Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

"El paso del tiempo y el maravilloso mundo de los maravillosos caminos del mundo."

Trescientos sesenta y cinco días han sido los que han pasado desde aquel veinticinco de septiembre en el que el avión con destino Eindhoven despegaba de tierras sevillanas para, unas horas más tarde, aterrizar en tierras holandesas. Han sido días en los que nos hemos encontrado con tantas situaciones como segundos tiene el día. Han sido días en los que nos hemos encontrado a nosotros mismos y en los que hemos encontrado a los demás. Un año cargado de sorpresas, de cosas bonitas, de cosas menos bonitas, de días de lluvia, de nieve y de sol, de caras felices, de caras tristes. Un año donde una nueva vida se ha abierto camino para mostrarnos el maravilloso mundo de los maravillosos caminos del mundo.

Hoy es un día de celebración. No una celebración en la que la serpentina, los globos y las cervezas sean protagonistas, si no una celebración con nosotros mismos y con esta ciudad que nos sigue arropando día a día. Aunque he de admitir que, sin buscarlo y empujado por las manías del destino, me he topado con un par de globos y unas cervezas. Una celebración de la que os quiero hacer partícipes, porque también formáis parte de ella y porque siempre es bueno celebrar cosas. Para qué estamos en esta vida si no es para celebrar cosas. Pues celebremos.

Me he despertado y el sol me ha sonreído desde la ventana. El saber dónde estaba y el conocer cómo había llegado hasta allí me ha ayudado a devolverle la sonrisa. Una amplia sonrisa en la que podía leerse la felicidad acumulada durante todo este tiempo. Una felicidad generada gracias a todo aquello y a todos aquellos que se han cruzado en mi camino. Una felicidad que grita “gracias” a los cuatro vientos. Gracias por estar feliz, por sentirme feliz y por querer seguir siendo feliz.

Hoy es un día de celebración. Conmigo mismo y con Eindhoven. Es nuestro aniversario. Creo que nunca había celebrado un aniversario con una ciudad. Pero, como todos dicen, siempre hay una primera vez para todo. El primer aniversario en el que debo agradecer mi bienestar a todos los que se han cruzado en mi camino, a todos los que he quedado atrás, a todos los que me esperan allá donde me encuentre, a mis amigos del mundo, a mi familia de España y a mi familia de Eindhoven. A mi madre, mi hermana y mi padre por haber conseguido que la palabra “hogar” tenga un significado maravilloso. A María, por extraer siempre sonrisas aunque parezcan agotadas. Dar las gracias a los que vienen, a los que se van y a los que se quedan. A todos los que me han ayudado, directa o indirectamente. Gracias. A los que me rodean en mi día a día. A mi particular Dama de Elche, por conseguir siempre sentirme como en casa y convencerme de que somos familia. A toda mi gente de esta ciudad, esa gente con la que formo una particular familia. A mi eterna AnSport, por regalarme siempre sus mejores sonrisas, por ejercer de compañera fiel y por hacerme tan feliz simplemente por estar a su lado. A toda la gente del trabajo, a todos con los que he trabajado y a mis jefes, por conseguir que la experiencia laboral también se vista con sabor a dulce. A mi Mary You, por conocerme como me conoce y ejercer de brújula en el mapa de la vida. A mis grandes hermanos de esta experiencia. A mi Panuli, por seguir empeñado en hacerme feliz. A la entrañable comunidad griega y sus intentos de enseñarme su complicado idioma. Al destino, por seguir realizando esas maravillosas y caprichosas hazañas. A todos los que me rodean, de una manera u otra. A todos. Gracias.

Un año que ha pasado como pasan los pájaros por el cielo, como pasan los trenes en la estación y como pasan los segundos en el reloj de la vida. Un año en el que han sucedido muchas cosas, tantas que debería agradecerlas de una en una. Un año en el que he conocido a gente maravillosa y en el que me he conocido un poco más a mí mismo. Un año en el que me he rodeado de aventuras inigualables y en el que he vivido experiencias inolvidables. Un año del que me siento orgulloso, orgulloso por poder decir que añado trescientos sesenta y cinco días mágicos al cajón de los recuerdos. Un año en el que el paso del tiempo ha conseguido que una nueva vida se abra camino para mostrarme el maravilloso mundo de los maravillosos caminos del mundo.

Ya sabes. El tiempo pasa. Hay que celebrar. Hay que ser feliz.

Estoy bien, estoy aquí, estoy en Eindhoven.

miércoles, 27 de febrero de 2013

"Thanks. The last letter"



Sentado en una de las sillas del salón doy por finalizada una etapa de escritura, una etapa en la que he crecido tanto como persona como escritor o, al menos, eso espero. “Las Cartas de Holanda” me han acompañado durante toda la estancia que llevo en Eindhoven y, con mucha pena, me despido de ellas para comenzar algo nuevo y diferente. Nuestras historias continuarán día tras día y guardaremos éstas cartas en el recuerdo para leerlas cada vez que deseemos transportarnos a las historias que en ellas se cuentan. 

Éste diario de a bordo comenzó siendo un resumen diario para mi madre, para la madre de Ana y Mary y para todos nuestros familiares y amigos. Escribí un resumen de nuestro primer día y tras descubrir el enorme interés que generó decidí comenzar a escribir “Las Cartas de Holanda”. Así nacieron, poco a poco, y así crecieron. 

Despegamos hacia nuestra nueva vida el 25 de Septiembre de 2012 y varios meses más tarde regresamos a nuestro pueblo para realizar una visita en modo sorpresa. El 19 de febrero de 2013 aterrizamos por primera vez en España desde nuestra partida a Eindhoven y los tres juntos, como hasta ahora, sorprendimos a nuestros familiares y amigos que quedaban boquiabiertos al no creer que nos encontrábamos realmente en nuestro querido pueblo. La Nava de Santiago. 

Me resultará muy raro no continuar escribiendo cartas pero es una decisión que tenía que tomar y que espero que todos comprendáis. Os agradezco vuestro apoyo, vuestro interés y vuestros ánimos durante toda la aventura que hemos vivido y que os he contado día tras día. Son casi 500 páginas escritas y casi 19 mil visitas al blog lo que me separa del primer día. Unos datos que realmente me quedan con la boca abierta y, aún sin creerlo del todo, me recuerdan todo lo que hemos evolucionado desde el primer día. 

Nos habéis acompañado en nuestra estancia en el albergue, habéis comido en el suelo con nosotros, habéis probado la ensaladilla de un euro y hasta habéis conocido a las gallinas holandesas que en su día no nos dejaban dormir. Nos habéis acompañado en la búsqueda desesperada de piso, habéis degustado las pruebas gratuitas del Albert Heijn y del Jumbo y hasta una noche nos acompañasteis a robar nocilla de la cocina de la pensión, tras haber estudiado detalladamente un plan de robo. Hemos dado nuestras primeras pedaladas en bicicleta, hemos visto nevar, llover, hacer viento y volver a llover. Nos acompañasteis mientras recorríamos la ciudad en busca de trabajo y hasta recorristeis a mi lado los pasillos del supermercado en busca de unos tampones de una marca y un tipo que jamás había escuchado. Habéis sido testigo de nuestras aventuras, de nuestros primeros contactos con holandeses y españoles, nuestros primeros contratos y nuestro primer apartamento. Hemos arrastrado maletas de veinte kilos por la ciudad, hemos realizado mudanzas y hasta nos convertimos en investigadores profesionales al descubrir que nuestro hueco de las escaleras estaba repleto de huesos de animales. Nos ha detenido la policía, nos han multado y hasta nos han atropellado. ¡Y el día de Sinterklass nos llevamos un susto con Ana en el hospital! Hemos conocido a mucha gente, a muchos amigos, a gente del mundo de la hostelería y a gente del mundo del diseño. ¡Hasta ayudamos a partir por la mitad una estantería de diseño! Hemos comido patatas fritas, arroz durante una semana, hemos bebido cerveza y también hemos cenado en un restaurante de lujo. Lo hemos pasado bien, muy bien, y también lo hemos pasado mal, muy mal, aunque con nuestras sonrisas constantes conseguíamos regresar a la felicidad. En esta ciudad ya nos ha pasado casi de todo, aunque sabemos que el camino continúa y que las aventuras vienen agarradas de su mano, junto a él. 

Nos propusimos cambiar de vida y lo hemos conseguido. Quisimos descubrir nuevo mundo, nuevas ciudades y hasta aprender nuevos idiomas. Decidimos volar, volar lejos, y arriesgarlo todo. Las cosas pudieron haber salido mal pero, de momento, van muy bien. El destino nos tenía preparadas todas estas aventuras y poco a poco nos las ofrece para que las vivamos como hay que vivirlas. Por eso lo que nos toca es continuar viviendo para continuar descubriendo. 

Estas cartas siempre han estado dedicadas a todos vosotros, que estáis leyendo tras ellas. A todos los que nos habéis acompañado en la aventura directa o indirectamente, a los que nos han ayudado, a los que creen que no nos han ayudado, a los que se ríen con nosotros y a los que se ríen de nosotros, a los que nos quieren, nos echan de menos y a los que nos ven todos los días. Dedicadas a los que nos visitan, los que no nos visitan y a los que nos visitarán, a la familia del pueblo y a la familia de Eindhoven, a los amigos, a los amigos de verdad. Historias que están dedicadas a los que aparecen en las cartas y a los que no, al vecino invisible, al que nos regala el internet, a las cajeras del supermercado y a la cajera que cree que somos tontos, a las que ponen las pruebas en el Jumbo y Albert Heijn, a los del albergue y la pensión, a los restaurantes que no nos ofrecieron nada y a los que sí lo hicieron, a las personas que nos entienden, a los que no, a las gallinas holandesas y a todas esas personas que nos hemos ido encontrando en el camino, que algunos desaparecieron y otros permanecieron en él. A nuestros jefes, que nos dan trabajo y dinero para seguir viviendo por aquí, y a Marleen y a Derek, que también se convierten en nuestros jefes pero de un modo más amistoso. A todos nuestros nuevos amigos de Eindhoven: Aylim, que siempre sabe cómo seguir siendo el Dios de Holanda; a Gianlu, su querido novio italiano; a Mateu, Andrea y Aser, el magnífico equipo de cocineros de Señora Rosa; a David, Marc, Eva, Lidia, Adrián, Montse, Iñaki, Félix, Meli y al Cari; a Antonio, que gracias a él y a su tarjeta de crédito pudimos comprar nuestros billetes de regreso al pueblo sin que nadie sospechase nada; a Mónica y Pedro, la pareja de murcianos que regresaron esta mañana a España; y a todos los demás, que nos acompañan en nuestras aventuras y desventuras por Eindhoven. 

En especial, por supuesto, a Mary y a Ana: que sin ellas la aventura de Eindhoven no hubiera existido, que me han acompañado en todos los momentos que aquí hemos vivido y que han permitido que hiciera de sus vidas un auténtico Gran Hermano en modo literario. 

Pero sobretodo estas cartas están dedicadas a mi madre, que sigue al pie del cañón apoyando y luchando para que todos mis sueños y metas sigan haciéndose realidad y que, sin lugar a dudas, sin ella nada de esto hubiera sido posible. 

A todos vosotros. Muchas gracias, de todo corazón, por haberme acompañado en esta aventura que se convierte en mi nueva vida y porque no sabéis lo feliz que conseguís hacerme al leer las cartas. Solamente puedo ofreceros palabras de agradecimientos. ¡Muchas gracias! 

Y ya lo sabéis, no os preocupéis porque ante todo… 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

martes, 26 de febrero de 2013

"Una nueva vida"

26 de Febrero de 2013.

