Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

martes, 27 de noviembre de 2012

"El interior de nuestra casa"

22 de Noviembre de 2012.

Las camisetas mojadas estaban colgadas del tenderete, en medio del salón, junto a un par de pantalones y varios conjuntos de ropa interior, tanto femenina como masculina. Una de las toallas del baño se seca apoyada en el radiador y los marcos que transportan fotos de algunos familiares decoran el pollete de madera de la ventana. el sillón de cuero se deja calentar por los pocos rayos de luz que entran en la habitación, varias tazas de porcelana, algún que otro bote de cereales y un par de servilletas de papel invaden la madera de la mesa. Una bolsa de plástico del Albert Heij cuelga del manillar de una de las puertas, un puzle de mil piezas casi completo se expande por la mesa negra del salón y un par de chaquetas no permiten que se contemplen los respaldos de las sillas. La alarma de un teléfono móvil suena unos metros más arriba de aquel lugar. La hora de comenzar el día había llegado. 



¡Esta mañana nos levantamos con más energía que nunca y Mary y yo decidimos salir a correr! Es cierto que ella ya ha salido un par de veces a dar una vuelta a nuestra manzana. Llegaba de la tienda de Marleen y, como Ana y yo estábamos en el restaurante, se vestía de deporte, colgaba sus auriculares de las orejas y comenzaba a correr, como si el mismo vecino invisible fuera tras ella, por las calles frías de la ciudad. Al llegar a casa Mary comenzaba a hacer abdominales sobre el colchón cutre de cuadros escoceses que quedó jubilado cuando los buenos invadieron la habitación. Pues muy bien. Hoy salimos los dos, con nuestros chándales, nuestras radios y nuestros auriculares. Como Rocky Balboa entrenándose para el mejor de los combates huimos de casa en busca de una liberación de tensión, energía y un poco de ejercicio, que es muy sana para nuestros cuerpos serranos. 

Al llegar de nuevo a casa, tras nuestra vuelta a la manzana, decidimos seguir caminando y encontramos el callejón por el que se llega hasta nuestro cobertizo. Ana ya lo conoce, porque se lo enseñó el tipo de la agencia el día en el que nosotros íbamos transportando los colchones en el carro de la compra, y ahora queremos conocerlo nosotros. Nos metemos por el callejón y hay muchas puertas, cada una de ellas se comunica con cada jardín bien cuidado de nuestros vecinos. El único que tiene malezas y parece la selva de Tarzán de los monos es el de nuestro vecino invisible. Qué poca vergüenza. ¡Mira! Éste es nuestro cobertizo, pero no tenemos llaves. Le volveremos a repetir a los de la agencia que nos las entreguen ya. ¡Queremos meter nuestras bicicletas en él! 

Una vez en casa tiramos el colchón en el suelo, el de cuadros escoceses, y continuamos con nuestros ejercicios. Supongo que al menos mi rutina de ejercicios nunca avanzará mucho más que esto. Siempre he sido muy vago para el deporte, para qué me voy a engañar. Hacemos cincuenta abdominales cada uno y ya está. A desayunar, que hay que reponer fuerzas. ¡Nos comemos un pomelo! Qué rico, aunque muy fuerte. 

Mary tiene que entrar en la tienda a las dos y Ana y yo trabajamos a las seis. Antes de llegar esas horas Ana decide continuar con su puzle, ya que está enganchada a él, y Mary, cansada de que los ratones invadan nuestra cocina, decide tapar todos los agujeros de los tubos de la calefacción con bayetas de cocina. ¡Se vuelve loca en la cocina! Bayeta aquí, bayeta allí. Una vez todas colocadas decide colocar a los ratones y empapa todas las bayetas y todo el suelo que las rodean de amoniaco. ¡Que se intoxiquen! Que se intoxiquen, que tosan y que no vuelvan más a nuestra comida. ¿Los ratones tosen? Por suerte el pan duerme todas las noches en el armario del salón. 

¡Y por fin podemos llegar a casa y pulsar un interruptor de la luz! La bombilla del salón estaba fundida y teníamos que ir encendiendo un montón de lámparas a nuestro paso. Ahora enciendo este flexo, ahora las luces de navidad, ahora este otro flexo y así hasta que conseguíamos una luz adecuada. Tenemos tantas luces en casa que podemos montar nuestro propio festival de la luz. Decidimos colgar la lámpara negra, que antes era blanca y que pintamos de espray en la terraza, en el techo del salón. Mary baja las escaleras para cortar la luz y pone un taburete sobre la mesa del salón. Se sube al taburete, yo le sujeto la lámpara y Ana vigila al final de las escaleras, por si el vecino invisible sale de casa para darle a los interruptores. No queremos que Mary se quede churruscada en medio del salón, aunque no quedaría mal de percha. ¡Después de unos cables cortados y empalmados ya tenemos lámpara! Dale, dale al interruptor. ¡Y funciona! Qué gusto encender la luz del techo en el salón. Le devolvemos la luz al vecino, que no sabemos si se la hemos quitado. Es tan invisible que ni le hace falta la luz para vivir. 

Ana y yo comemos sándwiches, no tenemos ganas de cocinar nada, y Mary también se come uno antes de irse a la tienda. Cuando nos quedamos solos Ana continúa con el puzle y, como necesita música para distraerse, me voy a la cocina, que se está más calentito, y me pongo a escribir allí, ya que con la música no me concentro. Ana no se puede poner auriculares porque no tenemos los adecuados para su móvil. No hay problema. Te quedo con la música en esta parte y yo me voy a la otra con la mía. 

