamos y los introducimos en un jarrón que tiene Aylim en el salón. Me los llevo a la mesa, pero tengo que esperar hasta que terminemos de cenar. ¡Y qué cena! Todo exquisito. Tortillas de patatas, queso, chorizo, atún con tomate y cebolla, panecillos para untar, patatas fritas, frutos secos, bebidas… había de todo. Nos ponemos las botas y parece que nuestro lado de la mesa se acaba antes que el otro. ¡Bromeamos sobre ello! Pobrecitos, que son nuevos y tienen hambre. Después de arrasar con los platos que había en la mesa vamos hasta la cocina y añadimos los confetis y la nata a la tarta. Todos firmamos en la tarjeta de cumpleaños, encendemos las veintitrés velas y apagamos las luces de la casa. Gianlu está en el salón cuando aparecemos con la tarta en las manos y contando el cumpleaños feliz. ¡Le gusta mucho la sorpresa! Sopla las velas y lee la invitación. Es divertido escucharlo, ya que al ser italiano y conocer tantos idiomas tarda un poco en leerla. “Cariño, ¿quieres que te la lea yo?” le dice a Aylim desde la otra punta de la mesa. Pero Gianlu la lee sin ninguna ayuda. 

¡El amigo invisible! Quiero hacer el amigo invisible. Ponemos las normas, precios mínimos de los regalos y hablamos del día en el que nos lo daremos. ¡Eso ya se irá hablando con el paso del tiempo! Comenzamos a meter, uno por uno, las manos en el jarrón que decoraba uno de los muebles de la casa y extraemos todos un papelito. Como no podía ser de otra manera tenemos que repetirlo varias veces porque nunca sale a la primera o, al menos, nunca a nosotros. ¡Hasta que por fin hay una vez que parece que ninguno nos ha tocado a nosotros mismos! Pues ala, ya tenemos un regalo que comprar. Ahora nos espera vivir un mes de “¿A quién le habré tocado, que le compra yo ahora a este, le gustará esto, quién me regalará, a quién le compraran los demás?” Va a ser un show. ¡Ya estoy deseando que llegue el día de los regalos! 

Disfrutamos de la tarta y de lo rica que nos ha quedado, para qué vamos a mentirnos. Las tartas de toda la vida son las mejores. Gianlu nos pregunta que de qué es la tarta y le decimos que en España es muy típico que tu madre te haga tartas de galleta y chocolate para el cumpleaños. Estas tartas se convierten en las tartas de toda la vida. Gianlu parece que lo entiende o, al menos, eso nos hace pensar. 

Después la noche continúa y la diversión agarrada de su mano. Jugamos a un juego que parece que Aylim está enamorado de él. Cada uno tenemos que escribir cuatro personajes famosos, en cuatro papeles diferentes y después todos los personajes se mezclan para formar un único montón de papeles cargados de personajes. Hacemos parejas: Aylim y Andrea, Mary y Aser, Ana y Mateu, Gianlu y yo. Hay tres fases: en la primera coges un personaje sin que nadie lo lea y tienes que describírselo a tu pareja para que lo adivine cuanto antes, en la segunda fase solamente puedes utilizar una palabra para que tu pareja lo recuerde y lo diga y en la tercera frase hay que hacerlo con mímica. La maravillosa mímica que tantas risas consigue sacarnos. Gianlu y yo no nos entendemos muy bien en el juego. Él utiliza palabras que no las entiendo, yo utilizo expresiones que él tampoco entiende y encima tenemos que tener en cuenta que es italiano y no conoce del todo nuestro idioma. La primera partida la perdemos nosotros dos y nos renegamos. ¡Queremos cambiar de pareja pero Aylim no nos deja! Nos obliga a que nos demos tiempo. Parecemos dos niños que escuchan lecciones de la vida de una madre. Vale. Nos damos otra oportunidad y quedamos los segundos. ¡Ole Gianlu! ¿Has visto? Y queríamos cambiar de pareja… 

Pasamos la noche haciendo mímicas. Es divertido ver cómo Mary imita a Fernando Alonso, cómo Andrea consigue con un solo gesto que Aylim adivine el personaje, ver a Gianlu dirigiendo un país para que yo diga la palabra “Berlusconi”, disfrutar de Mateu bailando un ballet como Billy Elliot, a Aser moviendo las caderas como Cristina Aguilera o a Ana lanzando espadazos al aire como Uma Thurman en Kill Bill. 

Y mientras continuábamos con el juego de mímicas una tarta de galletas y chocolate nos esperaba en la cocina para ser asaltada por segunda vez. Los trozos que han sobrado nos observaban con sigilo desde la encimera. Esperamos celebrar muchos más cumpleaños por estas tierras, esperamos celebrarlos de la misma manera y esperamos seguir fabricando estas tartas que tanto nos gustan. Esas tartas que te transportan a tus tardes de cumpleaños en la infancia, te llevan al momento en el que tu madre las preparaba en la cocina y al lugar en el que tus amigos la disfrutaban sobre un plato y con una cuchara de plástico. Esa tarta de galleta y chocolate, esa tarta que siempre conseguirá seguir siendo la tarta de toda la vida. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

"Any sunday"

25 de Noviembre de 2012.

A pesar de que anoche nos acostáramos a las tantas de la madrugada esta mañana me he levantado temprano para adelantar el trabajo del vídeo del “making of” de la sesión de fotos de Daniela. El salón está un poco más frío que la habitación donde dormimos, por eso me pego como una lapa al radiador y me cubro con mi manta de cuadros de la que estoy enamorado. El portátil sobre las piernas y a trabajar. También aprovecho la mañana para escribir algo de alguna carta y me quedo allí, en medio del desorden que forma parte de nuestro orden, esperando a que las dos bellas durmientes bajen con sus moños despeinados y sus marcas de nórdicos en la cara. 

Los pasos que se escuchan al bajar las escaleras traen de vuelta al salón y abandono por un momento el vídeo que estoy editando. Mary aparece tras la puerta. Mary o Freddy Krueger, ya sabéis el por qué. Nos damos los buenos días o, a lo mejor, ni eso hacemos. Seguro que muy pronto tras despertarnos de los colchones, los cuales hemos conseguido calentar durante toda la noche, bajemos las escaleras y nos saludemos con un “Eh”, desganado y casi sin ganas de vivir. Y el otro le conteste con un “Eeeh”, con un par de “e” añadidas. Espero, simplemente, no levantarme nunca así. 