Las ruedas del avión consiguieron abandonar el suelo de la ciudad. El inmenso aparato ascendió hasta alcanzar los cielos y las nubes, que antes formaban una perfecta composición sobre nuestras cabezas, comenzaron a construir una plataforma por la que viajábamos a velocidades inimaginables. Visualizando tierras, mares y montañas desde las alturas conseguimos recorrer los dos mil kilómetros que nos separan de casa. Con los nervios a flor de piel nos adentramos en una semana en la que las sorpresas, las carcajadas y las emociones se convierten en los verdaderos protagonistas, consiguiendo que nuestro regreso quede para siempre inmortalizado de la manera más bonita en los recuerdos de los que más nos quieren, de los que más nos añoran y de los que más consiguen suprimir con una sonrisa esos dos mil kilómetros que nos distancian. 



El dieciocho de febrero invadimos la casa de nuestros amigos Pedro y Mónica para celebrar mi cumpleaños y el de él. Todos nosotros disfrutamos de una agradable tarde y una divertida noche. Comimos todo lo que previamente preparamos en la cocina, reímos contando y escuchando anécdotas de todo tipo y bailamos mientras que lo dábamos todo, como nosotros solamente sabemos hacer. ¡Hasta disfrutamos de una amplia y variada degustación de postres de todo tipo! Con cuatro o cinco tartas nos juntamos al final de la noche. Pedro y yo soplamos nuestras velas mientras escuchábamos las entusiastas voces con las que nuestros amigos nos deseaban un feliz cumple años. 

Más avanzada la noche Aylim y Mary aparecieron en el comedor de la casa disfrazadas de algo que no conseguía entender exactamente. Aylim llevaba peluca rubia, unas gafas de sol demasiado glamurosas y una chaqueta negra con la que conseguía lucir una figura tan estilizada como elegante. Mary, sin embargo y creando un contraste demasiado elevado, lucía un envolvente traje rosa y unas orejas del mismo color. ¡Una presentadora de la tele y un conejo rosa sorprendieron en la sala! Y de esa manera comenzaron a presentar la gala de los premios Yoya 2013. 

Tras disfrutar de una gala en la que una Maribel Verdú en forma de Mónica se llevó el Yoya a mejor actriz y yo el premio a mejor guión original por “Las Cartas de Holanda” continuamos con la fiesta. ¡Me entregaron un muñeco que imitaba al Goya español realizado con papel de aluminio! Tuve que deleitar a los amigos con un discurso bastante emotivo por entregarme dicho premio. ¡Qué ilusión! Las Cartas de Holanda ya tienen su primer premio Yoya. 

Cuando la fiesta termina y nos despedimos de todos, ya que al día siguiente volábamos a España, regresamos a nuestra casa en busca de unas maletas de mano a las que poder rellenar de cosas. Y tras pasar una noche casi en vela llegan las siete de la mañana, la hora en la que nos ponemos en pie para comenzar a organizarlo todo. 

Salimos de casa a las ocho de la mañana y nuestro comedor estaba tan desordenado que parecía que un huracán nos había visitado previamente. Subimos las bicicletas hasta el interior de nuestra casa y con un “hasta luego” cerramos las puertas de la cocina, del salón y de la calle. 

Minutos más tarde llegamos al aeropuerto, donde nos montamos en el avión que nos llevaría hasta Sevilla, y dejamos atrás la ciudad donde llevamos viviendo unos cinco meses. Llegó la hora de regresar a casa, de dar sorpresas y de sentir de nuevo el calor de la familia, los amigos y el pueblo. El diecinueve de febrero, el día de mi cumpleaños, volamos hasta Sevilla y nadie, absolutamente nadie, se imaginaba que aquel día llegaríamos por sorpresa a La Nava de Santiago. 

Y tras los pequeños montes de olivos divisamos el pueblo, nuestras casas. Nos dejamos las pieles en el camino y conseguimos ser más veloces que el viento. Con la sorpresa de nuestra parte presionamos el timbre que avisó de que alguien esperaba tras la puerta, cruzamos el ascensor que nos llevó hasta vuestros abrazos y hasta conseguimos mantener la calma tras un sofá, antes de saltar como locos y gritar la palabra que tanto tiempo llevábamos esperando gritar. ¡Sorpresa! 

Nunca sabes lo que puede esconderse tras una puerta, lo que guarda en silencio el sonido de un timbre. Solamente unas fracciones de segundos en las que tardas en reaccionar, tras haber girado el pomo de una puerta. Tras de ellas, sin esperarlo ni llegar a imaginarlo, aparecen las sorpresas con las que tus ojos no dan crédito a lo que ven, con las que el aire se detiene impidiéndote poder respirar y con las que las lágrimas, que tanto tiempo llevan generándose para después ser derramadas, comienzan a recorrer los rostros en forma de felicidad. Una puerta que consigues abrir y que consigue sorprenderte, sin esperarlo, sin llegar a imaginarlo. 

Con una intensa semana de encuentros y desencuentros a la espalda, de emociones y sorpresas, de besos y sonrisas, de amigos y familia, de gente que nos saluda, de gente que nos quiere, de cosas que echábamos de menos, de gente que echábamos de menos, de comidas que no comíamos hace tiempo y de situaciones que deseábamos volver a vivir, hemos regresado a nuestra nueva ciudad. Tras sustituir por una semana a Eindhoven por La Nava de Santiago hemos recorrido de nuevo dos mil kilómetros por vía aérea y ya estamos de nuevo en casa, nuestra nueva casa. 

Tras aterrizar en la ciudad hemos cogido el autobús que nos ha llevado desde el aeropuerto hasta la estación del centro. Con las maletas de mano hemos caminado hasta nuestra casa, que queda a escasos minutos del centro de la ciudad. 

El desorden que quedamos antes de marcharnos, las bicicletas en el salón y unas cartas apiladas junto a la puerta de casa nos esperan tras cruzar la puerta. ¡Tenemos una nota del cartero en la que se nos informa de que tenemos un paquete por ahí! Ya nos lo habían dicho. Mi madre envió algo para mi cumple años y a ellas también les han enviado algo, así que tendremos que ir en busca de nuestro paquete perdido. 

Después de dormir plácidamente sobre nuestros colchones durante varias horas de la mañana, ya que esta noche no hemos dormido nada de nada, ponemos en orden un poco la casa, para que se parezca un poco a un hogar. Con nuestro regreso y para sorpresa de todos, el vecino invisible se ha manifestado. ¡Ya no tenemos que ir a ninguna oficina de correos en busca de nuestros paquetes desde España extraviados! Resulta que el vecino invisible los recogió el día en que llegaron y ahora, al escuchar que hemos regresado, los ha quedado sobre uno de los escalones de la escalera. Resulta que el vecino es un buen tipo, amable y buena gente. ¡No se manifiesta a la cara pero nos ha sorprendido con su amable gesto! Seguro que nos ha escuchado y disimuladamente ha depositado el paquete en las escaleras, rezando para que no le descubriéramos. Puede decir que el vecino invisible continuará siendo un misterio para todos, aunque poco a poco se convierte en un misterio agradable. 

Mónica y Pedro, los amigos de Murcia, vienen de visita a casa para despedirse de nosotros. Pedro ha finalizado sus prácticas universitarias en Eindhoven y mañana regresan a sus tierras españolas. Han desalojado el piso donde vivían y nos dejan muchas cosas que no pueden llevarse a Murcia. Dicen que también han quedado cosas escondidas en el porche de Aylim y Gianlu, ya que ahora ellos están de vacaciones en España, para que las encuentren allí cuando regresen. Es una pena tener que despedirse de unos amigos a los que conoces desde hace cinco meses y a los que parece que conozcas de casi toda la vida. No saben si regresaran a Eindhoven algún día y de momento se marchan a España. Los echaremos mucho de menos, aunque nos prohíben pensar en ello para que no nos pongamos tristes. Así que evitamos pensar en que es una despedida definitiva y sustituimos el adiós por un hasta luego. Les echaremos de menos, eso no cabe a duda. 

De nuevo en casa, en nuestra casa de Eindhoven, recordamos la semana vivida en el pueblo. Echamos de menos a nuestros familiares y amigos, aunque tendremos que intentar acostumbrarnos a los regresos y a las despedidas, a las sorpresas y a los hasta luego. Las cosas por aquí siguen igual que siempre. Hace frío y todavía quedan restos de nieve de la última nevada. Ya ha anochecido y un nuevo amanecer está en camino, ansioso por darnos la bienvenida a esta nueva etapa. Una etapa en la que continuaremos con nuestras anécdotas por la ciudad, creciendo como personas, como amigos y como hermanos, una etapa que se transforma en nuevos sentimientos y emociones, en nuevas ilusiones y metas. Una etapa que se convierte en nuestra nueva vida. 



A través de la ventanilla del avión contemplo una de las alas del aparato, que se mueve levemente con el roce del viento. La oscuridad gobierna en el cielo y las diminutas luces que forman las ciudades se divisan desde lo alto. Millones de puntos luminosos se dispersan sobre un oscuro manto, que se despliega ante nosotros como si de un pergamino se tratase. Los minutos avanzan y la oscuridad va dando paso al amanecer. Un lejano horizonte comienza a teñirse de un color anaranjado y la silueta que se forma divide el paisaje entre oscuridad y color. Los primeros rayos de Sol comienzan a bañar algunas de las zonas de las que nuestras miradas se convierten en testigo. El oscuro telón de la noche desaparece para dar la bienvenida al maravilloso espectáculo del nuevo día. Con los rayos de Sol proyectando sobre la ventanilla del asiento que ocupo me quedo dormido y mis sueños viajan libremente a través de las nubes que comenzamos a sobrevolar. 

Al abrir de nuevo los ojos, mi mirada descubre que las vistas a través de la ventanilla son completamente diferentes. Un manto de nubes de algodón baña bajo nuestros pies todo el espacio que nuestras miradas pueden alcanzar. Las nubes, que forman nuestro cielo, se han convertido por unos momentos en nuestro suelo. El avión las sobrevuela con disimulo, intentando no romper la majestuosa armonía que forman con sus extravagantes formas y sombras. 

Con el aviso del piloto, el avión comienza a descender suavemente. “Aterrizaremos en menos de quince minutos” y las nubes aumentan de tamaño, informándonos de que nos dirigimos hacia ellas. Lentamente el suelo de nubes queda a nuestra altura y las vistas quedan completamente ocupadas por un blanco intenso. El avión atraviesa el manto de nubes y, de nuevo, quedan sobre nosotros, dejándonos las hermosas vistas de un paisaje completamente diferente del que hemos despegado. 

La ciudad de Eindhoven se dibuja en el paisaje, colándose a través de las ventanillas. Aún se ve diminuta pero en unos minutos aterrizaremos en ella. Descendiendo suavemente nos adentramos en nuestra nueva vida, aquella que habíamos quedado aparcada durante una semana, y perdemos la vista en el horizonte hasta que las ruedas entran en contacto con el suelo. Ya estamos aquí y el piloto, desde su cabina, da la bienvenida a la ciudad. Los pasajeros fusionan sus aplausos de alegría con el sonido de los motores, que quedan en silencio cuando el avión se detiene. 

Hace frío y aún quedas restos de nieve de la última nevada. El sonido de las maletas, al arrastrarlas sobre el suelo, nos acompaña durante el trayecto a casa. El canal aún conserva zonas congeladas, las bicicletas nos esperan en el salón y las grisáceas nubes nos observan, de nuevo, desde el cielo de la ciudad. Bienvenidos a Eindhoven, bienvenidos a nuestra nueva vida. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

lunes, 18 de febrero de 2013

"Different lives, the same destination"

15 de Febrero de 2013.

