Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 23 de enero de 2013

"Keep your head up"

23 de Enero de 2013.

Siempre que necesitas cambios importantes en la vida lo notas, lo notas tan fuerte que hasta es el propio cuerpo el que te pide ese cambio. Esas ganas de evolución y esas ansias de libertad que te dominan. Todo lo que te rodea parece volverse en tu contra, consiguiendo que tus pies comiencen a correr para no detenerse nunca. Nunca. Salvo que consigas toparte con aquel lugar con el que siempre has soñada, aquel que siempre invadía tus mejores sueños. Aquel lugar que consigue mantenerte la cabeza erguida. Pisas fuertes sus tierras y, mirando al frente, sientes que puedes dominar cualquier cosa que te propongas. Cualquier cosa, pues solamente tú eres el propio dueño de ti mismo. De ti mismo y de conseguir mantenerte siempre, sobre todas las cosas, con la cabeza bien erguida. 



Eran las siete de la mañana cuando la alarma de nuestros móviles nos ha extraído de nuestros dulces sueños. Nuestras sudaderas amarillentas se han removido entre los nórdicos y han deseado, al igual que sus dueños, quedarse tan solo media hora más en la cama. Y así lo hemos hecho. Un ratito más. Es lo que todos deseamos cuando suena la maldita alarma. Pobre alarma. No tiene ningún amigo en el mundo: cuando suena la odiamos y si no suena también. 

Eran las ocho de la mañana, una hora más tarde, cuando la radial de nuestro jefe, Will, ha conseguido ahuyentar a todos los cuervos de los tejados gracias a su ensordecedor ruido. Mary y yo nos hemos duchado lo más rápido que hemos podido, nos hemos vestido y después de desayunar nos hemos puesto manos a la obra. Como Manolo y Benito. Hemos subido mi bici de barra alta por las escaleras hasta la terraza y una vez en ella hemos conseguido desencadenarla. La hemos puesto en libertad. Como si de la propia ballena Willy se tratase la hemos rescatado. Mary se ha apoderado de la radial y yo he mantenido tenso el candado que conseguía invalidar a mi bicicleta. ¿Recordáis la escena de “Titanic” en la que Rose tiene que romper unas esposas con un hacha para que Jack no se ahogara en una de las habitaciones del barco? Pues esto ha sido lo mismo. La única diferencia es que en vez de un hacha era una radial, que en vez de rescatar a Jack teníamos que rescatar a una bici y que no había ningún barco que se hundía. Pues eso, que nuestros vecinos dirán que estamos locos. 

Con nuestras manos a salvo, con las cadenas del candado separadas y con una bici liberada damos por empezada la mañana. Ahora mi bicicleta se llama Willy, como la ballena. ¡Liberad a Willy! Y la hemos liberado. Quedamos a Ana durmiendo y comenzamos con el mismo destino de todos los días: el estudio del diseñador holandés novio de Marleen. Derek nos espera una mañana más. 

Menos mal que ya podemos ir cada uno en nuestra bicicleta porque todos estos días atrás Mary tenía que montarse en el porta-paquetes y los viajes hasta el estudio eran terribles. Los veinte minutos en bicicleta se hacían eternos y el suelo convertido en hielo no lo amenizaba mucho, que digamos. Por fin y gracias al Dios de Holanda y gracias a Will por dejarnos la radial volvemos a tener cada uno una bicicleta. Ahora tengo que comprarme un nuevo candado. ¡Los del Action no dan a bastos para candados! 

Veinte minutos más tarde llegamos al estudio de Derek, donde se encuentra el enorme robot que gracias a una configuración de ordenador consigue hacer los productos con plástico fundido. Mary tiene que hacer unas lámparas y yo tengo que continuar con el catálogo, ya que cada día se les ocurre un cambio diferente. A la primera persona que saludamos es a Rinske, aunque no sé muy bien cómo se escribe. Es una nueva chica de prácticas en el estudio. Ha comenzado con Derek ésta semana y es una holandesa muy simpática que no habla mucho inglés. Tiene el pelo moreno, lleva gafas de pasta y siempre nos ofrece chicles en algún momento del día. Le he dicho que podemos aprender juntos mejor inglés. Es bueno para nosotros. Pues empezaremos una nueva convivencia con la chica y un continuo aprendizaje de inglés. Aunque de vez en cuando también se nos fusionan alguna que otra palabra de holandés. No viene mal saber de más. ¿No dicen eso de que el aprendizaje no ocupa espacio? Pues eso, a llenar la cabeza se ha dicho. 

Mary y Derek han tenido un problema con las lámparas, pues parece que una de las partes se ha estallado en todas ellas. Son de plástico, de un buen plástico resistente, y son lámparas para el suelo. Así que los dos, en busca de alguna solución, han tenido que irse a media mañana al nuevo estudio a por unas lámparas nuevas. La cara de Mary ha sido un poema cuando Derek le ha preguntado que si ella quiere ir sola al estudio conduciendo su furgoneta. ¡Qué miedo! ¿Os imagináis a solas a Mary por Eindhoven conduciendo una furgoneta sobre un suelo convertido en hielo? Es muy peligroso y además ella le dice que no puede ir al nuevo estudio sola porque la única vez que ha ido hasta él ha sido en la parte trasera de la furgoneta y no veía nada del camino hasta él. Sí, no es que Derek secuestrara a Mary ni nada parecido lo que pasa es que tuvo que irse a esa parte de la furgoneta con Sim para que la policía no nos llamara la atención la otra noche, ya que íbamos Derek, Marleen, Mary, Sim y yo ocupando tres asientos en la parte delantera. Somos más peligrosos nosotros que el suelo de hielo. Así que, como Mary no se sabe el camino, Derek va con ella y nos dejan a Rinske y a mí al cargo del estudio. 

A la una y media nos ponemos a comer gracias a la comida que han traído Mary y Derek de su viaje al nuevo estudio, donde se muda todo éste estudio dentro de un tiempo. Han ido al Albert Heijn a comprar porque ayer ya no quedaba nada para comer. Solamente un poco de queso y mahonesa decoran una de las baldas de la nevera. Qué tristeza. Está peor que la nuestra. 

Los cuatro comenzamos a hacer sándwiches y comenzamos a hablar en inglés. Hablamos de todo en general, de música española, de torrijas y de cosas un poco subidas de tono. Es increíble que con las canciones españolas tan buenas que existan y solamente conozcan la de la Macarena y la de Aserejé, con bailes incluidos. Mary y yo nos meamos de risa, perdón por la expresión. Ver a Derek bailando la Macarena no tiene precio. También hablamos de las pronunciaciones que tienen en Holanda, de sus jotas y de sus palabras imposibles. Les decimos que parece que siempre están enfadados cuando hablan en holandés y que una frase como “Te quiero” puede llegar a convertirse en un “Juach jacahta ja”, o algo parecido. Se ríen y dicen que es un poco exagerado, pero que tenemos razón. Y cambiando de tema Rinkse nos dice que sabe hacer torrijas. No nos dice “Torrijas” pero gracias a las explicaciones y los ingredientes conseguimos averiguarlo. Dice que un día nos las cocinará. El nombre de las torrijas en español ya es terrible, pero os aseguro que en holandés es peor. 

Derek pone música para crear un ambiente de trabajo más agradable, continuamos cada uno con lo nuestro. Nos gusta mucho la música que escuchamos en el estudio. Cada canción es completamente diferente a la anterior y cada cantante creo que me gusta más que el anterior. ¡Derek! Me tienes que pasar toda esa música. Se trabaja bien con música. ¡Y un rato más tarde Ana viene a visitarnos! Escucho a Mary desde la segunda planta del estudio y me parece que está hablando en español, pero no me queda muy claro. A los pocos minutos sube hasta donde yo y Derek estamos y aparece con Ana. ¡Hola Ana! Saluda a Derek y le ofrece un café. Pasamos un rato todos juntos, le presentamos a la nueva chica y hablamos de todo un poco. Más de la búsqueda de nuevo piso que de otra cosa. Sí, queremos mudarnos o, más bien, necesitamos mudarnos. 

La situación es la siguiente: el contrato de éste piso está a nombre de Ana y mío porque es muy difícil que alquilen casas para más de dos personas en Eindhoven, por lo tanto necesitamos una casa donde podamos vivir sin ningún problema los tres juntos. Ana y yo estamos inscritos en nuestra casa pero Mary aún está inscrita en la pensión. Eso no puede seguir así. Lo tenemos complicado. Es difícil encontrar un apartamento que lo alquilen para tres personas. Intentaremos buscar una solución cuanto antes. Todas las agencias inmobiliarias nos dicen que la ley acerca de los alquileres ha cambiado recientemente y que es muy poco probable que podamos inscribirnos los tres en la misma casa. Es un jaleo, os lo digo yo. ¡Dios de Holanda te necesitamos! No fuera malo que nos cayera la solución del cielo. 

Cuando Ana se despide de nosotros y regresa a casa tomo unas fotos a Mary mientras pule una de las lámparas. Ahora Derek quiere que la gente vea en el catálogo cómo es el trabajo que se realiza detrás de sus lámparas y puede que quede bien que saquemos a Mary puliendo en una de las páginas. Creo que Mary se ha puesto guapa para la ocasión, aunque ella dice que no. No me lo creo. No todos los días uno sale en un catálogo de uno de los diseñadores más importantes de Holanda. 

Ahora, unas horas más tarde, estoy sentado en el sofá de nuestro salón. Tecleo las últimas palabras de ésta carta, me detengo, las medito y las escribo. Hoy es miércoles y debería estar limpiando platos pero el restaurante hoy no tiene mucha gente y me dijeron ayer que no era necesario que hoy fuera a trabajar. El mes de enero está siendo un poco desastroso en el restaurante, ya que está teniendo muchos días malos. No importa, ya vendrán tiempos mejores. 

La bicicleta de barra alta ya tiene un nuevo candado y ya está aparcada junto al árbol de nuestra puerta. Tendré más cuidado esta vez con las llaves. Seguro que ahora que el candado antiguo está cortado por la radial aparecen las llaves. Seguro, esas cosas siempre pasan. Continuaré con la búsqueda de piso. La situación de búsqueda parece repetirse. Nos acordamos de las semanas que vivimos en el albergue y en la pensión y en las mañanas y tardes de búsquedas de apartamentos. Fue terrible, fue desesperante. Ésta vez lo llevaremos con más calma y con más experiencia. Relajado en el salón comenzaré a ojear más apartamentos, hasta que me quede dormido. Mañana también toca madrugar. La única diferencia es que no tenemos que levantarnos una hora antes para cortar el candado de una bici con una radial. ¡Vecinos sentimos las molestias causadas en vuestras ondas sonoras! Lo sentimos, necesitábamos rescatar a mi bici de su cadena perpetua. ¡Liberad a Willy! 



Con las manos en los bolsillos consigues llegar al lugar más deseado de la tierra o, tal vez del universo. Cierras los ojos y respiras el aire más puro que jamás ha invadido tus pulmones. Tu cabeza sigue bien erguida, es como debe estar. Sientes el frío aire que azota con delicadeza tu rostro. La melena ondea gracias al viento. Todo lo consigues con los ojos cerrados, con las manos en los bolsillos, si llegas a proponértelo. Escuchas la brisa del mar, aunque no exista ningún mar cercano. Sientes el calor del fuego, aunque tus pies estén en contacto con el hielo. Puedes vivir lo que realmente más desees, lo que más ansíes, lo que más veces aparezca en tus sueños. Cualquier cosa. Cualquier cosa, pues solamente tú eres el propio dueño de ti mismo. De ti mismo y de conseguir mantenerte siempre, sobre todas las cosas, con los pies en la tierra, las manos en los bolsillos, los ojos cerrados y la cabeza erguida, bien erguida. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.



martes, 22 de enero de 2013

"Los días de después"

22 de Enero de 2013.

Después de tantos días sin recibir ninguna carta hoy he decidido enviar alguna, aunque no sea como todas las demás o no, al menos, a como las que os tengo acostumbrados. Los días pasan y las cosas siguen yendo bien, siguen mejorando. El tiempo parece volar en Eindhoven, las semanas desaparecen ante tus ojos y pareces no percatarte de ellas. Es inevitable no sentir el paso del tiempo y el paso de todos esos días que con su rápido desenlace van evolucionando desde los días de después al día en el que vivimos, y con un poco más de tiempo terminan convirtiéndose en los días anteriores. 

Hoy nos toca vivir los días de después. A mí me toca vivirlo en el estudio de Derek, el novio de Marleen. Mi cuerpo se encuentra casi pegado como a una lapa a una de las pocas estufas que hay en el lugar. Hace mucho frío en estas semanas y hace mucho frío, más aún, en el estudio donde Mary y yo trabajamos algunos días. Ana está en casa, supongo que se habrá pegado una ducha o estará ordenando todo el caos que invade cada día nuestro hogar. Son las doce, así que supongo que Mary ya va camino de la tienda de Marleen o ya está en ella. Hoy le toca quedarse todo el día a solas enfrentándose al público tras el mostrador de aquella acogedora tienda de diseños de Smalle Haven. Yo he llegado a las nueve y diez minutos al estudio. Después de unos veinte minutos en bici desde casa he conseguido aparcar la bicicleta junto a la furgoneta de Derek y con un “Good morning” he conseguido entrar a mi lugar de trabajo mañanero, rezando por no congelarme en el intento. 

