¿Quieres que te cuente un secreto? Puede que no quieras
saberlo, en este caso leerlo. Puede que simplemente nunca hubieras sabido que
existía un secreto. Incluso puede que ahora mismo mueras de ganas por
conocerlo, aunque simplemente no haya nada que decir y quepa la posibilidad de
haber empezado este texto con una pregunta sugerente que me ayudara a conseguir
quedarte enganchado un poco más a la lectura.
No sé si contaré algún secreto a lo largo de esta carta; me
lavo las manos por si no terminas con algo nuevo en mente. Pero lo que sí voy a
contarte son muchos no-secretos. Cuando digo “no-secreto” me refiero a “Hace
dos años que comenzaron nuestras andadas por Holanda” o cosas como “Hemos
aprendido y reído tanto de esta experiencia que volveríamos a lanzarnos a ella
sin ninguna duda”. Porque sí, porque son cosas que ya se saben. Cosas que ya
sabéis porque las habéis leído, porque os las he contado. Y hoy es cierto que vuelve
a ser 25 de septiembre. Esto quiere decir que si introducimos un boli bic en
uno de los orificios de nuestra cinta de casete y rebobinamos hasta el
principio descubrimos el aterrizaje de las mellizas y el amigo dos años atrás. Me
han dicho que si eres más moderno y tienes la historia grabada en DVD no hace falta
que metas el boli en el disco, que eso se rebobina con tan solo pulsar un botón
del mando.
El caso es que las cosas han cambiado bastante desde aquel
día veinticinco. Otras muchas, por supuesto, siguen intactas. El otro día
paseaba por la ciudad y me topé, no por casualidad sino porque lo estaba
buscando, con aquella calle llamada Rubensstraat. ¿Os suena? Sí, la calle que
ocupa por lo menos un cincuenta por ciento de protagonismo en nuestras cartas
de Holanda. La calle donde compartimos tantas buenas anécdotas y momentos si
parar de crecer en todos los aspectos. Pasé por allí y los sentimientos
quedaron a flor de piel. Un golpe de recuerdos inundó mis pensamientos, uno
tras otro. Momento tras momento. Estar en esa calle me hace sentir especial. Es
como visitar el lugar donde se ha grabado una de tus películas favoritas. He de
admitir que, incluso pasados unos minutos, me entristecí. No por el hecho de
encontrarme solo en medio de la calle y casi congelado, que también, si no por
recordar todo aquello y ansiar poder vivirlo de nuevo. Te recorren esas ganas
de coger a la vida por los cuernos (dejemos a los toros de una vez en paz) y
decirle “Si pudiera vivirte otra vez…”
Y por eso voy de nuevo a esa calle. Para poder vivir de nuevo
los momentos que me gustan. Para empaparme de esos recuerdos que me hacen
vivirlos de nuevo. La calle no ha cambiado, sigue siendo tan encantadora como
siempre. Lo que sí ha cambiado han sido los habitantes del hogar número 2, que
nos han sustituido por una pareja que parece agradable y limpia. Desde fuera
puede verse que han conseguido formar un acogedor salón junto a la ventana que
en su día fue testigo de tantos “de todos”. También han sustituido al Vecino
Invisible. Ahora es visible y tiene forma de familia. Por lo que pude observar “familia
con hijos que cumplen años”. Sí, la ex-ventana mugrienta del Vecino Invisible
estaba decorada por varias letras de colores en las que se felicitaba el
cumpleaños a algún chico joven. En holandés, y no me lo inventé. Que algunas
cosas ya sé lo que significan… No sé qué habrá pasado con el vecino invisible. No
era un hombre como para morir de forma natural, aunque sí para morir
naturalmente por exceso de cerveza. Pero no pensemos en eso. Puede que
simplemente no tuviera dinero para seguir pagando el alquiler y por eso ahora
siempre hay un hombre tocando el violín en la puerta de la estación de tren, o
tren de la estación para quienes no me entiendan. La cosa es que el Vecino
Invisible ya no está en su casa. ¿O puede que su familia le haya invadido y
obligado a limpiar la venta mugrienta? Puede, a lo mejor ya no es ni invisible.
Quién sabe.