La vida puede tenerte preparadas muchas sorpresas porque solamente ella es una caja de sorpresas. El destino, que maneja a su antojo los hilos de éste teatro, nos transporta y nos guía, nos une y nos separa, nos sorprende y nos da la vida. La vida y el destino, los únicos que no pueden vivir el uno sin el otro. La vida crea al destino, dándole alas para ser libre, y el destino modifica a la vida, susurrándole al oído los caminos que ha de tomar. 



Rondaban las cinco de la tarde del quince de febrero cuando decidimos presionar las teclas en nuestro teléfono que nos pondrían en contacto con María, nuestra amiga del alma y de la vida también. Después de varios tonos sin recibir respuesta finalizamos la llamada y, segundos más tarde, volvemos a intentarlo de nuevo. Ésta vez, tras nuevos varios tonos, María responde a la llamada, aunque no escuchamos su voz porque la canción de “Cumple años feliz” retumba en las cuatro paredes de nuestro salón. Ana, Mary y yo nos dejamos las gargantas para poder transmitirle la máxima fuerza posible y las mejores ganas de reír que existan sobre la Tierra. Le decimos que nos guarde un trozo de tarta a cada uno, aunque nos dice que no lo hará porque no vamos a ir a verla. Así que le decimos que ya llegará el día en el que eso ocurra, que no se preocupe. Creo que tengo que comenzar a detallar seriamente un plan de secuestro. Meteré a María en una maleta y la traeré con nosotros hasta Eindhoven. No sé si María será la suficientemente ágil para meterse en la maleta. ¡Habrá que intentarlo de todos modos! 

Al llegar a casa, después del trabajo en el restaurante, me quedo dormido sobre el colchón de la habitación; me arropo con el nórdico forrado con una funda de El Libro de la Selva, que Mary compró en una tienda de segunda mano; y comienzo a soñar, mientras mi cuerpo se calienta junto al radiador. Sueño en el día en el que nos adentramos en ésta aventura, en aquel veinticinco de septiembre en el que abandonamos Sevilla y volamos hasta Eindhoven. Sueño en aquel día y en todo lo que hubiera ocurrido si nunca hubiéramos tomado aquel avión. 



Un nuevo día comenzó en el pequeño pueblo de Extremadura. Las dehesas de encinas se vieron iluminadas por el intenso color del Sol al amanecer, los primeros cantos de gallos despertaban a los más atentos del lugar y el rocío que empapaba las verdes hierbas comenzaba a deslizarse entre ellas, buscando un suelo en el que aterrizar. Los trinos de los pájaros, que descansaban sobre los cables de la luz, rompían en silencio de las solitarias calles. Aquel sonido se fusionaba con el agradable olor a pan recién horneado. Las más madrugadoras ya habían calzado sus pies para abrir los ventanales de sus hogares, dejando que las casas se llenaran de vida, y los más madrugadores pisaban con cuidado las tierras húmedas de los olivares que rodeaban al pequeño pueblo, a los que pronto había que recoger sus frutos. 

Ana, que había sido admitida en un ciclo de grado superior en la ciudad de Mérida, comenzó a revolverse bajo sus sábanas en busca del botón que consiguiera silenciar la dichosa alarma que la saludaba todas las mañanas con su inquietante “Buenos días”. Abrió los ojos y contempló el techo de su habitación durante unos segundos. Qué pereza le daba tener que coger el coche todos los días para llegar a su instituto y qué pereza despertarse tan temprano, obligada a abandonar el calor con el que sus mantas la protegían del frío de la mañana. 

A varios kilómetros del pueblo se encontraba Mary. Badajoz se había convertido, por segunda vez en su vida, en su ciudad de estudios y de vida. Tras varios años estudiando su carrera en Mérida decidió mudarse de ciudad. Sus intentos de viajar al extranjero para realizar sus prácticas se vieron truncados al no recibir respuesta de ninguna empresa europea. Pasó todo el verano enviando mensajes a diseñadores de Europa y, desgraciadamente, ninguno de ellos estaba interesado en una chica de prácticas. Mary, sin ningún otro remedio, recurrió a la ciudad de Badajoz y en ella encontró un lugar donde poder realizar las prácticas que tanto le hubiera gustado haber realizado fuera de España. 

Yo desperté en una habitación que no era mi habitación del pueblo. También vivía en Badajoz, aunque no muy cerca de donde vivía Mary, y había comenzado a estudiar un nuevo ciclo enfocado al mundo del diseño editorial. Me gustaba lo que estudiaba y no podía quejarme de mi vida en Badajoz. Era la primera vez que vivía fuera de casa, mis primeros pasos como persona independiente y mi primera convivencia en un piso con gente a la que no conocía. Todas las mañanas colgaba mi mochila a la espalda y cogía un par de autobuses para llegar hasta el instituto donde había comenzado a entablar amistades con los compañeros de clase. 

Ana condujo su coche color burdeos hasta la puerta del instituto; lo aparcó en el mismo lugar donde solía aparcarlo todas las mañanas, un sitio donde siempre llenaban la luna del coche de publicidad barata; y, tras coger su bandolera llena de libros, saludó a una compañera de clase con la que avanzó por los pasillos del edificio. Algunas de las clases le resultaban muy aburridas y pesadas, aunque tenía ganas de aprobarlo todo y sabía que lo conseguiría, como había conseguido superar los otros estudios a los que se había sometido. El ensordecedor sonido del timbre de comienzo las invitó a ocupar sus asientos y segundos más tarde uno de los profesores entró en la sala, con una sonrisa de oreja a oreja, dándoles los buenos días. Aquella mañana les daría una buena noticia, una noticia que conseguiría cambiar la vida de alguno de los estudiantes que allí estaban sentados. 

El autobús que transportaba a Mary hasta el edificio donde realizaba sus prácticas se detuvo y ella lo abandonó con su mochila verde a la espalda. Quedaba a las afueras de la ciudad, era un edificio nuevo y moderno, con la fachada color gris y las puertas y ventanales de un verde pistacho. Creaban un contraste bastante llamativo. Cruzó sus puertas y se dirigió hasta la oficina donde su jefe de prácticas, un tipo mayor y bastante serio, la esperaba con nuevas tareas para aquella mañana. El jefe, que había sido contratado para decorar el interior de unas oficinas, pidió a Mary que buscara productos de diseño a través de la web. Ella, aburrida por pasar tantas horas ante el ordenador, maldijo la hora en la que ninguna empresa extranjera contestara a sus mensajes. 

Pasé los primeros días del ciclo conociendo a una chica y a un chico que parecían simpáticos. Desde el primer día me saludaron y comenzamos a interesarnos por nuestras vidas. Eran nuevos en la ciudad, al igual que yo, y habían dejado a sus familias y amigos en una ciudad de Holanda. Cansados de su país, decidieron comenzar unas nuevas vidas por nuestras tierras. Hablaban bastante bien el castellano y, gracias a ello, podíamos mantener unas conversaciones fluidas. Siempre les decía que habían sido muy valientes dejándolo todo y comenzando algo desde cero, en el fondo les envidiaba. Me dijeron que algún día me llevarían a su país, a montar en bicicleta y a volverme loco con el clima. Me pareció una genial idea. 

Algunos fines de semana iba al pueblo, abandonaba mi piso de Badajoz, y daba la bienvenida a mi casa de siempre, a mi habitación, a mis amigos y familia. Todos los viernes por la tarde paseábamos con nuestros perros hasta la Charca Arriba. Los perros siempre acababan chapuceando en la charca y nosotros, por culpa de ellos, también terminábamos mojados. Por las noches quedábamos en el Pub y era allí cuando nos veíamos después de varios días sin estar juntos. 

Aquel viernes Ana y Mary salieron juntas de casa y se reunieron conmigo. Después de ir a por unas chucherías a casa de Pepa nos sentamos junto a una de las mesas de la terraza del Pub. Allí comenzamos a hablar sobre nuestras cosas, contándonos nuestras semanas y comentando nuestras nuevas vidas. Mary haciendo sus prácticas en Badajoz, Ana estudiando su ciclo en Mérida y yo estudiando el mío en Badajoz. 

-¿Sabéis qué?.-preguntó Ana con una cerveza en la mano. –Hoy nos ha dicho un profesor que al final de curso se sorteará una plaza para que uno de los estudiantes de mi ciclo podamos hacer prácticas en el país que nosotros elijamos.- a Mary a mí se nos pusieron los ojos como platos. –Dice que tendrán muy en cuenta el nivel de inglés, así que tendré que ponerme las pilas si quiero irme al extranjero.-dijo Ana imaginando una vida fuera de España. 

-Pues esta semana mi jefe de prácticas me ha mandado a buscar productos de diseño para decorar una oficina en Badajoz.-dijo Mary un poco desanimada, pues sus prácticas eran aburridas y pesadas. –He buscado varios diseñadores y se los he enseñado a mi jefe. 

-¿Y qué? ¿Le ha gustado algo de lo que has buscado?.-le dije desde el otro lado de la mesa, con un vaso casi vacío de Coca-Cola en la mesa. –Vaya jefe más serio y desagradable que te ha tocado… 

-Pues la verdad es que sí.- contestó Mary mientras se dibujaba una pequeña sonrisa en su cara. –He encontrado a un diseñador de Holanda que hace sillas de plástico y dice mi jefe que vamos a contactar con él para comprar algunas para la oficina. 

-¿En serio? ¿Un diseñador de Holanda?.- le pregunté extrañado, desconociendo que en Holanda hubiese tantos productos de diseño. –Pues hablando de Holanda… En mi clase hay un chico y una chica que son holandeses, han comenzado a vivir aquí y me han propuesto una muy buena idea. 

-¿El qué te han dicho?.-dijo Ana interesada tras contemplar mi cara de emoción. 

-Dicen que quieren mantener informados a sus familiares y amigos de todo lo que hacen en su nueva vida por Badajoz.-hice una pausa para beber un poco del refresco que se fusionaba con los hielos en el interior del vaso. -Como a mí me gusta tanto escribir me han pedido que haga resúmenes de sus vidas para publicarlos y así podrán leerlo sus familiares desde tan lejos. 

-¡Pues sí que me parece una muy buena idea!.-dijo Ana, conociendo que sí que me gustaba mucho escribir. –Ahora tendrás que crear un blog o algo donde poder subir los resúmenes, ¿no? 

-Sí, supongo que crearé un blog. 

-¿Y vas a escribir una carta cada día?.-preguntó Mary mientras continuaba pensando en las sillas de plástico de aquel holandés. 

-Habrá que intentarlo… 

Al día siguiente Mary conducía el coche de su hermana por las calles del pueblo, ya que en Badajoz a penas conducía; Ana estaba sentada en el asiento del copiloto y yo en los asientos traseros, mientras enredaba entre todos los papeles que había esparcidos por el suelo. 

-Ana, ¿qué es esto?.-le pregunté con unos folletos de publicidad en las manos. 

-No lo sé.-contestó ella, tras girar su cara hasta mis manos. –Todos los días encuentro publicidad en la luna del coche y el otro día dejaron eso. 

Mantuve la propaganda entre mis manos durante unos segundos y más tarde la dejé en uno de los asientos del coche. Un papel amarillo, con letras negras, y otro blanco y azul quedaron escondidos entre el resto de papeles que Ana tenía en el coche. Parecía que iban a abrir dos nuevos centros comerciales en Mérida, pues la propaganda era de un tal Jumbo y otro tal Albert no sé qué. No me fijé mucho en los nombres, ya los conoceríamos cuando estuvieran en marcha. 