Hace unas semanas recibí un correo electrónico de Derek. En él se me ofrecía la posibilidad de hacerle un catálogo de sus productos de plástico reciclado. Me preguntaba si yo estaría interesado en tomar las fotos, en editarlas y en encargarme de todo lo que un catálogo conlleva. Le dije, sin dudarlo ni un momento, que allí estaría yo disparando flashes contra sus productos de diseño. Y dos semanas más tarde aquí estoy, sentado en una de sus gruesas mesas de plástico finalizando un trabajo que parece que me enlazará con otros muchos más. Ya os contaré. 

Todos los días anteriores a éste me levantaba temprano para estar en el estudio a las nueve de la mañana. Mary ha venido a trabajar aquí muchos días. Ahora le han dividido las semanas y han decidido que trabaje dos días en la tienda, dos días en el estudio y que haga lo que quiera con el día restante. Supongo que elegirá pasarlos en el estudio, pues se lo pasa mejor que en la tienda, aprende más y se le da muy bien todo eso relacionado con las herramientas y demás cosas. 

Ahora Ana ya es la propietaria oficial de la bicicleta que en su día le compre a Gianlu, el novio de Aylim, y yo me he quedado oficialmente con la bicicleta de barra alta que tomamos prestada de enfrente de la puerta de Andrea. La bicicleta que está ahora aparcada no es ninguna de ellas, si no una nueva. Una nueva que pertenece a Mary y que se compró por ocho euros con el fin de devolverle a Marleen la suya. Pues sí, habéis leído bien. Mary consiguió una bicicleta por ocho euros en uno de los negros que se pasean por el centro a las tantas de la madrugada en busca de clientes. ¿Por qué tengo ahora la bicicleta de Mary en la puerta del estudio y no la mía de barra alta? Pues porque he perdido las llaves del candado y desde hace unos días mi bici vive encadenada en la puerta de nuestra casa, apoyada en el tronco del árbol que ahora está nevado. 

Tenemos solución para rescatar a mi bici, ya que Will, el jefe del restaurante, nos ha dejado una radial para poder cortar el candado. ¡Qué majo es! Nos ha dicho que tengamos cuidado con las manos y que si es posible que no nos las cortemos. ¡Sin ellas no podríamos seguir limpiando en los restaurantes! La radial está en casa y la bici sigue encadenada. Es pura pereza o falta de tiempo, no lo sabemos. 

Tenemos dos buenas noticias y dos malas noticias. Las buenas son que la ciudad está completamente teñida de blanco desde hace unos días y que ya tenemos un lavabo reparado y en condiciones. Las malas son que pasados unos días de haber nevado el suelo se convierte en capas de hielo y es muy peligroso y que ahora vivimos con miedo a intentar que nuestro suelo del servicio no se vuelva a llenar de pedacitos de porcelana. ¡Vivimos unos días con el suelo lleno de porcelana! Hasta había unas bragas de Mary enterradas bajo los escombros del lavabo. Sí, las quité antes de que el fontanero llegara a casa. Os preguntaréis cómo acabó el lavabo de esa manera. Ya os lo contaré, no seáis impacientes. 

Ayer tuvimos el día libre los tres, al menos sí en los restaurantes, porque Mary y yo vinimos de nuevo al estudio hasta las seis o las siete de la tarde. Después nos fuimos al Burguer King y los tres disfrutamos de una buena hamburguesa con extra de queso, ración de patatas fritas y una coca cola que burbujeaba en nuestra boca como ya no lo suele hacer mucho. Ahora lo que se lleva es la cerveza, aunque sigue sin convencerme mucho. Ana ocupó una de las mesas del local, en el interior de la estación de autobuses, ocupé una de las sillas con todas las ropas y bolsos que nos sobran y Mary llenó la mesa de hamburguesas y coca colas. Las disfrutamos como niños, como niños grandes. 

Aquí, en el estudio, comen todos los días entre la una y las dos del mediodía. Lo peor no es eso, lo peor es que comen todos los días sándwiches y nosotros, obviamente, también tenemos que comerlos. A mí me encantan los sándwiches. Disfruté en la pensión con ellos y ahora vuelvo a disfrutar de ellos. El destino pone sándwiches en mi camino y si es así cómo el destino lo quiere no lo desobedezco y me los como. ¿Qué hora es? Las doce y veinte, ya queda menos para que la mesa se llene de productos del Albert Heijn y de pan tostado para rellenarlo y untarlo de cosas ricas. 

Marleen ha llegado ahora mismo al estudio y ha estado en Ámsterdam, de ahí a que Mary esté sola en la tienda. Dice que ha llegado tan pronto porque han cancelado la cita y que ahora Mary podría estar en el estudio y no en la tienda. ¡Qué casualidad! Mary acaba de llamarme al móvil y ahora en vez de conmigo está hablando con Marleen. Ya hay demasiada confianza entre nosotros. Tanta que el otro día fuimos por pleno centro de Eindhoven montados en los asientos de delante de la furgoneta junto con Sim, el perro. Marleen, Mary encima de mí, Sim en los pies y Derek al volante. Fuimos a comprar una botella de alcohol y nos la bebimos disfrutando de las instalaciones del nuevo estudio que han alquilado para un nuevo periodo de meses. 

Así continúan los días, con lavabo nuevo y con los suelos de la ciudad congelados. Seguirá haciendo mucho frío en el estudio, aunque yo lucho contra él arrimado lo más que puedo al radiador y con la camiseta negra térmica que mi yaya me regaló por Navidades. No me la he quitado desde que me la puse por primera vez. 

Intentaremos desencadenar mi bicicleta y devolverle lo antes posible la radial a Will. El catálogo va bien, ya os lo enseñaré. A veces me gustaría que los días tuvieran más de veinticuatro horas, quizás resultarían demasiados extensos al principio pero al volveríamos a necesitar horas al paso del tiempo. 

Los días seguirán pasando, igual que la nieve seguirá cayendo en nuestros tejados. Los días de mañana se convertirán en los de ayer y los días de después en los anteriores. La recta final para superar éste primer mes del año ha comenzado. Esperamos con ganas los cambios, las nuevas sorpresas y las nuevas emociones. Enero es la toma de contacto, pensaremos en él los días de febrero. Febrero será diferente. Continuaré con las cartas cada vez que pueda, cada vez que los días me lo permitan. Cada vez que los días me den paso a los días de después. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

lunes, 7 de enero de 2013

"The last day of the year"

31 de Diciembre de 2012.

Cada año comienza con una página en blanco, una página en la que poder escribir y en la que redactar tu primera y el resto de frases. Escribes tu propia historia, durante los 365 días que forman un año, un año más de tu vida. Hoy llegamos a la última página de este año, un año que nos ha traído viajes inesperados, nuevas vidas, aventuras, encuentros y despedidas. Todo ha quedado escrito en nuestro libro de 365 páginas. Ahora nos toca darlo por finalizado, escribir nuestras últimas frases, en nuestra última página, en nuestro último día del año. 



El desorden y el caos son tan abundantes en la casa que Ana Vaca dice que cada vez que alguien vaya a la cocina, sea a lo que sea, hay que llevarse un viaje de cosas. Vasos, platos, cubiertos, servilletas y demás cosas rondan por la mesa del salón. Las visitas de anoche y el campamento que tenemos formado revolucionan el interior de nuestras cuatro paredes y nos hacen testigos sin voz ni voto de todo el desorden que evoluciona a lo largo del día. ¡No se puede hacer nada para impedirlo! Recoges algo y a los cinco minutos ese algo ya está rondando de nuevo por ahí. Es un caos, es un desastre. 

Aprendiendo a vivir con todo ello de por medio y, sobre todo, aprendiendo a vivir rodeado de bragas y de cosas de mujer pasamos el día. Cuatro mujeres en casa. Ya se lo he dicho a todas. ¡Esto parece una película de Almodóvar! La única diferencia es que en vez de ser mujeres al borde de un ataque de nervios sería todo lo contrario: Dani al borde de un ataque de nervios. No me importa, hay que relajarse y respirar hondo. No me molestan las bragas en el suelo del baño, ni el cargamento de maquillaje que se esparce por el servicio, ni los montones de ropa por el salón, ni ir a comprar tacones para la última noche del año, ni, ni, ni… no, no me molesta nada. Estoy sonriendo. 

Con el continuo sonido de los petardos y cohetes que se lanzan desde primera hora de la mañana desayunamos en nuestra mesa del salón. Los cinco nos sentamos alrededor de ella, calentamos cinco vasos con leche o café y llenamos la mesa con todas las cosas que hay en esta casa que se pueden desayunar. Galletas normales, galletas con vainilla, galletas con chocolate, turrones, cereales de trigo, arroz inflado y alguna que otra cosa más que se me olvida quedan ante nosotros. Desayunamos como reyes o, al menos, eso intentamos. Me refiero en cantidad, no en buenos modales. Nosotros no tenemos servilletas en la mesa, como los holandeses, y parece que escogemos nuestro desayuno en un mercadillo. Dame eso, pásame lo otro, a ver esas galletas y cómo están éstos cereales. ¿Sabéis que los holandeses no usan servilletas en la mesa a la hora de comer? Pues sí, no las usan. No me preguntéis cómo se limpian, porque no lo sé. Nosotros cada vez nos volvemos más holandeses. Siempre hay alguien que tiene que levantarse a por las servilletas porque nadie las ha puesto en la mesa. Todos nos acordamos de ellas cuando nuestras manos están tan pringadas que todos los cubiertos se nos escapan entre los dedos. ¡Malditas servilletas! Podrían venir solas a la mesa. 

Es el último día que tenemos para comprar el regalo del amigo invisible, ya que esta noche hacemos la entrega de regalos, y aún tenemos que ir a comprar el de Mary. Así que después de desayunar nos duchamos y nos vestimos lo más rápido que podemos, nos distribuimos en las bicicletas e invadimos el centro. Ana viaja sola en una de las bicis, Mary lleva en el porta-paquetes a Ana Vaca y Marta se monta en el de mi bici. Conseguimos llegar sanos y salvos. Le digo a Marta que tiene que aprender a montarse como las holandesas: cuando la bici ya está en marcha y de lado, no con las piernas abiertas. Así que comienzo a pedalear y Marta corre al lado de mi bici, cuando se ve segura da un salto y deja caerse sobre el asiento del porta-paquetes. Con las piernas a un lado y feliz por haberlo conseguido le doy la enhorabuena. ¡Así tiene que montarse siempre! Es más sencillo para el que pedalea, le cuesta mucho menos arrancar. La risa llega en los semáforos, cuando se pone en rojo, tienes que esperar hasta el verde y después arrancas a pedalear y la señorita corre detrás de ti hasta que consigue montarse. ¡Aylim muchas veces, haciendo el tonto, incluso ha atravesado corriendo las carreteras al lado de mi bici! Nos partimos de risa. No sé qué pensarán los conductores de los coches al vernos, pero nos da igual. 

Nos vamos de tienda en tienda, y tienda porque me toca. Chiste malo. Compramos el regalo para el amigo invisible de Mary, compramos papel de regalo, Marta y Ana se compran unos tacones para esta noche y Mary unas zapatillas, me canso de tiendas de zapatos, nos cansamos de tiendas en general y así hasta que llega la hora de comer. Ir de compras con una mujer puede llegar a ser terrible, ir a comprar tacones con una mujer es terrible pero ir de compras con cuatro mujeres es algo que pensé que jamás llegaría a experimentar. ¡Cuatro mujeres eligiendo tacones y mirándose continuamente a los espejos! “Éste me gusta más que los negros, pero menos que los rosas y no sé si igual que los azules, o mejor los beige” o te saltan con frases como “Es que este tipo de tacón no me gusta porque no lo puedes soportar toda la noche, sin embargo con este tipo aguantas hasta las cuatro de la mañana”. De verdad, Dani al borde de un ataque de nervios. Almodóvar plantéate el guión. En serio, hago un llamamiento a todas las mujeres de la tierra: Si no aguantáis con tacones toda una noche de fiesta, ¿por qué salís de casa con ellos? No lo entiendo, creo que os tomáis demasiado en serio eso de que “para estar guapa hay que sufrir”. Pues ala, todo el mundo con dolor de pies. 

¡Me he comprado una colonia de tres euros que es la mejor colonia de tres euros que he tenido nunca! Y no lo digo por cómo huele, que también, si no que lo digo porque dura el olor en la ropa y en la piel. ¡Dura, dura de verdad! Es increíble. Es la primera colonia barata que conozco así. Barata y que perdure el olor. La mejor compra sin duda alguna. Si lo sé me compro doce. 