Hoy es un domingo cualquiera, un día cualquiera, en una casa cualquiera de una ciudad cualquiera y de un mes cualquiera. Es un domingo cualquiera que está formado por un montón de cosas que pueden convertirse en “cualquiera”. Cualquier cosa. Hoy Mary no va a la tienda, Ana trabaja como todos los domingos y yo también trabajo, como hace menos domingos que lo hace Ana. Hoy es un domingo cualquiera, un domingo cualquiera que puede llegar a convertirse en un domingo importante, uno que destaque sobre los demás. Y es lo que sucede con este día. Empieza siendo uno cualquiera y termina siendo el domingo 25 de noviembre. ¿Qué tiene de especial este día? Pues tiene de especial que hoy hace exactamente dos meses que tomamos aquel avión desde Sevilla que nos trasportó a dos mil kilómetros de casa. Hoy es el día en el que cumplimos dos meses en Eindhoven. Sesenta y dos días en Eindhoven. Mil cuatrocientas ochenta y ocho horas. Ochenta y nueve mil doscientos ochenta minutos. Cinco millones trescientos cincuenta y seis mil ochocientos segundos. Una barbaridad de segundos las que hemos pasado en esta ciudad. Y hoy, simplemente, es un domingo cualquiera. 

Es bonito recordar todo lo que hemos vivido en estos días, en estas semanas, en estos dos meses. Dos meses que se convierten en los dos mil kilómetros que nos separan de casa. Recuerdo el primer día, el momento en que las ruedas del avión chocaron con el suelo de esta ciudad. Recuerdo que los tres nos apretamos fuertemente las manos, formando una perfecta unión en medio del pasillo de aquel pájaro gigantesco. Buscamos nuestras maletas en la cinta mecánica, las cogimos y comenzamos a rodar sus ruedas en busca de un autobús que nos llevara al albergue, donde tantas cosas nos pasarían y donde tantas noches dormiríamos. Estuvimos unos minutos perdidos en la ciudad, en medio de aquellas casas con tejados a dos aguas y en medio de aquella gente que paseaba en bicicleta. Fotografiábamos y grabábamos todo lo que veíamos. Nos convertimos en verdaderos turistas y ahora, poco a poco, dejamos de serlo para transformarnos en residentes de Holanda. El primer mensaje de texto que enviamos desde aquí, la primera llamada. Fue bonito escuchar a nuestras madres y sentir que sus nervios habían cesado por saber que estábamos bien, que habíamos llegado a nuestro destino. Hoy es un domingo para hablar y recordar nuestros pasos por esos sesenta y dos días de camino. Algún día, cuando estas cartas queden arrugadas en el fondo de un cajón o sus palabras queden envejecidas por el paso del tiempo cogeremos alguna de ellas y las leeremos. Seguro que consiguen transportarnos al lugar donde fueron escritas, al lugar donde fueron vividas. 

Creo que se está haciendo tarde y las palabras me colapsan la mente. Mary y Ana ya están en el salón, los tres estamos en él. Decidimos qué vamos a cocinar y lo cocinamos. ¡Las mejores comidas son las que los tres nos sentamos a la mesa! Son pocos los días a la semana en la que podemos comer los tres a la vez, por eso hay que aprovechar esos momentos. Disfrutamos de nuestra comida en la mesa del comedor, hablamos de todo un poco y planeamos el resto del día. Ana y yo tenemos que irnos a las cinco y media y Mary, que no tiene que ir a ningún sitio, queda con Aylim para irse a su casa. Hoy va a hacer una cena en su casa para la gente que anoche no pudo venir de fiesta con nosotros. ¡Va a preparar una paella! Y habrá tarta. Ayk¡lim, que también tiene libre los domingos, me dice que cuando salga del restaurante que me vaya a su casa, que seguro que siguen por allí. Ana no creemos que pueda ir, ya que los domingos es el día en el que limpian la cocina a fondo y terminan más tarde de lo normal. ¡Qué os lo paséis bien! 

A las cinco y media Ana y yo nos vamos, Aylim llega a casa y se va con Mary a comprar unas cosas al Albert Heijn. ¡Luego os veo! Ana y yo nos separamos y, como siempre, nos deseamos que nos sea leve. 

Los domingos no suele haber mucha gente en el restaurante, no al menos en el que trabajo. Así que me da tiempo a limpiarlo todo más a fondo y a subir al hotel del mismo restaurante a poner y quitar lavadoras y secadoras. Además la gente que trabaja en él me trata super bien y son muy simpáticos y atentos. Los días que coincido con Aylim ya son la caña de buenos, la caña de España. ¡Qué pena que los domingos libre! Bueno, así me obligo a practicar más mi inglés. 

Cuando termino llamo a Mary y me dice que sigue en casa de Aylim, celebrando la segunda fiesta de cumpleaños de Gianlu. Anoche nos lo pasamos en grande, cerramos la discoteca, cantamos, algunos iban más pasados de cervezas que otros y hasta el cumpleañero llegó a decir que su madre es una “profesionista que se acuesta con muchos hombres por mucho dinero”. Aylim le dijo a Gianlu que, por favor, no dijera tonterías. Ir en bici por la ciudad con unas cervezas de más gusta mucho más. El frío en la cara desaparece y el viaje a casa se hace más divertido. ¡A esas horas no hay ni coches y nos hacemos los dueños de las calles! 

Llego a casa de Aylim y allí siguen unos cuantos sentados alrededor de la mesa del salón, con algunos refrescos, un trozo de tarta y un juego de mesa, que tomaron prestado el otro día Aylim y Ana de una bar que nos gusta mucho. Echamos unas partidas, pinto en una pizarra que tienen tras una de las puertas un dibujo en el que aparecen Gianlu y Aylim y cuando decidimos irnos a casa nos despedimos de la pareja de enamorados y quedamos con ellos de nuevo para mañana. ¡Una tercera fiesta de cumpleaños para la gente que no ha podido estar ni el sábado ni hoy! Van a celebrar el cumpleaños por todo lo alto, sí señor. ¡Yo también quiero tres fiestas de cumpleaños! 

Regresamos a casa, después de este día cualquiera en una ciudad cualquiera. Regresamos al lugar donde dormiremos en unos colchones cualesquiera sobre una moqueta cualquiera. Hoy es un día cualquiera y, a la vez, todos los cualesquiera de este día se convierten en especiales, pues hoy hace dos meses que nuestro avión aterrizó en el aeropuerto de Eindhoven. Hace dos meses. Sesenta y dos días. Sesenta y dos cartas de Holanda. Mil cuatrocientas ochenta y ocho horas. Ochenta y nueve mil doscientos ochenta minutos. Cinco millones trescientos cincuenta y seis mil ochocientos segundos. Una barbaridad de segundos las que hemos pasado en esta ciudad. Y hoy, simplemente, es un domingo cualquiera. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

"Amigos para siempre"

24 de Noviembre de 2012.

Algunas promesas se realizan sin ganas, otras no llegan a cumplirse nunca y, sin embargo, algunas llegan a realizarse eternamente, para siempre. 