Mary continuó conduciendo por las calles del pueblo, Ana quedaba con María a través de su teléfono y yo observaba las casas a través del cristal, que comencé a bajarlo para sentir el aire fresco en la cara. 



Me desperté sobre el colchón de la habitación, miré tras la ventana y descubrí un nuevo paisaje nevado. En Eindhoven había vuelto a nevar. No recordé nada de mis sueños y dando los buenos días a Mary y a Ana, que dormían cada una en su colchón, comenzamos un nuevo día a tantos kilómetros de casa, de nuestro pueblo. 



La vida y el destino, que siempre van unidos y que no pueden vivir el uno sin el otro. Los detalles, los comienzos, los finales, los sueños y las metas. Todo está ligado con el destino, esa curiosa fuerza que modifica los hilos de nuestra vida. El destino, que nos ayuda a elegir nuestros mejores caminos y nos guía tras ellos, nos convierte en inconscientes esclavos de sus planes. Sean cuales sean tus decisiones, sean cuales sean tus sueños y metas, sean cuales sean tus formas de vida todo está unido para conseguir sorprenderte y modificar tus caminos. Si el destino elige en esta vida un camino para ti, tarde o temprano te empujará hacia él y, tarde o temprano, te guiará para que lo recorras paso a paso. 

Puede que si nunca hubiéramos montado en aquel avión del veinticinco de septiembre nuestras vidas serían completamente diferentes pero, tarde o temprano, el destino nos empujaría a nuestro nuevo camino para que lo recorriéramos, como estamos haciendo ahora, paso a paso. Porque las vidas, nuestras vidas, serían diferentes pero los destinos, nuestros destinos, seguirían siendo los mismos. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

viernes, 15 de febrero de 2013

"Un tipo cualquiera llamado Valentín"

14 de Febrero de 2013.

Todas las mesas de los restaurantes estaban ocupadas, ocupadas por parejas de platos que se conjuntaban sobre un bonito mantel, ocupadas por velas y ramos de flores y ocupadas por parejas de enamorados que charlaban bajo el olor del suave vino, mientras se contemplaban como el día en el que se conocieron. Todas las mesas derrochaban amor y felicidad, todas excepto una. 

Una sola mesa, entre todas las mesas de todos los restaurantes, contenía un solo plato, con una sola copa de vino y con un solo comensal. Un anciano, de aspecto arreglado, miraba continuamente el reloj que su muñeca sujetaba. Sus zapatos de cuero negro descansaban sobre el suelo de madera y sus rodillas, vestidas con un elegante pantalón negro recién planchado, temblaban bajo el blanco mantel de la mesa. Vestía una camisa rosada, acompañada por una corbata y una delicada rosa que cuidadosamente asomaba por uno de los bolsillos de su chaqueta. La espera conseguía ponerle nervioso y la espera consiguió que su chaqueta negra acabara sobre el respaldo de la silla en la que estaba sentado. Las esperas se le hacían eternas y la eternidad le parecía demasiado tiempo como para pasarlo esperando. 

Su reloj no perdonaba en el tiempo y sus ansias de verla eran incontrolables. Miraba continuamente la puerta del local. Cada vez que alguna mujer entraba su corazón le sorprendía con un vuelco y cuando descubría que no era a la que él esperaba devolvía su mirada a su reloj de muñeca, que parecía viajar a la velocidad de la luz. 

Todas las noches de aquel mismo día, de aquel mismo mes, durante todos los años pasados realizaba una reserva para dos personas, en el mismo restaurante y a la misma hora. Todos podían observar su pelo canoso, sus arrugas en la cara y sus nervios continuos. Lo que nadie podía observar era que todas aquellas noches pasadas, de aquellos mismos meses, el anciano convertía su espera en una espera eterna. A pesar de saber que ella no aparecería jamás por la puerta del restaurante, siempre vestía su mejor traje, usaba su mejor reloj de pulsera y rociaba su cuello con el mejor perfume, sin olvidar comprar la rosa más fresca de la floristería. Siempre, durante las mismas noches, realizaba todo aquello que le transportaba a una espera sin fin, una espera que sabía que jamás terminaría. 



Por la mañana me vi invadido por la pereza y las ganas de seguir durmiendo, así que dejé a Mary que saliera ella sola a correr por la ciudad. No me apetecía exponerme al helador frío de la calle y, muy a mi pesar, me quedé sentado en el sofá mientras la veía ponerse el pantalón de deporte. ¡Con la buena racha que llevaba! No pasa nada, todos los días no iba a salir a correr. Eso lo tenía más claro que el agua. Y mientras Mary se hiela de frío por las calles de Eindhoven comienzo a escribir una de mis cartas. Veinte minutos más tarde la deportista nata llega al salón de casa y comienza con sus abdominales y estiramientos matinales. Ana aún sigue dormida, así que hablamos en voz baja para no despertarla. 

Cuando ya es casi la hora en la que Mary tiene que irse a la tienda decide ir a despertar a su hermana. Sube las escaleras muy despacio, ya que suenan un montón cuando pisas sobre los escalones, y entra en la habitación donde dormimos para lanzarse sobre ella. Ana abre los ojos al compás que Mary abre la puerta. “¡Corre cierra los ojos!” le dice Mary a su adormilada hermana y Ana, tras hacerle caso, recibe la sorpresa de una Mary a domicilio. Se lanza sobre ella y ambas en la cama se dan los buenos días. Unos pelos desaliñados y unos ojos aún hinchados me dan los buenos días desde las escaleras de madera. 

Cuando Mary le prepara el desayuno a Ana lo pone sobre la mesa del salón y a Ana se le enciende la bombilla. “¡Corred, corred! Cerrad los ojos” y Mary y yo obedecemos sus órdenes y esperamos la señal para poder abrirlos de nuevo. Ana nos sorprende con un ¡Feliz San Valentín! y con la caja roja de bombones Nestlé que nuestras madres nos enviaron hace tiempo con el paquete desde España. Y celebrando nuestro especial día de San Valentín nos comemos varios bombones, que aún estaban sin abrir, y dejamos el resto para ir picando hasta que los terminemos. ¡San Valentín! Qué bien le viene éste día a las floristerías y a El Corte Inglés. 

Cuando Mary se va a la tienda la nieve comienza a invadir la ciudad. Los copos de nieve comienzan a revolotear y juegan con el viento. Ana dice que parecen bichitos que juegan entre ellos. Son unos copos enormes y consiguen que los tejados comiencen a ser blancos rápidamente. 

Ana tiene tanto frío en el salón que parece una ancianita acurrucada entre mantas mientras se fusiona con la estufa junto a la ventana. Da unos tiritones que no son normales y yo creo que si se tumbara sobre la madera que tenemos como mesa se parecería a Rose en las escenas finales del Titanic. Madre mía. De vez en cuando maldice al frío y lo acompaña de un temblor enorme de pies a cabeza. No puedo dejar de reírme mientras la observo. En serio, solamente le falta la escarcha en el pelo para ser la del Titanic. 

Antes de comer Mary nos llama por teléfono para hacernos un resumen informativo sobre la mañana en la tienda. Dice que Marleen, por San Valentín, le ha regalado a Derek unas entradas para un balneario o algo parecido. ¿Qué ocurre? Que a Derek, como a mí, no le gustan esas cosas y el regalo de su novia no le ha hecho demasiada ilusión. Mary dice que Marleen no entiende por qué no le gusta el regalo y ella le dice que yo soy igual que Derek, que tampoco me gustan esos sitios. Así que si queréis regalarme algo que no sean unas entradas para unas saunas o balnearios. Gracias. 

Y un poco más tarde, cuando Ana tiene el cuerpo más acalorado, Mary vuelve a llamar para decirnos que si queremos ir con ella a ver una tienda donde hay unas sillas y unas mesas en las que Marleen está interesada. Le decimos que estamos en pijama y que si va a ser una visita corta pues que no vamos, así que no vamos. Y maldita la hora en la que no vamos con ella. Mary se enamora de la tienda y me dice que es como estar dentro de una película. Es una librería con cientos de libros por todos lados, estanterías repletas de libros y los suelos repletos de libros. Dos ancianos encantadores son los encargados de la tienda y hasta le regalan un libro a Mary. Ella, en vez de embobarse con las sillas y mesas que Marleen quiere, se emboba con la tienda en general. Así que el sábado queremos ir para que la podamos conocer el resto. 

Después de disfrutar de nuestra comida en nuestro salón, mientras vemos la nieve caer a través del ventanal, Ana y yo nos vestimos y preparamos para la hora de irse a trabajar. Quedamos con Mary a las cinco y media en la tienda de Marleen, cogemos nuestras bicicletas con los sillines mojados y nos vamos en su búsqueda. Ana odia que los sillines de las bicicletas estén mojados. Siempre maldice a los cuatro vientos cuando va a poner su culo en el sillín y se queja porque no le gusta que se mojen sus pantalones. Ahora tiene una funda que quita y pone para no llevar el trasero empapado. Yo siempre me rio de ella porque parece que se le olvida que casi siempre va a estar mojado. Cada vez que va a montarse es como descubrirlo de nuevo, como la primera vez, como empezar de nuevo. ¡Malditos sillín mojado! Y secándolo con la manga del abrigo, con los guantes o quitando la funda lo limpia antes de sentarse. 

Llegamos al canal, que está congelado y nevado, y nos detenemos a hacernos unas cuantas fotos. Me encanta lanzar bolas de nieve y en esos momentos Ana era mi única víctima, así que hago pelotas gigantes y las lanzo contra ella. Ella intenta hacer lo mismo pero no tiene puntería o no es capaz de lanzármelas, porque yo siempre las lanzo antes. Como dos enamorados en el día de San Valentín jugando con la nieve pasamos unos minutos junto al canal, rezando por no tropezarnos y estamparnos con la plataforma helada en la que ya no pueden nadar los patos. Después de varios bolazos en los abrigos recogemos nuestras bicicletas aparcadas en la nieve y nos vamos en busca de Mary, que ya casi se nos olvidaba. 

Con Mary montada en su bicicleta, después de conseguir despedirnos de la charlatana Marleen, nos vamos cada uno a nuestro restaurante. Ana siempre tiene que esperar a que un semáforo se ponga en color verde, ya que siempre lo pilla en rojo. Mary aparca su bici en la puerta del Vintage y yo continúo pedaleando hasta el lugar donde me esperan las pilas y pilas de platos, como a las dos mellizas. 

Al llegar al patio trasero, donde aparcamos las bicicletas los empleados de Auberge Nassau , descubro que hay tres corazones enormes pintados en la nieve del suelo. Me alegra verlos porque sé que la autora de ello ha sido Aylim, que ha comenzado a trabajar a las dos, y, después de aparcar la bici junto a una de las paredes, añado un gran “Happy Day” junto a los corazones, para dar la bienvenida con una sonrisa al resto de compañeros de trabajo. Y cuando me dispongo a comenzar a fregar descubro mi regalo de San Valentín. Aylim, que no había mucho trabajo en la cocina, me sorprende con casi todo mi trabajo limpio y ordenado. Es la mejor compañera que podría tener. Le doy las gracias, dos besazos y después añado que está tonta, en modo cariñoso, por hacer lo que no tiene que hacer. Más feliz que una perdiz, porque no tengo casi nada que limpiar, pasamos la tarde con el restaurante a tope. William, uno de los cocineros, maldice a la gente enamorada que come super lento. Se nota que es San Valentín y que el restaurante está repleto de enamorados, pues me percato de ello a la hora de limpiar. Paso toda la tarde fregando platos de dos en dos, y no de diez en diez como suele pasar siempre. Hasta los dos platos con restos de comida parecen enamorados. 

