Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 8 de noviembre de 2012

"New neighbors"

30 de Octubre de 2012.

Y bajaron todas las maletas de la cinta que las transportaba hasta ellos, las agarraron con cuidado y comenzaron a caminar con ellas, deslizándolas gracias a las ruedas que tenían en la parte inferior. 

Los nuevos vecinos comenzaron a instalarse en la gran ciudad, descargando todos sus sueños de la maleta de veinte kilos, vaciando de ella todo lo que habían traído desde tan lejos. Ahora todo lo que tenían se concentraba en aquellas cuatro paredes de tela que componían sus pesadas maletas. Una vida resumida en un espacio diminuto, un espacio con límite de peso. Los nuevos vecinos lucharían por adaptarse a las nuevas calles, al frío que había en ellas y al frío que llegaría en unos meses. Todo sería complicado pero, poco a poco, las cosas irían bien. Estaban seguros de ello. 



¡Ya tenemos lavadora y sofá en el piso! Después de un largo tiempo sin poder lavar la ropa en condiciones ya podemos respirar tranquilos. Después de tanto tiempo sentados en el suelo, en los colchones o en cualquier otro sitio ya podemos disfrutar de nuestro cómodo sofá y de nuestro repertorio de sillas. Oficialmente creo que ya somos nuevos vecinos. 

Nos despertamos con el exquisito sabor, aún entre los labios, de las pizzas que cenamos anoche en modo de celebración. Abandonamos nuestros colchones cutres y rezamos para que llegue cuanto antes la mañana de mañana, pues por fin podremos tener dos colchones más en condiciones. Mary se ducha y se viste para después irse a la tienda de Marleen, que sigue con sus diseños, sus programas de ordenador y sus anécdotas con la divertida diseñadora. Ana y yo recogemos todas las cosas que no están en el sitio en el que deberían estar, limpiamos un poco el suelo de la casa e intentamos poner el máximo orden para que todo no esté patas arriba. Parece que ya tenemos casa de verdad. 

Aparece en nuestra puerta el chico de la inmobiliaria, el que nos enseñó la casa por primera vez, el que tiene una mujer que su prima vive en Tenerife, ese. Nos dice que mañana van a venir a pintar el piso, las maderas que enmarcan las ventanas y la puerta, algunas cosas de la fachada y todo lo que es las escaleras. ¡Perfecto! Le decimos que no hay ningún problema y se despide de nosotros. Menos mal que no nos ha visto a los tres juntos, aunque si algún día lo hace no creo que ocurra nada. 

A la hora de la comida decidimos comer arroz a la cubana, es decir arroz con huevos fritos y un poco de tomate. Por desgracia no tenemos atún, ya que parece ser que es muy caro por aquí. ¡Qué pena! Cómo echo de menos las latas de atún. ¡Si yo lo arreglaba todo con atún! El arroz me queda un poco poco hecho, creo que necesitaba un poco de cocción más y los huevos quedan un poco muy hechos. ¡Vamos que ha quedado un poco todo al revés! Menos mal que en estas ocasiones el tomate suele arreglarlo todo. La presentación de los platos es muy bonita, como dice Ana. Luego ya el sabor que tenga la comida es otra cosa. ¡No podemos untar pan en la yema! Me ha quedado muy hecha y no se pringa todo el plato con el líquido anaranjado. Ya lo sé para la próxima. Al menos hoy he cocinado las cantidades indicadas y no un ejército de arroz como el del otro día. ¡Que estuvimos dos o tres días con la nevera llena de vasos llenos de arroz! Qué desastre. 