Siempre dijimos que estaríamos aquí, siempre lo dijimos. Siempre reímos a la vez, de las mismas cosas estúpidas y de las mismas cosas con importancia. Siempre quisimos llegar a lo más alto, luchar por lo más soñado y vivir siempre rodeados de nosotros mismos. Siempre. Siempre nos hicimos aquella promesa de no abandonar, de no tirar la toalla y de agarrarse a un clavo ardiendo con tal de seguir en este barco, este barco que se hunde y que, aún así, como un día dijimos, seguimos montados en él. 

Todo este tiempo lo hemos pasado juntos, agarrados de la mano. Todo este tiempo se convierte en el mejor tiempo de todos. Lo malo es, como algunas lenguas dicen, que los buenos tiempos siempre terminan desapareciendo. Siempre dijimos que el nuestro no desaparecería, eso hay que tenerlo en cuenta. No desaparecerá. Seguro que nuestro camino no es sencillo, como no lo es el camino de cada uno, pero está claro que será más llevadero si sabemos que hay alguien al otro lado. Alguien que te escucha, te extraña, te siente tan cerca y a la vez tan lejos. Ese alguien que desea fundirte en un abrazo, que ansía comerte a besos y mirarte a los ojos para confirmar que sigues siendo el mismo. Ese alguien que te hacía promesas al oído, susurrándote que seríamos amigos para siempre. 



Hoy nos hemos despertado con una canción en la cabeza. Los “Amigos para siempre” la cantamos a todas horas y no podemos evitarlo, cantamos muy mal. Eso ya lo sabemos. ¡Hoy es el día en el que Mary hace la prueba en el restaurante! ¡Hoy es el día en el que los estaremos fregando platos a la misma hora, pero en diferentes sitios! ¡Hoy es el día! Lo hablamos y decimos que somos un buen grupo de friega platos. Ana se convertiría en la más experta, estando en el nivel más alto de la cadena. Yo me convertiría en el nivel intermedio. Mary estaría en el nivel principiante. ¡Si esto fuera un videojuego no quedaba vivo ni un solo plato! Eso seguro. 

Al despertarse Mary se parece al terrorífico Freddy Krueger, el de las películas de miedo de las cuchillas en vez de dedos. Pues ese. Se despierta con su camiseta de rayas rojas y negras, igual que la que llevaba Freddy en sus pelis, y, además, tiene marcas en la cara que imitan el efecto quemado que el hombre llevaba en sus escenas. ¡A Mary se le pega demasiado el nórdico en su piel y le hace marcas casi permanentes! Ana, sin embargo, se levanta sin ninguna marca pero dice que hay noches que prefiere el sofá antes que ese colchón. ¡A desayunar! 

Y desayunamos echando de menos las tostadas que nos hacíamos en la pensión. ¡Qué tostadas! Qué buenos tiempos aquellos, buenos solamente por las tostadas de jamón york y queso porque por el resto de las cosas son mejores estos tiempos de ahora. A veces, se echa de menos asaltar una cocina en la madrugada y llenarte los dedos de nocilla. 

Lo primero que hacemos tras ducharnos y vestirnos es ir al Action a comprar unas cosas que necesitamos para la casa. ¿Estará la chica que nos decía que no era estúpida? Sí, sí, esa que no quiso devolvernos los cuatro euros. Al entrar por la puerta principal y repasar con la mirada a todas las cajeras la encontramos, en la segunda o tercera caja, con su cara de choni eindhovenesa tan carismática. Compramos y decidimos ponernos en su caja. ¡Hay que ponerse en su caja! Nos tiene que pedir perdón o, al menos, nos lo merecemos. Nos mira de reojo y nos reconoce, sabe que somos nosotros. Seguro que las cuatro monedas de un euro le están dando golpetazos en el interior de su cabeza. Nos saludamos y no nos dice nada, así que decido decirle algo. “We have four euros” (Tenemos los cuatro euros). “We are not stupid” (Nosotros no somos estúpidos). Si nos hubiera pedido perdón me hubiera cayado, pero ni una sola disculpa no se merece nuestro silencio. ¿Desde cuándo una cajera se comporta así de rabalera con un cliente? La chica nos mira con cara de haberse comido un limón entero, se pone un poco como un tomate y con su cara de superioridad chulesca nos dice adiós. La vamos a votar para Miss Cajera Estúpida 2012. 

¡Esta noche tenemos fiesta! Es la celebración del cumpleaños de Gianlu, el italiano novio de Aylim, y vamos a salir de fiesta con nuestro grupo de españoles. Pero antes hay que trabajar y cuando digo antes me refiero a los tres y cuando digo trabajar me refiero a fregar platos. Preparamos la comida y nos preparamos para comenzar la aventura de los friega platos. ¡Allá vamos! 

A las cinco de la tarde nos vamos Mary y yo al restaurante donde va a trabajar ella. Ana se queda en casa, pues aún es temprano para marcharse. Nosotros nos vamos antes porque voy a enseñarle a Mary un poco la dinámica de trabajo antes de que lleguen las seis. Ella va a trabajar normalmente en Vintage y yo en Auberge, ambos restaurantes de los mismos jefes, lo que pasa es que para empezar ella va a trabajar en el mío y yo en el suyo. Llegamos a las cinco y cuarto al restaurante, saludamos a los trabajadores con los que nos topamos y comenzamos con las clases de limpieza. Esto va allí, esto va en el otro lado, esto lo metes en el lavavajillas y esto no cabe, lo lavas a mano. Esto lo colocas en esa estantería, estos vasos son del bar y estos para la cocina, estas copas las pones en esta bandeja y esta bandeja se la das a una camarera. Los platos van allí, los cubiertos aquí, las bandejas grandes en este sitio y las pequeñas en el otro… y así un montón de cosas más. Desiré y Will, los jefes, nos ven por allí y se ríen al comprobar que al igual que Aylim me enseñó a mí yo le enseño ahora a Mary. Todos somos profesores de todos. Deseo a Mary la mayor de las suertes y me voy a mi restaurante. ¡Hasta luego! 

Las seis de la tarde y cada uno estamos limpiando en un restaurante. Es divertido. Las horas pasan limpiando platos y cubiertos, acaba la jornada y te pones a pensar en lo que has estado pensando todo ese tiempo y da la sensación de que no has pensado nada. ¿Cómo puedes pasarte tantas horas a solas contigo mismo y no pensar en nada? No lo sé. A mitad de la tarde aparece Mary en mi restaurante. ¿Qué haces aquí? Y como me pasó a mí el día anterior la han mandado desde el otro para que venga a por una langosta. Aylim se refiere a ellos como “Sebastián”, ya que no sabemos cómo se dice en inglés y ese era el nombre del cangrejo de La Sirenita. Mary coge su Sebastián, lo mete en un tupperware y se lo lleva al restaurante. Dice que va muy bien. ¡Luego te veo! 