Al tener todos los platos emparejados limpios y todas las parejas emparejadas en sus casas, nos vamos a la nuestra y disfrutamos del relax y el silencio antes de irnos a los colchones. La caja roja de bombones Nestlé nos llama a gritos desde la mesa, pero la reservamos para otros días. Damos por finalizado nuestro romántico San Valentín, aunque nosotros en vez de ser una pareja formamos un trío. No os vayáis a asustar, que solamente somos amigos. ¡Feliz San Valentín! 



El solitario anciano continuaba esperando a aquella persona que sabía que jamás llegaría. Contemplando las agujas de su reloj y deshojando la rosa más fresca que había podido comprar en la floristería se vio invadido por los recuerdos que le atormentaban desde aquella fatídica noche, en la que inició el comienzo de su espera. 

Veintidós años atrás, para celebrar que habían pasado media vida juntos, decidieron disfrutar de una cena en un restaurante de lujo. Él realizó las reservas y ella se encargó de elegir su vestido especial para aquella noche. Decidieron separarse horas antes de la cena, para mantener la expectación, y reunirse en el interior del restaurante. Él la esperaría sentado junto a la mesa y ella cruzaría la sala con su vestido largo y tomaría asiento junto a él, consiguiendo que su delicado rostro quedara iluminado con la luz de las velas. Ambos se vistieron con sus mejores galas, perfumaron sus cuellos con sus mejores perfumes y calzaron los mejores zapatos. Él vistió un traje de chaqueta y decoró su muñeca con su reloj de pulsera favorito. Con una rosa en la mano, la mejor de toda la ciudad, entró en el restaurante donde esperaría a su amada. 

Con una sonrisa enorme invadiendo su rostro y con dos copas de vino servidas en la mesa, esperaba impaciente la llegada de su mujer. Deseaba que deslumbrara al entrar con su vestido, destacando entre todos los comensales. Pero su amada nunca llegó a la mesa, nunca consiguió deslumbrar en el interior de aquel sofisticado restaurante. 

Un chico pidió auxilio en la puerta del local, consiguiendo que todos los comensales y camareros abandonaran el restaurante para ir en su ayuda. La calle se vio invadida por los clientes y empleados, siendo testigos de cómo una mujer con un elegante vestido largo descansaba sobre el frío asfalto de la ciudad. Un hombre, el que esperaba con la rosa en la mano, consiguió abrirse paso entre los curiosos. Quedó petrificado. La mujer a la que tanto amaba lucía su mejor vestido, con los ojos cerrados, un hilo de sangre brotando de su delicado rostro y una respiración que cesaba a cada segundo que transcurría. Se arrodilló junto a ella, se adueñó de su cuerpo entre sus brazos y cerró los ojos, soñando con que nada de aquello hubiera sucedido. Disfrutó del perfume que desprendía y escuchó sus últimos instantes de respiración. Él continuó tumbado junto a ella, sintiendo cómo el calor desparecía de su cuerpo, y una rosa, la mejor de la ciudad, se marchitaba lentamente a escasos centímetros de ellos, sobre el frío asfalto de la ciudad. 

Veintidós años más tarde, junto a la misma mesa, el hombre lucía su mejor traje, con su mejor perfume, su reloj de pulsera favorito y una rosa, la mejor de la ciudad, entre sus envejecidas manos. A pesar de saber que ella no aparecería jamás por la puerta siempre realizaba lo mismo, cada año, el mismo día del mismo mes. Ansiaba con todas sus fuerzas que la mujer a la que tanto amaba entrara por las puertas del restaurante, destacando con su vestido largo entre todos los comensales, luciendo una sonrisa que le iluminara el rostro y tomando asiento junto a él, para poder disfrutar de aquella cena, la que nunca disfrutaron. 

Con las agujas del reloj avanzando velozmente en el tiempo y deshojando la rosa que jamás podría entregar a su amada continuó con su espera eterna. Siempre, durante las mismas noches y hasta el fin de sus días, realizaría todo aquello que le transportaba a una espera sin fin, una espera que sabía que jamás terminaría. Una espera que le condenaba a vivir un amor eterno. 





Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

jueves, 14 de febrero de 2013

"Between designs, dishes and bathtubs"

13 de Febrero de 2013.

Después de realizar nuestro ejercicio matinal Mary se va a la tienda de Marleen. Tiene que estar todo el día sola al cargo de ella porque Marleen la ha llamado para decirle que vuelve a estar enferma y que prefiere quedarse en la cama. Estábamos a punto de desayunar, con el café y el cola cao sobre la mesa, cuando el teléfono de Mary ha comenzado a sonar. Con Marleen al otro lado de la línea comienzo a disfrutar de mis cereales con cola cao. Mary habla y habla con su jefa y, aún así, sabiendo todo lo que tiene que hacer, Marleen se lo repite una y otra vez. Mary observa cómo desayuno y cómo su café se va enfriando poco a poco. Marleen no se despide y Mary se desespera. Habla que habla. La escucho como si se tratara de una de esas voces de rata que ponen en los dibujos animados para hacer creer que hay alguien al otro lado del teléfono. Blah, blah, blah. Y cuando Marleen se despide de Mary tiene que volver a calentar su café. Tras desayunar, tras correr y tras realizar nuestras sesiones de abdominales se despide y se marcha a la tienda. 

Ana se cae del nido, me recibe con los ojos adormilados y un “buenos días”. Como Mary está sola en la tienda se nos ocurre la genial idea de ir a comer con ella e invadir la tienda de Marleen con comidas cocinadas en casa. Ana y yo nos ponemos manos a la obra en la cocina. Ella prepara unas cebollas a rodajas con pan rallado y huevo mientras que pelo unas patatas y las troceo a cuadritos. Dice que quiere que hagamos aros de cebolla, como los que venden en el McDonald y nunca nadie se ha comprado. Queremos acompañarlos con un revuelto de patatas que lleva los mismos ingredientes que una tortilla pero sin llegar a serlo. “Ana quiere hacer una tortilla de patatas pero se ha quedado en el intento” le digo mientras veo lo que se cocina en la sartén. “No, yo no he intentado nada” y termina añadiendo que nunca he hecho una tortilla de patatas. ¡Yo sí! Mi primera tortilla de patatas la hice en Eindhoven, estaba solo en casa y gracias a la ayuda de mi madre conseguí hacerla. Ella me puso todos los pasos a través del Facebook y mientras ella escribía yo cocinaba. Quedó buena, para ser la primera bastante buena diría yo. La segunda vez que lo intente espero que quede mejor aún. 

Con el revuelto de patatas en un recipiente de cristal, los aros de cebolla fritos en un plato, la mahonesa, tres tenedores y la bolsa de pan en las manos nos dirigimos hasta la tienda de Marleen. Ana y yo nos dividimos las bolsas de comida, las sujetamos en nuestros manillares y viajamos con ellas hasta Smalle Haven, la calle de la tienda. 

El olor a frito y las ganas de comer invaden la tienda de Marleen. Ana y yo nos sentamos junto a la mesa donde Mary trabaja, junto al mostrador de la tienda, y la despejamos para llenarla de platos de comida, de mahonesa y de rebanadas de pan. Mary, que se había preparado una ensalada para comer, ocupa la tercera silla. Los tres, sin ningún cliente viendo cosas de diseño, nos disponemos a comer. La ensalada de lechuga, tomate y manzana, los aros de cebolla fritos y el revuelto de patatas se transforman en alimentos deliciosos, que disfrutamos rodeados de diseño. No nos gusta que los clientes nos vean comer, pero Mary dice que Marleen lo hace muchas veces y que no pasa nada. Cuando entra algún cliente me da vergüenza comer, a Ana también. Mary ya está acostumbrada a hacerlo y nos dice que estamos tontos. ¡No es normal que una glamurosa mujer esté decidiendo en qué malgastar cientos de euros mientras comes aros de cebolla! Al menos, yo no lo veo normal. 

Cuando arrasamos con todo lo que habíamos preparado me acuerdo de un bote de nocilla que compré hace días y que quedé en la tienda, en modo reserva. Mary lo trae y unto rebanadas para todos. A mí me encanta meter el dedo en el bote y quedarlo sin una mota de chocolate. Disfruto tanto… Ana me mira raro y dice que no comprende cómo me puede gustar tanto la nocilla. Yo tampoco lo sé pero lo que sí sé es que hago malabares con los dedos para conseguir que el bote quede reluciente. 

Con los dedos aún manchados de nocilla escuchamos cómo la puerta de la tienda se abre y descubrimos que una chica joven avanza hasta nosotros con algo que parece una cesta de mimbre entre los brazos. Se presenta y nos dice que ella misma fabrica huevos de Pascua. Al mirar en el interior de la cesta somos testigos de un multicolor ejemplar de huevos pintados a mano, de todos los tamaños. Una pena que Marleen no estuviera en la tienda para poder comprarle algunos. ¡Eso sí que son huevos de diseño! Ana queda enamorada de ellos y nos dice que le compremos uno para los tres, pero aunque sean de diseño son bastante caros para ser huevos. La chica nos dice que no puede acercarse a la tienda otro día porque solamente pasará en Eindhoven un día y que está recorriendo todas las tiendas. Además nos dice que su madre es japonesa, su padre es holandés y que ella nació en América. Vaya mezcla que tiene la muchacha. ¡Se notaba! Porque tiene unos rasgos muy bonitos. Así que se despide de nosotros y se va con la cesta de huevos a otra parte. 

Antes de irnos a los restaurantes decidimos ir a tomar un café por un euro al Hema. Con la ciudad despejada de carnaval, aunque aún con globos de colores en las fachadas de los bares, nos adentramos en el Hema. ¡Vaya fiestas que se montan aquí en las fechas de Carnaval! Cuatro días seguidos de fiesta en los que salen disfrazados desde por la mañana temprano hasta que el cuerpo aguante. El otro día nuestras madres, como auténticos holandeses carnavaleros, nos hicieron llegar un vídeo en el que bailaban juntas cantando canciones muy simpáticas. Una simpática mujer de San Fermín bailaba de la mano con un dulce gato. Consiguieron sacarnos muchas sonrisas mientras lo disfrutábamos, aunque también se nos escaparon las lágrimas. Tenemos ganas de verlas y abrazarlas, es inevitable, aunque aún sigan vestidas de gato y San Fermín. 

El Hema nos da una puñalada y nos deja boquiabiertos, casi sin respiración. ¡No hay tartas para el café de un euro! No hay tartas… qué desgracia. El Hema nos ha traicionado. Como yo me bebía el café solamente porque venía con la tarta, no es que me guste mucho el café, decido no beber nada y las dos mellizas se beben el café a palo seco, sin tarta y sin nada. Qué tristeza. Nos encantaba la promoción de un trozo de tarta y un café por un euro. ¡No podemos seguir así! Disfrutando de su café, sin tarta, pasamos un rato agradable antes de irnos a trabajar. Ana hoy se queda en casa, ya que tiene el día libre, y Mary y yo, después de muchos días de descanso, comenzamos de nuevo la rutina de los friega platos. Cómo se nota que no hay tartas por un euro. Estamos nosotros tres solos junto a una anciana que lleva los pelos como si hubiera metido los dedos en un enchufe y cuatro ancianas más que al observarlas detenidamente juraríamos con son cuatrillizas. ¡Eran prácticamente iguales! Las cuatro con las mismas gafas, los mismos cortes de pelo y el mismo vestuario. Creemos que hasta tenían las mismas arrugas en los rostros. 

