Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 29 de noviembre de 2012

"The smallest detail"

27 de Noviembre de 2012.

-Nadie dijo el tiempo que estaríamos aquí, nadie dijo el momento en el que nos vendríamos y nadie conoce el momento en el que regresaremos.- dijo la chica a uno de los chicos que tenía frente a ella. -El tiempo pasa volando y las decisiones y circunstancias que marcan el rumbo de nuestras vidas nos sorprenden a cada paso que avanzamos en este camino. –todos la miraban con caras emocionadas. La sala estaba repleta de gente y sus palabras llegaban hasta el último detalle de sus corazones. -A veces puedes desear conocerlo todo, hasta el más mínimo rincón del maravilloso mundo. Otras veces es mejor desconocerlo todo y sorprenderte de nuevo al descubrir las grandiosidades de la vida. -la chica se detuvo un instante, pensando en las palabras con las daría por cerrado aquella charla que tantos nervios le habían causado días antes. -Dejarte sorprender es uno de los grandes regalos que vienen incluidos en esta aventura. Dejarte sorprender. –y la chica agachó la cabeza, esperando la calurosa respuesta de su público. 

Todos comenzaron a aplaudir mientras se ponían en pie. Sus palabras habían conseguido emocionarlos a todos. Algunos secaban sus lágrimas con sus manos, otros las dejaban correr libremente por el rostro y el resto aplaudían sin más, sin conseguir que sus lágrimas consiguieran brotar de sus ojos. Todos la admiraban, todos excepto uno. Uno de ellos, sentado entre el público, la miraba con ojos desafiantes. El chico no aplaudía, ni se había emocionado. Simplemente parecía estar decepcionado. Así que, cuando ella abandonó el escenario donde había dado su charla, él se levantó de su asiento e intentó llegar hasta ella, a través de todo el público que continuaba aplaudiendo desde sus asientos. Tenía que encontrarla. 

El chico continuó avanzando entre el público hasta que pudo abandonar las filas de sillas que se situaban frente al escenario donde aquella chica había conseguido decir aquellas palabras tan emocionantes para todos. Él la conocía muy bien y sabía que había estado nerviosa, las manos le temblaban como nunca y el hilo de voz era más vibrante que otras veces. Las palabras que dijo de bienvenida fueron muy frías. Rompió el hielo con varias frases de presentación y, poco a poco, consiguió ganarse los oídos de aquel público que había guardado silencio durante toda la charla. 

El joven muchacho, que atravesó el escenario para adentrarse tras el telón negro, la vio hablando con un par de tipos. Ella sonreía y parecía estar tranquila, todo había salido bien. El chico, aún sin una sonrisa en la cara, avanzó hasta ella en busca de alguna explicación que le ayudara a entender por qué estaba pasando todo eso. Él se puso frente a ella, la saludó y los dos hombres que estaban hablando con ella la felicitaron y los dejaron a solas. 



Hoy ha sido un día normal, tranquilo y en uno de esos días en los que no haces nada. Nada que sea interesante para escribirlo en una carta. Nos despertamos y desayunamos, como todos los días. ¡Hay que volver al Hema! Los desayunos del euro son una pasada. Algunas mañanas abandonamos nuestros cereales y los sustituimos por tostadas de jamón york y queso. No están tan buenas como las de la pensión pero nos sientan bien. ¡Es un lujo que nos damos después de varios días de cereales! Aunque he de decir que creo que no he probado nunca unos cereales que estén tan buenos como estos. Parecen integrales, aunque seguros que están cargados de azúcares y pegan incluso para comértelos sin nada de beber. De repente vas a la cocina y te apetece picar algo. Abres el bote de cereales y coges un puñado. Y te los comes así, como si fueran pipas. 

Aylim el otro día, mientras estábamos en su casa, sacó una bolsa de pipas. ¡Pipas! Yo creo que hay cosas que se me olvidan que existen. Las pipas se me habían olvidado, al igual que los espaguetis. No sé por qué los recordé cuando Aylim me invitó a comerlos. ¡Quiero espaguetis! Menos mal que somos como lo de “culo veo, culo quiero” y nos los compramos al día siguiente en la tienda turca. A ver si los hacemos algún día que ya tengo ganas. 