Más tarde Mary me envía un mensaje para decirme que ya ha terminado y le digo que yo aún no, que me queda media hora o así. Así que viene al restaurante y terminamos entre los dos, parece que hoy ha habido gente. La cocinera de ese restaurante habla un poco español y le hace un bocadillo de queso a Mary. ¡Y qué bocadillo! Nos lo comemos a medias y eso era una delicia, y digo era porque ya está en nuestros estómagos. ¡A mí uno de los cocineros me ha traído un pescado riquísimo! Mary dice que le gusta más éste restaurante que donde ha estado hoy, las cosas están más a su altura y llega mejor a ellas. Dice que ha tenido dificultades con su altura. Normal. Las estanterías están en el quinto pino. ¡Menos mal que ella a partir de ahora va a trabajar en el Vintage, que es el de las cosas bajas! Terminamos y Ana y sus compañeros nos están esperando en la puerta. 

Mary y yo les saludamos corriendo y nos vamos, aún más corriendo, a cambiarnos de ropa a casa. Ana dice que parece que nos hemos hecho un lifting de lo cambiados que llegamos de casa. ¡Estábamos cansados y sucios! La ducha lo arregla todo. Nos reunimos con Gianlu, con Aylim y con el resto de amigos españoles. ¡Somos un buen grupo! ¡A bailar se ha dicho! 

Después de tantas horas de trabajo parece que lo único que te apetece es irte a la cama y descansar, pero una vez que sales de fiesta y comienzas a bailar la primera canción no puedes parar. ¡Ya descansarás! La vida no está hecha para descansar. Nos lo pasamos en grande, bailamos, reímos, bebemos cerveza, seguimos bailando y hasta cerramos el local en el que estamos. ¡Cierran a las cuatro de la mañana! ¡Todos a esa hora! Normal, tienen unos horarios muy diferentes a los españoles. Después de encender todas las luces del local, de cantar varias canciones a los cuatro vientos mientras que el resto de personas nos miraban y aplaudían nos vamos a casa. Como siempre cerramos la discoteca y damos la nota. Todos cantamos canciones de Estopa, rumbas y demás éxitos españoles hasta que nos dan pena los camareros y decidimos abandonar. ¡Qué bien lo hemos pasado! “Amigos para siempre na no naino chu mai frend, la la la lala nai no naio chu mai frend. Amigos para siempreeeee” Olé, olé. 



Escuchas su voz un día más y no puedes evitarlo. Las lágrimas que recorren tu piel van en busca de ese vaso de agua que algún día quedasteis a medias. Ese hilo de voz, que se derrama y se escapa de entre los labios, huye en busca de los que un día fueron sus oídos favoritos. Esos ojos, que se enriquecen de tu imagen, se entristecen y se hacen diminutos, intentando que el echarte de menos no sea algo rutinario. 

Siempre dijimos que seríamos amigos para siempre, siempre es mucho tiempo. Aún así cumpliremos nuestra promesa porque hay algunas promesas que se realizan sin ganas, otras que no llegan a cumplirse nunca y, sin embargo, algunas, como la nuestra, llegan a realizarse eternamente, para siempre. Tenlo en cuenta: realizarse eternamente, para siempre. Amigos para siempre. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.



martes, 27 de noviembre de 2012

"Broken bikes, invited food and good vibes"

23 de Noviembre de 2012.

Nos levantamos temprano, como casi todos los días, y me pongo como un loco a escribir las cartas que me quedan para ponernos al día. ¡Malditos días en los que estuvimos sin internet! Aunque ya queda menos para llegar a la carta del día en el que nos encontramos actualmente. Hoy es mi día libre, los viernes y los lunes, aunque no sé si hoy trabajaré o no. Si trabajo es porque no han conseguido contactar al chico que limpia y que el otro día no daba señales de vida. Si me llaman porque no saben nada de él es muy probable que no cuenten más con su presencia y que necesiten la ayuda de Mary. Sería muy bueno que los tres estuviéramos trabajando a la vez en el mismo puesto. ¿Os imagináis a los tres limpiando platos? Si hay que mantenerse los primeros meses así lo haremos, sin ningún pudor y sin ningún inconveniente. Eso lo tenemos más que claro. ¡No habrá ni una mancha de comida en un plato que se nos resista! 

Enchufo la cámara de video al ordenador y guardo todos los vídeos del “making of” de la sesión de fotos de Daniela. Tengo que hacer el vídeo porque el lunes he quedado con ella y con su marido para enseñarles algo de lo que lleve hecho. ¡Tranquilos que para el lunes seguro que está medio terminado! Esto de compaginar el trabajo del restaurante con el trabajo de Daniela es divertido, ya que son tan diferentes los estilos de trabajo que no te cansas de ninguno. Al menos de momento no. Continúo con el vídeo y empiezo a buscar algún tipo de música que le venga bien a las imágenes que grabé en la sesión. ¿Qué música le pongo? Es un dilema, tengo un dilema. Hasta que doy con una que parece que le agrada a mis oídos y que no queda mal si la escucho mientras veo los planos de las modelos. ¡Bien! Haré el vídeo con esa canción. Esperemos que quede bien. 

Hoy ha sido un día tranquilito, no hemos hecho muchas cosas fuera de lo normal. Hoy ha sido uno de esos días en los que has pasado tantas horas delante del ordenador que piensas que no has hecho absolutamente nada, aunque en realidad hayas hecho miles de cosas. El vídeo de Daniela va avanzando y me gusta los resultados que voy obteniendo. ¡Seguro que les gusta! 

Mary se va a la tienda de Marleen y después, un poco más tarde, cuando Ana continúa haciendo su puzle de mil piezas, me llama Desiré. Desiré es la jefa de los dos restaurantes donde trabajo y si me llama es porque necesita que trabaje hoy también. Descuelgo la llamada y escucho cómo me saluda desde el otro lado del teléfono. Me pongo nervioso, ya que con ella hablo en inglés, y me dice que si puedo trabajar hoy a las seis de la tarde. Le digo que por supuesto, me da las gracias y me dice que no saben nada del chico que limpiaba los días que yo no iba o, al menos, eso he entendido yo. ¿Le habrá pasado algo malo? Espero que simplemente se haya cansado de fregar platos y nos haya dejado el camino libre s nosotros, que tanto necesitamos el dinero para seguir viviendo aquí. ¡Trabajo! En mi día libre también trabajo. No me importa, me gusta la idea y lo que más me gusta es que seguramente mañana Mary empiece a trabajar en el restaurante al que yo no vaya. ¡Si el otro chico les ha fallado nos dirán que se lo digamos a Mary! Eso está más que claro. Pues nada, a las cinco y media me toca de nuevo, como a Ana, limpiar y limpiar. Pero qué limpios que somos. 