Lo que no cambia es el pueblo, ese donde naciste y creciste. Bueno,
a decir verdad, la fuente de la plaza sí que la he notado un tanto diferente. No
sé. Supongo que serán alcaldesas mías. Ups. Perdón. Quería decir imaginaciones
mías, imaginaciones. El pueblo sigue igual. Con sus calles, sus gentes, sus
tradiciones… mi familia. La familia que te espera y te arropa cuando llegas,
como si no hubiera pasado el tiempo. A tus padres los ves como siempre, como
cuando te arropaban a los cinco años. Tu hermana sigue siendo la pequeña,
aunque casi te saque una cabeza de altura. Tus abuelos siguen estando ahí para
decirte lo guapo que estás y preguntarte cuándo vienes otra vez, si es posible
con más días en la semana. Tus primos a los que seguirás viendo como hermanos
con los que jugabas mientras cogíais aceitunas. Y es lo que seguirán siendo,
aunque se casen o empiecen a querer ser padres. La familia siempre seguirá siendo eso: las personas a las que
quieres con todas tus fuerzas y consiguen sacarte un “¡Vaya familia que me ha
tocado!” cada vez que celebráis algo juntos, ya sea una boda o, yo que sé, una
boda.
La última vez que estuve en el pueblo me encontré con una
mujer a la que le tengo mucho cariño. Desde pequeño la conozco y, de un modo
más cercano o lejano, también es familia. Ella es una mujer que viene del país
donde actualmente estoy viviendo y que ahora, por circunstancias de la propia
vida, está viviendo en el pueblo de donde yo vengo. Se puso muy contenta al
verme y, mucho más, al saber que las cosas me iban bien en su país. Creo que
mucho más aún cuando le dije algunas palabras y frases en su idioma materno. Ella,
no sé por qué, siempre consigue hacerme sonreír. Derrocha alegría y bienestar
en estado puro. Estuve unos minutos hablando con ella y al despedirme consiguió
que se me encogiera el corazón en un puño. Yo volaba al día siguiente a Holanda
y ella me dijo con una sonrisa gigante “Dale un abrazo muy fuerte a mi país”. Respiré
hondo y una paz interior se apoderó de mí. En aquel momento descubrí que éramos
la misma historia. Yo en otro país, echando de menos al mío. Ella en otro país,
echando de menos al suyo. Me sentí tan bien en ese instante, descubriendo lo
bueno que tiene el descubrir y conocer cosas. Casi lloré de la emoción. “Dale
un abrazo fuerte a mi país”. Sus palabras quedaron rondando casi todo el resto
del día en mi cabeza. Y cuando llegué de nuevo a Holanda le di un abrazo
gigante, desde el avión y desde tierra, por ella y por todos los que echan de
menos a su país.
Lo dicho. Que estoy muy feliz, los más cercanos lo sabéis de
sobra y los que no lo sabéis os lo digo. Que sigo por aquí y no puedo quejarme
de cómo van las cosas. Parece que cada vez mejor, y toco madera para que siga
así. Que disfrutéis de lo que os rodea y que salgáis a conocer, aunque sea un
poco más allá del umbral de casa, porque la sabiduría da vida y la vida es
conocer. Si estáis estudiando apretad los codos, si trabajáis intentad seguid
así y si no os sale nada puede que el motivo sea vuestro currículum. En serio,
esto no viene a cuento, pero creo que puede que mucha gente esté en paro por el
currículum… ¡Las empresas se cansan de ver siempre los mismos folios en blanco!
¡Innovad y sed originales! Llamad la atención… puede que así os den más
oportunidades. Quién sabe. No sé, preguntadle a María… ella os dirá qué hacer.
Nada más. Muchas gracias por leerme y dedicarme unos minutos.
Muchas gracias por todo lo que habéis hecho durante todo este tiempo y a seguid
disfrutando. Abrazad a los que están al lado y mandad muchos WhatsApp a los que
no lo están. O no, mejor no. ¡Menos mensajes y más flores! Que no quiero
flores, es un decir. Y que, como un buen día me dijeron a mí, dadle un fuerte abrazo
a mi país. Tranquilos, que a mi pueblo ya le envío yo un WhatsApp.
Por último: ¿Quieres que te cuente un secreto? Pues que estoy
bien, estoy aquí, estoy en Eindhoven. El año que viene más, y mejor.