Con tacones en las bolsas, alguna que otra colonia barata y un regalo de amigo invisible invadimos la tienda de hamburguesas y patatas fritas más barata del centro. Nos encanta comer ahí. Nos ponemos a la cola y es cuando el azar quiere que nos topemos con un grupo de españoles. ¡Dos hombres y dos mujeres también están a la cola de las hamburguesas! Comenzamos a hablar con ellos, les contamos nuestra situación y cómo hemos llegado a ella, le decimos que trabajamos, que vivimos aquí y que estamos muy bien. Ellos son todos unos aventureros, dicen que nos envidian y que si tuvieran nuestra edad hubieran hecho exactamente lo mismo. Es la primera vez que viajan a Eindhoven y están aquí para pasar la Nochevieja. ¡Cada Nochevieja suya es diferente! Cada año dan paso al nuevo calendario en un lugar del mundo diferente. Éste año les ha tocado aquí, así que están de paso. Han comprado las doce uvas y ahora van a disfrutar de unas buenas hamburguesas con patatas fritas. Nos han caído bien y nos encanta la idea de despedir el año cada vez en un lugar diferente. Le hablamos de la existencia de éste blog, le apuntamos la dirección web en una servilleta y nos dicen que lo visitarán. Les pedimos que nos hagan una foto a los cinco y se despiden de nosotros. ¡Hasta luego! Esperamos que sigan mucho, mucho tiempo con su espectacular tradición de tomar las uvas en lugares diferentes. 

Al llegar a casa comienzan los preparativos, los nervios, las ropas por el medio, los regalos que se envuelven, los detalles que se terminan, las duchas de fin de año, los retoques ante en el espejo, los cohetes y los petardos que aumentan conforme la media noche se va acercando y las prisas por irnos a casa de Aylim. La cena se celebrará en nuestra segunda casa, en la casa de Aylim y Gianlu. Ana y yo nos duchamos y vestimos los primeros, cogemos un par de taburetes de la cocina, todos los cubiertos que tenemos en casa y nuestros regalos para el amigo invisible. Los dos nos vamos a casa de Aylim, junto a Andrea, que ha venido a casa a buscarnos. Los tres nos despedimos de Marta, Mary y Ana Vaca y les decimos que se den prisa, que seguro que ya está todo el mundo en la casa donde cenaremos. 

La cena se está preparando. Merluza a la vasca, o algo así, es lo que tendremos como plato principal. Degustaremos queso con cebolla caramelizada, huevos de codorniz, ensalada murciana, salmón con caviar, ostras con limón, gambas con gabardina de almendra y otras muchas cosas más que no recuerdo, o que no quiero recordar porque mi estómago empieza a rugir con tan solo imaginarlo. Es una cena exquisita, tiene muy buena pinta y sabe mejor, mucho mejor, de lo que se lee. En la cocina están todos los cocineros. Mateu, Andrea, Gianlu, Aylim y Aser se hacen con el mando de los platos. El resto colocamos la mesa y esperamos ansiosos por la hora de la cena. Todos los regalos se van dejando en la habitación de Aylim y Gianlu. ¡Qué ganas de entregarlos! 

Con la cámara réflex de Aser hacemos fotos a todo el mundo y hasta una sesión improvisada de modelos con nuestras ropas de Nochevieja. Aylim le deja ropa a Mary y una camiseta a Ana, asumiendo todas las consecuencias y actos que se pueden realizar con los modelitos a lo largo de toda una noche de fiesta. Mary, Ana Vaca y Marta llegan a la casa completando el número de personas que cenaremos. Ana Vaca ha preparado un regalo para las chicas de la cena. Le entrega a cada una un pendiente circular de fieltro con lunares que lo adornan con un buen estilo sevillano. Cada pendiente es de un color y cada una de ellas lo lleva a su manera. 

Sintonizamos a la Igartiburu por vía online, nos sentamos alrededor de la mesa y comenzamos a disfrutar de nuestra cena. Aylim en uno de los extremos de la mesa, Mary a su lado, Marta, Ana, Andrea, Mateu, la madre de Mateu, Aser al otro lado de la mesa, Gianlu junto a sus dos amigos italianos, Ana Vaca, David y yo, completando la mesa de la última cena del año. Lo pasamos muy bien, como podréis imaginar. Degustamos la deliciosa cena, descorchamos botellas, Aylim teme por sus lámparas nuevas, pelamos las uvas y esperamos ansiosos la llegada del 2013. ¡Pedazo de uvas! Creemos que son las uvas más gordas que hemos visto nunca, son como ciruelas. Enormes, de verdad. Qué risa, uno de los italianos creía que las uvas eran de postre y casi se las come después de cenar. ¡Stop! Le explicamos la tradición que hay en España y solamente de esa manera espera junto a nosotros a que lleguen los últimos doce segundos del año. La Igartiburu ya está por ahí rondando. 

Abandonamos la mesa y nos distribuimos en la otra parte del salón, donde están los sofás, unos sentados, otros de pie, unos frente a los otros. Todos frente a la tele, esperando a que la Igartiburu nos dé el pistoletazo de salida. Y se nos ocurre una nueva forma de darnos las uvas. Mary y yo nos arrodillamos, el uno frente al otro, y creemos que es buena idea que ella me introduzca mis uvas en mi boca y yo se las introduzca a ella. ¡Es una buena forma de comenzar el año! Ana y Marta hacen lo mismo, se ponen de pie la una frente a la otra y deciden comenzar el año de la misma manera. Gianlu y sus dos amigos italianos no saben muy bien a lo que se van a enfrentar, espero que se les dé bien eso de comerse una uva por segundo. “Si te atragantas no me escupas ni una uva a la cara” es lo último que me dice Mary antes de terminar el año, buena frase. 

Los nervios, aunque no los quieras, comienzan. Las doce uvas esperan en tu mano, guardadas para los doce segundos que te transportarán en el tiempo hasta un año más, un año menos. Olvidamos todo lo malo, nos quedamos con lo bueno. Agradecemos por todo lo que tenemos y por todo lo que nos queda por tener. Miramos a nuestro alrededor y descubrimos que realmente somos felices, que estamos bien. Pensamos en nuestras familias, en nuestros amigos y en todo lo que allí hemos quedado. Nos sentimos conectados. Pensar en que casi todo un país y que solamente algunas personas repartidas por el resto del mundo haremos lo mismo los últimos doce segundos del año nos hace especiales, diferentes. Comenzaremos el año con buen pie, con buenas sensaciones y con energía positiva. Sonreiremos al nuevo calendario, a nuestra nueva vida y a nuestra vida anterior, que miramos desde la añoranza y la nostalgia. 

Miro a Mary, que está frente a mí esperando a que llegue el desenlace de este año. Agradezco estar con ellas dos en esta aventura. Y miro alrededor y descubro a la gente que he conocido durante estos últimos meses, me alegra saber que voy a dar paso a un nuevo año junto a ellos. Es diferente, es especial, y no por eso tiene que ser peor. Anne ya ha dicho sus últimas palabras del año, ya ha dejado de salir en pantalla. El carrillón ya ha comenzado a bajar, los cuartos están a punto de sonar y las doce uvas nos esperan para ser comidas, cada una en un segundo, cada una en su segundo. Cinco, cuatro, tres, dos, uno… y comenzamos con una uva, la siguiente y así hasta doce. Los cohetes comienzan a sonar en la calle, el cielo de Eindhoven está teñido de colores. ¡Feliz Año Nuevo! 



Ya lo has escrito todo, tu última frase. Son las once y cincuenta y nueve minutos. Las últimas sensaciones se quedan grabadas en la página final de tu libro de 365 páginas. Se redacta con cuidado, cada detalle, cada gesto, cada mirada y cada sonrisa. Todo queda escrito. Los segundos van avanzando y el día va terminando. Son las once y cincuenta y nueve minutos. Ya quedan pocos segundos para dar por finalizado el libro que llevas escribiendo un año, lo terminas, escribes el punto que pone el final al año y llegan las doce, la hora clave. Inconscientemente lo guardas junto a los libros de tus otros años de vida, extraes uno nuevo, con las páginas en blanco y a las doce y un minuto ya has escrito, aún sin quererlo, tu primera frase del año. Escribir, escribir tu vida. Es lo que haces durante el resto de los días, hasta llegar de nuevo a la página final, al último día del año. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

domingo, 6 de enero de 2013

"Campamento de verano, pero en invierno"

30 de Diciembre de 2012.

Los días pasan y de repente te das cuenta de que mañana es Nochevieja, que mañana toca cenar en familia. En la familia tan especial que estamos formando en Eindhoven. Cenaremos catorce personas, nos comeremos las doce uvas y daremos la bienvenida al año como se lo merece. Esperemos que éste 2013 sea tan especial como lo está siendo el 2012. 

Invadimos el salón de la casa. Los tres más nuestra invitada desayunamos alrededor de la mesa que está formada por un tablón de madera y pensamos en que a partir de esta noche seremos uno más. Marta, nuestra amiga de Badajoz, llega esta noche. Su vuelo no aterriza en Eindhoven, ya que ninguno de los que venían directos a esta ciudad le interesaba por motivos de trabajo, así que tenemos que ir a por ella a una ciudad que está a una hora en coche de la nuestra. Esa ciudad no está en Holanda, si no que ya pertenece a Alemania. Con la ayuda de Aylim y el coche de su prima podremos recoger a Marta. ¡No te preocupes, Marta: llegar a Eindhoven es posible! 

Ana Vaca, nuestro primer inquilino, nos prepara una comida muy rica. Cocina arroz con patatas cocidas y pollo. Siempre pone dos platos en la mesa, a pesar de ser cuatro. Ayer hizo lo mismo. Nos dice que hay que compartir y que así ahorramos platos que fregar. ¡Pues tiene razón! Y disfrutamos de nuestra comida compartida. Mary y yo comemos de un plato y Ana y Ana Vaca comen del otro. Los quedamos limpios, casi que no hace falta ni fregarlos. 

Colocamos la casa entera. Recogemos todas las cosas que venían en el paquete desde España. Nos encanta todo lo que hay dentro y nos encanta aún más saber que viene desde nuestras casas, desde nuestro pueblo. Los chocolates, los turrones y demás alimentos los guardamos en el pequeño cuarto que tenemos en el salón, el que funciona como ropero y como despensa. Sí, los turrones y los abrigos van en el mismo sitio. No pasa nada, es una forma de economizar en el espacio. Cuando todo está en orden rezamos para que se mantenga así por mucho tiempo, aunque sabemos que no es posible y que al caer la noche el caos y el desorden volverán a invadir nuestra casa. No importa. Así funciona el ciclo de la limpieza: se limpia y ordena para volver a ensuciarlo y desordenarlo. Ésa es la ley. 

Ana tiene que irse a trabajar a las cinco y media. Mary, Ana Vaca y yo nos quedamos en casa hasta que Mary tiene que irse con Aylim en busca de Marta. Antes de eso Ana Vaca se sienta en el sofá, Mary en uno de los brazos de éste y, como si de un mono despiojando a otro se tratase, comienza a repararle las rastas. No me preguntéis cómo se hace, porque no lo sé. Mary coge unas agujas que Ana se ha traído desde España y rasta tras rasta las arregla. Tiene tanto interés en irse de aquí con el pelo arreglado que parece que ha hecho este viaje solamente para eso. “¡He venido hasta Eindhoven para que me arregles las rastas!” le dice Ana Vaca bromeando a Mary. Así pasan la tarde entera, mientras escribo las veo en la misma posición. Tendrá que continuar otro día, ya que dicen que tarda mucho en arreglarse el pelo entero. Así que Mary da por pausado su trabajo de peluquería, se va a la ducha y se viste para no hacer esperar a Aylim y Gianlu cuando vengan con el coche. 

Antes de despedirnos de Mary charlamos un rato en el salón. De repente un estruendo seguido de una luz muy intensa y azulada invade nuestra casa a través del ventanal por el que vemos la calle. Ana Vaca y Mary se lanzan a la ventana para intentar averiguar de dónde ha venido eso. Ha sido un petardo. Parece que aquí la gente celebra la espera y la llegada del año nuevo con pirotecnia. ¡A ver si vais a quemar Holanda y ya veréis la que vamos a liar! ¿Os imagináis que por culpa de un petardo se incendia algo? Solamente digo una cosa: con la cantidad de marihuana y cosas de esas raras que hay por aquí acabaríamos todos colocados por culpa del humo. Ya me imagino los titulares de los periódicos: “Un petardo consigue incendiar Holanda y todos sus habitantes quedan drogados por culpa de la nube de humo que cubre el país”. Sería un caos. 

