Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 2 de noviembre de 2012

"Los tres colchones, el vecino invisible y el ejército de lámparas de diseño"

23 de Octubre de 2012.

La noche continúa y continúa en el suelo, tumbados cada uno en una parte del salón de la casa, sobre los chubasqueros que hemos colocado para que protejan a nuestra ropa del sucio suelo, con un ventanal enorme que nos muestra la noche de Eindhoven y las horas pasan, lenta y dolorosamente, pero pasan. Los huesos duelen, el frío suelo no se ablanda con el paso de la noche, se vuelve, creemos, aún más duro de lo normal. Sin saber por qué e inconscientemente nos distribuimos en la habitación igual que estábamos en el albergue, Ana al lado de la estufa, Mary al lado de una de las paredes y yo al otro lado, frente a ellas, arrinconado en otra de las paredes. Damos vuelta sobre nuestras ropas que se endurecen bajo nuestros incómodos cuerpos, sin encontrar la postura que nos incite a dormir y desconociendo que esa postura no existe. A cada media hora que pasa añado un jersey más a mi colchón, pero no se forma ningún colchón agradable y cada jersey parece endurecerse algo más que el anterior. Mary mira por la ventana, rezando para que amanezca lo antes posible, pero no amanece y no duerme. Y entre cabezada y cabezada el día llega, y con él los dolores de huesos y articulaciones. 

Nos levantamos con los huesos doloridos, las espaldas molidas y las articulaciones destrozadas. El suelo es frío, frío y duro. La búsqueda del colchón formidable se quedó solo en el intento, pues aquello era como dormir sobre una bolsa de ropa que se endurece como cuando la envasas al vacío en una bolsa de plástico. Terrible. Además, hay que añadirle el molesto y continuo sonido que una paloma provocaba desde nuestro tejado. Parece que habita en él y daba la sensación de que, por los sonidos que hacía, no le quedaba mucho tiempo de vida. Pero, lamentándolo mucho, ha aguantado y toda la noche. En serio ¿dónde están los cañones esos que les ponen a las higueras para espantar a los pájaros? Si lo sé me traigo uno del pueblo. ¡¡¡Booommmhhh!!! Y adiós paloma moribunda y adiós sonidos molestos. Qué pena no tener uno de esos por aquí… 

Después de quejarnos y lamentarnos un poco, de contarnos nuestras anécdotas nocturnas y de querer acabar con la vida de esa paloma cargada de incordio nos duchamos y vestimos para comenzar este precioso nuevo día. Mary se va con Marleen y Ana y yo nos vamos en busca de colchones. ¡Sí! Queremos colchones para no volver a dormir en el suelo. Esta experiencia solo se vive una vez y ya la hemos vivido. ¡Bastante hemos sufrido ya! 

La caminata comienza con energía, caminamos hasta la otra punta de Eindhoven en busca de la tienda de segunda mano que encontré cuando la mulata guapa de la inmobiliaria me enseñó el piso que estaba en un barrio que después resultó ser “chungo”. Si lo llego a saber no voy solo, pero menos mal que no pasó nada. Ana y yo llegamos después de un largo tiempo caminando, la llevo a la tienda y deducimos, según un cartel que hay en holandés, que se abre de lunes a viernes a partir de la una y media. “¿Ana, qué hora es?” y es la una menos cuarto, así que nos toca esperar un ratillo. 

Y maldita la hora en la que me asomo por el escaparate de la tienda y veo que hay gente dentro. “Hay gente dentro” le digo a Ana, que pone cara de “¿Y no estaba cerrado?”. Así que creemos que la puerta puede estar por otro lugar y comenzamos a bordear la nave donde venden productos de segunda mano. Abandonamos la fachada y entramos en una calle que nos lleva a una especie de plazoleta, rodeada de casas por todas partes, con varios hombres en silencio andando en el medio de ella y sin salida. Sin salida y sin ninguna otra puerta que nos comunique al interior de la tienda. ¿Qué hacen estos hombres aquí? ¿Qué qué hacen? Miro a mi izquierda y veo una casa con un ventanal enorme, con una chica de color en su interior, vestida de forma muy provocativa y cruzada de piernas. Y como si de Richard Gere en la película Pretty Woman se tratara pasó lo que tuvo que pasar. “¡Ana: que son putas!” y miro alrededor y toda la plazoleta está llena de casas con ventanales grandes, que no resultan ser ventanales si no escaparates donde se exhiben las chicas de compañía. Por suerte, a diferencia de Richard, ninguno de nosotros se enamora de ninguna de ellas. “¡Uys! Que yo las estaba mirando…” me dice Ana con una voz susurrante. “¡Vámonos de aquí!” y suponemos que la chica negra que se mostraba en el escaparate vio nuestras caras de espanto y comenzó a reír. Estábamos buscando una puerta a la tienda y nos hemos visto rodeados de escaparates llenos de chicas. ¿Qué habrán pensado esos tipos de nosotros? “Mira, ahí van esos guiris perdidos, que cara de bobos se les ha quedado”. Huye, Ana, huye de aquí. 

