Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

domingo, 4 de noviembre de 2012

"Dutch Design Party"

26 de Octubre de 2012.

A las ocho de la tarde la ciudad ya estaba arropada por el manto de la noche. A esa misma hora el frío invadía las calles, obligando a los vecinos a mantenerse acurrucados en el interior de sus casas. Eran las ocho y el sonido del timbre de una bicicleta anunciaba a una joven que su chico la esperaba en la puerta de la casa, emocionados por celebrar su cuarta o quinta cita. En ese mismo instante una hoja seca se desprendía de una rama de un árbol y chocaba contra la húmeda acera por la que paseaba un hombre con su pequeño perro, que olfateaba todas las esquinas por las que se cruzaba en el camino. La belleza que desprendían las flores de un cuidado jardín quedaba a la vista a través de un gran ventanal, que se iluminaba con la tenue luz que se desprendía gracias a las delicadas llamas que devoraban sutilmente la leña arrojada a la estufa. A esa misma hora el viento silbaba una preciosa melodía que podía escucharse en todos los rincones de la ciudad, fusionado con el vaivén de las ramas de los árboles, el maullar de los gatos que recorrían los tejados y el murmullo de alguna que otra pareja que charlaban agarrados de la mano. Eran las ocho de la tarde y la ciudad ya estaba arropada por el frío manto de la noche. 



Con motivo de que anoche Mary estuvo hasta tarde en la casa que han terminado de diseñar Marleen le ha dicho que hoy se tome el día libre, pero que a las ocho hay una fiesta de inauguración en la casa a la que estamos todos invitados. ¡Qué emoción! Nuestra primera fiesta en Eindhoven, al menos sí para Mary y para mí. Nos despertamos con la fiesta en mente, aunque antes de las ocho de la tarde hay que hacer más de una cosa. 

Nos vestimos y nos ponemos en marcha. Gracias a los compañeros del trabajo de Ana conocemos otra tienda de segunda mano que no habíamos descubierto, así que gracias a ellos y a las indicaciones que Ana nos envía a través de un mensaje de texto podemos dirigirnos a la tienda en la bici de Marleen. Supuestamente la tienda es mejor que la que ya conocemos, aunque está un poco más lejos. Para no despistarnos y que el viaje sea más amenos pasamos la ruta completa a un trozo de papel, ya que leerla de un mensaje en el móvil y montado en bici va a ser un poco complicado. Esperamos llegar con éxito porque las indicaciones de “derecha, luego izquierda, a la siguiente derecha, y después izquierda otra vez” son un poco caóticas. Toca rezar al Dios de Holanda para que lleguemos sanos y salvos a la nueva tienda de segunda mano. 

Antes de ponernos en marcha tocamos el timbre de la casa de nuestros vecinos, ya que la mujer de ayer nos dijo que nos acercáramos hoy para hablar del internet con su amigo. Nos abre la puerta el hombre, nos explica que hay USB´s muy económicos en las tiendas y que podemos comprarlo allí. ¡Muy bien! Venimos a decirte que nos des tu contraseña y te pagamos y nos mandas a comprárnoslo en una tienda. Además a Mary se le ocurre pedirle prestada la plancha de la ropa, ya que la pequeña que me traje de España parece que olía un poco a quemado cuando la probamos y hoy necesitamos una para planchar nuestra ropa de la fiesta, y nos dice que en el Blokker (una tienda de por aquí cerca) las hay por quince euros. ¡Qué simpático! Pues nada, nos ha mandado a comprarnos las cosas, con una sonrisa siempre en la cara pero no nos ha servido de nada. ¡Gracias! Qué vecino. Y nuestro vecino invisible que vive bajo nuestra sigue sin dar señales de vida, aunque las cartas siguen viajando del suelo al montón de la repisa de la ventana. 

Después de nuestra amena charla con el vecino que nos manda de paseo comienzan, un día más, las pedaladas que nos llevarán hasta nuestro nuevo destino. Seguimos las indicaciones de Ana pero son un poco bastante complicadas. Giramos a la derecha y no es por esa derecha, cruzamos el canal por un puente donde parece que hay una pareja pescando, atravesamos un parque donde quedan todas las hojas secas formando un manto otoñal, pasamos por un puente que atraviesa un canal más grande que el anterior y donde vemos barcos en forma de casa flotantes en el agua y llegamos a otra de las vías más transitadas de la ciudad. Nos topamos con un almacén enorme en el que hay varios dinosaurios, casi a tamaño real, gobernando la puerta de la tienda. Me fascinan y me quedo boquiabierto. Mary ya ha estado en esta tienda con Marleen y dijo que me iba a encantar. ¡Parece que estamos en Jurassic Park! Quiero entrar en la tienda porque Mary dice que dentro de ella hay un montón de personajes a tamaño real de todas las películas que te puedas imaginar, pero la tienda está cerrada. Hay que ir otro día. Después de enamorarme de todos aquellos animales que impactaban en la fachada de la tienda continuamos con nuestra ruta hacia la tienda de segunda mano. ¡Oh, oh! Nos metemos por accidente en una vía que parece que es una especie de autovía en la que solamente circulan coches y camiones. ¡No nos damos cuenta de que también hay carriles bicis! Pero ahora ya no nos podemos meter en él, así que tenemos que continuar por el carril por donde vamos. Los coches circulan esquivándonos y Mary va un poco acojonada en el porta-paquetes. ¡No queremos morir tan jóvenes! Y llega el momento de un semáforo en rojo. Los coches se van parando poco a poco, llegamos nosotros con nuestra bici y nos detenemos detrás de uno de los coches, un camión viene tras nuestra y se detiene manteniendo las distancias, por lo menos a cinco metros de nosotros. ¡Qué vergüenza! Somos la única bicicleta que va circulando por aquí. Gracias al Dios de Holanda después del semáforo nos topamos con una desviación que nos lleva hasta un carril bici, alejado del peligro y agresividad que suponía el circular con una bicicleta por la autovía. 

