Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

"Any sunday"

25 de Noviembre de 2012.

A pesar de que anoche nos acostáramos a las tantas de la madrugada esta mañana me he levantado temprano para adelantar el trabajo del vídeo del “making of” de la sesión de fotos de Daniela. El salón está un poco más frío que la habitación donde dormimos, por eso me pego como una lapa al radiador y me cubro con mi manta de cuadros de la que estoy enamorado. El portátil sobre las piernas y a trabajar. También aprovecho la mañana para escribir algo de alguna carta y me quedo allí, en medio del desorden que forma parte de nuestro orden, esperando a que las dos bellas durmientes bajen con sus moños despeinados y sus marcas de nórdicos en la cara. 

Los pasos que se escuchan al bajar las escaleras traen de vuelta al salón y abandono por un momento el vídeo que estoy editando. Mary aparece tras la puerta. Mary o Freddy Krueger, ya sabéis el por qué. Nos damos los buenos días o, a lo mejor, ni eso hacemos. Seguro que muy pronto tras despertarnos de los colchones, los cuales hemos conseguido calentar durante toda la noche, bajemos las escaleras y nos saludemos con un “Eh”, desganado y casi sin ganas de vivir. Y el otro le conteste con un “Eeeh”, con un par de “e” añadidas. Espero, simplemente, no levantarme nunca así. 

Hoy es un domingo cualquiera, un día cualquiera, en una casa cualquiera de una ciudad cualquiera y de un mes cualquiera. Es un domingo cualquiera que está formado por un montón de cosas que pueden convertirse en “cualquiera”. Cualquier cosa. Hoy Mary no va a la tienda, Ana trabaja como todos los domingos y yo también trabajo, como hace menos domingos que lo hace Ana. Hoy es un domingo cualquiera, un domingo cualquiera que puede llegar a convertirse en un domingo importante, uno que destaque sobre los demás. Y es lo que sucede con este día. Empieza siendo uno cualquiera y termina siendo el domingo 25 de noviembre. ¿Qué tiene de especial este día? Pues tiene de especial que hoy hace exactamente dos meses que tomamos aquel avión desde Sevilla que nos trasportó a dos mil kilómetros de casa. Hoy es el día en el que cumplimos dos meses en Eindhoven. Sesenta y dos días en Eindhoven. Mil cuatrocientas ochenta y ocho horas. Ochenta y nueve mil doscientos ochenta minutos. Cinco millones trescientos cincuenta y seis mil ochocientos segundos. Una barbaridad de segundos las que hemos pasado en esta ciudad. Y hoy, simplemente, es un domingo cualquiera. 

Es bonito recordar todo lo que hemos vivido en estos días, en estas semanas, en estos dos meses. Dos meses que se convierten en los dos mil kilómetros que nos separan de casa. Recuerdo el primer día, el momento en que las ruedas del avión chocaron con el suelo de esta ciudad. Recuerdo que los tres nos apretamos fuertemente las manos, formando una perfecta unión en medio del pasillo de aquel pájaro gigantesco. Buscamos nuestras maletas en la cinta mecánica, las cogimos y comenzamos a rodar sus ruedas en busca de un autobús que nos llevara al albergue, donde tantas cosas nos pasarían y donde tantas noches dormiríamos. Estuvimos unos minutos perdidos en la ciudad, en medio de aquellas casas con tejados a dos aguas y en medio de aquella gente que paseaba en bicicleta. Fotografiábamos y grabábamos todo lo que veíamos. Nos convertimos en verdaderos turistas y ahora, poco a poco, dejamos de serlo para transformarnos en residentes de Holanda. El primer mensaje de texto que enviamos desde aquí, la primera llamada. Fue bonito escuchar a nuestras madres y sentir que sus nervios habían cesado por saber que estábamos bien, que habíamos llegado a nuestro destino. Hoy es un domingo para hablar y recordar nuestros pasos por esos sesenta y dos días de camino. Algún día, cuando estas cartas queden arrugadas en el fondo de un cajón o sus palabras queden envejecidas por el paso del tiempo cogeremos alguna de ellas y las leeremos. Seguro que consiguen transportarnos al lugar donde fueron escritas, al lugar donde fueron vividas. 

