Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 23 de noviembre de 2012

"The free days"

19 de Noviembre de 2012.

¡Y hoy lunes todos tenemos el día libre! Qué bien, así que decidimos aprovechar la mañana comprando pantalones. El otro día fueron las zapatillas de Mary y hoy tocan unos pantalones para mí. Los únicos vaqueros que tengo, vaqueros, vaqueros digo, se han roto un poco en la pierna, aunque da igual porque esos pantalones son rotos. Muy modernos ellos. Pero solamente me he traído unos, acompañados por otros más pero que no son aptos para llevármelos al restaurante. Decido que necesito unos, unos vaqueros que pueda ponerme todos los días en el restaurante y no estropear el resto de los que tengo. Además ¡qué poca ropa cabe en una maleta de veinte kilos! Cuando teníamos la ropa metida en ellas parecía que teníamos más pero ahora, vistas en los armarios, dan más pena todavía. ¡Pero no nos quejemos de ropa que hay mucha gente peor! Si hay que ponerse tres días seguido lo mismo lo vamos a hacer. ¡Venga! Vámonos a por unos pantalones baratos, los más baratos posibles. 

Cuando cogemos las bicicletas para irnos al centro recibo una llamada de teléfono. ¿Quién es ahora? Es mi número holandés y ese número lo tienen cuatro personas, y a dos de ellas las tengo ahora mismo delante. ¡Daniela! Daniela me está llamando. La diseñadora de ropa con la que he quedado varias veces me dice que si puedo ir más tarde con ella y su marido para hablar del vídeo que grabé el otro día. Por supuesto le digo que sí y quedamos a las dos y media en una cafetería del centro. 

Y como si de Julia Roberts nos tratásemos en la película “Pretty Woman” cuando va cargada de bolsas de ropa por el centro de la ciudad caminamos los tres por el centro de nuestra ciudad, entre las tiendas y escaparates. La única diferencia es que no tenemos el bolsillo de Julia ni la cantidad de bolsas que llevaba ella. Nosotros solo tenemos una cartera escasa de fondos y una bolsa con los vaqueros más baratos de la tienda. ¡Ya los hemos comprado! A la primera y en la primera tienda. Los vimos el otro día en el escaparate y le echamos el ojo. Eso son los nuestros, los míos. Y ya son míos. 

Con los pantalones en la bolsa decidimos seguir caminado por el centro y damos una vuelta por el Piazza, un centro comercial muy grande que hay en mitad de la ciudad, frente a la inmensa calle de las tiendas. ¡También bajamos a un parking subterráneo que hay bajo el suelo del centro! No es un parking normal y corriente, si no que es un parking de bicicletas. Cientos de bicicletas quedan aparcadas bajo el suelo de la ciudad. Mary y yo flipamos, Ana ya lo había visto antes. Y antes de llegar al centro comercial el Dios de Holanda nos manda una señal, o no sabemos exactamente qué era eso. Un chico negro se presenta a nosotros, con muchos folletos en la mano, y comienza a hablarnos en inglés. De repente aparece un compañero suyo, este hombre de color blanco, y ambos comienzan a decirnos que Dios nos quiere a todos. Nos entrega un folleto de esos a cada uno y le decimos que lo sentimos pero que no tenemos tiempo. “¡Ah, que esto es de religiones y cosas de esas!” dice Ana en mitad de la conversación, ignorando las intenciones de los hombres que querían adentrarnos en la cultura religiosa. Además le digo que Mary no cree en el Dios de Holanda y nos despedimos, no vaya a ser que se mosqueen. ¡Bye! 

Cuando va llegando la hora de la comida española decidimos ir a la tienda tan barata de hamburguesas y patatas. Antes pasamos de nuevo por el sitio donde los dos tipos nos han dicho que Dios nos quiere a todos y el de color blanco está dejándose la garganta encima de la plaza. Predica a voces su misión. ¡Dios de Holanda! Si ese es el nuevo Jesucristo mándanos una señal. Pero el Dios de Holanda no hace nada. Continuemos en busca de nuestra hamburguesa. Pensamos que por comer fuera de casa un día no va a pasar nada y que es un día especial. ¡Hoy libramos los tres! Son pocos los días en los que podemos estar tanto tiempo juntos, aunque después tenga que irme un rato con Daniela no pasa nada. No lo tenemos en cuenta. ¡A comeeer! 

Con las hamburguesas y las patatas en las manos nos sentamos en los bancos de madera que pertenecen a la tienda y disfrutamos de nuestros alimentos, que para nosotros aquí son especiales, ya que los comemos muy pocas veces. Ana nos dice que le han dicho que hay un estudio que afirma que si comes muchas patatas te vuelves tonto. Ponemos caras raras y suponemos que es si comes muchas patatas y todos los días. Qué miedo. No creo que nos preocupe mucho el Síndrome de la Tontuna Patatuna. ¡Si nosotros ya hacemos demasiadas tonterías! 

