Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

lunes, 19 de noviembre de 2012

"3, 2, 1... GLOW!"

12 de Noviembre de 2012.

La mesa ya estaba limpia, la madera relucía como el primer día. El día en el que la compraron en aquella tienda de segunda mano. Las luces del techo reflejaban sobre el barniz que la envolvía, haciendo de ella un espectáculo inmenso de reflejos. Además, el fuego, que consumía lentamente la leña que descansaba en la chimenea, dotaba a la habitación de un color anaranjado, que incitaba, a su vez, a que los amantes pudieran llegar a consumar plenamente el amor que sentían el uno hacia el otro. 

Ambos se miraron sin hacer nada, sin decir nada. Sonrieron, dejando que sus perfectos y blanquecinos dientes quedaran iluminados por el cálido color del fuego. Desabrochó uno de los botones de su camisa, mientras que el jersey de lana de la persona que tenía enfrente ya descansaba en la moqueta que recubría el suelo. Se acercaron muy despacio y cuando ambos estaban en medio de la sala se detuvieron. No sabían si sería correcto o no lo que iban a hacer, pero lo harían de todos modos. Segundos más tarde se besaron, sin importarles que el ventanal que les mostraba la calle pudiera servir como escaparate a algún vecino curioso. No les importaba. 

Las luces aún estaban encendidas, formando una composición perfecta con las sombras que el fuego dibujaba en las paredes. Continuaron besándose, a la vez que sus manos hacían un juego perfecto entre sus nucas y sus espaldas. Lentamente. Suavemente. Se detuvieron un instante, sus labios quedaron separados por muy escasos centímetros, y decidieron apagar las luces que les iluminaban desde lo alto de la habitación. Ahora solamente el fuego les guiaba en el interior del salón. El fuego y la escasa luz de la luna que se colaba por la ventana. Los amantes continuaron regalándose besos y caricias. La camisa desabrochada y el jersey de lana dormían ahora en la moqueta que recubría completamente el suelo, ese suelo que conseguía un toque anaranjado gracias al fuego que consumía, lentamente, la leña que descansaba en la chimenea. Y continuaron con los besos, los juegos de manos y los recorridos de nucas a espaldas. 



Nos levantamos a las nueve para sacar a Sim de paseo. ¡Nuestro último paseo con Sim! Marleen le envía un mensaje de texto a Mary para decirle que a las doce o así la llamará y así poder decirle a qué hora viene a recogerlo. Además, supuestamente, hoy es cuando Mary tiene que ir a una ciudad que no es Eindhoven en el coche de Marleen a recoger un paquete. Ella le dijo que la acompañaría Saly, la chica de prácticas que la amiga de Marleen tiene con ella. ¡Qué bien! A lo mejor también me puedo apuntar al viaje. Espero que sí. ¡Jo! Echaremos de menos a Sim. Qué corta ha sido su estancia con nosotros. Esperemos que se lo haya pasado bien y que no haya echado mucho de menos a sus dueños, aunque supongo que eso nunca lo sabremos. 

¡Y es hora de cortarme el pelo! Necesito quitarme estas greñas de la cabeza, ya pesan demasiado. Y Mary se convierte en peluquera por un día y nos ponemos manos a la obra. Uno de los taburetes de la cocina lo meto en el servicio y cogemos todas las tijeras de la casa, a saber cuál es la mejor para el pelo. Me pongo en manos de ella, confío en ella. Además, aunque quede mal o con trasquilones no me importa. ¿No dicen que pela mala o buena a los dos o tres días iguala? Pues ya está. Hay que mirar a la vida siempre con una sonrisa en la cara y si tienes trasquilones en el pelo no importa. 

El problema, que tampoco es un problema, es que no tenemos peines. ¡Nos hemos venido a Eindhoven sin peines! Sí, sin peines y solo con un cepillo. Y es de ellas porque mi peine son los dedos de la mano. Con lo de los pies aún no lo he probado. Solución: vamos al Action a comprar unos peines y, de paso, que ya se nos había olvidado, a que nos devuelvan nuestros cuatro euros. Queremos ver a la “I am not STUpid” y decirle a la cara que los estúpidos no somos nosotros. ¡Hombre ya! 

Llegamos al Action, buscamos unos peines baratos y buscamos al encargado que nos atendió el otro día, pero no está. Así que hablamos con otra de las responsables de la tienda y le explicamos nuestro problema. Nos pregunta por nuestro nombre y a los pocos segundos viene con cuatro euros en la mano. ¡Perfecto! Gracias, así que pagamos el estuche de peines con esos cuatro euros. La dependienta quinquillera no está en ninguna de las cajas, seguro que la han despedido por bordear a los clientes y por dar las vueltas mal. I am not STUpid, siempre nos quedará esa frase. 

Me siento, de nuevo, en el taburete que ahora hay en el cuarto de baño, saludamos a Sim, y Mary coge las tijeras y uno de los peines. Ya puede coger mi pelo a medida y dar cortes a tutiplén. ¡Mi pelo! Menos mal que los espejos quedan más altos de donde estoy sentado, así no sufro al ver lo que me hacen en la cabeza. La tijera suena. Zás, zás. Me cae pelo en los hombros y en los brazos. La melena va invadiendo el suelo. El servicio parece una película de estas japonesas en las que hay pelos largos negros por todos lados. Qué miedo. Me levanto del taburete, Mary ha terminado su obra de arte. ¡Aleluya! Ya no tengo melena. Los pájaros ya no pueden anidar en mi nido. Me gusta. ¡Me gusta! Mi pelo ha quedado bien. Gracias Mary, gracias por conseguir que mi bolsillo se ahorre unos cuantos euros en peluquería. Anda, ¡arréglame las patillas! 

