Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

lunes, 12 de noviembre de 2012

"The bicycles that loved at the streets"

03 de Noviembre de 2012.

Varias noches antes… 

Ella tenía miedo de haber sido abandonada. A partir de aquel trágico día siempre dormía en la calle, al lado de aquellos verdes setos que se regaban con la lluvia casi a diario. Amaba la calle, pero pasear en ella, para contemplarla y para disfrutarla. No amaba la calle para dormir en ella y pasar largas horas abandonada en su asfalto. Mataba las horas contemplando a la gente que pasaba por las aceras, que la miraban muchas veces con desprecio. Ella estaba triste, necesitaba volver a ser utilizada de nuevo. No entendía el por qué de su soledad. No entendía por qué consentían que la fría lluvia consiguiera envejecerla poco a poco. No entendían por qué permitían que los rayos del Sol quemaran su delicada piel. No entendía muchas cosas. La decepción que gobernaba en su decaído cuerpo aumentaba con el paso de las noches, sin saber que muy pronto llegaría la persona que la rescataría de la calle. 



Después de haberme quedado dormido en el sofá, de haberme mudado al colchón, de que Ana nos despertara diciendo que había traído una bici y habernos vuelto a dormir, nos hemos despertado y hemos desayunado. ¡Anoche Ana trajo una bici! Ahora hay dos bicis en las escaleras de casa (la de Marleen y la de Ana) y una que duerme en la terraza. La que duerme en la terraza es una larga historia. ¡Ya tenemos tres bicis! Aunque la de la terraza hay que arreglarla, ya que tiene el sillín un poco desorientado y la rueda trasera está pinchada. 

Ana nos cuenta que anoche, después de trabajar, sus compañeros le dijeron que no podía seguir en esta ciudad sin bici y que, por lo tanto, tenía que comprarse una. Y Ana y sus compañeros fueron a la tienda más barata que hay de bicicletas en todo Eindhoven: la calle a las tantas de la madrugada. Hay unos chicos de color que se dedican a vender bicicletas de ilegal en las calles. Es como un top manta pero de bicis. Los famosos negros se colocan en algunos puntos del centro de la ciudad, con dos o tres bicicletas, te ven caminando, te ofrecen una bicicleta, si te gusta le pagas un económico precio y te la quedas. Si no te gusta el precio también puedes regatear, como en los mercadillos. Pues eso. Que Ana anoche estuvo de top manta. Y ahora hay una bicicleta más en casa. 

Y Ana, aparte de con una bici, también viene con buenas y esperanzadoras noticias para mí, ya que dice que Aylim, la chica que me consiguió la cita con la jefa del restaurante, le dijo anoche que es muy probable que me llamen para continuar trabajando la semana que viene. ¡Muy bien! Espero que así sea. 

Nuestro nuevo hogar se llena de buenas esperanzas y de otras cosas que no son esperanzas, pues la paloma sigue en el tejado, el ratón aún nos visita y los llantos del bebé a veces se cuelan en nuestros círculos sonoros. Así que seguimos conviviendo con la paloma del tejado que no se calla y con un vecino invisible que se calla demasiado. Tenemos de todo, la verdad. No nos podemos quejar. 

Es sábado y Mary solamente tiene que ir un par de horas a la tienda. ¡Mejor! Así podemos pasar más tiempo con ella. Antes de que se vaya vemos la nueva adquisición de Ana y está muy chula. Es una bici típica holandesa, de barra baja y color negro. Tiene unas buenas ruedas y Mary dice que a Ana le queda muy grande. La verdad es que Ana parece que tiene que pedalear casi de puntillas. ¡Ana bájale el sillín un poco más! Ah no, que está bajado del todo. Normal que la bici le quede un poco grande. Si es que aquí todas las personas son super altas y, claro, las bicicletas están hechas a tamaño holandés. No hay problema. Ana sigue pedaleando. 

Mary se va a la tienda, le decimos que si la esperamos para la hora de comer pero nos dice que no, que comamos nosotros antes no vaya a ser que llegue un poco más tarde. Así que comenzamos a preparar la comida. ¡Y qué plato más bonito le preparo hoy a Ana! Pescado frito con un poco de tomate natural cortado a rodajas y bañado con una salsa de aceite y ajo triturado. También comemos un poco de ensaladilla de un euro, que ha sobrado del otro día. Como dice Ana: ¡La presentación es preciosa! Ahora a ver cómo sabe. Y, por suerte, sabe muy bien. 

Después de comer nos vamos a la tienda Action a comprar un candado para la bici de Ana. Es la primera vez que ella visita esta tienda. Por cierto: menos mal que ya tiene bici porque estaba como una loca mirando todas las bicis de la calle, a ver si tenían candados o no para poder llevarse una o no. Ana las miraba todas. Necesitaba mirarlas. ¡Ana ya te comprarás una! Y ya se ha comprado una. Una vez en el Action nos vamos al pasillo de los candados y de todos los artículos de bicicleta. ¡Tenemos que comprar los materiales que necesitamos para arreglar la bici de la terraza! Pero eso lo quedamos para una compra futura y ahora solo nos llevamos el candado. ¡Y Ana ya se puede ir al trabajo en bici! Ya no tengo que hacer de taxista con ella. Qué pena. Cuando yo tenga bici voy a echar de menos que haya un peso extra en el porta-paquetes. 