Para todos aquellos a los que les interese el tema y para desmentir o confirmar algunos rumores acerca de la marihuana en este país: hace un tiempo todas las personas, residentes o turistas, de Holanda podían comprar libremente ésta hierba en los Coffee Shop, tiendas donde se consume ésta droga. La ley relacionada con todo esto cambió y ahora las cosas funcionan de diferente modo. En el norte de Holanda los turistas y los residentes pueden consumir libremente en éstas tiendas y en la parte sur del país solamente los residentes permanentes pueden comprar marihuana en los coffee. Éste cambio se debe a que mucha gente de los países vecinos viajaba hasta Holanda solamente para comprar droga. Para evitar convertirse en un país solamente con un turismo de este tipo decidieron implantar esta nueva ley. Para los que no sepan qué es un Coffe Shop os dejo con la buena descripción que nos ofrece la Wikipedia: “En los Países Bajos, un coffee shop (o coffeeshop) es una especie de local o restaurante, que tiene como característica principal la posibilidad de venta y consumo legal de cannabis (marihuana), hachís, alimentos con Cannabis y otros productos con extractos de esta planta. Los coffee shops existen gracias a la tolerancia de drogas suaves en los Países Bajos.” Creo que nunca había hablado de este tema. Hay que hablar de todo, ¿no? Simplemente es mera información. 

Aylim y Gianlu pitan con el coche en la puerta de casa, Mary se despide de nosotros y nos quedamos a solas hasta que regresen de nuevo. Regresarán y lo harán con un inquilino más. El vuelo de Marta ya estará llegando a su destino, creo que aterriza un poco antes de las diez y media de la noche. Esperemos que no venga con retraso, como vino el de Ana Vaca. 

Pasan las horas y Mary me llama por teléfono para decirme que ya están llegando a Eindhoven, que están con Marta y que pronto estarán en casa. Me dice que el aeropuerto es muy raro y que si no quieres pagar parking solamente puedes tener el coche menos de cinco minutos estacionado. Dice que han visto a Marta con la maleta a lo lejos, la han saludado desde el coche y que, corriendo, se ha montado en él y han regresado. Ha sido llegar, montarse y regresar. ¡Qué rapidez! Han estado en Alemania y su estancia ha sido de una media hora. ¡Pues ya está! Una más en Eindhoven y una más en casa. Ana Vaca y yo esperamos la llegada con ganas. 

A los pocos minutos escucho un coche aparcando en la puerta de casa, risas y voces que reconozco. “Ya están aquí” le digo a Ana Vaca, con la que he comenzado a ver una película hace diez minutos. Ana pausa la peli, me asomo por la ventana del salón y veo que los cuatro se están bajando del coche. Les saludo y, corriendo, bajos las escaleras de casa. Veo a Marta, que camina con la maleta hasta la puerta de casa, y corro hacia ella, en pijama y creo que en calcetines, la abrazo y le planto dos besos. ¡Marta ya está aquí! Le quito la maleta y la subo hasta casa, a la maleta no a Marta. Marta sube sola. 

Le presentamos la casa, le enseñamos los huesos del vecino invisible, el montón de cartas que nadie recoge, el pallet que tenemos como puerta separadora de las escaleras, la cocina, el lavabo caído, la habitación, las escaleras donde Ana se cayó, la estantería con otro pallet, la terraza y todo aquello que hace que nuestra casa se convierta en una casa especial y diferente. Dejo la maleta en medio del salón, junto a la enorme mochila de Ana Vaca, y nos sentamos a hablar de todo. Marta lleva todo el día viajando, desde Badajoz hasta Málaga en autobús, desde Málaga hasta el aeropuerto de Weeze en Alemania y desde allí hasta nuestra casa en coche. ¡Qué palizón de viaje! 

A la media hora, más o menos, cuando Aylim, Gianlu, Mary, Ana Vaca, Marta y yo estamos en el salón escuchamos nuevas voces en la puerta de casa. ¡Ana ya ha llegado de trabajar! Y no llega sola. Mateu, Aser y Andrea vienen con ella. Todos suben hasta casa y montamos una fiesta de bienvenida inesperada. Nos sentamos como podemos y estamos encantados de tener tantas visitas en casa. ¡Menos mal que el vecino invisible no da señales de vida y no se queja! No se queja, al menos no a la cara. 

Hablamos de la cena de mañana, de las cosas que hay que preparar y de todo en general. Aylim abre el regalo que mi madre le ha enviado desde España y resulta que es un “pongo”. Aylim tiene muchos “pongos” en su casa y dice que nuestra casa está llena de ellos. Un “pongo”, según las teorías de Aylim, es una cosa que te regalan y que cuando llegas a tu casa comienzas a decir lo siguiente: ¿Y ahora dónde pongo esto? ¿Lo pongo aquí o mejor aquí? ¿Dónde lo pongo? Pongo, pongo, pongo. Así que mi madre le ha regalado un pongo, un pongo navideño. Es una muñeca vestida de Papá Noel que canta y a Aylim le encanta, dice que es su primer pongo navideño y es cierto que siempre estaba pidiendo cosas para adornar su casa. ¡Pues ala! Ya tienes tu adorno de Navidad. Después lee la nota que mi madre le ha enviado junto al pongo en forma de agradecimiento por todo lo que ella y todos los demás están haciendo por nosotros. 

Aylim y Gianlu son los primeros en irse a casa, ella muy feliz con su pongo navideño y él maldiciendo la existencia de todos los pongos habidos y por haber. Nosotros continuamos un rato más. La revista de Cinemanía que me han enviado desde España, le digo a Mateu que aquí no encuentro ni una revista de cine y dice que lo mirará, a ver si él encuentra algo. Eso me recuerda que ayer proyectaron en el pueblo el cortometraje que hice junto a mis compañeros de clase hace un par de años. El cortometraje se llama “Inspiración” y Mary también aparece como protagonista de él. ¡Qué bien nos quedó! Para qué os voy a engañar. 

Tiran otro petardo en la puerta de casa y como la moto de Mateu tiene una sensibilidad super desarrollada comienza a defenderse con su alarma. “Déjala que pite, que no molesten tanto con los petardos” dice Mateu mientras los pitidos de su moto se fusionan con nuestras conversaciones. Marta se pasa la noche diciendo que se va a la ducha, pero no se va. Lleva duchándose toda la noche. Ana Vaca nos cuenta una anécdota que le ocurrió con un guiri en un festival de música. Dice que ella comenzó a hablarle en español y que él le decía: “I don´t understand!” (Ay don anderstán). Y ella, traduciéndolo como le vino en gana, le contestó con un “Pues si tú no sabes dónde están, imagínate yo”. El guiri se quedó con cara de espanto y ella continuó disfrutando de su festival. 

Y allí nos quedamos riendo y hablando de todo en general. Fusionamos nuestros amigos, nuestros viajes y nuestras aventuras. Se fusiona el pueblo con Eindhoven, se fusionan las anécdotas de España con las de Holanda. Todo se fusiona con las visitas. Y las visitas consiguen formar un campamento, un campamento que parece de verano pero que se forma en invierno. Nuestro hogar se transforma, se modifica y se acomoda a las visitas, a los nuevos inquilinos. Los colchones se reparten, las mantas se comparten, los nórdicos nos abrigan, la habitación se completa y hasta el sofá, algunas noches, se transforma en cama para alguno de nosotros. Alzamos la bandera, en medio de la ciudad, subimos nuestras escaleras e invadimos la habitación, nos tumbados en los colchones y nos damos las buenas noches. Nos dormimos, bajo el frío cielo de Holanda, soñamos y esperamos un nuevo amanecer, una nueva aventura y un continuo sin fin de cambios y sorpresas. Y montamos nuestro campamento de verano, pero en invierno. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

sábado, 5 de enero de 2013

"Thanks for coming"

29 de Diciembre de 2012.

Muchas veces actuamos sin pensar en las reacciones que vamos a provocar en la gente que nos rodea, en la gente que está lejos de nosotros y en la gente a la que ni siquiera conocemos. Muchas veces actuamos sin más, sin pensar, y sin esperar una respuesta, un estímulo que nos certifique que hemos actuado con claridad. Muchas veces no esperamos nada, otras veces lo esperamos todo y, sin embargo, nunca conoces cuál va a ser el resultado de esa espera. 

Las esperas se hacen largas, duren un segundo o duren un año. Siempre se hacen largas. Pero cuando llega el momento y todo termina aparece la respuesta, la ansiada respuesta. Felicidad, sorpresa, emoción, enfado, angustia, tristeza, añoranza. Tus sentimientos huyen de ti y se muestran a la luz del día, quedándote desnudo ante una situación que nadie puede manejar. Los sentimientos, no puedes controlarlos. La respuesta es inesperada. La espera ha terminado. Si el resultado es negativo desearías no haber perdido el tiempo esperando, pero si el resultado es positivo solamente puedes sentir la satisfacción de haber hallado tu momento, sonreír y simplemente dar las gracias por venir, por haber llegado. 



Más temprano casi que el Sol Mary se va al aeropuerto con Aylim y con Gianlu. Ellos van con el coche de la prima de ella porque van a por unos amigos que vienen a pasar un par de días a Eindhoven. Son amigos de Aylim y su vuelo llega más o menos a la misma hora que el de Ana Vaca. Mary aprovecha y se va con ellos, aunque le tocará esperar tendrán que venirse en autobús, ya que Aylim y Gianlu recogerán a los amigos de ella y volverán a su casa enseguida. Así que a Mary le toca esperar en el aeropuerto. 

Cuando estoy en el salón recibo una llamada de Mary. Los amigos de Aylim ya han llegado, se han despedido de ella y le han dicho que el vuelo que viene desde Sevilla, el de Ana Vaca, llega con retraso. ¡Por lo menos dos horas de retraso! A Mary le toca esperar mucho más. Mary, negándose a pasar dos horas sentada en un banco, decide pasear por el aeropuerto. Y la vida es así, te da sorpresas y te une a gente a la que pensabas que jamás volverías a ver. ¡Mary se encuentra con los dos tipos barbudos que hace unas noches comenzaron a hablar con ella! Sí, sí, los que le dieron una foto que se hicieron en el fotomatón, los que se parecían a Robinson Crusoe y los que, sin querer queriendo, arrancaron su cesta de la bici de Marleen. ¡Los ve en el aeropuerto! Pero no le dice nada, es normal. No creo que se acuerden de ella. Es curioso ver cómo los caminos vuelven a cruzarse y la gente que creerías no volver a ver, de repente aparecen en tu espera del aeropuerto. 

Aylim, Mateu, David y Gianlu se encargan de comprar la cena de Nochevieja. Hay que hacer un menú para catorce personas y dedican toda la mañana a comprar los mejores productos para la cena más esperada del año. Dicen que han ido a un mercado donde solamente pueden comprar los socios que formen parte de algún negocio o, al menos, eso entendí yo. Como Mateu es cocinero puede comprar en ese lugar y es en ese lugar donde puedes disfrutar del mundo de las pruebas y de las cosas gratis. David dice que estaba flipando, que solamente se dedicaba a degustar cosas de calidad y que no atendió a la cena de Nochevieja. ¡Se han puesto las botas comprando! Qué lujo. 

Y Ana Vaca llega a casa por Navidad, como el turrón. Aunque ni es Navidad, ni trae turrón. Aylim y Gianlu las recogen en el aeropuerto con el coche, al final no han tenido que venirse en autobús, y las saludo desde la ventana del salón. Ana Vaca, con su pelo lleno de rastas, sus pantalones hippies y su mochila cargada de cosas de viaje camina junto a Mary hasta la puerta de casa. La saludo, nos saludamos y nos alegramos de que esté por aquí. Es sentarse en una de las sillas del salón y las risas comienzan, surgiendo de la nada. Hablamos del pueblo, de su nueva vida en Sevilla, de Eindhoven, de nosotros y de ellos, los holandeses. Hablamos de los idiomas, del castellano, del inglés y del holandés. Ana Vaca nos deleita con una frase que creo que me quedará marcado para toda la vida. “La culpa de que no sepamos inglés la tiene Mari Paz” nos dice muy seriamente. No puedo parar de reír. Mari Paz, para todos aquellos que no tenéis el placer de conocerla, es una profesora de inglés que impartía clases en el colegio de nuestro pequeño pueblo, escribía en la pizarra la palabra “cat” y “dog”, nos mandaba a copiarlo un par de veces y a hacer un dibujo sobre ello. A los cinco minutos salía de clase y, en el pasillo, comenzaba a fumar mientras charlaba junto a cualquier profesor que pudiera atrapar con sus palabras. Además, cuando hablaba con una profesora, intercambiaban opiniones con respecto a las joyas con la que adornaban sus cuellos, orejas, manos y muñecas. Así era ella. Nos encantaban sus clases y seguro que aprendimos algo con ella, seguro que no mucho. Algo más que el significado de “cat” y “dog”. Algo es algo. ¡Gracias Mari Paz! 

