Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 23 de noviembre de 2012

"La sonrisa del payaso"

18 de Noviembre de 2012.

Desde pequeño siempre había querido hacer feliz a la gente, a todos los que le rodeaban. Se vestía con cualquier camiseta o camisa que encontraba en el armario de su padre y se la ponía, consiguiendo que las mangas le llegaran casi al suelo. A esa edad ya sabía lo que le haría feliz en la vida y así lo intentó, hasta que pudo verlo hecho realidad. 

El hombre ya estaba preparado en el camerino que había tras el escenario donde la función comenzaría en unos minutos. El maquillaje ya estaba listo, sus coloretes habían sido pintados con disimulo y unos pelos alocados predominaban sobre su cabeza. Se miró al espejo y contempló al personaje que creaba día tras día para aquellos niños que, ilusionados, le saludaban desde las gradas. Ver las pronunciadas sonrisas era lo que más le gratificaba de su trabajo. 

Los días eran complicados, a veces necesitabas estar a solas y sin embargo tenías que salir a un escenario para hacer feliz a los demás, otras veces ansiabas ante todo salir cuanto antes a pisar las tablas y otras veces la tristeza te invadía y te obligabas a ti mismo a sacarla cuanto antes de tu cuerpo, para que ninguno de tus espectadores se percatara de ello. Fuera como fuese, el payaso siempre necesitaba hacer feliz a los demás. Su objetivo era sacar la mayor de las sonrisas y aquel día estaba dispuesto a hacerlo de nuevo. 



Al despertarme, como todas las mañanas, enciendo el ordenador y me meto en todas las redes sociales en las que formo parte. Las habidas y por haber, creo. Gracias a una de ella me entero de una mala noticia. El payaso más famoso de España acaba de fallecer e imagino la cantidad de gente que se siente apenada en estos momentos. Miliki era una muy buena persona, y supongo que vaya donde vaya ahora lo seguirá siendo. No lo conocía para decir que era una buena persona, pero alguien que consigue hacer feliz a tanta cantidad de niños y mayores no tiene que ser muy mala persona. Miliki. Te echaremos de menos. 

Hoy Mary tiene el día libre, ya que es domingo, y Ana y yo tenemos que ir a trabajar a las seis. No sabemos cuánta gente habrá en los restaurantes, pero seguro que no mucha, pues acabamos de terminar la semana del GLOW y la gente ha salido todos los días a comer fuera. 

Todas las luces del festival comenzaron a quitarlas anoche, un poco más tarde de la una de la madrugada. La ciudad de la luz, obviamente, no se queda sin luces, pues han apagado unas y han encendido otras. ¡La decoración de Navidad ya está puesta por las calles! La calle de las tiendas ya muestra sus luces enormes en forma de lámpara a lo largo de ella y los árboles más grandes de la zona central de la ciudad han sido bañados con luces pequeñas, el tronco y todas las ramas han quedado envueltos de luces de Navidad. Los árboles están preciosos y qué trabajo más costoso ha tenido que ser el de cubrir todas las ramas perfectamente con cables de luces. ¡El resultado es muy bueno! 

Comemos los tres juntos, ya que muy pocos días a la semana podemos hacerlo por culpa de los horarios que tenemos. Mary entra por la mañana y nosotros por la tarde y solamente nos vemos por la noche, muy de noche, y por la mañana, muy temprano. Cuando llegan las cinco y media ya estamos los tres vestidos y preparados para irnos a los restaurantes, Mary dice que va a ir un rato al Jumbo. No tiene nada que hacer y le parece divertido pasar la tarde en un supermercado. ¡Qué sencillos somos! 

Cogemos nuestras bicicletas, que duermen en la calle y en las escaleras, y nos vamos. Ana y yo, en mitad del camino, nos despedimos de Mary hasta la noche, que tira por otra calle que la llevará más rápido al Jumbo. Ana y yo seguimos pedaleando juntos un rato más y después también nos separamos. ¡Hasta luego! Y cada uno llegamos a nuestros friega platos particulares. 

