Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

sábado, 3 de noviembre de 2012

"Eindhoven Horror Story"

24 de Octubre de 2012.

Los tres estaban en el nuevo apartamento, el chico estaba en la cocina y las dos chicas indagaban por una de las habitaciones. A través de las ventanas podían disfrutar del color de la noche, del silencio de la ciudad y de unas vistas hermosas. Acababan de instalarse en el nuevo hogar, aún desconocían el verdadero funcionamiento de la calefacción y el hecho de no tener acceso a internet les mantenían incomunicados del resto de personas. Además, y para hacer la situación algo más desconcertante y misteriosa, desconocían el rostro del vecino de abajo, tocaban a su puerta y nadie les contestaba, escuchaban ruidos raros pero nunca le veían y sabían, que fuera quien fuera, en esa casa vivía alguien. Los ruidos provenían de cualquier parte de la casa, de cualquier rincón y a cualquier hora. Los radiadores se calentaban y apagaban de manera aleatoria, al menos mantenían la casa con una temperatura agradable, pero el problema del internet había que solucionarlo inmediatamente. Mientras el chico seguía en la cocina, las dos chicas decidieron bajar las escaleras de la casa en busca de algo que solucionara sus problemas. 

Las escaleras quedaban frente a la puerta de la cocina, lo que permitía al chico ver cómo sus dos amigas bajaban lentamente los escalones cubiertos con una sucia moqueta. Las dos bajaron con cuidado, intentando no hacer mucho ruido y rezando para que el vecino invisible no apareciera por sorpresa, saludándolas con un idioma diferente o dándoles la bienvenida con algún utensilio que las invitara a pensar que se trataba de un loco asesino. Pisaron el recibidor de la casa, quedando las escaleras a sus espaldas, miraron de reojo la puerta dónde vivía su misterioso vecino, observaron de nuevo el montón de cartas que se acumulaban sin ser leídas en la repisa de la ventana y abrieron la puerta del mueble que decoraba el recibidor, buscando allí algo que les hiciera entender el funcionamiento de la caldera o algo que les facilitara el acceso a internet. En su interior encontraron un montón de cables, un aparato el cual interpretaron que era de la calefacción y el router que podría proporcionarles la bendita conexión. Fotografiaron la contraseña que aparecía en la parte posterior del aparato, para después introducirla en el ordenador, y continuaron indagando sobre el suelo de moqueta. Quedaron el mueble cerrado y el montón de cartas tal y como lo encontraron, pues no querían enfadar al vecino invisible. 

Una de ellas, mientras que la otra seguía investigando el mueble, se dirigió hacia el hueco que formaba la escalera. Descubrió que una puerta enorme de madera lo cubría, tapando su interior y haciéndolo todo un poco más misterioso. “¿Qué habrá tras esa puerta?” se preguntó la chica, que llamando a su hermana para que la acompañara, decidió desencajar la puerta de debajo de la escalera y, lentamente, comenzó a abrirla intentando no hacer ningún ruido que saliera de lo normal. Las dos comenzaron a ser testigos cuando la luz comenzó a penetrar en el interior del hueco, mostrándoles todo lo que ocultaba en su interior. Y allí, en el interior del hueco de la escalera se encontraba todo aquello que conseguía poner los vellos de punta. Ambas quedaron petrificadas ante lo que sus ojos veían, el miedo invadió sus cuerpos y un frío escalofrío recorrió sus nucas, provocando que todo el vello de sus cuerpos quedara congelado, congelado como el frío hielo que cubriría en muy poco tiempo los canales de agua de la ciudad. No podían parpadear, dejar de mirar y reaccionar les parecía un trabajo demasiado complicado como para llevarlo a cabo. Y entonces reaccionaron. 

Aún desde la cocina de la casa de la primera planta el chico escuchó, tras un silencio neutral, dos espantosos chillidos que parecían extraídos de una película de terror. El muchacho, preocupado por lo que estaba ocurriendo ahí abajo, abandonó la cocina y, a continuación, observó cómo sus dos amigas subían a toda velocidad los escalones que las alejaban del recibidor. Las caras de preocupación alarmaron, aún más, al chico que las esperaba al final de la escalera. Los tres, más tensos que nunca, se encerraron en el salón de la casa, intentando mantener el miedo al otro lado de la puerta. Ante esa situación descontrolada el muchacho intentaba comprender lo que sus dos amigas intentaban descifrarle entre suspiros, palabras claves, chillidos y caras de pánico. El por qué habían corrido escaleras arriba, el por qué esas caras de terror, el por qué el estar encerrados en el salón con llave también era un misterio sin resolver para él. 