Llegamos a la moderna tienda de segunda mano, aparcamos nuestra bici en la puerta y nos adentramos en búsqueda de un tercer colchón que podamos transportar hasta casa. Nos gusta mucho la distribución y la limpieza, todo el suelo es moqueta y las estanterías donde se exhiben las cosas que se venden quedan puestas sobre repisas de madera. La tienda es chula. It is nice! Como se dice en inglés. Ropa de segunda mano, utensilios de cocina, bicicletas sin ruedas, cintas de casete, cintas de vídeo, vinilos, muebles de todo tipo, herramientas, camas, sillas, mesas y colchones, pocos, pero colchones. Nos perdemos investigando entre todas las cosas que encontramos, nos enamoramos de algunas y maldecimos a nuestro escaso bolsillo por no permitirnos comprar algunas cosas más. Dejamos los caprichos aparcados en los estantes donde los encontramos y nos ponemos manos a la obra con los colchones. Preguntamos precios. Algunos no pueden comprarse individualmente, si no que hay que llevárselos con la cama. Así que encontramos uno que vale unos diez euros, se puede llevar fácilmente en la bici y no nos obligan a llevarnos la cama. ¡Nos lo quedamos! Nos tomamos un café que nos cuesta veinte céntimos en una máquina expendedora que hay en la tienda y disfrutamos de un delicioso pastelito cubierto por una capa rosa que sabe mejor que huele. ¡Y mejor no puede oler! Con el colchón entre los brazos nos ponemos a la cola para pagar. Después de soltar los diez euros encontramos una sección donde podemos envolver nuestra compra, usar cuerdas para el transporte y bolsas de diferentes tamaños. ¡No queremos papel de regalo para nuestro colchón pero sí que queremos cuerdas para atarlo! El dependiente nos mira al enrollar nuestra compra y atarla con cuerdas y nos pregunta que si tenemos un burro en la puerta. ¡Chiquillo! No tenemos un burro pero nuestra bici funciona mejor que uno de esos. 

Me adueño del manillar de la bici (el volante de la bici para otros), Mary se sienta en el porta-paquetes, se abraza al colchón que ahora parece un rollito de primavera y comienzo a pedalear. Rezo para que nadie nos atropelle, para que nuestra carga no se caiga, para que Mary no se estampe contra el suelo y para que lleguemos a casa tal y como hemos salido de la tienda. ¡Mi cabeza no da a bastos para rezar! Mary se tranquiliza porque dice que, al menos, si se cae puede amortiguar en el colchón. ¡Buen airbag! Y con nuestra mula de carga y una caminata por delante regresamos a casa. 

¡Qué ganas de que lleguen las ocho de la tarde para irnos a la fiesta! Cuando va llegando la hora nos duchamos, nos ponemos delante de nuestros montones de ropa, llenamos el suelo de la habitación vacía con nuestros diferentes modelitos y nos detenemos a contemplar qué podemos ponernos. En este momento es cuando nos percatamos de la poca ropa con la que hemos venido. ¡Qué cortos se hacen los veinte kilos de la maleta! Una vez con las prendas elegidas nos vestimos, peinamos y nos miramos ante el generoso espejo del cuarto de baño. Decimos adiós a nuestra casa y ponemos los pies en la calle. 

Marleen nos recibe en la puerta de la casa, nos pregunta por Ana y le decimos que está en el restaurante, pero que no se preocupe por ella porque después saldrá de fiesta con sus compañeros. Nos adentramos en la casa que Mary ha ayudado a decorar y descubro cada habitación, investigando cada cosas de diseño que hay en ella y preguntando a Mary por todo lo que compone la casa convertida en oficinas de diseño holandés. 

En la fiesta hay cervezas, cosa que bebo porque no hay otra cosa de bebida más asequible y cosa que bebo a pesar de que no me guste su sabor, hay aperitivos, chupa-chups de la marca Chupa-Chups, chorizo, queso, aceitunas que saben raro, gente diseñadora, gente que no es diseñadora y gente que son empleados de las oficinas en las que trabajarán tras la inauguración. También hay un dj no muy joven; nos encontramos con Jolanda, la chica que diseñó y más tarde partió en dos su propia estantería; hablamos con Derek, el novio de Marleen; saludamos a Mark, un socio de Marleen con el que Mary también ha trabajado; y a un montón de gente más con la que tenemos que comunicarnos en nuestro idioma inglés-indio. 