Mary se va a la tienda de Marleen a seguir con los diseños y las cosas caras. Ana y yo nos vamos al Action a ver si encontramos unos candados que sean mejores que los que tenemos, que a Ana le entra muy mal la llave y se le ha doblado y a mí ha empezado a darme fallos. ¡Madre mía! Que casi tenemos que quedar la bici de Ana amarrada en uno de los aparcamientos del Action. ¡La llave se ha doblado más de lo normal y no entra en el candado! ¿Qué hacemos? ¿Quedamos la bici o intentamos cargarnos el candado como unos locos? Cojo la llave doblada e intento ponerla recta, la meto en el candado y consigo abrirlo. ¡Menos mal! Ana no lo vuelvas a utilizar nunca. Pero en el Action no hay candados en condiciones, solamente los mismos que ahora tenemos en nuestras bicis. Mañana u otro día volveremos. 

Mary está sola en la tienda y nos invita a bocadillos de nocilla, pero yo no puedo ir porque me tengo que ir al restaurante. Hoy Ana no trabaja y se irá con Mary cuando terminemos de comer. Preparamos unos espaguetis. ¡Por fin! Qué ricos. Qué ricos en nuestras mentes porque tenemos tanta prisa que tenemos que sacarlos de la olla sin que estén del todo cocidos. ¡Qué más da! Y un poco duros y todos nos los llevamos a la boca. ¡Están comestibles! ¿Cómo no? 

Cogemos de nuevo nuestras bicicletas y nos vamos en dirección a la tienda de Marleen, Ana se queda con Mary y yo me despido de ellas hasta la noche. ¡Qué os vaya bien! ¡Que me sea leve! 

¡Mi contrato! ¡Que tengo contrato! No podía decirlo más tarde, necesitaba escribirlo ya. Desiré, la jefa, ha aparecido con un sobre en la mano mientras yo continuaba limpiando platos y me ha dicho que eso era mi contrato. Me ha salido una sonrisa de oreja a oreja y nos hemos apartado de la zona del lavavajillas. Nos vamos a la zona donde están todas nuestras taquillas y me explica un poco por encima todo, ya que está en holandés. Me da dos copias firmadas por ella y me dice que las lea detenidamente, que las traduzca y que cuando las firmes que le entregue una de ellas. ¡Seis meses! Un contrato de seis meses. ¡Desiré ven pacá que te doy dos besos y un abrazo que te quedo sin aliento! Pero no lo hago, simplemente le doy las gracias y ve como mi sonrisa crece por momentos. ¡Se me va a salir de la cara! Madre mía que a mí me daba algo en el restaurante. Mi primer contrato y en este sitio. La sonrisa se me marcó permanentemente durante todo el día. Tenía ganas de gritarlo, de salir de la sala del lavavajillas y ponerme en medio de todos los comensales. ¡Tengo contrato! Y saltar por todas las mesas que hay en el restaurante. Lo que pasa es que no hago nada de eso porque no quiero que me lo quiten de las manos, el contrato digo. Eso sí, a todos los cocineros, incluida Aylim, se lo digo y a todas las camareras que entran a quedarme platos y cubiertos sucios también. ¡Qué alegría! Si parece que he dormido toda la noche con una percha en la boca, como Rachel le dijo en uno de los capítulos de Friends a Mónica. “¿Qué te ha pasado? Parece que hayas dormido con una percha en la boca”. 

Les envío un mensaje a Ana y a Mary para decírselo y continúo fregando, más feliz que una perdiz. El trabajo pasa volando, a pesar de que haya mucha gente en él. Es raro que un martes salga a comer tanta gente fuera de casa. Una vez todo limpio me despido de todos y Aylim y yo regresamos a casa, en compañía de Gianlu, que lo recogemos en la puerta de su restaurante. ¡La cosa está claro que va de restaurantes! 