Ana me cuenta todo lo que ocurrió anoche con una bici, con otra bici, con Aylim, con el novio de Aylim, con no sé qué de una terraza y una cadena rota. Resulta que anoche, cuando decidieron venirse a casa después de unas cervezas, la cadena de la bici del novio de Aylim decidió no funcionar más y se partió. Oh, no. Es la bici que le compramos aquella noche al chico negro que vende bicis robadas, la misma noche que yo le compré la suya al novio, ya que él se enamoró de la que tenían aquella noche los negros. Pues ahora la cadena, sin saber por qué, se ha partido y no puede utilizarla. Hay que repararla cuanto antes. Ana, anoche, les recordó que nosotros en la terraza tenemos una que está con la rueda trasera desinflada. Es la bici que robamos aquel día de la puerta de la casa de la compañera de trabajo de Ana. Qué jaleo de bicicletas que tenemos. Todas son de todos. Aylim, su novio y Ana invadieron anoche la terraza y se llevaron la bici desinflada. ¡A ver si la reparan y así no tienen que reparar la cadena partida de la otra! Ana me lo cuenta todo y me imagino la situación. No puedo parar de reírme, me los imagino a los tres intentando no hacer ruido y bajando las escaleras con la bici desinflada. Resumen: Mary tiene su bici de Marleen en la tienda; Ana tiene la suya en la puerta de casa; yo tengo la mía, que se la compré al novio de Aylim, en la puerta de casa; y el novio tiene la bici que robamos y que estaba desinflada en la terraza de casa, la suya de la cadena rota no sé donde está. Bicis, bicis y más bicis. 

Más tarde recibo una llamada de Aylim. Han llevado la bici de la terraza a un taller y necesita saber si le puedo dejar mi bici a su novio, ya que tiene que ir a trabajar y no tiene cómo ir. Le digo que sí y que yo también tengo que ir a trabajar. Como ella y yo vamos al mismo sitio y a la misma hora podemos irnos los dos en su bici y así su novio se puede lleva la mía, que antes era la suya, a su trabajo. ¡Todo solucionado! Quedamos con ellos dos en la puerta de casa y enseguida aparecen. 

Nos despedimos de Gianlu, el novio italiano de Aylim, que se lleva la bici al trabajo e invitamos a ella a que se tome algo en nuestra casa. Ana y Aylim se beben un té y yo no me bebo nada. No me gustan los tés, me encanta como huelen pero simplemente se queda en eso. Es como beber agua caliente, y no soporto el agua caliente. Pasamos un buen rato hablando los tres, de todo un poco y de un poco el todo. Hablamos de nuestra vida en España, de nuestras vidas en España, de lo diferente que es todo aquí y de todas las cosas que estamos haciendo y experimentando. A la hora de la comida Aylim nos dice que tiene un montón de pasta en su casa, que nos vayamos con ella y así podemos irnos directamente al trabajo desde allí. Nos parece una buena idea. ¡Perfecto! Ella se va a casa y nosotros nos quedamos duchándonos y vistiéndonos, así no tenemos que volver después. ¡Enseguida vamos! Estamos deseando probar esa pasta tan rica que has cocinado. 

Llegamos a su casa, los dos montados en la bici de Ana, y entramos en ella. El maravilloso hogar que tanto nos gusta. Eso sí es una casa, lo nuestro más bien es un piso de estudiantes. Poco a poco. Aylim está dándole el último toque a la comida, ponemos la mesa y nos sentamos a disfrutar de la comida. ¡Otra llamada al teléfono! Y es Mary, que dice que Marleen le ha dejado la tarde libre hasta las siete y que dónde estamos. Le decimos que se venga a casa de Aylim y que hay comida, aunque ella ya ha comido. ¡Le doy la buena noticia de que va a trabajar el sábado, que mañana tiene una prueba! ¡Mañana tiene una prueba! Aylim ha estado hablando con Desoiré después de que me llamara a mí y le ha dicho lo de Mary. ¡Es genial! Mañana todos a limpiar platos. Las buenas cosas parecen que caen del cielo, es el destino. Está claro. 

Mary llega, se pone muy contenta por lo de su trabajo de mañana y un poco nerviosa porque va a ser su primer día. ¡La pasta está buenísima! Mary no come porque ya lo ha hecho en la tienda, pero la prueba. Aylim nos cuida demasiado, es un encanto de chica. Nos preparamos para irnos al restaurante, recogemos la mesa y nos ponemos en marcha. ¡A trabajar! Mary va a casa hasta que vuelva a irse un momento a la tienda y nosotros tres nos vamos en bici. Llevo a Aylim hasta el restaurante donde ella trabaja, ya que hoy no vamos al mismo, y me llevo su bici hasta el otro. Hablamos que cuando terminemos quedamos para irnos de nuevo juntos en bici. ¡Hasta luego! ¡Que nos sea leve a todos! 

Las cosas en el restaurante van bien. Ya os lo he dicho. Cada día estoy mejor y más contento. Hoy he dado clases de español a los cocineros. Son muy graciosos porque cada vez que me dejan una bandeja de metal que quieren que friegue me dicen “caliente” y la dejan sobre la mesa de donde recojo las cosas sucias. Dicen “caliente” porque las bandejas suelen estar muy calientes y es posible que te quemes con ellas. Y creedme: si un cocinero dice que algo está caliente, es que está caliente. Si lo dice otra persona no, pero un cocinero sí. Ellos sí que saben medir las temperaturas con las manos. Pues bien. Ellos saben decir “caliente” y me lo dicen porque soy español, aunque el resto de cosas me lo dicen en inglés. Es gracioso porque es la única palabra que dicen en español. Les digo que para decir “Is hot” (Está caliente) se le añade al “caliente” la palabra “está”. “Está caliente” repite Will, el marido de la jefa, después de que se lo diga un par de veces. “Está caliente” vuelve a decir. Qué graciosos. Nosotros seremos igual de graciosos hablando inglés. Al rato entro en la cocina para colocar algunos utensilios que he limpiado y están los tres cocineros diciendo “Está caliente, está caliente”. Me muero de risa al comprobar que mis lecciones de castellano dan buenos frutos. Qué situación. Los tres repitiendo como loros la mini frase es algo que no se ve todos los días. Me llevo bien con ellos, qué pena que hoy falte Aylim para darle nuestro toque de música a la jornada. ¡Todos los días terminamos cantando alguna rumba española y los cocineros nos siguen el rollo tarareando o bailando con alguna espumadera en la mano! Me encanta. 

Hablo con mi jefe, el cocinero marido de Desiré, y le digo que mañana viene mi amiga a trabajar a ese restaurante y que yo voy al otro. Le digo que me acercaré con ella un rato antes para explicarle las cosas y dice que sí, que todo perfecto. A ver si hay suerte y a Mary se le da bien el trabajo. ¡Seguro que sí! 

Al salir del trabajo me monto en la bici de Aylim y voy a por ella a la puerta del otro restaurante, que están muy cerca el uno del otro. Los dos nos vamos en busca de su novio para que me devuelva la bici. Una vez los tres juntos me monto en mi bici y les dejo a ellos con la de Aylim. Me despido de ellos, que van a quedarse a tomar algo, y vuelvo a casa, donde está Mary. Ana aún no ha terminado. 