Creo que se está haciendo tarde y las palabras me colapsan la mente. Mary y Ana ya están en el salón, los tres estamos en él. Decidimos qué vamos a cocinar y lo cocinamos. ¡Las mejores comidas son las que los tres nos sentamos a la mesa! Son pocos los días a la semana en la que podemos comer los tres a la vez, por eso hay que aprovechar esos momentos. Disfrutamos de nuestra comida en la mesa del comedor, hablamos de todo un poco y planeamos el resto del día. Ana y yo tenemos que irnos a las cinco y media y Mary, que no tiene que ir a ningún sitio, queda con Aylim para irse a su casa. Hoy va a hacer una cena en su casa para la gente que anoche no pudo venir de fiesta con nosotros. ¡Va a preparar una paella! Y habrá tarta. Ayk¡lim, que también tiene libre los domingos, me dice que cuando salga del restaurante que me vaya a su casa, que seguro que siguen por allí. Ana no creemos que pueda ir, ya que los domingos es el día en el que limpian la cocina a fondo y terminan más tarde de lo normal. ¡Qué os lo paséis bien! 

A las cinco y media Ana y yo nos vamos, Aylim llega a casa y se va con Mary a comprar unas cosas al Albert Heijn. ¡Luego os veo! Ana y yo nos separamos y, como siempre, nos deseamos que nos sea leve. 

Los domingos no suele haber mucha gente en el restaurante, no al menos en el que trabajo. Así que me da tiempo a limpiarlo todo más a fondo y a subir al hotel del mismo restaurante a poner y quitar lavadoras y secadoras. Además la gente que trabaja en él me trata super bien y son muy simpáticos y atentos. Los días que coincido con Aylim ya son la caña de buenos, la caña de España. ¡Qué pena que los domingos libre! Bueno, así me obligo a practicar más mi inglés. 

Cuando termino llamo a Mary y me dice que sigue en casa de Aylim, celebrando la segunda fiesta de cumpleaños de Gianlu. Anoche nos lo pasamos en grande, cerramos la discoteca, cantamos, algunos iban más pasados de cervezas que otros y hasta el cumpleañero llegó a decir que su madre es una “profesionista que se acuesta con muchos hombres por mucho dinero”. Aylim le dijo a Gianlu que, por favor, no dijera tonterías. Ir en bici por la ciudad con unas cervezas de más gusta mucho más. El frío en la cara desaparece y el viaje a casa se hace más divertido. ¡A esas horas no hay ni coches y nos hacemos los dueños de las calles! 

Llego a casa de Aylim y allí siguen unos cuantos sentados alrededor de la mesa del salón, con algunos refrescos, un trozo de tarta y un juego de mesa, que tomaron prestado el otro día Aylim y Ana de una bar que nos gusta mucho. Echamos unas partidas, pinto en una pizarra que tienen tras una de las puertas un dibujo en el que aparecen Gianlu y Aylim y cuando decidimos irnos a casa nos despedimos de la pareja de enamorados y quedamos con ellos de nuevo para mañana. ¡Una tercera fiesta de cumpleaños para la gente que no ha podido estar ni el sábado ni hoy! Van a celebrar el cumpleaños por todo lo alto, sí señor. ¡Yo también quiero tres fiestas de cumpleaños! 

Regresamos a casa, después de este día cualquiera en una ciudad cualquiera. Regresamos al lugar donde dormiremos en unos colchones cualesquiera sobre una moqueta cualquiera. Hoy es un día cualquiera y, a la vez, todos los cualesquiera de este día se convierten en especiales, pues hoy hace dos meses que nuestro avión aterrizó en el aeropuerto de Eindhoven. Hace dos meses. Sesenta y dos días. Sesenta y dos cartas de Holanda. Mil cuatrocientas ochenta y ocho horas. Ochenta y nueve mil doscientos ochenta minutos. Cinco millones trescientos cincuenta y seis mil ochocientos segundos. Una barbaridad de segundos las que hemos pasado en esta ciudad. Y hoy, simplemente, es un domingo cualquiera. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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