Cuando terminamos de comer decidimos ir a visitar a todos nuestros vecinos, a llamar puerta por puerta, a decir que somos nuevos en el barrio y a pedir un poco de internet. Y así lo hacemos. Ana y yo nos arreglamos, bajamos nuestras sucias escaleras y comenzamos con una de las casas que hay frente a la nuestra. Llamamos al timbre y aparece un tío por una de las ventanas de la primera planta. Parece que mantenemos una conversación con una Rapunzel a la que no entendemos. Nos dice que no nos puede ayudar, que no sé qué del internet y que hablemos con vecinos que estén más cerca de nuestra casa. ¡Este chico creo que no nos comprende! Le damos las gracias y nos vamos hasta la otra casa que está a nuestro lado, ya que a la que tenemos al otro lado ya fuimos el otro día y nos mandó a la tienda a comprar el internet y la plancha. Tocamos en el timbre de nuestra otra casa vecina y nos recibe una chica con los ojos rasgados a la cual nos presentamos, le explicamos nuestro problema, le decimos que queremos la contraseña de su internet y que le pagaremos mensualmente lo que nos pida. La chica dice que vive con dos compañeros más, que va a consultarlo con ellos ya que ahora no están en casa y que nos dirá una respuesta. ¡Vale! Ésta sí parece simpática. En la puerta de nuestra casa hablamos de qué hacer, si seguir llamando o si darnos por vencidos, pero andamos hasta otra de las casas vecinas. Al lado de la casa del tipo que nos mandó a comprar la plancha, frente a otro ventanal, nos detenemos para después llamar al timbre, pero no hace falta. El chico que vive dentro parece que nos escucha y sale a recibirnos a la puerta, nos saluda y le saludamos, nos presentamos y ¡resulta que habla un poco español! Qué casualidad. Es más alto que nosotros, moreno, parece que tiene unos treinta tantos años y una de sus cejas es de color blanco. Nos dice que su padre vive en Alicante y que él ha estado trabajando allí unos años, le contamos nuestra historia y le decimos que buscamos internet. Nos dice que si no nos importa que volvamos a la noche, a las nueve más o menos, porque es cuando su chica, que es la que entiende de esas cosas de internet, está en casa. Así que nos despedimos de él y le decimos que a las nueve volveremos a su casa. 

Más tarde recibimos una llamada. El hombre que va a reparar las imperfecciones del apartamento está al otro lado del teléfono. Nos dice que si puede venir el miércoles y le decimos que sí, aunque al colgar no sabemos si vendrá mañana o el miércoles de la semana que viene. Parece que hoy es el día en el que tenemos que comunicarnos con todo el mundo, lo que no sabíamos es que todavía no habíamos acabado. 

Ana y yo estamos en el salón de la casa cuando escuchamos cómo aporrean la puerta de nuestra casa fuertemente. ¡Esto de no tener timbre es un incordio! Van a acabar con la madera de nuestra puerta. Ana se asoma por la ventana del salón y dice que hay dos tipos con una furgoneta. ¿Será alguien que viene a reparar el piso? Así que bajamos las escaleras y abrimos la puerta, saludamos a los dos tipos que se encuentran en la calle y comienzan a hablarnos en inglés. Al principio no nos enteramos muy bien de lo que quieren, después nos pregunta que si hablamos español y al decirle que sí llama a un amigo suyo que también habla español. Quiere que hable por el por teléfono para que nos diga lo que quiere. El chico llama a su amigo pero no se lo coge nadie. ¿Qué está pasando aquí? Después vuelve a explicar lo que quieren y resultan que están buscando al hombre que vivía antes en nuestro piso. ¿Dónde nos hemos metido? Nosotros no tenemos ni idea de cómo contactar con el antiguo inquilino de nuestra casa. Y encima el vecino invisible sigue sin dar señales de vida. Ana y yo nos acojonamos. ¿Estos tíos son mafiosos y buscan saldar una cuenta pendiente con el antiguo inquilino o qué pasa? ¿Tendrá algo que ver todo esto con las cartas que se amontonan sin ser abiertas junto a la puerta? ¿El vecino invisible tendrá algo que ver también con todo esto? A lo mejor estos tipos también buscan al vecino invisible o quieren rescatar sus huesos de animales, que ahora duermen bajo el hueco de la escalera. Las posibilidades son infinitas y nuestra cabeza piensa demasiado rápido. Los tipos de la furgoneta se despiden de nosotros y nos dicen que intentarán llamarnos para explicarnos mejor lo que quieren. Vale, vale. Hasta luego. Qué miedo mama. 

Después de nuestro acojone continuo vamos a casa de la chica que nos vende las cosas, de nuevo, para recoger más cosas que aún nos quedan por transportar. Dejamos una nota en la puerta para que Mary la lea y sepa dónde estamos, ya que solamente tenemos una llave de casa y no queremos que se quede pajarito esperando montada en la bici. Vamos en busca de nuestro carro de la compra, que lo quedé la noche anterior a la vuelta de la esquina, que sigue en el mismo sitio donde lo dejé y nos vamos en busca de más utensilios para la casa. Ana y yo llegamos al piso que se está vaciando y que, gracias a ello, el nuestro se está llenando. 