Le cuento a Mary todo lo que he hecho hoy, me cuenta todo lo que ha hecho ella y le explico un poco todo lo que va a ver mañana en el restaurante. Le digo que nos iremos a las cinco para explicarle todo con detalle y así evitar el mayor número de dudas. Después de una larga charla vemos un par de capítulos de la serie “Prison Break” y nos vamos a la cama, a los colchones mejor dicho. Mañana será un gran día. ¡Buenas noches! 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

"El interior de nuestra casa"

22 de Noviembre de 2012.

Las camisetas mojadas estaban colgadas del tenderete, en medio del salón, junto a un par de pantalones y varios conjuntos de ropa interior, tanto femenina como masculina. Una de las toallas del baño se seca apoyada en el radiador y los marcos que transportan fotos de algunos familiares decoran el pollete de madera de la ventana. el sillón de cuero se deja calentar por los pocos rayos de luz que entran en la habitación, varias tazas de porcelana, algún que otro bote de cereales y un par de servilletas de papel invaden la madera de la mesa. Una bolsa de plástico del Albert Heij cuelga del manillar de una de las puertas, un puzle de mil piezas casi completo se expande por la mesa negra del salón y un par de chaquetas no permiten que se contemplen los respaldos de las sillas. La alarma de un teléfono móvil suena unos metros más arriba de aquel lugar. La hora de comenzar el día había llegado. 



¡Esta mañana nos levantamos con más energía que nunca y Mary y yo decidimos salir a correr! Es cierto que ella ya ha salido un par de veces a dar una vuelta a nuestra manzana. Llegaba de la tienda de Marleen y, como Ana y yo estábamos en el restaurante, se vestía de deporte, colgaba sus auriculares de las orejas y comenzaba a correr, como si el mismo vecino invisible fuera tras ella, por las calles frías de la ciudad. Al llegar a casa Mary comenzaba a hacer abdominales sobre el colchón cutre de cuadros escoceses que quedó jubilado cuando los buenos invadieron la habitación. Pues muy bien. Hoy salimos los dos, con nuestros chándales, nuestras radios y nuestros auriculares. Como Rocky Balboa entrenándose para el mejor de los combates huimos de casa en busca de una liberación de tensión, energía y un poco de ejercicio, que es muy sana para nuestros cuerpos serranos. 

Al llegar de nuevo a casa, tras nuestra vuelta a la manzana, decidimos seguir caminando y encontramos el callejón por el que se llega hasta nuestro cobertizo. Ana ya lo conoce, porque se lo enseñó el tipo de la agencia el día en el que nosotros íbamos transportando los colchones en el carro de la compra, y ahora queremos conocerlo nosotros. Nos metemos por el callejón y hay muchas puertas, cada una de ellas se comunica con cada jardín bien cuidado de nuestros vecinos. El único que tiene malezas y parece la selva de Tarzán de los monos es el de nuestro vecino invisible. Qué poca vergüenza. ¡Mira! Éste es nuestro cobertizo, pero no tenemos llaves. Le volveremos a repetir a los de la agencia que nos las entreguen ya. ¡Queremos meter nuestras bicicletas en él! 

Una vez en casa tiramos el colchón en el suelo, el de cuadros escoceses, y continuamos con nuestros ejercicios. Supongo que al menos mi rutina de ejercicios nunca avanzará mucho más que esto. Siempre he sido muy vago para el deporte, para qué me voy a engañar. Hacemos cincuenta abdominales cada uno y ya está. A desayunar, que hay que reponer fuerzas. ¡Nos comemos un pomelo! Qué rico, aunque muy fuerte. 

Mary tiene que entrar en la tienda a las dos y Ana y yo trabajamos a las seis. Antes de llegar esas horas Ana decide continuar con su puzle, ya que está enganchada a él, y Mary, cansada de que los ratones invadan nuestra cocina, decide tapar todos los agujeros de los tubos de la calefacción con bayetas de cocina. ¡Se vuelve loca en la cocina! Bayeta aquí, bayeta allí. Una vez todas colocadas decide colocar a los ratones y empapa todas las bayetas y todo el suelo que las rodean de amoniaco. ¡Que se intoxiquen! Que se intoxiquen, que tosan y que no vuelvan más a nuestra comida. ¿Los ratones tosen? Por suerte el pan duerme todas las noches en el armario del salón. 

¡Y por fin podemos llegar a casa y pulsar un interruptor de la luz! La bombilla del salón estaba fundida y teníamos que ir encendiendo un montón de lámparas a nuestro paso. Ahora enciendo este flexo, ahora las luces de navidad, ahora este otro flexo y así hasta que conseguíamos una luz adecuada. Tenemos tantas luces en casa que podemos montar nuestro propio festival de la luz. Decidimos colgar la lámpara negra, que antes era blanca y que pintamos de espray en la terraza, en el techo del salón. Mary baja las escaleras para cortar la luz y pone un taburete sobre la mesa del salón. Se sube al taburete, yo le sujeto la lámpara y Ana vigila al final de las escaleras, por si el vecino invisible sale de casa para darle a los interruptores. No queremos que Mary se quede churruscada en medio del salón, aunque no quedaría mal de percha. ¡Después de unos cables cortados y empalmados ya tenemos lámpara! Dale, dale al interruptor. ¡Y funciona! Qué gusto encender la luz del techo en el salón. Le devolvemos la luz al vecino, que no sabemos si se la hemos quitado. Es tan invisible que ni le hace falta la luz para vivir. 

Ana y yo comemos sándwiches, no tenemos ganas de cocinar nada, y Mary también se come uno antes de irse a la tienda. Cuando nos quedamos solos Ana continúa con el puzle y, como necesita música para distraerse, me voy a la cocina, que se está más calentito, y me pongo a escribir allí, ya que con la música no me concentro. Ana no se puede poner auriculares porque no tenemos los adecuados para su móvil. No hay problema. Te quedo con la música en esta parte y yo me voy a la otra con la mía. 

Antes de la hora en la que nos vamos a trabajar pasamos tiempo juntos en el salón, mientras que nos duchamos y nos vestimos. Las cinco y media llegan demasiado pronto y llegan con la noche, porque ya es medio de noche a esa hora. Qué tristeza. Cuando los días terminen a las cuatro de la tarde vamos a tener que levantarnos a las cinco de la mañana para que nos dé un poco el sol. Vampiros en Eindhoven, es lo que vamos a parecer. 

A las cinco y media nos vamos al trabajo. Hablamos de que hoy jueves nos vayamos a casa y que mañana viernes salgamos un rato a tomarnos una cerveza. Además el cumpleaños del novio de Aylim es el domingo y lo celebraremos el sábado por la noche. Después de los restaurantes nos iremos de fiesta. Ana y yo nos despedimos y cada uno nos vamos a nuestro puesto de trabajo correspondiente. ¡Lavavajillas allá vamos! 

