Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

"El último escalón. Al final de la escalera"

29 de Octubre de 2012.

El último hombre que corría hacia el grupo de personas estaba fatigado, las piernas temblaban cada vez más. A cada paso que daba el dolor que sentía era más intenso, más fuerte. A pesar de todo ese sufrimiento no podía detenerse, su cuerpo se había acostumbrado a dicho ejercicio. A pesar de correr al final de la fila el hombre mantenía las esperanzas de que conseguiría llegar a la meta de su destino, incluso se propuso llegar a ser el primero en llegar. 

El tiempo pasaba deprisa, a veces muy despacio. El tiempo le obligaba a seguir ejercitando sus fuertes piernas, que mostraban todo el contorno de sus trabajados músculos. Solamente unos minutos más. Pensó en ello y en la meta, y en todo el mundo que le aplaudiría. Pensó en su mujer, que lloraría de la emoción al verlo aparecer entre el pelotón de gente. Pensó en el sabor de la victoria, en el color de las sonrisas, en la lucha y en la recompensa de su esfuerzo. Pensó tanto que seguía corriendo, sin detenerse, y sin darse a penas cuenta de lo que hacía. 

Consiguió adelantar a uno de sus compañeros, a los pocos segundos otro más quedaba tras él y un minuto más tarde conseguiría darle la espalda a un tercero. Parece que todo iba mejorando, se sentía más fuerte, más seguro de sí mismo. Pero todo se complicó de manera precipitada, pues unas inmensas e infinitas escaleras formaban parte del último trayecto de la carrera. Continuó corriendo hacia ellas, perdiendo su mirada en cada uno de los escalones que la componían, suspirando y ansiando el momento en el que su cuerpo consiguiera abandonar el último escalón, al final de la escalera. 



¡Qué mal hemos dormido! Suponemos que el hecho de que nos hemos mudado de habitación y de que seguimos sobre nuestras cosas pordioseras y cutres de segunda mano incita a que nuestros sueños sean escasos. Las vueltas en la cama se hacían eternas. Los ojos se cerraban, cansados de mirar el techo de la habitación, pero no conseguían conciliar el sueño. ¡Esta noche nos divorciamos de nuestros somieres y lanzamos los colchones, si es que a eso se le puede llamar de esa manera, al suelo! Decidido. Funda de hamaca y cuadros escoceses dad la bienvenida al parquet. 

¡Hoy somos unos chicos afortunados! Aser, uno de los cocineros de “Señora Rosa”, va a invitarnos a comer pollo y después va a ayudarnos a transportar las cosas de la mudanza. Las cosas son la lavadora y el sofá-cama. ¡Da gusto toparse por Eindhoven con gente como esta! Antes de disfrutar de nuestra exquisita comida tenemos que hacer varias cosas. ¡Qué hambre! 

La chica que nos vende sus cosas nos recomendó una tienda muy grande donde venden cosas muy baratas. Se llama “Action” y Mary y yo decidimos ir por la mañana. ¡Qué buena tienda! Es grande, tiene muchas estanterías con productos de todo tipo y la mayoría de empleados parecen ser musulmanes, pues la mayoría de las cajeras llevan sus cabezas tapadas con un pañuelo en forma de burka. “Un burka por amor” como la historia del libro. Seguro que alguna de las dependientas ha tenido problemas con su chico por temas como este. Continuando, y dejando los burkas a un lado, inspeccionamos todas y cada una de las estanterías que hay en la tienda. Cosas para el hogar, herramientas, artículos para las bicis, productos de limpieza, ropa, cosas del baño, colonias, colonias… ¡Colonias! No nos lo podemos creer. ¡Encuentro una que utilizaba mi madre y baño mis guantes en ella! Ahora mis guantes huelen a mi madre y a mi casa en general. ¡Qué recuerdos! Si cerramos los ojos parece que estamos entre las paredes de mi casa del pueblo. Y, después de casi llorar de la emoción, nos ponemos a buscar colonias baratas. Con lo escasos que nos vinimos de colonias desde España y ahora nos topamos con botes de no sé cuantos milímetros por menos de dos euros. ¡Más baratos que en España! Como es de imaginar Mary y yo nos ponemos como locos disfrutando de las fragancias de los botes de prueba, buscando alguno que nos convenza de que huele bien. Aunque los olores se fusionan los unos con los otros y no somos capaces de apreciar ninguno en concreto. Ahora olemos a señora mayor perfumada. La única diferencia es que no somos señoras y que no olemos a perfume, si no a colonia barata de dos euros de las pruebas del “Action”. 