Antes de la hora en la que nos vamos a trabajar pasamos tiempo juntos en el salón, mientras que nos duchamos y nos vestimos. Las cinco y media llegan demasiado pronto y llegan con la noche, porque ya es medio de noche a esa hora. Qué tristeza. Cuando los días terminen a las cuatro de la tarde vamos a tener que levantarnos a las cinco de la mañana para que nos dé un poco el sol. Vampiros en Eindhoven, es lo que vamos a parecer. 

A las cinco y media nos vamos al trabajo. Hablamos de que hoy jueves nos vayamos a casa y que mañana viernes salgamos un rato a tomarnos una cerveza. Además el cumpleaños del novio de Aylim es el domingo y lo celebraremos el sábado por la noche. Después de los restaurantes nos iremos de fiesta. Ana y yo nos despedimos y cada uno nos vamos a nuestro puesto de trabajo correspondiente. ¡Lavavajillas allá vamos! 

Los días cada vez se llevan mejor como friega platos, hasta le vas cogiendo el gustillo a esto. ¡Que vengan platos a mí! Hay momentos de tensión y de agobio, ya que los cubiertos y utensilios se apilan a tu lado y crees que no das a bastaos. Pero, más temprano o más tarde, ese montón siempre se queda en nada. No hay que agobiarse. Plato, plato, lato, olla, olla, sartén, bandeja, bandeja, patata frita… Ups. ¡Esa va a la boca! 

Antes de llegar a casa recibo un mensaje de Mary para decirme que tiene una sorpresa para Ana y para mí. Viniendo de ella me imagino cualquier cosa. ¿Será un regalo que ha hecho con sus propias manos? ¿Una cena rica, una bici nueva, una foto enmarcada del vecino invisible? ¿Será una caja llena de billetes de quinientos o unas entradas gratis para un buffet libre? ¿Ha conseguido latas de atún, aceitunas tan ricas como las de España o una bolsa de Risquetos? No sé, se me ocurren miles de cosas. Encadeno mi bici a la tubería de siempre, abro la puerta de casa, subo las escaleras y Mary me recibe al final de ellas. ¡Ala que chulo! En la puerta de la cocina ha hecho unas letras de color naranja donde puedes leer “Kitchen”, que es “cocina” en inglés. En la puerta del salón hay una tarjeta en la que no entiendo lo que pone. ¡Es una invitación en holandés para que entres en nuestra casa! Qué chulo. Tras la puerta hay muchas más cosas pegadas, unas frases de Francisco de Quevedo y Villegas sobre el gusto que da cagar pegadas en la puerta del servicio y una de las paredes del salón invadida con postales que hemos ido recogiendo de los sitios que hemos visitado desde que llevamos aquí. ¡Qué guay! Me gusta mucho todo. ¡Hasta hay unas perchas colgadas de la pared que funcionan como revisteros! 

Mary y yo nos vamos cada uno a nuestro colchón, después de haber visto un par de capítulos de la serie a la que he enganchado, y Ana aún no ha llegado, suponemos que ha salido a tomar algo con sus compañeros de trabajo. ¡Buenas noches! 

Y cuando los sueños invadían nuestras mentes Ana llega a la habitación. ¡Dice que al novio de Aylim se le ha roto la cadena de la bicicleta que compramos el otro día y que han venido todos a por la que teníamos sin arreglar en la terraza! ¿Qué quién dices que se ha llevado la bici de dónde? No nos enteramos muy bien porque estamos medio dormidos, así que le decimos a Ana que nos lo cuente mejor mañana. Good night. 



El interior de nuestra casa, en donde ahora la bici de Marleen, como todas las noches, duerme apoyada sobre las escaleras. En esas escaleras en las que unos huesos de animales invaden el hueco que hay en ellas. Ellas, que son las dos hermanas que duermen a ambos lados de mí, que duermo en el medio. En el medio de comunicación es donde creemos que ha aparecido la noticia de algo que sucedió el otro día en nuestra calle. Las calles que quedan rodeando nuestra casa, donde formamos una nueva vida y una nueva familia. Familia de ratones que invaden nuestra cocina cada vez que no estamos en ella, lo hacen siempre. Lo que siempre hemos sido, una familia, y lo que seguimos siendo ahora. Ahora que estamos tan lejos de las nuestras y tan cerca de nuestros sueños, que luchamos para seguir caminando tras ellos, sin que ante nuestros ojos ninguno quede invisible. Invisible como el vecino, que todos desconocen su identidad y nunca ha hablado con ellos. Ellos, que son los amigos nuevos que conocemos más cada día, cada día que pasa. Pasa hasta el Jumbo o el Albert Heijn, nuestros supermercados favoritos, en los que se nos detiene el tiempo. El tiempo que tan deprisa corre. Corre como las cosas que nos gustan, que nos hacen sentir bien y que nos incitan a seguir caminado con fuerza por esta ciudad. Ciudad en la que vivimos desde hace casi dos meses y que ya sentimos que forma parte de nosotros. Nosotros, que dormimos plácidamente cada uno en nuestros colchones de segunda mano. Mano, que han sido las que han pegado todas esas tarjetas de diseño en nuestras paredes de casa, decorándola para sentirnos más arropados. Arropados en este nuevo hogar, en esta continua aventura, esta nueva vida. Vida, que es lo que transcurre en el interior de nuestra casa. Casa, que es donde estamos. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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