Cuando Ana se va al restaurante se encuentra con Mary y con Marleen en la calle. Hablan un rato y Mary ya se viene para casa. Se despide de la diseñadora y llega al piso, que lo preparamos un poco, tendemos una lavadora y fregamos los platos sucios que había en el lavabo. Nos gusta la casa cuando está todo ordenado y limpio, pero por desgracia el desorden y la suciedad siempre nos visitan demasiado pronto. 

Pensamos en el sábado que nos espera, en la noche de sábado que nos espera, pienso en mi cita con Daniela el martes de la semana que viene, en la fiesta de cumpleaños que tenemos el lunes y en las pizzas que vamos a preparar para disfrutarlas con el resto de españoles. Pensamos en Halloween y en que se ha pasado la fecha y no nos hemos disfrazado de nada. ¡Qué poca vergüenza! Estamos en un país en el que se celebra esta fiesta como una fiesta importante y no nos disfrazamos de nada. Al menos la pasamos bailando sevillanas y colgando luces de Navidad en el piso, mientras el fontanero que arregló la ducha nos miraba con caras raras. ¡Vaya Halloween! Sin caretas, sin disfraces, sin calabazas en el piso y sin niños que hayan llamado a nuestra puerta a decirnos “¿Truco o trato?”. ¿O eso no es en este país? Qué más da. Todo el mundo habrá celebrado Halloween pero nosotros ya tenemos suficiente con el terror que invade todos los días nuestra casa, pues el misterio de nuestro vecino invisible y el hallazgo de huesos de animales en el hueco de la escalera da más miedo que cualquier careta barata que puedas ponerte esa noche de brujas. 

Quedando nuestros pensamientos a un lado comenzamos a ver una serie por internet que le recomiendo a Mary. Alumbrados por la luces de Navidad comenzamos a disfrutar del primer capítulo. La noche de sábado ha comenzado. ¡Y nos dan las tantas de la madrugada! Capítulo tras capítulo hasta que el sueño nos vence y nos disponemos a ir a la cama. Suponemos que Ana se ha ido de fiesta después del trabajo. 

Apagamos las luces de Navidad, pensando en la manera en la que vamos a decorar el piso cuando realmente lleguen esas fechas, y abandonamos el salón para subir las escaleras que nos llevan hasta la habitación donde descansan nuestros colchones. ¡Esta habitación hay que ordenarla cuanto antes! 



Varias noches antes… 

Los tres continuaron caminado por las frías calles de la ciudad, con una bicicleta que transportaban sin que ninguno de ellos se montara. Los tres iban caminando, buscando el nombre de la calle que les llevaría hasta su nueva adquisición. “Está abandonada” recordaron las palabras de la chica que se lo dijo. “Lleva varias semanas frente a mi casa, nadie la coge” les repitió varias veces. Continuaron buscando la calle, avenida tras avenida, cruce tras cruce, acera tras acera. El plan era perfecto: uno de ellos se montaría en la nueva adquisición y los otros dos en la que ya tenían. Así los tres podrían huir del lugar sin que nadie les viera. Y continuaron caminado hasta que el nombre de la calle, que le habían indicado previamente, apareció en una de las fachadas de una casa de esquina. 

“Toda esa calle recta hasta que lleguéis a la puerta de mi casa”. Y así lo hicieron, número tras número, llegaron al sitio indicado. Y allí estaba ella, abandonada y pidiendo ser rescatada. La bicicleta de la que les habían hablado permanecía allí, intacta y con la rueda trasera desinflada. Y pusieron en marcha su plan. No había nadie en la calle. Mary se montó en la bici de Marleen, Ana en el porta-paquetes y Dani en la que estaba abandonada, apoyada en un seto. La cogió rápidamente y pasó una de sus piernas sobre la barra alta, se sentó en el sillín y comenzó a pedalear tras sus dos compañeras. Y los tres, montados en dos bicis, abandonaron la calle para regresar a su hogar. La bicicleta abandonada había sido rescatada. Mary y Ana recorrían las calles. Dani las perseguía con más dificultad, pues la rueda trasera de la bici que conducía estaba desinflada y los ruidos que salían de ella podían convertirse en ruidos delatores. 

Por suerte la bicicleta abandonada llegó en buenas condiciones hasta el piso de los tres amigos, la subieron por las escaleras y la dejaron descansar en la amplia terraza de la casa. Ahora, sonriente y esperanzada, la bicicleta duerme con ganas de ser arreglada. El trayecto de rescate que había experimentado hace unos minutos la había llenado de vida, de esperanzas, de juventud y de ganas de seguir haciendo girar sus ruedas, de ganas de seguir siendo útil para alguien. A partir de aquella noche dormiría con ganas de volver a pisar las calles. Dormiría con ansias por recorrer de nuevo sus aceras, sus pasos de peatones, de respetar sus semáforos, de circular por los carriles bicis y de pisar las hojas secas que decoraban las calles. Dormiría soñando en aquellas calles, aquellas que tanto deseaba, aquellas que tanto amaba. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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