Nos ponemos a la cola de la tienda, esperando a que una chica con burka nos atienda, con mucha pena porque no queremos abandonar el supermercado. Nuestro carro de la compra está lleno de botes de colonias, de una plancha del pelo por dos euros, de botes inmensos de gel y champú y de algunas cosas más que son necesarias para nuestro nuevo hogar. ¡Este sitio es lo más parecido a un chino que hemos encontrado! 

Regresamos con nuestra compra super económica, después volvemos a visitar la tienda de segunda mano donde Ana y yo nos encontramos a aquellas chicas de compañía pero está cerrada porque es lunes. Así que nos quedamos con ganas de otro colchón nuevo y le enseño a Mary la plazoleta donde están todos esos escaparates llenos de “prostis”. Y, después de nuestro viaje en balde a la tienda de segunda mano (Second Hand en inglés), es la hora de disfrutar de una exquisita comida cocinada por nuestro amigo Aser. 

¡Madre mía, madre mía, madre mía! Pollo asado con una salsa que no sé lo que era pero que estaba exquisita, con un toque de sabor a limón, una buena ración de patatas fritas que consiguen que se te haga la boca agua y una ensalada de lechuga, tomate y todas aquellas cosas que hacía tanto tiempo que no disfrutábamos. ¡Qué comida! Una de las mejores en Eindhoven desde que Mary hizo la tortilla de patatas en la cocina de la pensión. ¡Tortilla! Quiero otra… Después de ponernos las botas planeamos el resto del día en el que estará lleno de mudanzas y de transportes de lavadora y sofá-cama incluido. 

Aser nos dice que es una buena idea que vayamos al Albert Heijn, el supermercado que está cerca de casa, y que tomemos prestado un carro de la compra. ¿Para qué? ¿Es que nos gusta hacer vandalismo callejero? Pues no, es para transportar mejor la lavadora desde la casa de la chica de la mudanza. ¡Eso está hecho! Mary, Ana y yo nos ponemos en marcha, vamos al Albert Heijn a comprar unos cartones de leche y planeamos nuestra fuga con el carro. 

¡Corred, corred! Ana se adueña del carro y lo empuja con todas sus fuerzas hasta casa. Hemos salido del supermercado con nuestra escasa compra y hemos visualizado las filas de carros, que nos esperaban para ser rescatados de la tortura de los pasillos y gritaban a los cuatro vientos, fríos vientos, sus ansias de libertad. “¡Corre, dame un euro!” dice Ana a su hermana para poder introducirlo en la ranura del carrito y así poder llevárnoslo. Pero el curioso destino quiso que ese carro estuviera suelto. ¡Nos estaba esperando! Así que lo cogemos sin euro y sin nada y huimos de los alrededores del Albert Heijn. ¡Ya tenemos nuestro transporte de lavadoras esperando en la puerta de casa! Ahora solamente falta la lavadora encima de él. 

Menos mal que hoy Mary no tiene que ir a la tienda de Marleen, ya que le dio el día libre para que pudiera ayudarnos con la mudanza, y que Ana no tiene que ir al restaurante a trabajar. Menos mal porque mañana es el último día de la chica en Eindhoven y el miércoles viaja a Londres. ¡Hay que vaciar el piso entre hoy y mañana y llenar el nuestro de cosas! Y menos mal que Aser también nos ayuda para transportar los pesos pesados. 