Y con el shock en el cuerpo esperamos hasta la una y media. ¡Qué de cosas hay aquí dentro! Sillones, mesas, sillas, ropa, juguetes, muebles de todo tipo, camas, libros… de todo. Preguntamos por las camas o por algo donde poder dormir y nos señala con el dedo al fondo de la nave. Y están los cojines, nórdicos y camas que tanto deseamos. Comenzamos a ojearlo todo, a mirar precios y a comparar entre ellos. La alegría llega cuando nos topamos con dos colchones plegables sobre somieres y que pueden transportarse gracias a unas ruedas que tienen en las patas. Son camas pequeñas y al plegarlas se convierten en una especie de armatoste cutre, cutre pero con ruedas. ¡Nos lo llevamos! Solamente hay dos así que los cogemos, elegimos los tres mejores cojines que encontramos y los tres nórdicos que había. Y cargados de cosas nos dirigimos hasta el mostrador donde tienen que cobrarnos. “Los gitanos y los payos en gracia se dan la mano…” comienza a cantar Ana mientras formamos una caravana de colchones y nórdicos. La verdad es que no sé qué es lo que parecemos. Pagamos, no podemos dejar de reírnos de la situación y nos vamos con nuestros colchones a otra parte. A la otra punta de Eindhoven mejor dicho. 

Claro, estamos tan acostumbrados a cargar con maletas que ahora que por fin las vamos a mantener quietas durante un mínimo de cuatro meses en nuestro piso tenemos la necesidad de seguir transportando cosas y así lo hacemos. La gente nos mira raro y después nos sonríen. Pobrecitos, van como los caracoles: ¡con la cama acuestas! En el camino a casa Ana pierde uno de los cojines que llevaba entallado en uno de los colchones, nos detenemos al percatarnos de la pérdida y un chico de color nos habla en holandés y nos señala con el dedo en dirección contraria a la que vamos. ¡Seguro que intenta decirnos dónde está el cojín! Le decimos “thank you” y Ana sale corriendo en esa dirección en busca del cojín perdido. Unos segundos más tarde aparece con él y nos aseguramos de que ahora quede bien sujeto a la cama plegable. 

Nos toca recorrer calles largas, calles con adoquines, calles asfaltadas, aceras de todo tipo y como es lógico las ruedas de nuestros colchones viajeros empiezan a dar fallos. Algunas se pierden y se recuperan en el camino y otras, cansados de tanto poner y quitar, son guardadas por Ana en su bolso. ¡Lleva el bolso lleno de ruedas! Y cómo no nos iba a pasar a nosotros: tenemos que pasar por el centro y en el centro hay mercadillo. ¡Yuju! Tenemos que atravesarlo con las camas rodando, entre pasillos estrechos de puestos de ropas y telas, entre los holandeses que nos siguen mirando y siguen sonriendo y en forma de caravana de cojines, somieres y nórdicos. También vemos a la policía y rezamos para que no nos detengan por un posible escándalo público. Pero no pasa nada. 

Encontramos una bufanda gris en el camino, que recogemos y nos la quedamos. Creo que es de hombre, es de la tienda Hema y me la quedo para mi cuello. Llegamos a casa, seguimos sin tener noticias del vecino que creemos invisible, vemos que el montón de cartas al lado de la puerta es cada vez mayor y subimos los colchones por las estrechas escaleras, sobrevivimos y las dejamos en el mini pasillo que hay entre el salón y la cocina. ¡Y manos a la obra! Es hora de limpiar a fondo el salón porque está lleno de pelos del perro agresivo. 

Vamos al Albert Heijn para comprar productos de limpieza, una sopa de sobre para cenar y algunas cosillas esenciales para la posible supervivencia. Al llegar a casa llamamos, de nuevo, a la puerta del vecino de abajo. Creemos escuchar pasos dentro pero no nos abre nadie. La tensión se huele en el ambiente. Decidimos olvidarnos del misterio del vecino y comenzamos a fregar, al estilo Cenicienta. Es decir: arrodillados en el suelo pero sin ratones cantautores que nos acompañen, ni hada madrina, ni ningún baile hasta las doce de la noche. 

Al terminar de limpiar desmontamos las dos camas plegables y lo colocamos todo de manera ordenada para que nuestras paredes vacías comiencen a tener un aspecto más hogareño. Ana, supuestamente, no tiene que ir a trabajar, pero la Señora Rosa la llama para decirle que si puede acercarse al restaurante porque hay un fallo de plantilla. Ana acepta, se viste enseguida y se marcha. La veremos mañana, pues una de sus compañeras le ha ofrecido quedarse a dormir en su casa, ya que nosotros, de momento, solamente tenemos dos “camas”. 