Los días cada vez se llevan mejor como friega platos, hasta le vas cogiendo el gustillo a esto. ¡Que vengan platos a mí! Hay momentos de tensión y de agobio, ya que los cubiertos y utensilios se apilan a tu lado y crees que no das a bastaos. Pero, más temprano o más tarde, ese montón siempre se queda en nada. No hay que agobiarse. Plato, plato, lato, olla, olla, sartén, bandeja, bandeja, patata frita… Ups. ¡Esa va a la boca! 

Antes de llegar a casa recibo un mensaje de Mary para decirme que tiene una sorpresa para Ana y para mí. Viniendo de ella me imagino cualquier cosa. ¿Será un regalo que ha hecho con sus propias manos? ¿Una cena rica, una bici nueva, una foto enmarcada del vecino invisible? ¿Será una caja llena de billetes de quinientos o unas entradas gratis para un buffet libre? ¿Ha conseguido latas de atún, aceitunas tan ricas como las de España o una bolsa de Risquetos? No sé, se me ocurren miles de cosas. Encadeno mi bici a la tubería de siempre, abro la puerta de casa, subo las escaleras y Mary me recibe al final de ellas. ¡Ala que chulo! En la puerta de la cocina ha hecho unas letras de color naranja donde puedes leer “Kitchen”, que es “cocina” en inglés. En la puerta del salón hay una tarjeta en la que no entiendo lo que pone. ¡Es una invitación en holandés para que entres en nuestra casa! Qué chulo. Tras la puerta hay muchas más cosas pegadas, unas frases de Francisco de Quevedo y Villegas sobre el gusto que da cagar pegadas en la puerta del servicio y una de las paredes del salón invadida con postales que hemos ido recogiendo de los sitios que hemos visitado desde que llevamos aquí. ¡Qué guay! Me gusta mucho todo. ¡Hasta hay unas perchas colgadas de la pared que funcionan como revisteros! 

Mary y yo nos vamos cada uno a nuestro colchón, después de haber visto un par de capítulos de la serie a la que he enganchado, y Ana aún no ha llegado, suponemos que ha salido a tomar algo con sus compañeros de trabajo. ¡Buenas noches! 

Y cuando los sueños invadían nuestras mentes Ana llega a la habitación. ¡Dice que al novio de Aylim se le ha roto la cadena de la bicicleta que compramos el otro día y que han venido todos a por la que teníamos sin arreglar en la terraza! ¿Qué quién dices que se ha llevado la bici de dónde? No nos enteramos muy bien porque estamos medio dormidos, así que le decimos a Ana que nos lo cuente mejor mañana. Good night. 



El interior de nuestra casa, en donde ahora la bici de Marleen, como todas las noches, duerme apoyada sobre las escaleras. En esas escaleras en las que unos huesos de animales invaden el hueco que hay en ellas. Ellas, que son las dos hermanas que duermen a ambos lados de mí, que duermo en el medio. En el medio de comunicación es donde creemos que ha aparecido la noticia de algo que sucedió el otro día en nuestra calle. Las calles que quedan rodeando nuestra casa, donde formamos una nueva vida y una nueva familia. Familia de ratones que invaden nuestra cocina cada vez que no estamos en ella, lo hacen siempre. Lo que siempre hemos sido, una familia, y lo que seguimos siendo ahora. Ahora que estamos tan lejos de las nuestras y tan cerca de nuestros sueños, que luchamos para seguir caminando tras ellos, sin que ante nuestros ojos ninguno quede invisible. Invisible como el vecino, que todos desconocen su identidad y nunca ha hablado con ellos. Ellos, que son los amigos nuevos que conocemos más cada día, cada día que pasa. Pasa hasta el Jumbo o el Albert Heijn, nuestros supermercados favoritos, en los que se nos detiene el tiempo. El tiempo que tan deprisa corre. Corre como las cosas que nos gustan, que nos hacen sentir bien y que nos incitan a seguir caminado con fuerza por esta ciudad. Ciudad en la que vivimos desde hace casi dos meses y que ya sentimos que forma parte de nosotros. Nosotros, que dormimos plácidamente cada uno en nuestros colchones de segunda mano. Mano, que han sido las que han pegado todas esas tarjetas de diseño en nuestras paredes de casa, decorándola para sentirnos más arropados. Arropados en este nuevo hogar, en esta continua aventura, esta nueva vida. Vida, que es lo que transcurre en el interior de nuestra casa. Casa, que es donde estamos. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

domingo, 25 de noviembre de 2012

"The Pied Piper of Hamelin"

21 de Noviembre de 2012.

A las siete suena nuestra alarma. ¡Arriba! Mary dice que tengo mucha fuerza de voluntad para eso de levantarme temprano, así que me dice que cuando me levante de la cama que la obligue a salir de ella. Así que cuando me levanto la remuevo y, desde la puerta de la habitación, la remuevo de nuevo con ayuda de mis pies. Mary gruñe y se acurruca de nuevo entre el nórdico. Ana duerme tranquilamente en su colchón. Las dejo allí, ya se despertarán cuando quieran. 

Una vez en el salón me acurruco en una de las sillas que tenemos, me pego como una lapa al radiador y me echo la manta de cuadros, que me traje de mi casa, por encima. Con el portátil en las piernas comienzo a escribir una de las cartas y me acuerdo de Mary, que sigue arriba. Cojo el móvil y como tenemos llamadas gratis la llamo hasta que me lo cuelga y al cabo de unos segundos ya escucho sus pasos bajando las escaleras de la habitación. 

Mary continúa con su búsqueda de cosas para la casa que tienen que diseñar y yo, al terminar una carta, comienzo a hacer cosas para el trabajo de Daniela. A las doce he quedado de nuevo con ella en el estudio. Mary, para descansar un poco de la búsqueda de cosas para la casa, empieza a realizar un invento para colgar una de las lámparas que Marleen nos regaló uno de los primeros días que comenzamos a vivir en la casa. Comienza a buscar una cuerda que encuentra y comienza a atar en la barandilla que hay en el marco superior de la ventana, una barandilla que es para colgar una cortina que no creo que lleguemos a colgar. Una vez la cuerda atada en esa parte del salón la lleva hasta una de las paredes más cercanas y la ata en ella también, ayudándose por una punta que hay. Y sobre la cuerda pretendía colgar la lámpara, ya que no se puede colgar del techo porque es una lámpara de diseño y se enchufa, no va unida con cables a la luz. Es raro. Miro lo que Mary está haciendo y parece un tenderete. Le pregunto que si después colgaremos las bragas y los calzoncillos en la cuerda sobrante. A Mary tampoco le gusta la idea y quita la lámpara, que parecía imitar a un equilibrista del circo caminando sobre la delgada línea. ¡En este caso la delgada línea no era roja, si no marrón! 