Dejamos a las dos Ana en casa y Mary y yo nos vamos al centro de la ciudad, a intentar comprar el regalo del amigo invisible. Cada uno tenemos el nuestro y nos queda muy poco tiempo para comprar los regalos. ¡Que nos coge el toro! Vamos a intentar cogerlo por los cuernos. Cuando llegamos al centro nos topamos con dos o tres puestos que imitan a un mercadillo. Hay cosas de cueros, vinilos de todo tipo, libros y un montón de cosas más. ¡Qué pena que todos los libros estén en holandés! Si al menos estuvieran en inglés podríamos hacer el intento de comprarlos pero en ese idioma no hay quien entienda nada. Buscamos como locos entre los vinilos pero no encontramos nada interesante. Cuando descubrimos que el tiempo pasa demasiado rápido y que aún tenemos a dos velas a nuestro amigo invisible nos vamos de tiendas. 

Llegamos a casa con algunas cosas compradas, las guardamos para que nadie las vea y hablamos sobre qué vamos a comer. A Mary y a mí nos toca ir de compra al Albert Heijn. ¡Qué bien! Nos encanta ir de compra y encima en navidades hay pruebas dobles. Degustamos nuestras queridas pruebas y compramos todo lo que necesitamos. 

Nos ponemos a hacer la comida. Ahora somos cuatro en casa y estamos más repartidos. Cuando estoy en la cocina, Ana en la ducha y Mary y Ana Vaca en el salón ocurre uno de esos momentos que crees que nunca llegaría, uno de esos en los que se finaliza una espera, la más esperada. En ese momento tocan a la puerta de casa. Solamente con ese gesto, un toque a la puerta y consiguen hacernos las personas más felices del mundo. “¡El paquete!” grito desde la cocina, aún sin saber de quién se trata. Mary corre hasta la ventana del salón, la abre y descubre que una mujer con una caja de cartón está esperando en nuestra puerta, esperando a que alguien la reciba. Mary comienza a dar voces, yo continúo dando voces. ¡Hasta Ana sale del baño en toalla y con los pelos mojados! La emoción se apodera de nuestros cuerpos, las sonrisas se dibujan en nuestros rostros y bajamos las escaleras de casa en menos de un segundo. La cartera se queda perpleja, creo que no tiene palabras. ¡Madre mía! Estos muchachos sí que se alegran por recibir una caja. La mujer simplemente nos dice que firmemos en una pantalla de esas táctiles y se despide de nosotros. ¡El paquete! Subimos la caja de cartón hasta el salón y la quedamos sobre la mesa. La espera ha terminado. Estábamos deseando que llegara, nuestro paquete desde España, desde nuestras casas. Y llega el ansiado momento. El momento de romper la caja y abrir sus solapas. Nuestras sonrisas son más amplias que nunca. 

Comemos con prisa, el tiempo nos come a nosotros. Mary va a casa de Aylim a por ella, ya que ha dejado su bicicleta a sus dos amigos para que den una vuelta por la ciudad. Mary la recoge, se monta en el porta-paquetes y la trae hasta casa. “¡Hemos recibido el paquete de España!” le decimos muy ilusionados. Y hablando de todo en general nos vamos a trabajar. Ana Vaca se queda en casa con una de nuestras llaves y con uno de nuestros teléfonos. “Cuando terminemos de trabajar te avisamos y te vienes al centro, que andando, andando, llegas muy bien” y nos despedimos de ella. ¡Hasta luego! 

En el trabajo nos lo pasamos muy bien, como siempre. Hablamos con nuestro jefe de la cena de Nochevieja, de que somos catorce para cenar, que si quiere puede venirse con nosotros y que solamente necesitaría traer su silla. Hablamos del paquete que hemos recibido desde España y de todo en general. Lo pasamos bien en la cocina. Nuestro jefe, Will, comienza a cantar la canción de “Chiquitita” de ABBA y, como era de esperar, se nos pega el ritmillo y Aylim y yo también comenzamos a cantarla. Coreamos entre los tres, cada uno en su versión y cada uno en un idioma. Will la canta en inglés y Aylim y yo en castellano, aunque intento hacer mi versión inglesa. La cocina está animada y cuando se friega cantando se friega mejor, con más ganas. “Chiquitita dime por qué, lala la lala la la la” y así nos echamos unas risas. Le pregunto a Will por la versión en inglés, me la canta y le digo que a mí me gusta más mi versión. Se la traduzco a mi manera. “Little girl say me why” y ese es mi resultado y la manera de dar por finalizada nuestra jornada laboral de hoy. ¡Nuestro último día de trabajo del año! Qué emocionante. 

Antes de irnos Aylim le pide la factura de la merluza a Will, ya que fue él quien se encargó de comprarla para nuestra cena, y, bromeando, nos dice que se le ha olvidado, que no sabe cuánto costó y, cogiendo la factura entre sus manos, rompe el papel, lo convierte en una bola y lo tira a la basura. Esa es la manera que tiene de decirnos que nos regala el pescado, la merluza que creo que sigue en el Dr. Ink. ¡Muchas gracias Will! Nuestro jefe es una maravilla. 

Nos despedimos de todos nuestros compañeros con un “Hasta el año que viene” y un “Happy New Year” y nos vamos al Dr. Ink. De camino a nuestro bar favorito, Aylim y yo hablamos de las relaciones y amistades que estamos entablando en Eindhoven. Estamos formando un buen grupo de amigos y somos una piña muy fuerte. El hecho de que estemos solos y tan lejos de nuestros amigos de toda la vida y familiares consigue que nos unamos más a las personas. Hacemos una reflexión. “Estar en Eindhoven es como estar en Gran Hermano: estamos aislados y los sentimientos que sentimos hacia los demás se magnifican.” Nuestra estancia en esta ciudad es un Gran Hermano. ¡La ventaja es que no tenemos ni nominaciones ni expulsiones! 

Salimos de fiesta, bebemos cervezas por un euro, conocemos a la pareja de amigos de Aylim y ellos conocen a Ana Vaca. Nos lo pasamos muy bien, nos reímos mucho. Queremos dos bicicletas: una para Ana y otra para Gianlu, ya que a él no le funciona bien ninguna de las que tiene. Pero no podemos comprar bicis porque no hay negros que las vendan. ¿Dónde se han metido hoy? Y repartidos entre las bicis que tenemos regresamos a casa. 

Nuestra casa es un desastre. Hay miles de cosas por el medio y la mayoría de ellas venían dentro del paquete. ¡Nuestro paquete! Por fin en casa. Chorizos, quesos, aceitunas con hueso, latas y más latas de atún, camisetas olímpicas para ellas, una camiseta y unos calcetines térmicos para mí, pantalones para la nieve, bombones, turrones, perrunillas y chicharrones, incienso, un vídeo realizado por Marina y hasta un regalo para Aylim de parte de mi madre. De todo, hay de todo. Como decía Lina Morgan: ¡Gracias por venir! ¡Hasta la revista de Cinemanía! Me la compraba todos los meses en España y aquí no encuentro ni una sola revista de cine. Qué alegría. Atún por todos lados. ¡Menos mal! Con lo caro que es aquí y ahora tenemos un montón de latas en nuestra despensa. ¡Aceitunas con hueso! Aquí solamente las hay sin hueso y no entiendo por qué. ¡Con lo que me gusta quedarme media hora los huesos rondando por la boca! Éstos holandeses no tienen ni idea de comida. 

Con nuestro salón hecho una auténtica ruina, con el lavabo aún descansando en el suelo y con la primera inquilina que nos visita nos vamos a la cama. Nos repartimos como podemos entre los colchones y dormimos plácidamente. Mañana será otro día, mañana llegarán nuevas aventuras y sorpresas. 



Muchas veces reaccionas como no lo esperas, sonríes sin más. Regalándole a la vida esas ganas de seguir descubriendo sorpresas, de continuar abriendo puertas que te transporten hasta casa, que te hagan sentir bien y que consigan sacarte lo mejor que hay en ti. Muchas veces un simple gesto, una simple mirada o una simple palabra pueden llegar a provocar un huracán de sensaciones y torbellinos de sentimientos en tu interior. Tocan a la puerta y con ese sonido descubres que la espera ha terminado. Bajas las escaleras y con ese gesto alcanzas tu meta. Abres la puerta y se forma tu sonrisa, esa sonrisa y esas carcajadas que formas involuntariamente como la mejor de las respuestas, la respuesta a esa espera a la que tanto tiempo has dedicado. 

Es el momento de disfrutar, de dar por finalizado un periodo. De sentarse frente a lo que te rodea y sentir que estás bien, que sigues siendo feliz y que lo seguirás intentando por mucho tiempo, por el resto de la vida. Es el momento de dar las gracias, las gracias por haber llegado, las gracias por venir. 

Y una nueva etapa comienza, una nueva espera, una nueva respuesta. Pues la vida está formada por todo ello, por esperas y por respuestas. Solamente hay que esperar, saber esperar, descubrir la respuesta, agradecer la llegada y, de nuevo, comenzar de cero. Solamente puedo decir gracias por venir. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.


viernes, 4 de enero de 2013

"Una catastrófica cadena de catastróficas catástrofes"

28 de Diciembre de 2012.

Ella acababa de comenzar el día, se levantó de la cama, vistió su desnudo cuerpo con las primeras prendas de ropa que encontró en la desordenada habitación y bajó las escaleras que la llevarían hasta el salón. Lo cruzó y entró en la cocina. Siempre olía a comida, le encantaba ese olor. Ese olor que la invitaba siempre a comer. Aunque no tuviera hambre siempre tenía que degustar algo, aunque solamente fuera una simple galleta. Llenó un vaso de cristal con un poco de leche y lo tiñó con una cucharada de café. En medio de la cocina, contemplando las cuatro paredes que la rodeaban, degustó el café y quedó el vaso sobre la encimera de madera. Más tarde limpiaría todos los cacharros que había en el lavabo, aunque era algo que no soportaba hacer. Se había acostumbrado enseguida a tener lavavajillas y en esta nueva casa se había visto obligada a volver a fregar con las manos. Pensó en las malditas tecnologías, en sus avances y en lo desgraciada que era por no poder comprar una máquina que limpiara por ella. Defraudándose con la vida y con las injusticias que se cometían en su cocina decidió tumbarse en el sofá del salón. No le apetecía hacer nada más, simplemente pasar el día acostada. Y así lo pasó, en el sofá. 

Cuando sus ojos estaban cerrándose lentamente un molesto sonido la despertó rápidamente. Su mirada se dirigió hacia la mesa del salón, donde su teléfono móvil emitía un sonido de alarma y una vibración que conseguía que el mismo aparato hiciera pequeños movimientos sobre el cristal donde quedaba apoyado. Una alarma para no volver a quedarse dormida la había rescatado de un nuevo sueño. Maldijo la alarma y maldijo a su teléfono móvil. Una amiga siempre le recordaba lo de las alarmas, que las pusiera todas las noches y que no las olvidara. “Las alarmas de los teléfonos móviles son los mejores inventos que hay para no quedarse dormida” le decía siempre cuando sacaban el tema, que era muy a menudo. Ella no pensaba lo mismo, le gustaba dormir y las odiaba. No soportaba sus músicas ni sus vibraciones. La ponían nerviosa y hasta a veces deseaba lanzar su teléfono contra alguna de las paredes de la casa. 

Tuvo que despegar su cuerpo del cuero del sofá, dirigirse hasta la mesa y silenciar el móvil. Con el teléfono entre las manos decidió hacer una buena causa. Abrió la pantalla de los mensajes de texto y comenzó a pulsar las teclas que le permitían escribir con coherencia. Releyó el texto un par de veces y decidió pulsar la opción de “enviar”. Eligió el contacto que deseaba y, al otro lado de la ciudad, su amiga recibió un mensaje que conseguiría cambiarle el día, un mensaje que desencadenaría una catastrófica cadena de catástrofes catastróficas. 



Anoche, cuando llegué a casa, disfruté, si es que se puede disfrutar, de los dos últimos capítulos de la octava temporada de Anatomía de Grey. Digo lo de “si es que se puede disfrutar” porque es una serie de médicos y de historias dramáticas. Normalmente la ves con el corazón en un puño, con nervios y, a veces, si eres muy sensible, con lágrimas en la cara. Aylim y Mary también ven ésta serie, aunque ellas ya van por la novena temporada, y anoche no paraban de decirme cosas de los dos últimos capítulos. Que la serie cambia mucho, que me iban a encantar, que es muy fuerte todo lo que pasa y que me iba a dar mucha pena. ¡Nueve temporadas curando enfermedades! ¿Pero por qué no terminan ya la serie? Es algo que no entiendo. Pues eso, que veo los dos últimos capítulos y creo que Mary y Aylim le han dado tanto bombo que hasta me han decepcionado un poco, me esperaba más de lo que vi. Le envío un mensaje a Aylim con mi reacción ante el final de la temporada y le recuerdo que mañana por la mañana, es decir hoy, hemos quedado para ir a desayunar al Hema. 