Y en la cocina están esperándome Ana y Mary, que están cocinando algo que parecen croquetas en una sartén. Han aprovechado la tarde y han ido a comprar espinacas para hacerlas en modo bollo frito, con huevo y harina. No me convence mucho la idea, aunque eso frito en modo croqueta no tiene tan mala pinta. Nos sentamos a la mesa y, como si de Popeye y Olivia fuésemos, nos comemos las espinacas que consigo comérmelas ayudado por un poco de mayonesa. Ya lo sabéis: la mayonesa lo arregla todo. 



-Hola. –dijo ella cambiando su rostro de felicidad a una seriedad infinita. –Te has dignado a venir a la presentación. Jamás pensé que te atreverías a hacerlo. –continuó, mirándole a los ojos y sin pestañear ni una sola vez. –Las cosas han ido demasiado bien desde el estreno. Ahora toca alejarte, marcharte de mi lado. No creo que todo esto te convenga. –él la miraba de frente, clavando los ojos en los suyos. –Vete, ya has escuchado lo que tenías que escuchar. 

El chico apartó la mirada de ella, agachó la cabeza y le dio la espalda. No se iría, tenía que quedar las cosas claras entre ellos. Decidió dedicarle unas palabras, las palabras que jamás se atrevió a decirle en su día. 

-Has contado nuestra historia. Lo has contado absolutamente todo. –dijo él, más decepcionado que nunca y recordando cada palabra que ella había escrito en aquel libro que estaba consiguiendo cautivar a las masas. –Cómo nos conocimos, cómo fue nuestra vida juntos y nuestra ruptura. Absolutamente todo, con pelos y señales. No creí que fueras capaz de hacer algo así. –el continuaba hablándole mientras le daba la espalda, ella le miraba la nuca. Aquella nuca que tantas veces había invadido con sus labios. 

-¿Has conseguido leer el libro? –preguntó ella sorprendida. –Cuando estábamos juntos a penas conseguías leer unas líneas del periódico y ahora consigues leer un libro de quinientas páginas. Es algo que jamás podré comprender… Nunca te has interesado en nada de lo que he escrito, nunca.-dijo, cabizbaja y bajando el tono de su voz. -Y ahora vienes a decirme que te has leído el libro. –hizo una pausa, esperando alguna palabra que la detuviera. -Pues sí. He contado mi historia, nuestra historia. No he utilizado ni tu nombre ni el mío, es una historia sin más. Solamente tú y yo sabemos que es real. Nadie tiene por qué saberlo. 

Él continuaba dándole la espalda, cada vez más negativo y decepcionado. Ella se detuvo y no continuó más, no tenía nada más que decir. Él supo que había llegado el momento de la despedida. No dijo ninguna palabra y comenzó a caminar por donde había venido, dejándola tras el escenario con un montón de libros que vender. Libros que contaban su historia, libros que llegarían a todas las manos del mundo. “Solamente tú y yo sabemos que es real. Nadie tiene por qué saberlo” recordó las palabras de la chica con la que tanto tiempo había compartido su vida y se alivió, pensando que sería mejor de aquella manera. Había compartido su vida con ella y ahora podía volver a vivirlo en quinientas páginas. 

Atravesó el escenario y comprobó que la sala ya estaba medio vacía, solamente unos periodistas y algunos curiosos rondaban en busca de aquella escritora tan famosa. El chico se dirigió a la puerta de salida y al llegar a ella se detuvo ante una mesa donde había decenas de ejemplares del libro. Observó la portada durante unos segundos, donde predominaba el título de la obra y el nombre de la autora. No pudo soportarlo más. Continuó caminando y desapareció tras la puerta de salida, quedando aquellos ejemplares de quinientas páginas sobre la mesa. Ejemplares en los que podías encontrar su vida vivida junto a la escritora, ejemplares en los que en la contraportada podía leerse en letra cursiva un peculiar y catastrófico “Basado en hechos reales”. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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