Al despedirnos del Hema nos montamos en nuestras bicicletas y quedamos con Aylim en la puerta de la catedral que hay en el centro de la ciudad. Trabajamos a las seis de la tarde y ella también, así que la esperamos para ir todos juntos. Se nota que las tardes duran más que antes, pues íbamos a trabajar de noche y ahora es aún de día. Aunque, siendo sinceros, los días son bastante grises por aquí y el sol nos visita muy pocas veces. Sabemos que es de día porque el cielo es gris, a veces claro y otras oscuro, pero no porque exista un sol deslumbrante. Nos despedimos de Ana, que regresa a casa cargada con el plato, el bote de mahonesa y el recipiente de cristal con los que hemos comido, y le decimos que la veremos a la noche, después del trabajo. 

Y después del trabajo me despido de mis compañeros hasta el día siguiente y voy en busca de Mary, que ha terminado un poco antes que yo, al Vintage. Aylim ya se ha ido a casa, así que nos vamos los dos solos con nuestras bicicletas. Hace mucho frío y en las calles de la ciudad ya no hay nadie. Los semáforos funcionan sin nadie que circule para hacerles caso, los globos de colores se mueven ligeramente gracias al viento y las bicicletas aparcadas en las puertas de las casas se congelan conforme va avanzando la noche. 

Al llegar a casa Ana prohíbe la entrada a Mary y me rapta para enseñarme lo que le ha preparado en modo sorpresa. Me lleva hasta el servicio y me quedo boquiabierto al ver el escenario tan romántico que Ana le ha preparado a su hermana. La bañera está llenándose de agua mientras la espuma crece en su interior, el olor del incienso ambienta toda la sala y la luz de las velas lo ilumina todo con un cálido color anaranjado. El baño está hasta precioso, creo que nunca lo había visto tan bonito. 

Y con Ana en el sofá viendo algo en el portátil, con la ayuda de los auriculares que le regalé el día del amigo invisible; con Mary buceando en las cálidas aguas de la bañera, mientras expulsa su estrés a través de todos los poros de su piel; y conmigo enredando un poco por el salón antes de irme a la cama damos por finalizado el día. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

"La fábrica de chocolate"

12 de Febrero de 2013.

Desde siempre había querido construir un lugar en el que todo el mundo pudiera disfrutar de los manjares a los que ella tanto amaba, un lugar en el que todos supieran saborear el dulce tacto que el chocolate forma al fundirse en las bocas. Soñaba con un mundo lleno de tabletas de chocolate, de caramelos cubiertos de chocolate, de ríos de chocolate fundido y de praderas de más y más chocolate. De todos los tipos y sabores, de todos los aromas y colores. Chocolate con leche, con almendras, sin almendras, chocolate puro, con avellanas, en polvo, a la taza, chocolate negro y blanco, chocolate. Simplemente chocolate. Un mundo lleno de chocolate. 



Después de comer Mary continúa con su proyecto de fin de carrera y yo continúo con alguna de las cartas. Más tarde Aylim nos llama por teléfono y le decimos que se pase por casa, ya que hace tiempo que no la vemos y queremos pasar un tiempo con ella. Cuando llega a nuestra casa se quita todas las capas que lleva encima y se acomoda en una de las sillas del salón. Después de unos minutos hablando nos hace una propuesta de esas que tanto nos gustan: “¿Por qué no os venís a mi casa y vemos una película? Podemos comer palomitas y chocolate”. Aylim añade lo de las palomitas y el chocolate para convencernos, aunque solamente con la idea de la película estamos dispuestos a unirnos al plan. Así que rápidamente nos vestimos y nos montamos en nuestras bicicletas. 

Cuando llegamos a casa de nuestra anfitriona favorita nos acomodamos en su salón, saludamos a su perro Chulo y comenzamos a cargar en internet la película que hemos elegido. “La piel que habito”, una de las últimas de Almodóvar, ha sido la elegida. Todo el mundo nos ha dicho que es muy rara y que es muy diferente a todas las que ha dirigido éste director, así que tenemos ganas de quitarnos el gusanillo de la curiosidad. Antes de comenzar a disfrutar del cuerpo desnudo de Elena Anaya, Aylim se prepara un plato de comida de productos ibéricos. Parece un plato de degustación española. Chorizo, jamón y queso son las cinco estrellas del plato, acompañados por sardinas, alcachofas y patatas a lo pobre. Un buen plato para comer y se lo carga bien porque quiere que nosotros, a pesar de haber comido, la ayudemos a devorarlo. ¡Qué cosas más ricas! Aylim parece que nos quiere cebar, como a los cerdos antes de la matanza. Nosotros nos dejamos cebar, es inevitable no comer en ésta casa. 

Con el plato de degustación más limpio que después del lavavajillas nos disponemos a ver la película. Aylim, como no podría ser de otra manera, llena la mesa del salón de cosas de chocolate, de galletas, de frutos secos, de patatas fritas y de una infinidad de cosas que solamente ella tiene en la despensa de casa. ¡Hasta tiene gofres y nocilla! La nocilla es para calentarla y derramarla por encima. Qué cosas más ricas. Así que, olvidando los kilómetros que corremos cada mañana, nos llenamos las bocas de chocolates de todo tipo y nos dejamos enamorar por el dulce tacto de los gofres con nocilla derretida. Tenemos un problema con las chucherías y Aylim, que parece Willy Wonka, el de la fábrica de chocolate, es nuestra solución. La despensa de su casa es como una fábrica de chocolate y nosotros somos los niños que disfrutan de sus manjares. Mary rebusca entre las baldas de comida y, con los ojos como platos, le dice a Aylim que cree que nos quedamos el día equivocado en su casa. “El día que nos quedamos en tu casa cuidando del perro no tenías nada para comer” le dice Mary, sin saber dónde detener su mirada entre tanto dulce. “Nos tuvimos que hacer un cola cao”. Mary está indignada y Aylim se indigna porque no puede creer que su despensa estuviera vacía aquel día. 

Antonio Banderas, el protagonista de la peli, ya está en escena compartiendo diálogos con la desnuda Elena Anaya, ya que en casi toda la peli sale en cueros. Al principio hacemos bromas de todo lo que sale, de lo rara que es, de que no entendíamos nada y de que a Pedro, el director, se le había ido un poco la pinza. Cuando vamos avanzando en la trama nos invade el silencio y el interés aumenta. Al terminar afirmo que me gusta, que me ha encantado y que es una buena película. A Mary también le gusta y Aylim dice que ni sí ni no, que se ha quedado a medias. Es una película muy diferente a las que Pedro nos tiene acostumbrados, pero tiene una buena historia. Minutos más tarde damos las gracias a nuestra anfitriona favorita por esas acogidas tan buenas que siempre nos realiza y no dejamos que las calorías de más nos entristezcan la existencia. Así que, manteniéndonos en las pieles que habitamos (chiste malo utilizando el título de la peli), nos despedimos de Aylim y nos vamos a casa, ya que Mary tiene que continuar con su proyecto de carrera. 

Una vez en casa decidimos no cenar. ¿Cómo vamos a cenar con todo lo que hemos comido? Todo lo que hemos perdido corriendo ésta mañana lo hemos ganado, o superado, con los gofres y la nocilla de esta tarde. Por la mañana nos pusimos nuestras ropas de deporte y comenzamos nuestra ruta diaria. El recorrido lo hemos aumentado y me sorprendo de mí mismo. Jamás llegué a pensar que pudiera correr, por voluntad propia, un recorrido tan extenso. A lo mejor no es extenso para los demás pero, por lo menos, para mí está más que bien. Salimos de casa y corremos por una de las calles que nos llevan hasta el congelado canal, continuamos acompañándonos con los patos que intentan nadar en sus aguas y giramos por el puente hasta introducirnos en la calle más principal que hay en nuestro barrio. Esa calle se comunica con la nuestra pero nosotros continuamos recto hasta el final de ella. Pasamos siempre por un estanco, nos cruzamos con una señora que viene de la compra y todas las mañanas disfrutamos del agradable olor que la ropa tendida deja en una de las fachadas de la calle. Casi al finalizar la calle nos topamos con la tienda turca, donde compramos las verduras y frutas que tanto nos gustan, y con el Albert Heijn, que lo vemos desde fuera sin pensar en las pruebas que probablemente rebosan en los platos, bordeándolo hasta llegar al parque por donde paseábamos con Sim. Atravesamos el parque por su camino de arena y piedras y, con la lengua casi por los suelos, llegamos a nuestra ansiada casa. Una vez en ella tumbamos el colchón de cuadros escoceses sobre el suelo y comienza la sesión de estiramientos y abdominales. Mi entrenadora personal, Mary, siempre me obliga a hacer más y más tandas de diez abdominales. Gracias a ella los consigo porque a los treinta o cuarenta no puedo más. Soy un desastre para el deporte, aunque he de admitir que cuando terminas te sientes despejado, libre y con ganas de una buena ducha. 

La mañana la hemos pasado en casa, ni tienda de Marleen ni estudio de Derek. En casa. Solamente hemos salido de ella para ir a correr y para ir en busca de unas naranjas a la tienda turca, ya que hemos encontrado una oferta en la que puedes comprar dos kilos por un euro. ¡Aprovechamos y nos venimos cargados de naranjas! 

Los restaurantes están cerrados por carnaval, así que tampoco nos toca ir a trabajar. El miércoles ya comenzamos con la rutina de los friega platos. Aunque Ana no trabaja los miércoles, pero sí los domingos y los domingos nosotros no. Es un jaleo eso de los días libres de cada uno, ya que los únicos días en el que ninguno de los tres trabaja en el restaurante son los lunes. 

Y en el sofá de casa, con los ojos más cerrados que abiertos, sueños con el colchón que me llama desde la habitación mientras que algún que otro gofre se fusiona en mis pensamientos. Doy las buenas noches y me acurruco entre sábanas y nórdicos. Mañana nos espera otra ruta mañanera y una tarde fregando platos, que con tanto carnaval y días libres se nos habrá olvidado hasta cómo hacerlo. 



Sus ojos viajaban a la velocidad de la luz cuando se adentraba en cualquier supermercado. Su mirada se dirigía a las secciones de chocolate. Conocía todas las marcas, todos los sabores y hasta los orígenes de cada producto. El chocolate era su pasión y, soñando con que algún día pudiera conocer a Willy Wonka y a su fábrica de chocolate, decidió comenzar a realizar la suya propia. Compró miles de tabletas de chocolate, de todo tipo y los transportó hasta su casa. Allí realizaría su propia fábrica de chocolate y, planeándolo todo detalladamente, comenzó completando todas las baldas de su, cada vez más, sabrosa despensa. 





Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

miércoles, 13 de febrero de 2013

"Two bikes, two furious"

11 de Febrero de 2013.

Dos, eran dos. Dos las palabras que se decían antes de despedirse el uno del otro, dos las calles que atravesaban para llegar a sus destinos, dos los cielos que se fusionaban sobre sus cabezas, dos los abrazos que dejaban escapar y dos las horas que se convertían en tiempos eternos. Dos cosas las que jamás se decían y dos sentimientos los que jamás olvidaban. Dos eran los que los miraban desde los bancos de un parque y dos eran los que paseaban siempre agarrados de la mano. Dos, el número que ellos formaban. 