A las doce o así, sin tupé, aparece Marleen en nuestra casa para recoger a Sim. Habla con nosotros, nos pregunta cómo se ha portado y que si no se ha comido ninguna de nuestras zapatillas. ¡Tranquila! Sim es muy bueno y pone cara de espanto cuando ve cómo tiene el suelo del salón. Una manta de pelos y de restos de peluches forman una alfombra perfecta. No hay problema. Ahora lo limpio con nuestro super cepillo y un recogedor de mano que te obliga a agacharte para recoger los montoncillos de caca. 

Marleen le dice a Mary que más tarde tiene que ir a Leiden, una ciudad que está a una hora media en coche de Eindhoven, y que si está segura que puede conducir. Marleen me pregunta que si conduce bien y yo le digo que, por lo menos en España, sí. Se queda más tranquila. Así que llevan a Sim a casa y Mary se va de viaje, con ella al volante, y Saly de copiloto. Yo, por desgracia, no puedo ir porque el coche de Marleen está lleno de cosas y los asientos traseros están muy ocupados. ¡Te deseo un buen viaje Mary! ¡Hasta luego Marleen! ¡Hasta luego Sim, ha sido un placer pasearte cada mañana y ver cómo riegas el árbol de la puerta de casa! Ala, me voy a quitar pelos del suelo y cadáveres de peluches baboseados. 

La bella durmiente, Ana, se levanta y baja las escaleras de nuestro torreón. Le digo que Marleen ha estado en casa, me dice que qué guapo con mi nuevo corte de pelo y que Mary se ha ido a Leiden, en coche. ¡Ana no se ha despedido de Sim! ¡Oh! Casi lloramos. 

Cuando Mary llega de su viaje Ana ya se ha ido al restaurante. Me cuenta, emocionada, todo lo que ha visto y hecho. “Los molinos, los caballos de pelo largo con mantas por encima, las ovejas con un tomo de lana increíble, las casas que hay en los canales, los barcos navegando por ellos, paisajes increíblemente planos repletos de niebla, la ausencia de montañas, le llueven hojas secas de los árboles, que Saly se dormía continuamente en el asiento del copiloto y la locura de los conductores holandeses en las carreteras.” Palabras textuales de Mary. Además ha escuchado las radios holandesas y Saly ponía la calefacción a tope porque estaba arrecida. Mary se enrojecía por el calor y, aprovechando que ella daba cabezadas, la quitaba corriendo, sin que se enterase de ello. Al despertarse de nuevo despertaba con frío y volvía a ponerla a tope. Vaya jaleo que han tenido todo el viaje con la calefacción. Han llegado a la ciudad, han ido hasta la dirección indicada y han recogido el paquete que tenían que recoger. Y vuelta a casa. Hemos mirado en el mapa dónde estaba la ciudad y Mary ha estado muy lejos de Eindhoven. ¡En la otra punta del país! Casi rozando el mar. Qué guay. Qué pena no haber podido ir con ella. Marleen se siente mal por tener el coche tan sucio y lleno de cosas, ha prometido limpiarlo y ha dicho que cuando haya un nuevo viaje que podré acompañarla. ¡Qué buena es Marleen! Ah, por cierto. Mary dice que durante todo el viaje se ha acordado de nosotros dos y que casi llora al ver las cosas que ha visto. Normal. Me alegro mucho por ella. 

Cenamos una ensaladilla casera, no de las de un euro del Jumbo. Cocemos patatas, le añadimos cebolla, huevos cocidos y una manzana troceada. Sí, una manzana. Y qué sabor más bueno le da a la ensaladilla. Riquísima. Nos ha gustado mucho y nos alegramos por arriesgarnos en la cocina de esa manera. A partir de ahora añadiré manzana a mis ensaladillas. Ahm, por cierto. La manzana la doramos en la sartén. 

Tras disfrutar de nuestra ensaladilla nos vamos hasta el centro. Hemos quedado con Ana y con sus compañeros de trabajo para ir a ver el GLOW, el festival de luces que ha comenzado en la ciudad. Es preciosa la ciudad y es más bonita aún con esta iluminación. Vemos varios edificios, pero no los vemos todos. Es una pena porque Ana y yo trabajamos todas las noches y no vamos a poder verlo otro día los tres juntos. Ana tiene el miércoles libre y yo el viernes. ¡Podremos disfrutar de las luces otros días! Separados pero otros días. Mientras hacemos el recorrido descubrimos que hay una tienda “The Phone House” en una de las calles del centro y nosotros fuimos hasta la otra punta de la ciudad. ¡Vaya tela! El Google Maps nos ha vuelto a estafar. ¡Maldito seas! 



Los amantes quedaron refugiados en el calor que sus cuerpos desprendían, teñidos del color anaranjado con el que el fuego coloreaba la habitación. El fuego, que cada vez era más escaso, a penas desprendía calor. Los palos que había en la chimenea ya estaban convertidos en brasas y las luces del techo continuaban apagadas, la luz de la Luna seguía colándose a través de la ventana del salón. Ellos, tumbados en el suelo, se abrazaban fuertemente. Los besos y las caricias habían cesado y sus cuerpos desnudos se fusionaban, formando solamente uno. 

Y, de repente, los amantes desnudos quedaron nuevamente iluminados. Varias luces se colaban por el ventanal del salón, el festival de la luz había comenzado. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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