Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

sábado, 17 de noviembre de 2012

"When you call me"

09 de Noviembre de 2012.

Hoy nos hemos levantado temprano, a pesar de que anoche nos durmiéramos a las cinco de la mañana por culpa de los capítulos de la serie Prison Break. ¡Te vicias enseguida a ella! Y menos mal que ya es la tercera vez que la veo. Anoche nos dieron las cinco, uno de los capítulos se terminó y nos fuimos a la cama. Cuando digo cama digo cómodos colchones en el suelo. Aunque parece que aquí no es raro que los colchones estén en el suelo. Desayunamos mientras que nuestro nuevo inquilino nos observa desde el otro lado del salón. Sim es un perro muy obediente, no hace sus necesidades en casa, se espera hasta que le saques a la calle, no ladra, se sienta si se lo ordenas y te da la patita si le das tu manita. ¡Sim nos gusta! 

Después de poner las tazas en el fregadero y los cereales en su estantería, cogemos la correa del perro y nos vamos a disfrutar de nuestro primer paseo mañanero. Al lado de casa hay un parque, ese será el recorrido de todos los días que Sim esté con nosotros. En la puerta de casa tenemos un árbol, al cual Sim riega desesperadamente nada más bajar las escaleras que nos comunican con el vecino invisible. Después de orinar en el tronco continuamos caminando hasta el parque. Mary y yo parecemos una pareja de enamorados, con mucho frío, esperando a que el perro cague y con caras de recién caídos del nido. Parecemos una pareja desastrosa, pero la parecemos. Sim tiene demasiada fuerza y, si no sujetas la correa con fuerza, puede incluso llegar a convertirte en una mopa que barre el suelo. Intenta perseguir a los cuervos que picotean el verde césped del parque, hace sus necesidades entre los setos, juega con las hojas secas y escarba en los espacios de arena. ¿Echará de menos a Marleen y a Derek o se pensará que somos ellos con diez años menos? No lo sabemos, los pensamientos de un perro pueden llegar a ser muy complicados. 

Mary se va a la tienda, dejándome a solas en el salón con Sim y con Ana, la bella durmiente, en el torreón que tenemos por habitación. Como Marleen está en Irlanda, Mary estará en la tienda junto con una chica que está de prácticas con una amiga de la diseñadora. Las dos chicas de prácticas se harán cargo hoy de la tienda. Mary dice que a la hora de comer intentará venir con nosotros, así podemos hacerlo los tres juntos. 

Cuando Ana se despierta me dice que una amiga española de Aser, uno de los cocineros de Señora Rosa y el chico que nos ayudó con la mudanza, ha venido de visita y que, como Aser trabaja, que va a ir a buscarla para que no se quede sola. Ana se viste, coge la bicicleta y va en búsqueda de la amiga del cocinero. ¡Muy bien! Seremos uno más para comer. ¡Sim ahora solo quedamos tú y yo! ¿Me ayudas con el arroz? El perro ni me ladra. 

Mary y yo planeamos que, después de comer, tenemos que acercarnos hasta una tienda de The Phone House para comprarnos un teléfono móvil con una tarjeta de número holandés. No podemos seguir con nuestros números españoles, ya que todo el mundo que intenta comunicarse con nosotros o no lo consigue o lo consigue y sale más caro, y viceversa. Necesitamos llamadas gratis entre nosotros. Buscamos en internet una tienda de ese tipo y planeamos el viaje para después de la comida. ¡Las rutas en bici son mucho más divertidas! 

Una vez el arroz cocido, los huevos fritos más que fritos y la mesa preparada llega Mary de la tienda. Ana y la amiga nueva aún no han llegado. Las esperamos sentados en el salón, con los platos de arroz enfriándose en la mesa. Sim sigue llenando todo esto de pelos. ¡Qué de pelos! Antes estábamos invadidos por los pelos del perro agresivo, el perro del antiguo inquilino del piso, y ahora que estaba limpio llega Sim con su pelaje marrón a ponernos nueva moqueta en el piso. Ana y la chica no llegan, así que, como Mary tiene que volver a la tienda cuanto antes, decidimos comer sin ellas. ¡Tenemos que darnos prisa! Hay que ir hasta nuestros móviles y después hay que ir hasta la tienda de Marleen, donde Mary ha quedado a la otra chica de prácticas. 

Al terminar con nuestro arroz aparece Ana, acompañada de la española que ha venido de visita a Eindhoven. Nos presentamos todos, saluda al perro y nos despedimos de ellas. ¡Nos vamos a por un teléfono! Cogemos las bicis, ahora cada uno la nuestra, y nos vamos en busca de un The Phone House. ¡Parece mentira que ya podamos ir por la ciudad cada uno en nuestro sillín! Ahora podemos pedalear los unos al lado de los otros. Qué bonito, hasta nos damos de la mano para pasear como lo hacen los enamorados. Lo malo es que uno frene y el otro no, que una farola se interponga ante los brazos o que uno gire a la derecha y otro a la izquierda. Las historias de amor sobre sillines son imposibles. 