Con la merluza de Nochevieja todavía en el frigorífico del Dr. Ink, con unas ganas de desayunar tremendas en el Hema y con un poco de sueño, me despierto y me levanto del colchón. Mary se ha ido hace unos minutos al estudio de Derek y no puede venir con nosotros a desayunar. Ana está durmiendo, así que intento no hacer mucho ruido. Bajo las escaleras de la habitación, entro en el salón, disfruto del desorden y maldigo todas las cosas que hay por el medio. Mis pasos me llevan hasta el servicio. La puerta está entreabierta y mi mirada se dirige al suelo, donde descubro la parte de arriba del bote de porcelana donde guardábamos el jabón. Me pregunto qué ha pasado, por qué el bote está roto y por qué está casi en medio del salón, y no en el servicio como siempre. Con un pánico atroz y temiendo lo peor, abro completamente la puerta del servicio. Mi cara se convierte en un cuadro, de Picasso por lo menos. El lavabo está descolgado de la pared, boca abajo y descansando en el suelo del baño. La otra parte del bote de porcelana está hecha añicos, repartida por todo el suelo, y junto a una enorme mancha azul de jabón que forma un charco, destacando sobre el blanco suelo. El servicio es un desastre. Mi cuerpo se congela en la puerta del baño, contemplando todo aquella catástrofe. Preguntándome qué es lo que ha ocurrido, me doy la bienvenida al día de los Santos Inocentes. 

He quedado con Aylim para desayunar y después para ir a comprar los regalos para los amigos invisibles. Me doy prisa, me visto, me aseo como puedo y descubro una nota que está pegada en la puerta del salón y que antes no he visto. “Dani, lo siento. Me he tenido que ir al estudio y no he podido recoger nada. ¿Puedes limpiar el jabón por mí?” y está firmada por Mary. Rápidamente, y con Aylim esperando en la puerta de casa, limpio la mancha de jabón que hay en el suelo y bajo las escaleras de casa. Ana sigue durmiendo en la habitación, ya me imagino su cara cuando descubra el circo que hay montado en el servicio. 

Saludo a Aylim, que está montada en un coche, y me monto en el asiento del copiloto. Es el coche de su prima, que se ha ido de vacaciones a España y le ha dejado el coche en su ausencia. Aylim dice que iba a venir en bicicleta pero que al final ha sido una vaga y ha decidido venir en coche. Le cuento lo que ha ocurrido en el servicio de casa y llamo a Mary por teléfono. ¿Recordáis lo que ocurrió el día de Nochebuena? Yo estaba apoyado en el lavabo y se descolgó de la pared, los tornillos se aflojaron y, rápidamente, los apretamos de nuevo. El lavabo quedó un poco inestable, así que decidimos no volver a apoyarnos hasta que lo reparásemos del todo. Hasta ahí todo bien. Mary me dice que cuando estaba en el servicio tenía que coger una cosa que estaba sobre los espejos del armario que hay sobre el lavabo y que, como es bajita y no llega, ha tenido que apoyarse en el lavabo, olvidando el percance de Nochebuena. Apoyada sobre él y casi consiguiendo lo que quería ha escuchado un crujido, el lavabo se ha despegado de la pared, todo se ha venido abajo, ella se ha caído al suelo y el bote de jabón se ha estrellado, formando el charco de jabón y llenándolo todo de trozos de porcelana. “¡Que Mary se ha caído al suelo junto al lavabo!” le digo a Aylim mientras sigue conduciendo hasta el centro de la ciudad. Mary me cuenta que ha sonado un estruendo enorme, que no entiende cómo no la hemos escuchado desde la habitación y que no podía parar de reírse. Ya me la imagino en el suelo del baño, junto al jabón azul y contemplando el lavabo completamente caído. Vaya cuadro. No se ha hecho daño, eso es lo importante, y se ha reído de la situación, ya lo arreglaremos. Me despido de ella y se lo cuento a Aylim, que ya está casi aparcando el coche. 

“Yo creo que aquí se puede aparcar gratis” me dice Aylim mientras entramos en una calle donde hay más vehículos aparcados. En casi todas las calles hay máquinas de parking para extraer tickets y pagar según el tiempo que estés estacionado. En esta calle parece no haber nada, así que decidimos quedarlo en ella. Nos bajamos del coche y Aylim me dice que esta mañana le ha enviado un mensaje a Mary para alegrarle el día, que estaba un poco triste por no poder venir con nosotros a desayunar. ¡Pues sí, se lo ha alegrado! Se ha echado unas buenas carcajadas en el suelo del servicio. 

Aylim y yo llegamos al Hema, nos vamos a la cafetería y comenzamos a coger nuestros respectivos desayunos por un euro. Aylim nunca ha desayunado aquí, así que tengo que ir explicándole todo como a una novata en el tema. Coges el croissant, el bocadillo de tortilla francesa y bacon, la mermelada o la mantequilla, el café con leche y un zumo de naranja, si quieres. Con el zumo vale cincuenta céntimos más pero merece la pena. Todo eso por un euro cincuenta. Es una pasada. Desayunamos como reyes y cuando terminamos nos vamos de compras. 

De tienda en tienda intentamos comprar el regalo para nuestros amigos invisibles. Entramos en muchos sitios y algunas cosas sí que compramos. Tenemos que ir con prisa, ya que a las once hemos quedado con Gianlu para ir los tres juntos a la tienda de segunda mano. Aprovechamos que tenemos el coche y así podemos transportar nuestra compra mejor que mejor. Cuando va llegando la hora y con varias bolsas de diferentes tiendas en las manos nos vamos hasta el coche. Vamos en busca de Gianlu. 

Una nueva sorpresa y una nueva inocentada llegan a nuestras vidas. Aylim está sentada en el asiento del conductor y yo en el del copiloto. Antes de arrancar el coche Aylim descubre un papelito sujeto a uno de los limpia-parabrisas de la luna de cristal. Ondea en el viento como si intentara llamar nuestra atención. Aylim lo coge y maldice a los cuatro vientos. Una multa. Aylim tiene entre sus manos una multa. Por haber aparcado en la calle en la que hemos aparcado y por no haber sacado un ticket en ninguna máquina de parking. ¡Maldito seas parking! Con la segunda inocentada del día vamos a casa en busca de Gianlu. 

Llegamos a casa, donde ahora en vez de un perro tienen dos, y le contamos a Gianlu lo de la multa. Tienen dos perros porque, aparte de un coche con el que poder circular por Eindhoven, la prima de Aylim también les ha dejado otro perro para que lo cuiden durante sus vacaciones en España. Son los dos perros iguales, los mismos que el que sale en Pocahontas. La única diferencia es que uno es beige y el otro en negro. ¡Ah! Y que uno se llama Chulo y el otro se llama Chico. Con los perros por medio del salón Aylim se viene abajo cuando le contamos a Gianlu lo de la multa y dice que el día tan bueno que estábamos pasando se ha estropeado. Le decimos que no se preocupe, que es una tontería y que ha todo el mundo le pasa. La intentamos animar quitándole importancia al asunto, porque no la tiene. “¡No tendría que haberme llevado el coche!” dice Aylim arrepentida de no haber ido a desayunar en bici. “¡Tendríamos que haber ido en bici!” le dice a Gianlu. Dejamos la casa, con los dos perros dentro, para irnos a la tienda de segunda mano. 

Primero vamos a la tienda de segundo mano pija, a la que todo está ordenado y la que no parece un mercadillo. Compramos algunas cosas, Aylim se vuelve loca con objetos que encuentra y Gianlu quiere una tele, que las hay por un precio muy asequible. ¡Me encuentro un trípode para mi cámara de vídeo! Lo más gracioso es el precio. Vale dos euros. Me aseguro de que esté en buenas condiciones y me lo quedo, está perfecto. Buscamos unos nórdicos, ya que Aylim y Gianlu los necesitan, pero no encontramos ninguno. Nos vamos a la sección de ropa. Aylim se va a la de señora y Gianlu y yo a la de caballero. “¡Gianlu, vamos a comprarnos un traje de chaqueta para Nochevieja!” le digo mientras veo una fila de chaquetas americanas en una percha. En el mismo instante mis ojos quedan enamorados de una chaqueta gris que parece iluminarse desde el cielo, el resto de chaquetas se apartan, quedándola a solas conmigo. El tiempo se detiene y una música celestial invade mis oídos. Vuelo hacia la chaqueta, la siento entre mis manos y me la pruebo sobre el jersey que llevo puesto. Me enamoro definitivamente de ella. Me encanta. Me miro a uno de los espejos de los probadores y me quedo con ella. A Aylim y a Gianlu le encanta, dicen que estoy guapo. Ha sido un flechazo y el mejor momento es cuando miro el precio. Me enamoro más aún. Es perfecta, es una compra perfecta. 

Con un trípode de dos euros en una mano y una chaqueta perfecta para Nochevieja en la otra nos vamos en busca de la otra tienda de segunda mano, en la que Ana y yo descubrimos que había una plazoleta con señoras de compañía en los escaparates. Llegamos a la otra tienda, la que parece un mercadillo, y nos ponemos a rebuscar como locos. Tampoco hay nórdicos, pues vaya. Aylim y Gianlu los necesitan porque en unos días vienen dos amigos de Gianlu para pasar la Nochevieja con nosotros, al igual que Marta y Ana Vaca. Las visitas ascienden en Navidad. 

Sin nórdicos pero con otras cosas entre las manos regresamos a casa. Aylim y Gianlu me dejan en casa. Subo cargado de cosas y Ana aún no ha bajado al salón, por lo tanto tampoco ha visto la catástrofe que se ha formado en el baño. Entro en el salón y escucho los pasos de Ana bajando por las escaleras. Me recibe con otra catástrofe, con la tercera o la cuarta del día. Un estruendo suena tras la puerta de las escaleras que nos llevan hasta la habitación. La puerta está cerrada y algo, supongo que es Ana, se estampa contra ella. Parrán pam pam. Y Ana se tropieza con uno de los escalones, se abre la puerta y, con una mano en la cabeza, sale de detrás de la puerta y se tira al suelo, entre lamentos y quejos. Ana se ha tropezado y su frente se ha chocado contra una de las paredes y contra la puerta de las escaleras. Cuando me dice que está bien se reincorpora y le enseño lo que me he comprado. La cara de espanto de Ana al descubrir el baño es un cuadro, se merecía una foto. 

Seguimos teniendo noticias. Una de ellas es que la serie de televisión Friends, mi favorita, que finalizó en el año 2004 puede que regresen en forma de película a la gran pantalla. Es una noticia que llevaba esperando mucho tiempo, aunque todas las veces que la han dado seguidamente la han desmentido. Espero que no sea así esta vez y que no se trate de una inocentada. Tengo la esperanza de que sea una noticia verdadera porque aparece en una página oficial de cine. ¡Cómo sea mentira denuncio a la página web! 

Y otra buena noticia: a Mary le han regalado una Maquita. ¿Qué es una Maquita? Es un taladro que Derek y sus socios han comprado para que Mary la utilice en el estudio donde trabaja algunos días. ¡Por fin! Algo bueno en el día. 

Inocente, inocente. Supongo que los santos tienen algo que ver con todas éstas trastadas que nos están ocurriendo. Un lavabo que ha terminado de caerse de la pared, un aparcamiento inoportuno y una multa de tráfico, una caída de escaleras y una merluza de Nochevieja que sigue durmiendo en el local del Dr. Ink. No queremos ser gafes, pero seguro que el mensaje que Aylim le ha enviado a Mary para alegrarle el día a primera hora de la mañana ha tenido algo que ver con todo esto. ¡El mensaje nos ha maldecido a todos! 

Los Santos Inocentes han venido de visita a Eindhoven y nos han estado haciendo trastadas desde primera hora de la mañana. Por desgracia todo esto no ha sido una inocentada, si no que es real. Se ha roto el lavabo y nadie ha salido de detrás de la puerta diciendo “¡Inocente!” y como por arte de magia el lavabo quedaría arreglado. Nadie ha salido de detrás del coche para decirnos que lo de la multa era una broma y el papelito de la factura no se ha roto por los aires. Y nadie ha dicho “¡Inocente!” cuando Ana se ha tropezado en uno de los escalones y se ha estampado contra la puerta de las escaleras. Nadie ha aparecido al final del día para decirlo, pero no pasa nada. Nos gustan las sorpresas y nos gustan las aventuras, nos gustan las cosas que ocurren a nuestro alrededor y nos gusta todo aquello que modifica nuestras vivencias y nuestra estancia en esta maravillosa ciudad. Nos gusta que los santos vengan de visita y nos hagan trastadas, aunque con sus locuras desencadenen una catastrófica cadena de catastróficas catástrofes. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

jueves, 3 de enero de 2013

"Hake in the bars"

27 de Diciembre de 2012.