Un chico se sube a un taburete y da una charla en holandés, de la que, obviamente, Mary y yo no nos enteramos ni papa. Así que decidimos poner caras de “me estoy enterando de todo con pelos y señales”, nos reímos cuando los demás se ríen y aplaudimos cuando los demás aplauden. ¡Más borregos que nunca! A Marleen y a Mark le otorgan un cuadro con una especie de diploma en su interior por haber sido los encargados de restaurar la casa y después Marleen da un discurso en el que nombra a Mary, suponemos que agradeciendo su trabajo. 

Derek me dice que le envíe un correo para decirle las horas que estuve trabajando con él, me da una tarjeta con su dirección e-mail y le digo que para cualquier trabajo que necesite que me llame sin ninguna duda. Bromeamos con Marleen y Derek en el patio de la casa, junto a una lumbre encendida en un instrumento de hierro y de diseño. Nos pregunta que si cuando traslade la tienda a Ámsterdam que si yo también me voy a ir con ellos y le digo que sí, por supuesto que sí. Nos reímos todos y bromeamos. ¿Y Ana? Ana también se viene a Ámsterdam. ¡Todo el mundo a Ámsterdam! 

Hablamos con Mark, el otro diseñador que ha restaurado la casa, y conocemos a su novia, que nos pregunta de dónde venimos, dónde vivimos y qué hemos venido a hacer aquí. Es una muchacha muy simpática. Mary y yo miramos cómo se queman los listones de madera en el fuego, ponemos cara de preocupación al verlos desperdiciarse de esa manera. Nos preguntan que qué nos pasa con las maderas y les decimos que nos vendrían muy bien para fabricar muebles para nuestra humilde y vacía casa. Mark le dice a Mary que mañana podemos venir a por unas maderas que han sobrado. ¡Qué bien! Pues ala. Mañana ya tenemos otro viaje planeado y, como no podía ser de otra manera, con carga incluida. 

Mary dice que “su culo está frío” y se lo calienta en la lumbre. Preguntamos a Derek que cómo se dice esto, mientras ambos señalamos el culo de Mary, y nos dice que es “bottom”. “My bottom is cold” dice Marleen imitando a Mary. Después le enseñamos la frase en español y lo dicen en modo indio: “Mi culo es frío” y no para de repetirlo. 

Y como buenos amantes de las fiestas nos quedamos alrededor de la lumbre con Marleen, Derek y alguna que otra pareja más, hasta que decidimos despedirnos, coger varios chupa-chups para llevarlos a casa, despedirnos de Jolanda, que se ha pasado toda la noche hablando con un tipo, descolgamos nuestros abrigos del perchero de diseño que está en la entrada de diseño y nos vamos, andando y congelándonos poco a poco, a nuestra casa vacía. Vacía pero llena de cartones, palletes de madera y lámparas de diseño. 

Llegamos a nuestro salón, donde descansan nuestras camas plegables, y Ana aún sigue trabajando o ya ha salido y está de fiesta. Cuando llega estamos medio dormidos y parece que viene con buenas noticias. Me dice que ha conocido a una chica española que puede que en el restaurante donde ella trabaja necesiten a alguien, en principio sería para los martes y miércoles. ¡Qué bien! Ojalá nos llamen. Hablamos un poco antes de dormir. Ana ya puede dormir en un colchón en condiciones, gracias a nuestro viaje a la tienda de segunda mano, y nosotros seguimos en el de cuadros escoceses y en la funda gorda de hamaca. ¡Buenas noches! 



A las ocho de la tarde la ciudad ya estaba arropada por el manto de la noche. A esa misma hora los participantes de una fiesta colgaban sus abrigos en los percheros que daban la bienvenida en la entrada de la casa, las calles se vaciaban de gente y las nubes oscurecían aún más el azulado cielo, impidiendo disfrutar de la elegancia de las diminutas estrellas. Eran las ocho de la tarde y el frío congelaba los cristales de los ventanales sin persianas, a la vez las estufas los empañaban desde el interior de los hogares. A esa misma hora el color de las farolas recorría con disimulo los adoquines de las aceras, el susurro de los pájaros que se acurrucaban en sus nidos acompañaban el dormir de las flores de los jardines y las pisadas que anunciaban un nuevo amanecer avanzaban desde lo lejos hasta que volvieran a rozar la perfecta línea del horizonte. A esa misma hora la pareja de amigos caminaban hasta la fiesta a la que habían sido invitados, contemplando el despertar de los sueños que se cruzaban en su camino e imaginando aquellos viajes que aún les quedaban por hacer. Eran las ocho de la tarde y la ciudad ya estaba arropada por el frío manto de la noche. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

No hay comentarios:

Publicar un comentario