Llega la hora de la lavadora y el sofá-cama. Primer problema: la chica vive en una segunda planta y el sofá no cabe por las escaleras que comunican la tercera planta con la segunda. Solución: tenemos que lanzar el sofá por el balcón de la tercera planta y recogerlo en la terraza del vecino de la segunda planta. Caos total. Dos o tres nos quedamos en la planta de arriba con el sofá y otros dos o tres llaman a la puerta del vecino y pasan a su terraza. ¡Cuidado, cuidado, cuidado! Agarra más fuerte. No soltéis todavía. Madre mía que esto se estampa contra el suelo. Las frases de terror invaden los momentos, hasta que conseguimos colocarlo en la terraza. Después transportarlo desde allí hasta el firme suelo es pan comido, o como se diga ese refrán. Bien, el sofá-cama ya está en el recibidor del piso. Segundo problema: la lavadora hay que transportarla por todas las escaleras de la casa, se baja al primero y del primero a la calle. Solución: nos agarramos entre todos a la pesada lavadora y comenzamos a bajar, escalón a escalón, las escaleras que parecen construidas por el mismísimo demonio. Son estrechas, hacen curva y los escalones muy escasos. Poco a poco conseguimos bajar la lavadora. Por suerte a ninguno de nosotros nos falta un brazo que haya sido aplastado contra la pared por el pesado aparato y nadie hemos acabado con una pierna amputada por el filo de la lavadora. ¡Qué sudores! Parecemos una manta mojada. 

Y una vez que el sofá y la lavadora descansan sobre el firme suelo de la puerta de la chica que se muda a Londres nos toca transportarlos hasta nuestra casa. ¡Menos mal que está a la vuelta de la esquina! Así que montamos la lavadora como podemos en el carro y nos vamos a casa. Ana transporta la lavadora con la ayuda de Aser y Mary y yo cogemos el sofá-cama. Los dejamos en la puerta de casa y comienza el tercer problema: subirlo por las escaleras que van hasta nuestro salón. El sofá solamente hay que subirlo por esas escaleras pero la lavadora hay que subirlos por esas y después por las que van hasta nuestra habitación. Doble escalera para la lavadora. Perfecto. 

Así que manos a la obra. Agarramos con fuerza el sofá-cama y comenzamos a subir, escalón a escalón, hasta el final de la escalera. El sofá parece subir bien, pesa poco y entre los cuatro el peso se divide bien. Lo dejamos en el salón de la casa y respiramos aliviados por ese peso que nos hemos quitado de encima. Ahora toca la lavadora, la pesada lavadora. Nos agarramos con más fuerza todavía a las esquinas del aparato y empezamos de nuevo a subir escalones. Las gotas de sudor comienzan a resbalar por nuestras frentes, las camisetas se nos pegan al cuerpo y desconocemos el significado de la palabra frío. Cada escalón es una aventura, lento, paso a paso. Arriba, izquierda, derecha, espera, para, sigue, tuerce. Las indicaciones son varias y los suspiros también son varios. El final de la escalera parece no llegar nunca. Hasta que llega y por fin la lavadora descansa en el salón de la casa. Respiramos todos un poco, suspiramos otro poco y nos despegamos las camisetas del cuerpo. 

Miramos el salón de la casa. El sofá queda genial en el sitio donde lo hemos puesto, pegado a una de las paredes y frente al ventanal que nos muestra esas preciosas vistas de la calle. La lavadora queda en el medio, reposando un poco antes de continuar con el trayecto que aún nos espera. Hemos subido unas escaleras pero ahora tocan las otras, las que nos llevan hasta la habitación donde dormimos y las que nos llevan hasta el espacio hecho para la lavadora, pues es el único sitio de la casa donde se encuentra la toma de agua para el aparato. ¡Maldito sea el diseñador de la casa! ¿No podría haber puesto todo lo necesario para enchufar la lavadora en la cocina? Nuestra lava ropa ya estaría colocada si hubiera sido de ese modo. Pero no, nuestra toma de agua está unas escaleras más arriba, junto al dormitorio. 