Regresamos a casa con el estómago medio lleno, cojo el ordenador y la cámara de vídeo y me despido de Ana y Mary. ¡Me voy con Daniela! Aparco la bici en unos aparcamientos que hay cerca de donde creo que está el café y pregunto a una chica que pasaba por allí. Me dice dónde está, señalando con el dedo y le doy las gracias. ¡Gracias! El café está al lado de los aparcamientos, cerca de donde grabé el “making of” de la sesión de fotos, y entro en él. Allí están Daniela, David y la chica que tienen de prácticas. Todos están con sus portátiles, ya que el local tiene wifi gratis, y me invitan a un capuccino. Una vez sentado en la mesa y conectado a internet le enseño a David, el marido de Daniela, los vídeos que grabé le otro día en la sesión de fotos. Me dice que le gustan mucho los planos y que es un buen trabajo. Ahora hay que editarlo y resumirlo en un vídeo de dos minutos. Paso un buen rato agradable con ellos, después vamos al estudio y minutos más tarde me dicen que podemos quedar otro día. Me despido de ellos y regreso a casa. ¡Qué feliz estoy! A David le han gustado los vídeos. ¡A trabajar en él para hacer un buen montaje! 

Cuando llego a casa Ana y Mary no están, las llamo y me dicen que han ido a visitar la casa de una pareja de españoles que también salen con nosotros de fiesta. Son muy buena gente y le han dicho a las hermanas que podían ir a tomarse algo con ellos. Mary y Ana me dicen que quedamos en unos minutos en el centro porque ya han terminado la visita. ¡Perfecto! Quedamos en la puerta del Mediamark. Allí os espero. 

Aparco la bici y entro en el Mediamark, ya que estoy en la puerta aprovecho y me pongo los dientes largos. ¡Y vaya que si me los pongo largos! Una enorme televisión cuelga de una de las paredes de la tienda. Hay mucha gente mirándola con gafas de 3D puestas así que decido hacer lo mismo. Qué pasada. Creo que son las mejores imágenes de 3D que he visto nunca. Me quedo embobado varios minutos ante las espectaculares y conseguidas imágenes, hasta que Ana y Mary llegan por la puerta. Les digo, emocionado, que cojan una gafas y los tres, como tontos, nos quedamos mirando los efectos de la tercera dimensión. Una pasada. Creo que en esos momentos los síntomas de las patatas fritas hacen efecto y nos quedamos más tontos de lo normal. ¡3D sal de nosotros! 

Continuamos nuestro día en familia y como no podía ser de otra manera nos vamos al Jumbo, nuestro querido amigo del café gratis y las pruebas de comida. ¡Esperemos que haya algo! Para ir a nuestro Jumbo favorito, ya que hay varios en la ciudad, tenemos que pasar por el albergue donde dormimos nuestras primeras semanas en Eindhoven. ¡Pasamos por la puerta! Qué buenos momentos hemos pasado en las habitaciones de dentro y vemos, desde fuera, a uno de los encargados. ¡Un día tenemos que venir a hacerles una visita! Tenemos que decirles que ya tenemos casa, que cada uno viajamos en una bicicleta y que tenemos trabajo. Nos dijeron que volviéramos a saludarles, pero hoy se nos hace tarde. Probablemente nos acerquemos algún día, otro día que tengamos libre. 

Llegamos al Jumbo y para nuestra sorpresa y decepción descubrimos que no hay ninguna prueba. Qué terrible. Jumbo. Nos estás decepcionando. Menos mal que parece que los cafés gratis nunca se terminan. ¡Han cambiado la máquina del café! Al menos han hecho algo positivo por el supermercado, ya que no ponen pruebas pues al menos que modernicen la cafetera. 

Al llegar a casa descubrimos que otro ratón nos visita y que encima es un ratón exquisito. ¡Mary le ha dejado cereales en el suelo y no se come ni una de las pasas que contienen! Te damos de comer y nos haces el desprecio de no comerte eso. Estos ratones no hay quien los entienda y, por si fuera poco, el queso que hay en la trampa ni lo tocan. ¿Desde cuándo a los ratones no les gusta el queso? ¡Qué desagradecidos! 

¡Qué asco! Mary sale a la terraza a hacer no sé qué y pisa una de los regalos que Sim, el perro de Marleen, nos dejó antes de marcharse. Uno de los días tenía la puerta de la terraza abierta y el perro salió y, pensando que estaba en la calle, dejó una sorpresa. Ahora Mary la ha pisado con una de sus zapatillas de andar por casa. Le prohíbo que entre en la cocina con esa zapatilla y tiene que quedarla a la intemperie, bajo el frío manto de la noche. 

Ya no tenemos tanto miedo en el piso. Conocemos la cara del vecino invisible y puede que no sea el típico perfil que nos hemos imaginado hasta ahora. Nuestra casa cada vez va siendo más nuestra, eso está claro. Ya comenzamos a recordar nuestros recuerdos entre estas paredes y ya se van formando nuestras historias, que se hilan a las habitaciones de esta casa. Ya no tenemos miedo. Espera. ¿Qué ha sido ese ruido? 

El caso es que terminamos nuestro día y a las tantas de la madrugada nos vamos a los colchones. Mañana será otro día, libre o no, sigue siendo otro día. La bici de Marleen duerme en la escalera, la de Ana duerme junto a la mía, amarradas a uno de los tubos que atraviesan verticalmente nuestra fachada, y la zapatilla llena de caca de Sim sigue durmiendo en la terraza. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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