Pensamos si llevarnos las capas de color y las orejas de burro al estudio, pero después de meditarlo con paciencia decidimos dejar nuestros disfraces en casa. A las nueve de la mañana llegábamos a la puerta del estudio, aparcábamos nuestras bicicletas lo mejor que podíamos mientras descubríamos que la furgoneta de Derek no estaba donde siempre solía estar. ¿Dónde estará? Así que intentando salir de dudas nos adentramos en nuestra área de trabajo y saludamos a Bastiaan, uno de los hermanos de Derek, y a Rinske, la chica de prácticas. Mary comienza a pulir lámparas que ya le tenían preparadas y yo me zambullo en la sección de las oficinas junto a Rinske. Creemos que el catálogo ya está del todo terminado, aunque minutos más tarde Willem, el otro hermano de Derek, nos envía unos cambios de texto que modificamos en cinco minutos. Como sigan haciendo cambios y más cambios el catálogo se va a terminar dentro de un año, espero que esto sea lo último. Así que con el catálogo oficialmente, o al menos eso creo, terminado comienzo a hablar con Rinske y le pregunto que dónde está Derek. Su respuesta me sorprende tanto que tengo que ir corriendo a comunicársela a Mary, que continuaba puliendo lámparas. 

“¡Mary!” le digo chillándole al oído, ya que con las máquinas del estudio no nos escuchamos muy bien, a no ser que estemos en la oficina. “Mary que van a venir cinco muchachos más de prácticas con Derek, que vamos a ser ocho aquí trabajando con él” le digo mientras se le va poniendo cara de no creerse lo que le estoy diciendo. “Madre mía, esto va a parecer una escuela” me dice Mary desconociendo dónde van a meter a tantos estudiantes. ¡Ocho! Seremos ocho. Mary y yo ya sumamos dos, aunque yo no soy estudiante. Rinske la tercera. Y Derek aparece con dos chicos que se llaman Rick y Philippe con los que ya sumamos cinco. Rick es un chico holandés, rubio y con gafas que comienza a trabajar en uno de los ordenadores de la oficina. Philippe comienza a garabatear folios sobre una mesa mientras realiza composiciones con piezas de plástico de forma triangular con las que Derek realiza los bocetos de sus lámparas en miniatura. 

Aprovecho la mañana para colocar todo lo que va a formar el estudio fotográfico que tendremos en el interior del estudio. Coloco el chroma blanco que sirve de fondo para realizar fotografías y distribuyo dos o tres focos a su alrededor, todo con la ayuda de Rinske. Varias sillas y mesas de Derek las ordenamos en modo exposición y ya parece que todo está, más o menos, un poco más decente. Derek y su equipo llevan trabajando en el nuevo estudio un par de semanas y parece que llevan un par de años, pues todas las herramientas están en el medio y el desorden se convierte en algo normal y rutinario. 

Más tarde Rinske me ofrece ir con ella al Jumbo a comprar cosas para la hora de la comida y, encantado porque no tenía nada que hacer en esos momentos, le digo que sí. Cogemos las bicicletas y las dejamos en los aparcamientos de bicis del supermercado. Aún no había abandonado mi vehículo y ya estaba rezando para que hubiera miles de pruebas de comidas. ¡Y así fue! El Dios de Holanda me hizo caso y me regaló varias bandejas de queso viejo para probar, trozos de chocolates, una carne un poco rara y hasta unos dulces de nata recubiertos con una fina capa de chocolate. Yo lo probé todo, lo que pasa es que me corté un poco porque Rinske no probaba nada. En ese momento fue cuando me di cuenta de por qué en los supermercados de España no suelen poner muchos productos de prueba. ¡Solamente los españoles nos abalanzamos a las cosas gratis! ¡Si en España pusieran tantas pruebas como aquí no darían a bastos con las piezas de queso! Las perdidas serían mucho más altas que las ventas. Es verdad, tenemos comprobado que el ochenta por ciento de la gente que mete las zarpas en las bandejas de comida gratis son españoles y que por eso siempre están repletas de comida hasta que llegamos nosotros. Me sentí un poco mal y por eso no comí más queso, aunque estaba buenísimo y mi estómago no se cansaba de decirme que cogiera más trozos. Así que intenté convertirme en holandés y no probé nada más. Si llego a estar con Ana o con Mary la cosa hubiera sido diferente, lo sé. Rinske no decía nada, pero me cortaba el royo. ¡Qué royo ir de compras con Rinske! No prueba nada y las pruebas son para eso, su propio nombre lo dice. Prueba, pues yo pruebo. 

Antes de la hora de la comida a Rinske se le ocurre la genial idea de ir a comprar varios paneles porexpan, ya que nos servirán en un futuro como reflectores de luz para las fotografías. Me parece buena idea así que se lo comunicamos a Derek y nos entrega las llaves de su furgoneta. Mary se apunta a la nueva aventura y los tres, con los abrigos y bufandas, nos vamos en busca de un par de trozos de porexpan. 

Le cedo el turno a Mary para conducir y le digo que en el viaje de regreso conduzco yo. Mary ya ha conducido la furgoneta varias veces, así que no hay problema. Utilizando a Rinske como GPS llegamos hasta la tienda donde podemos comprar lo que buscamos, pero al preguntar nos dicen que tenemos que ir a una de las naves que se encuentran continuas al almacén donde estamos. Cogemos de nuevo la furgoneta, ésta vez me adueño del volante, y de nuevo con la ayuda de Rinske llegamos a nuestro destino. Una gran nave se forma ante nosotros, con dos enormes puertas custodiadas por unas barras de esas que se abren y se cierran al paso de los vehículos. Rinske me dice que me dirija hacia una de ellas y, dudando de lo que hago, la barandilla se abre a nuestro paso dejándonos entrar en el interior de la nave. Miramos a nuestro alrededor, aún desde la furgoneta de Derek, y nos percatamos de que nos encontramos en una especie de almacén con estanterías donde puedes realizar la compra desde el coche. Son productos para talleres y los coches circulan por los pasillos de la “tienda”, por llamarlo de alguna manera. Conduciendo entre pasillos, localizamos los paneles de poriexpan y Rinske coge varios. Tras pagar nuestros productos y depositarlos en la parte trasera de la furgoneta regresamos al estudio. 

Conmigo al volante llegamos, sanos y salvos, al estudio. ¡Yo al volante! Es una pasada poder conducir en Eindhoven y olvidar por unos minutos la bicicleta. Ya es la segunda o la tercera vez que conduzco la furgoneta por la ciudad y la sensación que provoca sigue siendo la misma. Cuando la conduje por primera vez pensé que se me habría olvidado cómo hacerlo, ya que no conducía desde hacía meses. Es cuando descubres que eso nunca se olvida. La última vez que la conduje llevaba un frigorífico en la parte trasera, por lo tanto lo del poriexpan fue una tarea fácil. 

Con la furgoneta aparcada en la puerta del estudio y con los trozos de poriexpan aparcados junto al fondo blanco de las fotografías, nos disponemos a comer. Era la una y media del mediodía, más o menos, cuando nos sentamos en una de las mesas más despejadas de la oficina. Derek ocupa uno de las sillas, con Rinske a un lado y con Willem, uno de sus hermanos, al otro. Bastiaan preside uno de los extremos de la mesa. Mary queda rodeada de Philippe y de Rick y yo me adueño del otro extremo de la mesa. Después de hacer el tonto e imitar que bendigo la mesa comenzamos a comer. No estamos acostumbrados a que haya tanta gente a la hora de la comida y bromeamos diciendo que parece que estamos de comunión. No queremos ni pensar qué ocurrirá cuando el resto de estudiantes comiencen sus prácticas. Creo que lo mejor será que comencemos a comer todos en el supermercado, aprovechando las pruebas gratuitas con las que nos alegran los días. Aunque conociendo a estos holandeses Mary y yo acabaríamos poniéndonos las botas. 

Después de comer espero a que Mary termine unas lámparas que tiene que pulir y yo ya no hago nada de provecho en toda la tarde. Ya no tenía ninguna foto que hacer así que Derek, al verme aburrido esperando a Mary, me dice que si me apetece saque todas las plantas de la oficina y las distribuya por el estudio, ya que en la oficina no les da la luz de los ventanales del techo. Así que, sin nada mejor que hacer, cojo todas las plantas y las ordeno por las zonas de trabajo. Ahora el estudio parece una selva y Derek dice que es todo un poco más alegre. Cuando Mary termina nos despedimos de todos ellos y nos vamos a casa, aunque antes pasamos por el Albert Heijn y compramos una bolsa de judías verdes congeladas. Conduciendo las bicicletas como los protagonistas de las pelis de “A todo gas” llegamos a casa. La única diferencia es que nosotros para acelerar no podemos pisar una palanca con los pies, si no que tenemos que pedalear. ¡Así hacemos más deporte! Que tenemos las piernas como las de Robocop. 

Pasamos la tarde los tres en casa. El lunes de carnaval en el que supuestamente íbamos a salir de fiesta y después nadie salió. Así que aprovechamos para ordenarlo todo un poco y pasar tiempo juntos. Mary necesita la mesa del salón para trabajar en el proyecto de su carrera y tiene un problema sobre ella: el puzle que Ana ha dejado a medias. Mary, sintiéndolo mucho, le dice a Ana que tiene que quitarlo de la mesa porque no podemos tener media mesa invadida por cientos de piezas a las que no las puedes ni mirar, porque se caen. Así que, con ayuda de un trozo de cartón, el puzle viaja hasta el suelo y comienza una nueva vida en un nuevo lugar. No sabremos cuánto tiempo durará en el suelo, pero lo considero un lugar mucho más peligroso para su destrucción que en la mesa. 

Mary nos prepara una cena muy rica de la que disfrutamos sin decir ni pío. Una cena sana y natural, que eso de salir a correr por las mañanas hay que compensarlo de alguna manera. Y con el estómago lleno espero a que empiece la primera gala de Gran Hermano. Soy un friki de Gran Hermano y me gusta verlo, es algo que me entretiene y me parece interesante. No sé por qué, pero me gusta ver cómo las personas evolucionan en tan poco tiempo. Obviamente unos para bien y otros para mal, o para muy mal. Me pongo de los nervios cuando el internet falla y la imagen desaparece. Dicen que me relaje y gracias a que Antonio, el chico que nos regaló la guitarra española, me pasó un enlace de internet en el que podía verlo sin ningún problema consigo disfrutar de la gala completa. No saben lo que les espera en cada gala, pues esto acaba de empezar. Desde que llegamos aquí no veía la tele tanto tiempo seguido. Es raro, pero nos hemos acostumbrado a vivir sin tele y nadie la echa de menos. Eso sí, cuando voy al Media Markt me quedo embobado delante de las pantallas de plasma. 



Las calles quedaban en silencio, intentando escuchar el sonido de sus bicicletas. Dos bicicletas que circulaban a velocidad de la luz, atravesando la ciudad en un abrir y cerrar de ojos. Ellos pedaleaban deprisa, tan deprisa que el paisaje viajaba ante sus ojos como lo hacía el viento entre las ramas de los árboles. Nunca se detenían a pensar y la velocidad les invitaba a continuar siendo veloces. Dos veloces que no conocían el significado de la lentitud y dos veloces que viajaban sobre sus bicicletas desenfadadas y furiosas, hasta el fin de las calles, hasta el límite de la ciudad. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

lunes, 11 de febrero de 2013

"Lo que te hace grande"

10 de Febrero de 2013.

Ella siempre pensó que para ser una gran persona tendrías que realizar buenos actos durante toda tu vida, mientras que él simplemente pensaba que realizando pequeños detalles conseguirías llegar a lo más alto. Los sentimientos, los hechos, los acontecimientos, las dudas y los miedos, los temores y pesadillas, lo que pensamos, lo que no pensamos y en quién pensamos. Todo ello nos hace personas, nos hace fuertes y nos hace sentir grandes. Como ella, que vivía para realizar cosas buenas, y como él, que se dedicaba a regalar pequeños detalles a la vida, vivimos siendo mortales y nuestra meta es sentirse inmortales. 