Hoy el día en el restaurante ha sido sencillo, ya que no había casi nadie en él. ¡No había ni perri! Mi jefe me dice que hoy es más sencillo que ayer, con una sonrisa, y yo le digo que sí, es más tranquilo. Los días en los que todas las mesas están repletas no te detienes ni un segundo y continuamente están limpiando cosas. Hoy, como no había mucho jaleo, Aylim me ha mostrado el hotel que hay sobre el restaurante para explicarme dónde podemos poner la lavadora y la secadora en caso de que tengamos tiempo. Encima del restaurante está el hotel, que también pertenece a mis jefes, y allí se encuentran todos los aparatos necesarios para lavar todas las toallas, sábanas y trapos de cocina. Aylim me muestra cómo se hace y todo lo que tengo que hacer para que, cuando tenga más días como el de hoy, suba al hotel y ponga lavadoras y secadoras. ¡Me parece perfecto! Algo más que me apunto a la lista de tareas. Después de las clases de lavandería lo fregamos todo a fondo. La estantería donde pongo todas las cosas limpias queda como los chorros del oro, todas las paredes relucientes y todos los rincones, que diariamente no limpiamos, quedan impecables. La cocina y la sala del lavavajillas han quedado relucientes. ¡Se puede comer en cualquier parte de ellas! 

Al salir del restaurante me apetece pasarme por la tienda en la que el otro día cenamos aquellas hamburguesas y esas patatas fritas tan económicas. Pienso en comprar la cena para llevarla a casa pero la tienda está cerrada. Oh no. Con las ganas que tenía yo de llevarle la cena a Mary, que seguro que está en casa muy aburrida. 

Al llegar a casa descubro que me he confundido de piso. ¡Creía que no compartía piso con Mónica Geller! (Mónica Geller es uno de los personajes de la serie de televisión Friends y una de las cosas por las que es más conocida es porque es una obsesa de la limpieza en el hogar). Mónica Geller sal del cuerpo de mi amiga Mary. Pues sí, el salón está patas arriba. Todo lleno de abrigos, de cajas y de cosas que no sé de donde han salido. Mary ha vaciado el armario empotrado que tenemos en una de las paredes de la casa y lo ha estado limpiando. Todo está por el medio. Me dice que también ha ordenado, por fin, la habitación donde dormimos y que le ha pasado la aspiradora a todos los armarios de las paredes, así ha podido colocar después nuestras ropas en ellos. ¡Por fin nos podemos despedir definitivamente de nuestras maletas! Qué aleluya tan grande. Después de casi un mes en esta casa y aún seguían rondando las maletas por el medio de la habitación. Mary me cuenta todo lo que ha hecho desde que nos hemos despedido y continúa investigando en las profundidades del armario. ¡Hasta encontramos un tesoro oculto en el suelo del mismo! Mary me mira ilusionada, agachada en el suelo, y yo me acerco para descubrir qué es lo que pasa. ¡Decenas de monedas de dos y un céntimo hacen un montón rojizo en el interior del armario! Mary los coge a puñados y los mete todos en un vaso de plástico del Jumbo. Al contarlos descubro que nuestro tesoro asciende a una friolera cantidad de un euro y treinta y ocho céntimos aproximadamente. Aquí no tenemos ni para una cerveza. ¡Algo es algo! Ya me imagino al anterior inquilino de la casa lanzando al interior del armario todos los céntimos que se encontraba a su paso, creyendo que no valen para nada y olvidando que siguen siendo dinero. 

Mary se ha vuelto loca con la limpieza, dice que lo ha hecho todo esta tarde porque mañana tenemos los tres el día libre y prefiere que hagamos otras cosas antes que quedarnos encerrados en casa pasando la bayeta. Me dice que esta tarde en el Jumbo no había nada de nada, ni pruebas ni café. ¡Ni agua caliente para hacerse un té! Qué tristeza. La verdad es que hoy no había nadie en ningún sitio, ya que al salir del restaurante y venir en bici he descubierto la soledad de las calles. No había ni un alma, como se suele decir. ¡Y encima una niebla densa invade la ciudad! No se veía nada, nada ni nadie. Algún día nos estrellamos por ahí con algo. 