Lo que habían encontrado en el hueco de las escaleras no se lo esperaba nadie. El misterio del vecino invisible incrementaba a medida que el tiempo en el apartamento avanzaba, haciéndoles partícipes de una historia que les lanzaba un frío escalofrío desde el interior del hueco de las escaleras. El misterio daba paso al nuevo misterio. 



Nos levantamos un día más de nuestros colchones cutres de segunda mano. Mary parece acostumbrarse a sus finos colchones de cuadros escoceses y a su somier de muelles que se hunden y yo parece que también me voy acostumbrando a mi funda gorda de hamaca de playa y al somier de madera. Por suerte Ana duerme en casa de una amiga hasta que tengamos otro colchón en condiciones. 

Mary y yo preparamos un poco el salón de la casa, barremos con la mano y fregamos con una bayeta mojada, aún al estilo Cenicienta, y recogemos nuestras ropas y las ordenamos en las maletas. Tenemos que vestirnos porque vamos de visita a casa de la chica española que va a vendernos las cosas, pues anoche no pudo avisarnos para que fuéramos. Así que nos duchamos y nos ponemos en marcha. 

Llegamos a su casa y nos recibe tan amable como siempre. Sacamos la lista de las cosas que queremos y comenzamos a decirle todo lo que vamos a quedarnos y lo que no nos interesa. También le decimos que por nosotros nos quedaríamos con todo pero que nuestro bolsillo anda tan escaso de fondos que no nos podemos permitir cosas innecesarias y que solamente sirvan de decoración. Ella nos comprende y dice que si el martes, antes de marcharse a Londres, le quedan muchas cosas por vender que nos llamará y nos las venderá todas a un precio más asequible todavía. ¡Qué chica más maja! Nos cae bien. Y es cómodo negociar con ella porque ha vivido lo mismo que nosotros y nos comprende mejor que nadie. 

Tenemos la duda si quedarnos con el sofá-cama o no, no es que no nos guste y sea caro, si no que no sabemos si podremos meterlo por nuestras estrechas escaleras. Cogemos todas las medidas, le pedimos a la chica una olla para poder cocinar algo, nos despedimos de ella hasta el día en el que vengamos a por el resto de las cosas y nos vamos a nuestro nuevo hogar. Con el mismo metro con el que hemos medido el sofá, y con una olla bajo el brazo, medimos las dimensiones de las escaleras y creemos que sí que podremos meterlo hasta el salón. ¡Qué buen sofá vamos a tener! 

Más tarde llevo a Mary con la bici hasta la tienda de Marleen, me despido de ella y de la bici, y me voy andando hasta el lugar en el que he quedado con Ana. Ahora cambio de gemela y nos vamos hasta la tienda de segunda mano donde estuvimos el otro día, pero en esta ocasión no hay más colchones ni nada que nos interese. Después de nuestra caminata y después de casi ser atropellados por un mafioso en un coche-tanque en un paso de peatones vamos a Hema, el super donde puedes encontrar casi de todo, en búsqueda de un cubo de plástico económico que nos pueda ayudar en la limpieza de nuestro vacío y solitario apartamento. En el Hema es casi todo muy caro, no hay cubos baratos y tenemos que coger uno de casi tres euros. ¿En serio? Un cubo de tres euros. Qué pena que no hayamos encontrado ningún chino en Eindhoven. Un día redondo: casi morimos por culpa de un mafioso y nos acuchillan en el Hema por un plástico valorado en un módico precio de tres euros. 