Mary llega a casa un rato después, cree que tiene fiebre, se toma algo y me ha traído unas bolas de chocolate blanco y negro que están buenísimas. Las tenía Marleen en la tienda y quería que las probara. Entra en el salón y ve las “camas” que hemos traído a rastras desde la otra punta de la ciudad. Pone cara rara, las prueba y dice que si no había algo mejor. No podemos parar de reír al ver dónde vamos a dormir esta noche, pues las pintas que tienen lo que hemos conseguido no son muy buenas. Uno de los colchones super finos está compuesto por una serie de cuadros rojos al estilo escocés y el otro tiene una funda bonita, lo que pasa es que se le quita el encanto al ver que no es un colchón exactamente. Es una funda super gorda de una hamaca. Mary se tumba en ella y parece que está tomando el sol en la playa. ¡Qué más da! Era lo único que había y, sea lo que sea, es mejor que dormir otra noche en el suelo. La verdad es que la funda de una hamaca sobre un somier de tablas queda un poco raro. 

Tenemos una primera planta donde está el amplio salón, con un gran ventanal, donde ahora están los dos somieres; la cocina con un escaso mueble; una especie de cuarto donde hay perchas y puede servir de trastero; el cuarto de baño, con un retrete muy raro; y una gran terraza. Nuestro servicio nos gusta, tiene un buen espejo, una gran ventana por donde tenemos vistas de tejados y jardines, una bañera y una ducha por separado pero el retrete es algo que no entendemos. Y no es que no entendamos su funcionamiento, si no que no entendemos su diseño. No es el primer retrete que encontramos así en Eindhoven pero ¡no lo queremos en nuestra casa! A ver cómo lo explico para que lo entendáis: el agujero lleno de agua del retrete no está donde suele estar normalmente, no está en el centro del retrete en sí, si no que se encuentra muy desplazado de la cisterna, quedando casi todo el interior del retrete formando una especie de cuenco de porcelana donde depositas tus necesidades. Todo cae en ese cuenco de porcelana y al tirar de la cadena se arrastra todo hasta caer al agujero. Es un poco raro, lo sabemos. Nos da un poco de asco también. Un ejemplo práctico: es como jugar al golf, pones la pelotita (pis o caca) y la lanzas hasta el hoyo (agujero de agua) con el palo (agua a presión de la cisterna). A la única conclusión lógica a la que llegamos es que el diseñador de estos retretes creía que a las personas les gustaba observar, detenida y detalladamente, sobre un plato de porcelana, sus necesidades más íntimas. No hay más vueltas. 

En la segunda planta de la casa está la habitación, que ahora está vacía, y que a Mary le da miedo subir. Cuando la habitemos nos acostumbraremos pero ahora parece que estamos como Rapunzel en el torreón del castillo. 

Mary me dice que Fátima, la chica de Madrid a la que conocimos en la pensión y a la que dejamos una nota en su habitación, nos ha buscado en el Facebook. Mary lo sabe porque puede conectarse a internet en la tienda de Marleen. Nosotros aún estamos a la espera de hablar con el vecino invisible para pagar a medias la conexión. Mary quiere cenar una sopa calentita, el problema es que tenemos sopa pero no tenemos olla. Mañana por la mañana iremos a la casa de la chica que nos va a vender todas las cosas para que nos deje algún utensilio de cocina. 

Antes de ayudar a Mary a subir la bici por las escaleras ojeamos, en el recibidor de nuestro piso, las cartas que se amontonan poco a poco al lado de la puerta. Sabemos que vive alguien bajo nuestra porque las cartas que quedamos en el suelo son recogidas y pasan a formar parte del montón que crece día tras día. Para nuestra sorpresa, la mayoría de las cartas son del banco, ninguna de ellas está abierta y en ninguna coincide el nombre del destinatario. O este vecino invisible es un moroso que no paga nada o están enviando cartas a esta dirección a inquilinos que ya no viven aquí. Nos da un poco de mal rollo y dejamos las cartas donde estaban. Cogemos la bici para subirla y veo que Mary trae una caja de cartón atada en el porta-paquetes. ¿Qué traes ahí? 

Ahora nuestro piso está repleto de lámparas y de flexos de diseño, pues Marleen le ha regalado a Mary un montón de cacharros con luces. Un flexo que valía treinta y cinco euros, una lámpara que vale sesenta, otro flexo que no sabemos el precio, más lámparas y algún que otro cacharro más. El ejército de luces invade nuestro hogar. Otra cosa no tendremos, pero de luces vamos bien servidos. También le ha regalado un jarrón de diseño, aunque la verdad deja un poco que desear. ¡Tenemos cosas de diseño en el piso! ¡Tenemos cosas caras en el piso! Es irónico saber que vas a dormir sobre un somier de diez euros y que tienes una lámpara desenchufada y de diseño de sesenta. Nos gustan los contrastes. 

Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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