Llegamos sanos y salvos hasta nuestro destino, después de habernos atravesado media ciudad en bici. Es muy raro que no haya una tienda de estas por el centro, pero bueno. Nos fiamos. Aparcamos nuestras bicis a la puerta de lo que parece ser un gran centro comercial. Entramos y nos tele transportamos a otro mundo. Nos encontramos en medio de un montón de calles y calles en las que solamente hay tiendas. ¡Un centro comercial sin un techo común! Al aire libre. Es la ciudad de las tiendas. Mary y yo investigamos un poco hasta que nos topamos con The Phone House, entramos en ella y, haciéndonos los interesantes, comenzamos a ver los móviles de última gama que, desde el interior de las vitrinas, nos sacan la lengua. Se burlan de nosotros al saber que nunca poseeremos a uno de ellos. “Estos dos vienen a por los móviles cutres de veinte euros con veinte euros en llamadas” es lo que seguro que piensan el resto de móviles desde sus repisas. Al dirigirnos al mostrador una chica nos atiende. Le decimos que queremos una tarjeta y un móvil marca Lebara. Es todo muy sencillo y rápido, nos prepara las tarjetas, nos dice los precios de llamadas y mensajes y se despide de nosotros. ¡Ahora podremos llamarnos gratis entre nosotros! ¡Ahora podremos mandarnos mensajes de texto sin pensar en el saldo! Esto es una ganga. 

Con nuestros nuevos móviles en los bolsillos desencadenamos nuestras bicis de los aparcamientos y comenzamos el recorrido hasta la tienda de Marleen. Ana ha entrado a las seis en el restaurante y llegaremos a casa antes de que haya llegado. ¡Estos horarios que tenemos nos impiden que pasemos tiempo juntos! De momento, es lo que nos espera. Al llegar a la tienda me presento a la chica de prácticas de la amiga de Marleen, ella se despide de nosotros y se va a casa. Nos estaba esperando. Nosotros nos encargaremos de cerrar la tienda y dejarlo todo en orden para el día siguiente. 

¡Y al llegar a casa sin nos espera moviendo la cola! Se pone muy contento al vernos y, sin apenas pasar un minuto en el salón, cogemos la correa y nos vamos al parque. Sim riega de nuevo el árbol de la puerta de casa y paseamos por el parque, por el mismo de esta mañana. Parece que este perro siempre va a hacer sus necesidades en los mismos sitios. ¡Cómo sigas así al árbol lo secas! El pobre perro pasa tanto tiempo en casa que cuando sale no para de empapar el tronco del árbol. ¡Qué buena vejiga tiene! 

Y en medio del parque quedamos los tres, esperando a que uno de nosotros haga sus necesidades en medio de los setos para poder volver a casa. 



“Cuando me llamas consigues detener el tiempo, dejando todo en manos de las palabras, sin importar los segundos ni las agujas que delimitan nuestros momentos. Cuando me llamas escucho con detenimiento cada palabra, cada detalle de tu boca, cada sonido que pronuncias, cada suspiro que lanzas. Consigues sacar la mejor de las sonrisas, regalo a la nada mi dentadura en forma de media luna. Cuando me llamas a voces me gusta que el viento me traiga tu sonido, lo transporte hasta mí. Te transporte hasta mí. Cuando me llamas por teléfono el corazón consigue dar un vuelco en mi interior, la melodía acompaña sus latidos y la vibración disimula el nerviosismo. Cuando me llamas, de la manera en que lo hagas, consigues hacerme sentir bien.” 

Ella terminó de escribir las últimas palabras en su carta. Hizo al papel donde la había escrito varias dobleces y lo introdujo en un sobre, que cerró con un poco de saliva. En uno de las caras blancas puso su nombre, sustituyendo por un pequeño corazón todos los puntos que había sobre las íes. En la otra blanca cara puso el nombre de él, ésta vez sin ningún corazón sobre ninguna i, ya que su nombre no tenía ninguna. Orgullosa de su carta la dejó sobre su mesa unos segundos, pensando en si sería una buena idea o no. Se dijo a sí misma que sí. No pasaría nada. La chica, con el sobre en la mano, afirmó que no había ninguno de sus compañeros en la clase y se dirigió hacia la mochila del joven. Abrió con cuidado una de sus cremalleras y dejó caer el sobre dentro, refugiándose entre algunos de sus libros de texto. 

Ella no pudo evitar enrojecerse. Él no volvió a llamarla, de ninguna de las maneras. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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