Con el cubo de la estafa en la mano nos vamos hasta la tienda de Marleen para decirle a Mary que les envíe un mensaje a los de la agencia, pues tenemos un problema con nuestras tarjetas del banco de España y no vamos a poder tener todo el dinero en mano para pagarles hoy, y las transferencias desde otro país tardan un par de días. De camino a la tienda miramos al suelo y vemos que hay muchas hojas secas en él. Eso nos da una idea, algo de decoración a nuestro piso no le vendría nada mal. Llegamos a la tienda de Marleen, saludamos a Mary y le decimos que escriba el mensaje para los de la agencia. En el correo le añadimos que no tenemos señales de vida del vecino de abajo, que la calefacción funciona cuando le viene en gana y que mañana, a primera hora, nos acercaremos a pagarle el resto del dinero que le debemos. Gracias al internet de la tienda tenemos un problema más resuelto y, tras eso, le pedimos unos clavos a Mary. Coge dos o tres clavos que le pide a Marleen y también nos deja un martillo. Mary pone cara de “Madre mía la que vais a liar en las paredes del piso”, de “Por favor tened cuidado con ese martillo” y de “Qué miedo me da no poder ver lo que vais a hacer con esos clavos”. Tranquila Mary que tendremos cuidado. Nos despedimos de ella y de Marleen y, con nuestro martillo, los clavos y el cubo caro, nos vamos a nuestra casa. 

Ana y yo recolectamos hojas secas de los árboles, de diferentes colores y de diferentes tamaños, y también nos topamos con un trozo de madera alargado escondida entre unos setos. La cojo y descubro que se convertirá en una buena estantería. Cargados ahora con una tabla bajo el brazo continuamos con el paseo a casa. Antes de llegar, y por si fuera poco con lo que llevamos, cogemos unas caracolas que hay tiradas junto a un árbol de la calle. ¿Qué hacen unas caracolas en el suelo de Eindhoven? No lo sabemos pero como nosotros lo recolectamos todo no nos preocupa mucho conocer su origen. Sacamos la llave del bolsillo, la introducimos en la cerradura y abrimos la puerta, que nos deleita con un maravilloso chirrido de terror. Qué miedo, es que todo es perfecto para el escenario de una buena peli de terror. ¡Hay que engrasar esta puerta! 

Una vez en el salón Ana coge su cubo caro, lo llena de agua y se va a limpiar un poco las paredes y el suelo de la habitación que hay en la planta de arriba, donde se supone que va nuestra habitación. Yo cojo mi tabla de madera, los clavos, el martillo, las hojas secas de los árboles y las caracolas del suelo y comienzo a hacer la estantería de “diseño”. Espero que a Mary le guste la idea y que quite su cara de pánico cuando la vea. Introduzco, con cuidado, los clavos en la pared, pongo la tabla descansando sobre ellos y comienzo a pegar hojas secas en la pared, encima de la tabla, simulando un árbol al que el viento se lleva sus hojas. Queda muy bien. Ahora nuestro salón está un poco más lleno. Tenemos una estantería con un árbol lleno de hojas secas en la pared. Ana termina su limpieza y la habitación parece otra. El suelo está limpio y las paredes también, al menos hasta donde la altura de Ana le permitía limpiar. Dice que tengo que limpiar el techo con la bayeta. Bueno, al menos el cubo de los tres euros lo estamos amortizando. 

Preparamos una sopa de sobre para la cena en una olla que nos ha dado la chica a la que le vamos a comprar todas las cosas. Gracias a ella vamos a poder cenar algo que no sea una ensaladilla de un euro, porque los sándwiches de la pensión también quedarán para el delicioso recuerdo. Mientras caliento el agua para la sopa Mary y Ana comienzan una investigación por las entrañas de la casa, bajan las escaleras y Mary le enseña a Ana el mueble donde está el router del internet. Probamos la contraseña en algunas de las redes que encontramos pero ninguna funciona. Y Ana, pasándose por lo alto eso de “la curiosidad mató al gato”, investigó bajo el hueco de las sucias escaleras. Llamó a Mary, abrió una puerta de madera y las dos se quedaron de piedra al ver lo que había dentro del hueco. Y yo, desde la cocina y con la sopa de por medio, las escucho gritar y ver cómo suben a toda velocidad por las escaleras. Nos encerramos en el salón y no las entiendo nada de nada. Hablan muy deprisa, con caras raras y hasta con alguna risa nerviosa que se les escapa. En serio, ¿he escuchado bien? ¿Qué hay bajo las escaleras? 