¡Dos ratones en nuestra cocina han muerto! Dos ratones en la misma trampa, solamente que uno de ellos no estaba entallado por ella. Mary ha descubierto, cuando ha ido a la cocina, que había un ratón muerto bajo el hierro que salta cuando invades la trampa y uno, más pequeño que el de la trampa, muerto a su lado. ¡Creemos que ha muerto del susto! Irían los dos juntos, uno más aventurero que el otro, y ¡ZÁS!. Algo aplasta a su compañero y a él le da un infarto. Ha sido del susto o de pena, porque después Mary dice que el pequeño tiene cara de niña, que es posible que fueran madre e hija. Qué pena. Estamos acabando con la familia de Ratatouille. ¡No ves que ese ratón era cocinero! Vienen todos a buscarlo a ella. Lo sentimos mucho Ratatouille pero no queremos que ni tú ni tu familia atraquéis nuestra cocina. Bueno tú si nos cocinas sí. No sabemos qué vamos a hacer pero no podemos seguir así. ¡Hay que buscar en las páginas amarillas el número de teléfono de El flautista de Hamelín! Lo que no soluciona una trampa y un cacho de queso que lo solucione una flauta. 

Cuando Ana se despierta Mary y yo estamos preparándonos para irnos cada uno a nuestras citas. Mary tiene que irse a la tienda y yo tengo que ir al estudio de Daniela. Pasamos cinco minutos hablando y nos vamos. Mary está sola en la tienda porque Marleen le dijo que necesitaba quedarse en casa trabajando con Derek, Ana tiene el día libre y yo voy a lo de Daniela y a las cinco y media me voy al restaurante. 

Hablo con David, el marido de Daniela, de muchos programas de diseño y de que él me va a enseñar a utilizarlos. Me recomienda que me descargue uno y que practique con él en casa. Además me dicen que Daniela mañana comienza su primer día impartiendo clases en la escuela de diseño y que está un poco nerviosa. Me dicen que regrese el lunes y veamos todos un poco del montaje del vídeo de la sesión de fotos. ¡Perfecto! El lunes volveré y a ver qué os parece mi montaje. 

Vuelvo en bici a casa, donde me espera Ana. ¡Da gusto tener cada uno nuestra propia bici y andar por la ciudad a nuestro antojo! El otro día Ana casi es atropellada por un coche que casi no nos ve en un cruce. El coche iba muy despacio y mirando de lado a lado pero no nos vio. Ana giró y el coche frenó al verle, a una distancia considerable, pero m asusté. Resulta que le han dicho a Ana que la próxima vez se deja atropellar. ¡Que a los de las bicis siempre les pagan! Ya sabemos qué vamos a hacer si no tenemos dinero: ¡Convertirnos en uno profesionales de la caída libre en bici sobre capós de coches! Y el bolsillo lleno, ¿no? 

Mary, aún desde la tienda, nos envía un mensaje a uno de los móviles. Ana ha comenzado a hacer un puzle de mil piezas, el que compramos en la tienda de segunda mano por un euro y estaba precintado, y yo estoy escribiendo una carta. En el mensaje pone que podíamos comprar espinacas y hacerlas de cena. ¿Espinacas? A mí no me entusiasma mucho la idea pero le decimos que después vamos a la tienda turca y las compramos. Ana continúa poniendo piezas sobre la mesa del salón y yo escribiendo. ¡Ana se ha viciado a eso del puzle! Lleva un buen ritmo, en un par de días seguro que lo ha terminado. Qué graciosa. Ha cogido varios tuppers para clasificar las piezas, ya que se diferencian muy bien las que son de la zona del río del paisaje y las que son del cielo. Es una bonita foto la que representa el puzle, es una ciudad y no sabemos cuál. 

La tarde se pasa y la hora se nos pasa. ¡Las espinacas! Pues ya no nos da tiempo a comprarlas, no lo hemos hecho a posta. Eso que quede claro. Así que no vamos a la tienda turca y las espinacas se las dejamos a Popeye. ¡Y seguido de eso me voy al restaurante! 

Al llegar a casa las buenas noticias radian de mi boca. ¡Mary puede tener una oportunidad como friega platos en los restaurantes donde yo ahora trabajo! Estábamos terminando la jornada de hoy y mi jefe, Will, ha dicho que el otro chico que friega platos en el otro restaurante hoy tenía que trabajar y que no ha dado señales de vida. Dice que lo han llamado por teléfono, que no les contesta ni que les devuelve la llamada. Así que, deseando que no le haya pasado nada malo a ese chico, si la cosa sigue así Mary puede tener un trabajillo de dos o tres días. Espero que así sea y podamos ser todos unos friega platos. ¿Os imagináis? Ana friega platos, Mary friega platos y yo friega platos. Algo es algo y para empezar no está nada mal. ¡Friega platos al poder! No se nos resistirá ni una mota de comida en la porcelana de la vajilla. 

Nos vamos a la cama, con ilusión porque Mary pueda llegar a ganar también algo de dinerillo y con el estómago sin espinacas. Mañana hay que sacar la basura, que no se nos olvide. Mary ya está tumbada en su colchón, yo en el mío y esperamos a que llegue Ana. Desde lo alto de nuestro torreón que tenemos como habitación escuchamos un espantoso chillido que viene desde abajo. Ana chilla. Ana chilla en la cocina. Ana chilla porque dice que ha visto un ratón. Mary, en serio, dame el libro de las páginas amarillas que busque al flautista. ¿Qué lo busco por la F de flautista o por la H de Hamelín? Flan, flacidez, flamenco, flexibilidad, flotante, flojera, flauta, flautista, flema… ¡Flautista! Aquí está. Flautista: persona que toca la flauta. ¡Mierda! Esto es un diccionario. 



Al otro lado del mundo, o muy cerca de aquí, en Hamelín, que no sé muy dónde está eso, un hombre con un sombrero en forma de pico y una flauta en el bolsillo recibe una llamada en su teléfono móvil de última generación. Una melodía de flauta comienza a sonar, de manera ascendente y en formato poli tono. Coge el aparato y el fondo de pantalla en el que aparecen unos ratones alabando una flauta queda sustituido por una llamada entrante de un número desconocido. El hombre desliza uno de sus dedos por la pantalla táctil y se lleva el teléfono al oído. 

-Sí, aquí El Flautista de Hamelín.-dijo el hombre nada más descolgar la llamada. –Ajá, yes, yes. Entiendo. Sí, sí. Eindhoven. Vale, vale. Perfecto.-el flautista afirmaba continuamente moviendo la cabeza. -Rubensstraat, encima del vecino invisible. Vale, vale. Sí, conozco su caso. Hasta luego. 

Y el hombre colgó su teléfono, poniéndose de camino hacia Eindhoven, en busca de una casa en Rubensstraat, encima del vecino invisible. Comenzó a afinar la flauta. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.