Mary llega al piso y nos ayuda con las cosas que vamos montando de nuevo en el carro de la compra. Menos mal que las cosas grandes ya las hemos transportado. ¡Y Mary llega con buenas noticias para mí! Dice que Marleen le ha dicho que una chica necesita un diseñador gráfico y que le ha dicho que me lo diga a mí. Marleen le ha dado el número de teléfono de esa chica para que más tarde me ponga en contacto con ella. ¡Gracias Mary, gracias Marleen! Qué emoción. Mary llega muy contenta del trabajo, dice que está haciendo muchas cosas para el salón de la casa que van a decorar y que, obviamente, le gusta mucho el trabajo que hace. 

Los tres regresamos a casa con nuestro carro de la compra. Subimos todas las cosas a casa, le contamos a Mary lo del tío de la agencia, lo del chico que nos ha llamado por teléfono para reparar las cosas del piso, lo del vecino que puede que nos ayude con lo del internet y lo de los dos tipos en furgoneta que han aporreado nuestra puerta en busca de no sé qué. Mary dice que cuando ha llegado del trabajo ha visto a mucha gente en nuestra puerta, que después ha leído nuestra nota y que ha ido hasta la casa donde estábamos recogiendo más cosas. ¿Mucha gente en la puerta de casa? Todo esto es muy raro. 

Hoy ha sido un día movidito, y aún no hemos terminado. Como una de las chicas del trabajo de Ana le dio hace unos días una tarjeta de móvil marca Lebara holandés decidimos ir al Albert Heijn a recargarla, ya que con nuestra tarjeta marca Lebara español hacemos muchos gastos con la gente que tenemos que llamar de aquí y a veces nos es muy difícil contactar con números holandeses. Vamos al supermercado y compramos una recarga y ya tenemos en funcionamiento nuestro primer número holandés. Llamo varias veces a la diseñadora que necesita el diseñador gráfico pero parece que no está disponible, así que decido esperar a que Mary vuelva a hablar con Marleen. 

A las nueve de la noche Ana y yo regresamos a casa de nuestro vecino medio español de la ceja blanca y nos recibe con la misma simpatía con la que la hace siempre. Nos presenta a su novia y descubrimos que tiene dos perros galgos, de una raza más pequeña de la que estamos acostumbrados a ver, durmiendo en el salón. Son unos perros muy bonitos y suaves. ¡Ya está! A este chico lo vimos el día que nos enseñaron el piso por primera vez paseando con sus perros. Nos invitan a pasar hasta la cocina, nos dice que traigamos un ordenador portátil y voy a casa a por él. Una vez de nuevo en su casa nos dice el nombre de la red de internet que ha creado para nosotros y, al decirnos la contraseña que nos han puesto, sonreímos y afirmamos que van a ser unos muy buenos vecinos. ¡Extremadura! Nuestra contraseña de internet es la palabra “Extremadura”. Les damos las gracias, le decimos que cuánto dinero tenemos que pagarle y nos dicen que no les debemos nada, que nos lo van a dar gratuitamente. ¿En serio? Qué buenos vecinos con los que nos hemos topado. Y dándoles las gracias una y otra vez regresamos a nuestra casa, por fin con internet y deseando poner la contraseña que nos permite conectarnos a la red. Extremadura. 

Mary prepara la cena, cuece coliflor y la casa huele raro, muy raro. Después la fríe un poco porque nos gusta más un poco frita, aunque a mí no me ha gustado nunca. Hago un esfuerzo y parece que los trozos pequeños que están más fritos son comestibles para mí. ¡Sí mama, he comido coliflor! No me convence mucho pero con mahonesa parece que todo se arregla. El dicho ese de “Si no te gusta le echas azúcar” debería modificarse a “Si no te gusta le echas mahonesa”. O mayonesa, como prefiráis.


Los nuevos vecinos llegaban a la ciudad, con las maletas cargadas de nuevas esperanzas, sueños por cumplir y miles de historias que contar. Los nuevos vecinos, sonrientes, comenzaron aquella aventura que conseguiría cambiarles la vida para siempre.


Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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