¡Manos a la lavadora! Y comienzan los escalones de nuevo. Comienzo a subir, con Mary desde detrás sirviendo un poco de guía, y Aser y Ana se agarran a la parte trasera de la lavadora. Los tres comenzamos a subirla lentamente, escalón a escalón. Pisando las maderas que suenan como si fueran a estallar del peso. Mis brazos peligran, temiendo ser aplastados contra las paredes de la casa, nuestras piernas pueden quedar entalladas por el peso de la lavadora. El juego de piernas y movimientos de brazos es complicado y si añadimos el peso que vamos transportando la situación queda convertida en una auténtica tortura. ¡Que pare ya! ¿Dónde está el espacio donde va la lavadora? ¿Cuál es el último escalón? Y casi al final del trayecto nos armamos de valor y hacemos el último esfuerzo. Subo los escalones lo más rápido que puedo, Aser y Ana me acompañan desde el otro extremo del aparato y Mary anima y continúa con las indicaciones desde nuestra meta. El último empujón, la última gota de sudor, el último esfuerzo. Y la lavadora supera con nuestra ayuda el último obstáculo. Nos miramos, sonreímos, suspiramos y aliviados, comienza la celebración. ¡Nuestra lavadora ya está donde tiene que estar! Y como mantas mojadas bajamos hasta nuestro salón, donde nos tumbamos y sentamos con el cuerpo aún temblando. 

Y para celebrar que ya podemos sentarnos en un sofá en nuestro salón, que nuestro salón ya va pareciendo más un salón de una casa normal, que casi hemos terminado con la mudanza y que ya no volveremos a lavar más la ropa interior en el lavabo del cuarto de baño pedimos unas pizzas a domicilio. ¡Es un lujo para los tiempos que corremos! Pero nos lo merecemos. Y, media hora después, mientras saboreamos aquellas delicias contemplamos, satisfechos, nuestro nuevo hogar. El interior de nuestras paredes ha dejado de estar vacío. Las sillas, una mesa, el sofá, las lámparas de Marleen, la estantería de pallete de madera y el resto de cosas que hemos conseguido duermen ahora en nuestra casa. Lo único que nos queda son los colchones que iremos a recoger mañana por la mañana, ya que la chica que nos los vende los necesita esta noche por última vez. Hoy será la última vez que durmamos sobre nuestra funda gorda de hamaca de playa y sobre los finos colchones de cuadros escoceses. Por suerte Ana ya duerme en un colchón en condiciones, el que compramos en la tienda de segunda mano. 

Esta noche soñaremos que soñamos en nuestros próximos colchones. ¡A ver, a ver! ¡Enchúfala! A ver cómo suena. ¿Metemos las bragas y los calzoncillos? Dale al botón. Espera. Dale, dale. Un poquito de suavizante. Oooohhhh. Mira qué bien lava. Qué ruiditos hace al centrifugar… 



El hombre miró desde lo lejos las inmensas escaleras. Cada escalón sería una nueva aventura para él. El esfuerzo que tendría que hacer con sus fuertes piernas tendría que ser el doble al que antes había estado haciendo. Y comenzó el último trayecto. Se armó de valor y no permitió que los escalones consiguieran su abandono. No abandonaría, no ahora. El camino estaba casi completado. Solamente necesitaba un último empujón. Respirando más rápido que nunca puso uno de los pies en el primer escalón, rápidamente puso el otro en el siguiente escalón. Poco a poco, rápidamente. Comenzó a devorar las escaleras, avanzando a la velocidad del viento, dándoles la espalda a algunos de sus rivales y observando desde lejos a otros de ellos. Sin perder la esperanza y creyendo en sí mismo más que nunca incrementó su ritmo. La respiración era cada vez más frecuente, más intensa y más rápida. Levantó la mirada y observó el resto de escalones que le quedaban por subir. Continuó, no se detuvo, suspirando y ansiando el momento en el que su cuerpo consiguiera abandonar el último escalón, al final de la escalera. Y llegó al último escalón. La meta estaba más cerca que nunca. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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