La nota que nos dejó el vecino invisible en uno de los escalones de la escalera ahora descansa sobre nuestra estantería fabricada con un pallet. Las dos breves frases en holandés nos han quedado las cosas claras. No es capaz de saludarnos ni de llamar a nuestra puerta, pero nos deja notas en las escaleras. ¡Encima tiene la letra bonita! Faltaría menos. “Bicicletas fuera. No en el hall” se puede leer en el papel. No quiero ninguna bicicleta dentro de casa, ni si quiera en nuestras escaleras. Pues vale, lo comprendemos. No volveremos a dejar las bicicletas en el hall. Llegué a casa y me topé con la nota en las escaleras. Tuve miedo. No sabía ni lo que significaba ni con qué nos sorprenderían ahora. Subí corriendo hasta el salón, encendí el ordenador y gracias al Google Traductor, aunque a veces nos falla, me descifró el mensaje. ¡Vecino Invisible mensaje recibido! Lo cumpliremos, no seremos malos. Le ha faltado poner un “por favor” o un “gracias” pero bueno, al menos tiene la letra bonita. Nos alegra que te hayas manifestado, sea de la forma que sea. 

Esta mañana Mary se va a la tienda temprano. Mary me dice que Marleen le ha dado otra carta para que vaya a la tienda de correos holandesa. ¡Yo creo que Marleen sabe que eso de las cartas es algo que le viene de familia! No es normal que la mande a enviar tantas. ¡Hablando de cartas! Nuevas postales de Navidad llegan a nuestra casa. Un dibujo de mis primos pequeños y una felicitación de la madre de ellas nos alegran el día. ¡Qué emoción sentimos cada vez que recibimos cosas! La madre de Ana y Mary, su hermana y el novio de su hermana les envían dos postales de Navidad, les escriben cosas bonitas y consiguen emocionarlas. Mis dos primos pequeños me han pintado en un folio cosas navideñas, me han escrito en nombre de ellos y de mis tíos y nos gusta la idea de pintar las tarjetas de navidad. ¡Ésas sí que son únicas y originales! 

Ana y yo nos quedamos solos en casa. Hoy trabajamos todos en los restaurantes, menos Ana, no como ayer. Por la tarde Aylim y yo lo tuvimos libre y Mary y Ana trabajaron. Mary tuvo que haber ido ayer a la comida con sus compañeros en el restaurante, como a la que fui yo el día anterior. Pero Mary la anuló, dijo que prefería no ir y decidió quedarse a comer en casa de Aylim con nosotros. Ayer Aylim nos preparó pasta con las cosas que se encontró en la nevera. Una pasta totalmente improvisada, pero estaba muy buena. Champiñones, puerros y gambas se unieron en grupo para acompañar a los lacitos. ¡Normal que nos hiciera de comer! Después del favor que le hicimos no nos merecíamos otra cosa. 

Ana se va al centro de la ciudad a comprar el regalo de su amigo invisible, ya que el otro día hizo un intento de ello y en vez de comprar cosas para el regalo se las compró a ella misma. Así que hoy lo intenta de nuevo y se despide de mí, hasta luego. ¡No compres nada para ti! Compra para el amigo invisible… 

Me quedo en casa y la soledad me invita a continuar con Las Cartas de Holanda, así que me pongo manos a la obra y escribo alguna que otra carta. Escribo hasta que llega Ana del centro. Llega cargada de unas cuantas bolsas. ¡Menos mal! Parece que ha comprado algo. Dice que no mire nada y que no intente adivinar quién es su amigo invisible, pero por unas cosas y por otras y por las sonrisas que se le escapan cuando intento adivinarlo termino averiguando para quién son sus regalos. ¡Ya lo sé! Lo sé, lo sé, lo sé. Ana me lo confirma y, por si fuera poco, me enseña qué le ha comprado. ¡Qué chulo! Yo creo que le va a encantar. 

Y antes de irme al restaurante como con Ana. Hacemos arroz y lo combinamos con algo que creíamos que era chóped, chóped en barra. Cuando lo troceamos y lo freímos junto a la cebolla descubrimos que la especie de chóped raro se derrite en la sartén. ¡Qué cosas más raras! Y cuando lo comemos descubrimos que no es chóped, si no que es paté. ¡Paté! Hemos frito paté junto a la cebolla y después se la hemos añadido al arroz cocido. Es paté en barra, algo muy raro. Lo sé. Lo compramos creyendo que era algún fiambre y ahora nos sorprenden con esto. ¡Vaya tela! Como podréis imaginar el arroz no estaba muy bueno. Me lo como porque no hay otra cosa. Casi me hago un cola cao con galletas. ¡Qué asco! 

Cuando Aylim llega a casa nos vamos juntos al restaurante. Mary viene a casa cuando termina en la tienda y nos vamos los tres a los restaurantes. Ana y Gianlu, como tienen el día libre, quedan por la tarde y deciden pasar tiempo los dos juntos. Hablamos entre todos y decidimos quedar después del trabajo en el Dr. Ink, el bar donde tanto nos gusta ir. Tenemos que hablar de la cena de Nochevieja, de lo que vamos a cenar, de quiénes van a comprar la comida y de cuánto dinero vamos a poner. Así que ése es el plan: nos vamos a trabajar y después nos veremos en el bar. ¡Hasta luego! 

Aylim y yo nos lo pasamos muy bien en el trabajo. Cantamos casi todo el tiempo y nuestro jefe bromea mucho con nosotros. Aylim dice que es el mejor jefe de toda Holanda. ¡Es tan bueno que hasta nos ha hecho el favor de comprarnos la merluza para la cena de Nochevieja! Aylim me dice que le recuerde que cojamos la merluza antes de irnos al Dr. Ink y que por favor no la olvidemos en las neveras del trabajo. Al terminar cogemos el pescado y nuestras bicicletas y nos vamos hasta el bar. Nos despedimos de nuestros compañeros de trabajo y nos vamos en busca de nuestros compañeros del no trabajo. Aunque Aylim es compañera mía en la calle y en el trabajo. ¡Somos doblemente compañeros! 

Con la merluza bajo el brazo llegamos hasta el Dr. Ink. Aylim le dice al camarero que nos la guarde en uno de los frigoríficos y, como somos clientela fija, lo hace sin ningún inconveniente. Vale, la merluza ya está a salvo. Ana y Gianlu llegan de casa y Mary llega del restaurante. Como el resto de gente aún va a tardar en llegar decidimos ir a cenar al McDonald´s. ¡Hamburguesas y patatas fritas! No podemos comer más sano. Menos mal que no nos lo permitimos muchos días al mes. ¿Por qué éste tipo de comida no puede ser la comida sana? ¡Todo está al revés! 

Gianlu nos mira raro y es que favor que le hicimos ayer a Aylim también tiene que ver con él. Fue un favor en su casa y la casa es de ambos, así que Gianlu también forma parte. “Aylim, ¿Gianlu sabe algo de todo esto?” le dije antes de comenzar con las mudanzas. “No, no sabe nada pero da igual” me dijo Aylim quitándole importancia al asunto. “Entonces yo no quiero formar parte de esto” le dije bromeando y pensando en la cara que pondría Gianlu cuando descubriera los cambios realizados en su habitación. Lo que ocurre es lo siguiente: Aylim tiene un dormitorio precioso, con muebles preciosos y con cosas preciosas. Lo único que no es precioso en la habitación es un escritorio moderno que no queda bien con el resto de muebles de la sala. A Gianlu le gusta el escritorio y a ella no. Ella, ayer, quiso que la ayudáramos a quitar el escritorio, a bajarlo al salón, a esconderlo en el trastero y a subir un mueble que había en el trastero, para ocupar el espacio que ocupaba el escritorio. Y todo esto a espaldas de Gianlu, ya que no estaba en casa. ¡Yo no quiero saber nada cuando Gianlu vea todo esto! Así que desmontamos el escritorio, lo bajamos por las escaleras y lo sustituimos por un mueble que tenían abandonado en el trastero del jardín. ¡Vaya aventura que nos costó el subir y el bajar muebles por las escaleras! 

Ahora la habitación está más bonita. Todos los muebles son de madera antigua y ahora todo es del mismo estilo. Es una habitación muy bonita y, la verdad, a ese escritorio le destaca todas las partículas de madera que lo forman. Ayer fue la mudanza y hoy ha sido cuando Gianlu se ha topado con los ayudantes de la mudanza, con los testigos del delito, con nosotros. Ya me imagino su cara cuando entró en la habitación y descubrió que su cariño se había deshecho de su escritorio. Encima a media tarde Aylim le envió un mensaje para decirle que le tenía una sorpresa y el pobre estuvo todo el tiempo, hasta que llegó a casa, hecho un flan. Yo creo que ya se temía lo peor. 

Cenamos, olvidando los muebles cambiados, en el McDonald´s y después regresamos al Ink. Cuando estamos casi todos los de la cena comenzamos a hablar del menú, del dinero y de las cosas que no tienen nada que ver con Nochevieja. Hay que comprar bebidas, comida y uvas. ¡Que nos e olviden las uvas! Aunque los holandeses no las tomen nosotros queremos seguir haciéndolo, como en España. ¡Y tenemos que ver a la Igartiburu por internet! Eso no debe faltar. 

Después de improvisar un menú, de juntar el dinero de todos los comensales, de tomarnos algunas cervezas y de leer la lista de personas que cenaremos en la última noche del año regresamos a casa. ¡La lista de personas de la cena! Aylim comienza a decir todos los nombres en voz alta. “Mateu, su madre, Aylim, Gianlu, los dos amigos italianos de Gianlu, David, Andrea, Aser, Mary, Ana, Ana Vaca, Martita y Dani”. Lo sé, la fusión de pueblo y Eindhoven hace mucho contraste. ¡Marta, nuestra amiga de Badajoz, y Anabel Vaca, la del pueblo, se vienen a pasar la Nochevieja con nosotros! Es gracioso escuchar sus nombres entre la lista de personas de Eindhoven. Parece que ahora mismo Eindhoven y el pueblo son dos mundos diferentes, que no se pueden fusionar. Pero al escuchar esto te das cuenta de que todo es posible y de que estamos lejos, pero que tampoco hay tanta distancia. Pues eso, con Martita y Ana Vaca entre la lista de comensales damos por finalizado el número de personas que cenaremos en Nochevieja. ¡Catorce! Catorce para cenar. Lo pasaremos bien, eso está más que claro. 

Después de todo eso, ahora sí que sí, regresamos a casa. Cada mochuelo a su olivo, como el refrán que dicen en España. Y cada uno está en su casa y cada uno duerme en su cama, en su sofá o en su colchón. Cada uno duerme donde quiere. Menos nuestra merluza de Nochevieja, que no duerme donde quiere si no donde la obligamos a dormir. Triste y abandonada duerme en el frigorífico del Dr. Ink. Nadie se ha acordado de ella y la hemos dejado en el bar. Ya la recogeremos. Con media cena en un bar damos por finalizado el día. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

miércoles, 2 de enero de 2013

"Cáscaras de pipas bajo el banco del parque"

26 de Diciembre de 2012.

Ellos siempre se sentaban en el mismo banco de aquel solitario parque, siempre en el mismo. Se sentaban el uno frente al otro, ponían una bolsa de las mejores pipas entre ellos y cada uno cogía un puñado de ellas. Como si de una ensayada coreografía comenzaban a comer pipas, dejando caer al suelo las cáscaras que teñían de un tono grisáceo el suelo del lugar. Los minutos pasaban frente a ellos, la gente que paseaba, los que hacían deporte, los niños que correteaban en forma de juego, los que lanzaban piedras al lago y los que pedaleaban sobre sus bicicletas. La vida pasaba ante sus ojos. Ellos no decían nada, solamente observaban las escenas que el parque les regalaba y continuaban con su rutinaria degustación de frutos secos. 

Todas las tardes las pasaban sobre aquel negro blanco de hierro, que dibujaba formas detalladas gracias a la forja. Estaba situado entre árboles, al lado de un enorme lago que se formaba en el centro del gran parque. Parecía estar reservado para ellos, todas las tardes. Nunca nadie les había quedado sin sitio en aquel lugar. Paseaban hasta allí, extraían la bolsa de pipas de uno de sus bolsillos y dejaban caer sus cuerpos sobre el frío hierro. Allí comenzaba su rutina, pipa tras pipa, segundo tras segundo, dejando caer cáscaras de pipa bajo el banco del parque. 



Como no tenemos enchufes en el servicio Ana y Mary siempre tienen que secarse el pelo en el salón, enchufando el secador al lado de la estantería fabricada con un pallet. Aquí eso de los enchufes en el baño no se lleva. Es raro pero no hay. La verdad es que es un poco peligroso que haya enchufes y cosas eléctricas rondando por los servicios, pero bueno. En nuestro baño no hay enchufes, así que supongo que estamos salvados de que nos demos un calambrazo con algo que hayamos enchufado junto a la bañera. 

Se secan el pelo porque se han duchado y hemos quedado con Aylim. Vamos a ir de paseo con nuestras bicicletas porque queremos aprovechar la buena mañana que hace. Un radiante sol entra por nuestra ventana, consiguiendo calentar todo el salón y todas nuestras cabezas. ¡Cómo pega cuando te da directamente en la piel! A veces tenemos que colgar mantas o toallas para no achicharrarnos, pero dura poco y se esconde tras las nubes. ¡El sol se va cuando salimos de casa! Pues vaya, con el buen tiempo que hacía y ahora que nos vamos a casa de Aylim se nos queda un cielo color grisáceo. El tiempo nos da una bofetada en la cara. Se nos queda cara de tontos y recordamos que el tiempo en Eindhoven es así. 