Como una vez dijo E. Hemingway: “cuando un hombre ama con suficiente pasión aparta a la muerte de su mente, hasta que vuelve como hace con todos los hombres, y es hora de volver a hacer el amor de verdad”. Y tenía razón pues, solamente cuando consigues enamorarte de verdad, tus pensamientos consiguen apartarlo todo de ti, incluyendo a la permanente muerte que nos acecha desde el final del camino. Es entonces cuando evolucionas y consigues volverte inmortal, aunque sea por unos segundos. Y lo inmortal te hace persona, te hace libre, te hace grande. 



El domingo pasa desapercibido si lo comparamos con la locura, la diversión y las fiestas de la noche anterior. El domingo es tranquilo, relajado, cansado y vago. El domingo da pereza, da pereza todo. Tumbado en el sofá, sin tener mucho que hacer, y después de haber comido junto a mis mellis un sorprendente arroz con carne picada, esta vez a Mary no se le olvidó cocinarla, me detengo y mis pensamientos vuelan a su libre albedrío consiguiendo que me transporte de nuevo a la pista de baile donde unos super héroes abandonaron las peligrosas calles de la ciudad para mover el esqueleto como solamente ellos sabían hacerlo. 

La noche comenzó con fuerza. Todos los amigos españoles nos reunimos con nuestros disfraces en el Dr. Ink, el bar al que tanto nos gusta ir los fines de semana, y nos presentamos con nuestros nuevos nombres y vestimentas. Ana nos deleita con su super capa color rojo y una peluca sorprendente que nos deja sin aliento, no olvidando una equis formada en el pecho que la convierte en una heroína muy atractiva; Mónica, la murcianica de pelo Pantene, lucía un modelito con mini falda verde pistacho y capa del mismo color combinado con una super M pegada al pecho y nos lanzaba contra el suelo cuando ondeaba su melena en el centro de la pista; Gianlu se convirtió por una noche en el super héroe Thor, con peluca rubia y martillo de goma espuma incluido; Mateu llamó la atención con una peluca a lo Marylin Monroe y unas gafas de sol tan ochenteras como femeninas; Eva estaba preparada para salvar al mundo con su vestido de super heroína, moviendo las caderas como la que más en la pista de baile; Andrea nos sorprendió con una pizarra colgada al cuello en la que suponemos que dejaría mensajes amenazantes a todo aquel villano que nos prometiera venganza; El Cari se convirtió en un super conejo rosa de peluche que destacaba sobre un grupo de super héroes, supongo que se convirtió en nuestra mascota del equipo; Davinia lució una capa de rayas negras y blancas, combinadas con todos sus complementos; Javi se transformó en el Capitán Salami y ofreció a todos un poco de su embutido; Iñaki no sabía de qué iba disfrazado, y nosotros tampoco; Lidia fue una super heroína muy dorada y su pareja Adrián se convirtió en El Zorro más holandés de toda la fiesta, con espada y antifaz incluidos; Aylim combatió contra el mal con un trabajado conjunto rosa, combinado con todos los elementos posibles, y convirtiéndose en la Super Girl más pink de todas; y Mary y yo fuimos el “¿qué lleváis en la cabeza?” con nuestras super orejas enormes que parecían ser de burro mezclado con duende y combinado con gremlin. La noche fue de lujo, la noche fue super, de super héroes. 

Hago una breve pausa para decir que si me he olvidado a algún super héroe por el camino lo siento mucho, pero como podréis observar el grupo de españoles del sábado fue bastante numeroso y entre capas y antifaces era difícil diferenciarnos los unos de los otros. Con la música penetrando en los oídos, las cervezas refrescando nuestros estómagos y las capas de colores combinándose en el medio del Dr. Ink pasamos las horas sin percatarnos de ellas. Nos reímos y disfrutamos como niños, aunque lo hubiéramos pasado mejor si hubiéramos tenido el espacio al que estamos acostumbrados a tener. ¡El Dr. Ink estaba repleto de gente y apenas podíamos deleitarnos con nuestros bailes y nuestras locuras españolas! ¿De dónde ha salido toda ésta gente? ¡Queremos nuestro espacio de siempre, queremos nuestro Dr. Ink de toda la vida! Incluso a veces la gente conseguía ahogarte con tu propia capa cuando pasaban tras de ti y se refregaban contra tu espalda. ¡Que me ahogo, que me ahogo! Y conseguías rescatarte del peligro dando un tirón de tu capa y trayendo de nuevo a tu cuello a su lugar habitual. Los super héroes podrán salvar el mundo, pero también pueden morir asfixiados con su capa en una noche de baile. 

Sobreviviendo a los malvados villanos que nos robaban el espacio, bailamos hasta las cuatro de la mañana. Y no más porque es la hora en la que cierran los bares y pubs. Acostumbrados a las fiestas de España esto nos sabe a poco, a muy poco. Antes de marcharnos a casa hacemos de todo. ¡Hasta un manual de instrucciones de cómo conseguir realizar veinte o más trajes de carnaval con solamente un trozo de tela! Mónica, Ana y Mary son testigos de cómo utilizo mi capa de super héroe para convertirme en un egipcio, en una monja moderna, en un moro con turbante, en un jeque árabe, en una persona con bufanda, en una persona con soga al cuello, en un perro con collar, en una mujer con falda, en una mujer con vestido, en un mago que hace desaparecer cosas y hasta en un mendigo de la calle que pide monedas a la gente que pasea. Con una tela de tres euros puedes conseguir una infinidad de disfraces de carnaval. ¡Y cuando pasen las fiestas puedes realizarte unas bonitas cortinas para tu salón con super ventanal sin cortinas! 

Y en vez de decir que nos vamos a casa decimos que nos vamos a rescatar a alguna ancianita que cruza lentamente un paso de peatones mientras un coche acelera esperando a que el semáforo vuelva a verde, o a salvar a un pobre gatito del tejado a dos aguas de alguna casa de Holanda o simplemente a volar por los cielos mientras formamos nuestras siluetas sobre la Luna llena al estilo E.T. ¡Porque nuestras bicicletas también vuelan con nosotros! Tenemos capa y bicicleta. ¿Qué super héroe da más? Y con las orejas fabricadas de cartón y tela llegamos a casa, damos la bienvenida a nuestro salón y descubrimos que nadie, ni siquiera el vecino invisible, lo ha recogido y ordenado por nosotros. Maldiciendo el desorden y el caos nos vamos a la cama, añadiendo los disfraces y las ropas a la catastrófica composición que decora nuestra casa. Pedimos a Nicole Kidman, la que vive con nosotros, que nos eche una mano con la limpieza, pero al levantarnos a la mañana siguiente descubrimos que nos hace el mismo caso que Daniel el Travieso le hacía al Señor Wilsom. 

El domingo por la mañana recogemos todo, ordenamos todo, pasamos la aspiradora, limpiamos la cocina y hasta pasamos la fregona. La casa está impecable y rezamos para que quede así por mucho tiempo. A Mary le encanta fantasear que es una bailarina de ballet, o de cualquier otro estilo musical, y con sus calcetines se desliza sobre el suave parquet que la transporta de una punta del salón a la otra sin ningún esfuerzo. Ahora dice que se desliza mucho mejor que antes y que da gusto poder sentirse tan ágil, como si volaras sobre el suelo. Cada vez que se levanta nos deleita con un espectáculo de danza que ni los de El Lago de los Cisnes son capaces de bailar sobre los escenarios de sus teatros, aunque su versión es más bien como La Charca de los Gansos. Eso sí, los calcetines los tendrá llenos de todo menos cosas limpias. 

Ana aún tiene el puzle sobre la mesa a medio terminar o a medio empezar, según como lo quieras ver. Ella dice que le queda lo más difícil ya que solamente le quedan por ordenar las piezas de la parte del cielo y son todas azuladas y blancas. La verdad es que sí que es la parte más difícil de todas pero es que ya ni lo intenta, Mary está harta porque necesita más espacio en la mesa para poder trabajar y dice que el día que menos se lo espere lo quita de en medio. Ana tiene un ultimátum o el puzle, que es al que le peligra la vida. 

Con los cuerpos aún apalancados nos despedimos del domingo y pensamos en el día que nos espera horas más tarde, ya que tenemos que estar en el estudio a las nueve de la mañana y el despertador suena un poco antes de las ocho. Subiendo las escaleras, y pensando en los colchones sobre el suelo y en los nórdicos de segunda mano, nos despedimos de un domingo más y horas más tarde amanecemos en un nuevo lunes. 



Ella, rodeada de cosas buenas, se dejaba impresionar por los fabulosos detalles que él le regalaba continuamente. Él era su persona grande, el más importante y ella se convertía, sin saberlo, en sus mejores deseos, en sus ganas de seguir realizando detalles bonitos y en sus ansias por mantener siendo para siempre, y el uno para el otro, sus personas grandes. 

Y uno de esos días en los que no esperas recibir nada a cambio de nada, en los que tus sueños se ven inalcanzables y en los que tus metas consiguen alejarse como lo hace el horizonte, ella le hizo una propuesta, la propuesta de sus vidas. Le pidió la libertad, las ganas de volar y las ganas de dejarlo todo, le pidió fuerzas y valor, ayuda y compasión. Ella le pidió que la amara para siempre, para el resto de sus días, y él, sin dudarlo ni un momento, se acercó lentamente hasta su rostro, que lo acariciaba contra el suyo, y le susurró las palabras más bonitas que jamás nadie había conseguido pronunciarle. Respiró, llenando su pecho de valor, y dejó escapar al aire, que formaba palabras cuando abandonaba el roce de sus labios. 

“Vayámonos agarrados de la mano, mirando las estrellas desde el firme suelo que nos invita a mantener nuestros cuerpos sobre la tierra; vayámonos como se van las primaveras, dejando a su paso los multicolores pétalos marchitos; como la nieve se escapa del suelo, convirtiéndose en agua cristalina y como los vientos soplan formando tempestades, arrasando con todo menos los amores verdaderos. Vayámonos, de la mano, bien fuerte, y te regalaré la mejor de las medias noches que podrás vivir bajo los cielos de una hermosa ciudad a la que todos conocen como la ciudad de los enamorados. Vayámonos” y se detuvo, escuchando la belleza del silencio combinada con la elegancia de su mirada. Y nadie dijo nada, ni ella, ni él. Simplemente una lágrima recorrió el rostro de la mujer, que había descubierto que podría llegar a ser inmortal. Que había descubierto que su amor era verdadero y para siempre, que había descubierto que con aquel simple detalle el hombre de sus sueños, el que la miraba a escasos centímetros, se había convertido en su persona más importante, en la más grande. Y descubrió el amor verdadero, con una mirada, con unas palabras, con un detalle. 

Es entonces cuando evolucionas y consigues volverte inmortal, aunque sea por unos segundos. Y lo inmortal te hace persona, te hace libre, te hace grande. Porque los pequeños detalles, tus pensamientos y sensaciones, tus miedos y temores, tus sueños y metas, las cosas que piensas, las que no piensas y las que no quieres llegar a pensar, todo lo que te rodea, tu interior y tu exterior y todo lo que te forma es lo que consigue hacerte realmente persona, dándote la ansiada libertad y recordándote, día tras día, que puedes llegar a ser muy grande, tanto como te lo propongas. Porque todo, hasta el más insignificante detalle, es lo que realmente consigue hacerte grande. 





Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.