Todo es muy raro y, encerrados con llave en el salón de la casa, pensamos en qué hacer. ¿Qué es lo que vive bajo nuestra? ¿Qué clase de persona? Todo es un misterio aquí: la caldera que funciona sola, los ruidos raros que salen de no sé donde, la paloma moribunda que nos despierta cada mañana desde el tejado de la casa, el vecino invisible que no aparece y no nos abre la puerta y las cartas que alguien recoge del suelo del recibidor y las amontona sobre la repisa de la ventana. Puede tratarse de un anciano que ha hecho un pacto con el diablo, un fantasma que arrastra cadenas y que vive condenado a recoger cartas del suelo eternamente, un veterinario desquiciado y obsesionado con el cuerpo animal, una anciana que tiene la casa llena de gatos y por eso nuestras escaleras están llenas de pelos o algún moroso que no quiere saber nada de los recibos del banco y planea, diariamente, cómo darles esquinazo a sus nuevos vecinos. Las posibilidades son varias. Bienvenidos a la casa del terror. 

Esta noche dormiremos con el jarrón de diseño que trajo Mary ayer a casa bajo la cama plegable, con el martillo de Marleen bajo la otra cama plegable y con un palo de madera que había junto a nuestra puerta y con una regla de nivel en el centro del salón. Buenas herramientas para enfrentarnos a cualquier vecino invisible. 



Las chicas explicaron todo detalladamente al muchacho, que se quedaba boquiabierto con cada palabra que pronunciaban. Parecía que lo que contaban había sido extraído de cualquier ficción de miedo. Lo que habían encontrado bajo las escaleras era algo que nadie se imaginaba. Con el miedo en el cuerpo e intentando tranquilizar los nervios que les invadían decidieron volver a bajar las escaleras para investigar más detalladamente lo que se encontraba en el hueco tras una puerta de madera. Así que, armados de valor y un poco más calmados, cogieron cada uno de ellos una herramienta de defensa. Él cogió fuertemente entre sus manos un martillo, una de ellas agarró una larga y resistente regla de nivel que había encontrado en el recibidor de la casa y la otra sujetó un palo de madera que también había encontrado en el recibidor. Y los tres, con las herramientas que les protegerían de cualquier vecino invisible, bajaron las escaleras, escalón a escalón buscando aquel hueco donde minutos antes habían hecho aquel misterioso hallazgo. 

Una vez en el firme suelo caminaron en silencio hasta el hueco de la escalera, descubriendo además que lo que parecía ser la caldera había comenzado a funcionar. Un misterio más se añadía a la historia, pues había comenzado a funcionar tras el escalofriante descubrimiento. Se movían en grupo, como si estuvieran unidos por un imán. Y una de ellas, la misma que previamente había abierto la puerta del hueco, la volvió a abrir para mostrar a su amigo lo que allí dentro había. El pánico invadió de nuevo la cara de su amigo y un escalofrío común recorrió de nuevo todas sus nucas. Con más calma y sin provocar ningún ruido que alterase a su vecino invisible contemplaron el interior de la escalera. 

Varios huesos de animales descansaban en su interior, tras la puerta de madera. Esqueletos completos de animales, amontonados. Formaban un escenario escalofriante y siniestro. El esqueleto completo de un ave, cuernos de todo tipo e incluso los restos de una tortuga. Varios esqueletos completaban la espantosa visión de la que eran testigos los tres amigos desde el otro lado de la puerta. Tras varios segundos de reflexión decidieron volver a dejar descansar tranquilamente a los huesos de animales y cerraron la puerta de madera. 

Y allí quedaron de nuevo, descansando, los restos de animales bajo una escalera de moqueta. Los tres amigos subieron, pensando en las posibilidades de por qué estarían esos huesos bajo la escalera y de quién podría ser su misterioso vecino, y bajo varias lámparas de diseño y sobre unas camas plegables de segunda mano intentaron descansar una noche más. 

Lo que habían encontrado en el hueco de las escaleras no se lo esperaba nadie. El misterio del vecino invisible incrementaba a medida que el tiempo en el apartamento avanzaba, haciéndoles partícipes de una historia que les lanzaba un frío escalofrío desde el interior del hueco de las escaleras. El misterio daba paso al nuevo misterio. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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