Al llegar a la puerta de la casa Gianlu nos recibe como un buen anfitrión, ya que toma ejemplos de su novia. Va vestido con unos pantalones beige de pana y un jersey de cuello alto color verde. Mary dice que se parece a los hombres del pueblo cuando van de caza en los días de domingo. ¡Gianlu parece un cazador! Hablamos con él hasta que sale de casa Aylim. Ésta vez no entramos en casa y nos esperamos en el porche. “¡Venga Aylim que nos vamos al parque a comer pipas!” le digo, aún desde mi bicicleta. “¡Espera, espera! Que voy a coger pipas” nos dice cuando ya estaba casi montada en su bici. Entra de nuevo en casa y aparece con una bolsa de pipas. ¡Qué bien! Nos vamos al parque a comer pipas, vamos a estar como en el pueblo. Nos despedimos de Gianlu, el cazador, y comenzamos nuestro camino al parque. 

Aylim es la que conoce el camino, así que la seguimos a ella. Mary, mientras seguimos pedaleando, me ayuda a sacar mi cámara de video de la bandolera. Abro el bolso que me queda a la cintura y comienzo a sacar cosas que le voy dando a ella. Consigo tener fuera la cámara de video por un lado y a batería de la misma por otro lado. Mary me la entrega y comienzo a grabar. Un plano de Ana y Aylim con sus bicis es lo primero que aparece en la pantalla de la máquina. Mary sonríe y saluda de seguido y más tarde me grabo a mí mismo, así que no sé que habrá salido de todo eso. Continúo grabando todo el camino, arriesgando mi vida y mi cara contra algún bordillo. No importa. Lo importante es grabar, tenerlo todo grabado. Así que continúo con una mano en el manillar y otra en la cámara. ¡Saludad! 

“¡Coged carrerilla y aprovechad la barrera para ello!” nos dice Aylim con su flequillo rubio al viento. Cuando descubrimos de a lo que se refería vemos ante nosotros una barrera hacia abajo seguido de una hacia arriba. Tenemos que cruzar un puente por abajo y esas barreras están para ello. Vamos pedaleando por una especie de carretera con toques de autovía, pero siempre por el carril bici. No nos estamos metiendo en el carril de nadie, solo en el nuestro. Comenzamos a pedalear más fuerte de lo normal y nuestras ruedas cogen velocidad, bajamos la barrera muy rápido. Como si de una competición se tratase unos vamos por delante y otros por detrás, adelantando e imitando a las carreras. Y después de la bajada, como casi siempre, llega la subida. Cuesta un poco más pero, como hemos cogido velocidad en la bajada, la subimos sin ningún problema. Aunque creo que todos adelantamos a Aylim. ¡Vamos! Y yo sigo grabando. “¡Aylim muéstrame esa cara de cansancio!” y su cara, con la lengua casi fuera, aparece en la pantalla de la cámara. 

Minutos más tarde la carretera nos lleva hasta una concentración de rotondas, que quedan custodiadas por unas paredes abarrotadas de grafitis. Cuatro o cinco rotondas quedan perfectamente alineadas entre aquellas paredes cargadas de colores. Grafitis y más grafitis adornan el lugar, dibujos de todo tipo y cualquier tamaño y letras de cualquier tipografía tiñen aquel espacio del que nos quedamos embobados mientras pedaleamos en círculos contemplando las paredes. Te encuentras en el centro de las cuatro rotondas, que se comunican entre sí y que cada una de ellas tiene una salida diferente. Todas te devuelven a la normalidad del mundo a través de un pequeño túnel, que también están dibujados en su interior. Vemos a un grupo de dibujantes en uno de los túneles. Suponemos que van a comenzar a pintar algo. Pasmaos a su lado y vemos cómo llenan el suelo de diferentes botes de espray. Abandonamos la concentración de obras de arte moderno a través de uno de los túneles y continuamos con nuestro camino hacia el parque, el que rodea a un enorme lago. 

No tardamos mucho en llegar. La verdad es que la casa de Aylim está muy cerca del lago y del parque, y nuestra casa está muy cerca de la de Aylim. Así que estamos todos cerca de todos. ¡Y nuestras miradas contemplan un manto de agua rodeada de árboles! El lago y el parque. Hemos llegado a nuestro destino. Aylim nos lleva hasta la entrada del lugar y sustituimos el asfalto por un camino de arena. En fila y bordeando el lago continuamos dando pedaladas por el camino. Nos cruzamos con gente que pasea, con parejas de ancianos, con deportistas que hacen el camino corriendo, con los que pasean a sus perros, con familias que juegan con sus hijos y hasta con un gran grupo de personas que parece que van de excursión al campo. Nosotros vamos en bici, también nos cruzamos con alguna que otra persona que va como nosotros. El lago queda a nuestra izquierda, bañando todo de agua. Los árboles y la zona de parque están a nuestra derecha y rodea todo lo que es el gran lago. Aylim nos lleva hasta unos bancos de madera, quedando el uno frente al otro, y una mesa, también de madera, entre ellos. Parece un merendero. Aparcamos nuestros vehículos al lado de los bancos y nos sentamos en ellos. Aylim saca las pipas del bolso y, mientras hablamos de lo que va surgiendo, el suelo se va llenando de cáscaras de pipas. 

Más tarde, después de acabar con media bolsa de frutos secos y de habernos sacado algunas fotos, cogemos las bicicletas de nuevo y continuamos con nuestros descubrimientos. Recorremos el parque, pedaleamos por sus caminos y llegamos a un lugar en el que los árboles y las hojas secas en el suelo se convierten en sus protagonistas. ¡Creo que Aylim nos ha traído al sitio donde se daba besitos con Gianlu! La verdad es que es un lugar muy romántico. Se respira paz y la tranquilidad consigue invadir tu cuerpo. Te quedas en silencio, en medio del sonido que hace el viento al rozar las ramas de los árboles, las hojas secas bailan en el suelo y el agua ondea rápidamente, chocando suevamente contra las orillas que se comunican con los mantos de maleza. Aylim: un buen sitio para darse besitos. 

Llegamos hasta una enorme explanada de césped, grabamos y nos hacemos más fotos. Es un día de fotos, eso está más que claro. Nos lo pasamos muy bien y les digo que me gustaría grabar alguna historia en ese parque. ¡Me puedo inventar una historia en la que ellas sean las protagonistas! Me pondré manos a la obra e intentaremos grabar algo algún que otro día que tengamos libre. ¡Nos encanta el lugar! Mary dice que necesitaba estar en contacto con la naturaleza. A todos nos viene bien de vez en cuando. Separarte de los edificios, rodearte de árboles y respirar el aire más puro que existe. A todos nos viene bien. 

“¡Mirad los patos!” les digo desde el centro de la explanada de césped. Un grupo de patos caminan en la orilla del lago, moviendo sus traseros blancos y sus patas de patos. “¡Que nos son patos, son gansos!” corrige Ana cuando los ve. Ese grupo de animales nos dan una idea, una idea para seguir con la diversión. “¿Y si corremos tras ellos y mientras los grabo con la cámara de vídeo?” y como era de esperar todas me dicen que sí. En modo misión secreta caminamos hasta el grupo de patos. “¡Que son gansos!” vuelve a repetir Ana. Lentamente, disimuladamente, nos acercamos hasta los animales. “Hay que tener cuidado con ellos” nos dice Aylim casi en un susurro. “Puede que se vuelvan contra nosotros y nos ataquen. Son ocas asesinas” continúa intentando meternos el miedo en el cuerpo. “Aylim: las asesinas son las orcas, no las ocas.” Le digo mientras continuamos caminando hacia nuestro objetivo. 3, 2, 1… y salimos corriendo hacia los patos, o los gansos o lo que sean, mientras damos voces como locos. Los cuatro los espantamos, consiguiendo moverlos a todos y obligándolos a que se metan en el agua. El lago queda teñido por el blanco de sus plumas. Y un pobre ganso queda alejado del grupo, perdido en el descampado de césped. Mary le ayuda a regresar con su familia. Corre y chilla tras él como una loca. Pero el animal no se mete en el agua y Mary no se cansa de correr tras él. Yo creo que en ese momento el pato necesitaba tener cuerdas vocales. “Mira chica. Déjame en paz que no quiero mojarme el culo con esa agua tan fría. ¿T e queda claro?” y así el pato quedaría más tranquilo. Pero por desgracia el pato no tiene cuerdas vocales y Mary no se detiene hasta que le digamos que lo haga. Mary para, el pato se queda tranquilo sin mojarse el culo, cogemos nuestras bicicletas y regresamos a casa de Aylim. 

Pasamos de nuevo por las rotondas llenas de grafitis, bajamos de nuevo la barrera y la subimos de nuevo. Mientras bajamos cogemos velocidad, como antes. Vamos muy deprisa. Ana va en primera posición, seguida de Aylim y finalmente Mary y yo. Esta vez no voy grabando. ¡Zás! Pequeñas cositas blancas saltan de la cesta de la bici de Aylim. ¿Qué ha sido eso? Y descubrimos que lo que saltan son las pipas. Cada vez que coge un bache saltan pipas. Barrera abajo adelantamos a Aylim, la quedamos atrás. Dice que la edad se nota y que por eso se queda la última. ¡Aylim has perdido la carrera! 

Al llegar a nuestra segunda casa pensamos en qué hacer para comer. “Ahora me tenéis que ayudar con una cosita, ¿vale?” nos dice Aylim al llegar a casa. Y la cosita nos lleva un ratito. Ya os lo contaré. Mary enciende el ordenador y al abrir el Facebook nos da una noticia que se queda en el aire. “¡Chicos! ¡Anabel Vaca me ha enviado un mensaje y dice que su avión aterriza el día veintinueve a las diez de la mañana en Eindhoven!” nos dice con una sonrisa de oreja a oreja, sin creer del todo si será verdad o no. ¡Sea lo que sea puede que tengamos visita! 

Después de comer, de hacerle el favor a Aylim y de pensar en todo lo que nos queda de aventuras navideñas nos vamos a casa. Mary y Ana se van a los restaurantes, yo tengo el día libre. Me despido de ellas, abro la puerta de casa y descubro un regalo en las escaleras. Una nota en un folio de papel, con un mensaje en holandés, descansa sobre uno de los escalones. La cojo entre mis manos, la leo y me quedo con la intriga. ¿Aquí qué pone? No lo entiendo y se me queda cara de espanto. Pues eso: el vecino invisible nos ha dejado una nota. Aquí todos nos comunicamos a base de cartas. ¡La cosa va de cartas! 



Se habían conocido en aquel parque. Ella lanzaba piedras al lago, él la observaba escondido tras el tronco de un árbol. Sus quince años aún no habían conseguido que dejara a un lado la vergüenza. Ella, sin embargo, siempre había sido más dispuesta a conocer gente nueva. Mientras continuaba escogiendo piedras del suelo para después lanzarlas al agua, él abandonó la espalda del árbol y decidió mostrarse ante el gran lago que invadía el centro de aquel hermoso parque. Él la observaba desde lejos. Ella notó su presencia desde la orilla del lago. 

Los días pasaban y el juego de miradas había comenzado. Él, sin valentía para dirigirle alguna palabra decidió sentarse en un banco de color negro, desde el que podía verla lanzar piedras. Ella, antes de coger con sus manos la piedra elegida, le miraba con disimulo. Sin poder evitarlo sonreía y lanzaba de nuevo una piedra al agua. Pensaba en él mientras observaba las ondas que se formaban en el agua gracias al impacto de la piedra. Él se sentaba en uno de los bancos que había junto a la orilla del lago, ella continuaba lanzando piedras al agua. Continuaron de aquella manera, observándose, hasta que ella decidió no coger ni una piedra más y se dirigió hacia él, se sentó a su lado y continuaron sin decir nada. Él extrajo de su bolsillo una bolsa de pipas, la abrió y la quedó sobre el banco de hierro negro, entre ambos. Ella cogió una pipa y la introdujo en su boca. Él hizo lo mismo, unos segundos más tarde. El suelo comenzó a teñirse de blanco. 

Veinte años más tarde, cada día, día tras día paseaban hasta allí, extraían la bolsa de pipas de uno de sus bolsillos y dejaban caer sus cuerpos sobre el frío hierro. En el lugar en el que se conocieron, en el lugar donde crecieron y donde comenzaron todo aquello que no les separaría jamás. Allí comenzaba su rutina, como cada día desde hacía tantos días, pipa tras pipa, segundo tras segundo. Como siempre el suelo comenzaba a teñirse de blanco y, contemplando aquel inmenso manto de agua, dejaban caer cáscaras de pipa bajo el banco del parque. 




Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.