Al irnos a los colchones, porque no nos vamos a la cama si no que nos vamos a los colchones, Mary me dice que lo ha desintoxicado todo con amoniaco. Hasta cree que ella misma se ha colocado con el olor del líquido sacado de los infiernos. Ana aún no ha llegado del restaurante, la esperaremos en los colchones. ¡Seguro que su nariz también se percata del olor a limpio de la habitación! 



El hombre vestido de payaso continuaba dando sus últimos retoques ante el espejo. Solamente la nariz rojo faltaba en su cara, le encantaba ponérsela en el momento antes de salir al escenario. Sus pies calzados con unos zapatos enormes se movían por toda la habitación, sus pantalones rojizos tenían unos enormes bolsillos donde resguardaba sus manos delicadamente cubiertas con unos guantes blancos y una camisa de botones llevaba en la parte superior del cuerpo. La pajarita atada al cuello destacaba sobre el color de la camisa y el sombrero que cubriría sus pelos alocados descansaba sobre la mesa del camerino, esperando ser utilizado en breves momentos. 

Alguien llamó a la puerta de la habitación, entró de seguido, sin esperar respuesta, e indicó al payaso que había llegado el momento de salir al escenario. Su espectáculo comenzaba y el corazón comenzó a latirle más fuerte que antes. Siempre se ponía nervioso, jamás conseguía estar tranquilo ante ninguna actuación. Miró su rostro en el espejo, agarró con una de sus manos el sobrero que había en la mesa y lo puso en su cabeza, aplastando el desaliñado cabello. Rápidamente se llevó las manos a la cara y al quitarlas una enorme nariz roja en forma de pelota sustituía a su nariz habitual. Aquella nariz roja ya era más común que su verdadera nariz. Y sonrió, regaló una gran sonrisa al espejo. Dio media vuelta y apagó las luces de la sala, cerró la puerta a su paso y se dirigió hasta la zona del escenario, quedando reguardado tras el telón de fondo esperando su momento. 

La música se detuvo. El momento había llegado. El payaso descorrió el telón y los cruzó con energía. Allí estaban todos los niños esperándole, las gradas estaban repletas. Todos comenzaron a dar palmadas y la música comenzó de nuevo, más fuerte y animada que antes. El payaso sonreía recorriendo todo el escenario y saludando a todos los niños, de punta a punta. Quedó en medio de las tablas y se detuvo, siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Esperó a que la música cesara y fue entonces cuando realizó la pregunta que todos estaban deseosos por escuchar. “¿Cómo están ustedes?” dijo el payaso gritando a los cuatro vientos, intentando que se le escuchara en todos los rincones de las gradas. Los niños, con la mayor de las sonrisas, contemplaban el rostro del payaso, sus zapatos enormes y su pajarita de colores, sus pantalones rojizos, su camisa de botones y sus guantes blancos, observaron su enorme nariz roja y sus ganas de hacer feliz. Todos respondieron al payaso, regalando al escenario la mayor potencia de voz posible. “¡Bieeeeeeeeeen!” dijeron todos al unísono, intentando alzar la voz cada vez más y más. El espectáculo había comenzado, las ganas de hacer feliz eran más fuertes que nunca y las ganas de reír no disminuirían jamás. Los niños comenzaron a disfrutar de aquello que tanto les gustaba mientras contemplaban y tomaban ejemplo, sobre todo, de la sonrisa permanente del payaso. Ellos sonreirían igual, de la misma manera. Imitarían su sonrisa. La quedarían impresas en sus rostros para siempre. La quedarían guardadas en su memoria y siempre la recordarían. Porque lo más importante era aquello, ser feliz y hacer feliz. Lo más importante era la sonrisa de los niños, la sonrisa del payaso. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

No hay comentarios:

Publicar un comentario