Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

sábado, 1 de diciembre de 2012

"Llega, aunque no quieras"

30 de Noviembre de 2012.

Las cosas no suceden porque sí. Todo, al fin y al cabo, ocurre por algún motivo y todo requiere de una explicación. Las palabras pueden surgir gracias a las vibraciones de nuestras cuerdas vocales, el lápiz puede dibujar en un trozo de papel gracias a los materiales de ambos y las estaciones del año nacen porque la Tierra gira sobre sí misma. Los tejados están fabricados para que el agua no se acumule sobre las casas, las casas para refugiarnos de la lluvia y la lluvia hace posible la vida, esta vida que se compone de tantas cosas que requieren explicaciones. Las cosas suceden al paso de los días, al paso de los minutos. A cada minuto que pasa una nueva, a cada segundo que pasa una nueva evoluciona para suceder más adelante. Suceder como suceden las emociones, los sentimientos y las sensaciones. Suceder como suceden las estaciones, que llegan sin avisar, que llegan como la noche y el día, que llegan. Otoño, que llega para caer las hojas de nuestros árboles y conseguir teñir de marrón los suelos por donde caminamos. Primavera, que llega para florecer nuestros campos y ciudades. Verano, que nos deleita con sus calurosos rayos de sol. Invierno, que llega, aunque no quieras. 



Al despertarnos Mary y yo nos vamos al sillón del salón y encendemos los portátiles. Desayunamos unos plátanos que todavía quedaban en el frutero y unos cuantos cereales. Los cereales que hay que cambiar porque creíamos que eran solamente “muesli” y ahora resultan ser “crunchi muesli”, que resulta que tienen mucha azúcar y eso no es bueno. Después del desayuno comienzo a escribir una nueva carta, que creo que ya he conseguido por fin que vayamos al día. A partir de ahora subiré todas las mañana una, la del día anterior, ya que por las noches me será imposible escribir. Es un importante trabajo de concentración y después de estar varias horas fregando platos lo único que no quieres es sentarte frente a un ordenador a teclear como un loco. Lo que tardas en escribir una hora y media, o dos algunas veces, se convierte en un texto que tardas en leer cinco minutos. ¡Por eso admiro tanto a los escritores! ¿Cuánto tiempo estaría Cervantes escribiendo “Don Quijote de la Mancha”? 

Mientras Ana sigue durmiendo arriba en la habitación, Mary dice que tiene mucho sueño y se queda dormida en el sillón, acurrucada en su manta, hasta las once y media que empieza a ducharse y vestirse para irse a la tienda de Marleen. Hoy a las dos o las tres estará en casa y, seguramente, como hicieron el viernes pasado, volverá a las seis o las siete. Hoy, en mi día libre, al final también trabajo porque necesitaban a alguien. Así que no podemos ir ni al estudio de Daniela ni podemos quedar con Javi, el malagueño. ¡Cambio de planes! 

Cuando Mary se va a la tienda me ducho y me visto para ir al Albert Heijn. ¡Y los días que voy solo son los días que más pruebas hay! Hay queso y galletitas de navidad. ¡Qué pena que no estén aquí Ana y Mary para que disfrutemos juntos de las pruebas! Está claro que hay que venir al Albert por las mañanas. 

Llego a casa con la bandolera cargada de cartones de leche, botes de tomate y botes de champú. Todo eso llevado en una bici es complicado, aunque desde pequeño estoy acostumbrado a ello. Siempre cogía la bicicleta de mi madre e iba a casa de Toni o a casa de Claudio a por la compra. ¡Qué recuerdos aquellos! En esos momentos, en los que ya utilizaba la bici para hacer la compra, seguro que el destino ya estaba escribiendo que me toparía con alguna ciudad llena de bicis en mi camino. Vacío todas las cosas de la bandolera y relleno la despensa. ¡Madre mía! Uno de los armarios de la cocina está repleto de cosas, y no es porque tengamos muchas, si no porque es un armario muy pequeño, y el que hay en el salón también se ha convertido en despensa. Una despensa en la que se fusionan el pan, los restos de cereales, los abrigos y las bufandas, con un toque que le dan los bolsos y las bandoleras. ¡Eso sí que es una buena percha del cachondeo! 

Ana continúa con el puzle que tiene sobre la mesa, cada vez son menos las piezas que tiene que encajar, y cada vez la imagen que representa se ve más completa. El sol entra por nuestra ventana, aunque fuera hace un frío que pela. ¡Pela hasta manzanas! No entendemos por qué no nieva ya de una vez. Los grados ya marcan cifras negativas, por debajo del cero, y no sabemos qué vamos a hacer cuando llegue el invierno. Porque como decía Rocío Jurado en una de sus canciones: “el invierno llega, aunque no quieras”. ¡Y ya os diré si llega o no llega! 

Cuando continúo escribiendo mientras Ana sigue con su puzle recibimos una llamada de Aylim. Me dice que anoche se le rompió su bici y que si hoy podemos ir juntos al restaurante con la mía. ¡Pues claro que sí! Cuando yo no tenía bici íbamos en la mía y no pasaba nada. El pobre Gianlu y la pobre Aylim parece que tienen la maldición de las bicicletas. Una mala mujer les ha hecho un mal de ojo y no paran de tener desgracias a dos ruedas. Resulta que se le ha roto un piñón de la cadena o algo de eso. Además nos invita a comer y le decimos que no, que se venga ella a casa que siempre estamos comiendo allí. Nos dice que no, que no puede dejar a su perro tanto tiempo solo. Nos dice que no le gusta comer sola y que es muy triste cocinar para uno mismo, ya que Gianlu se va a trabajar a las dos. Aylim dice que se prepara un plato de arroz, se come cuatro vagos y tira el resto. De la pena que le entra. Así que le decimos que cuando llegue Mary de la tienda que nos vamos a su casa. ¡Pero nosotros llevamos los huevos y el arroz! Pero ella insiste en que no, que tiene un montón de huevos que se le van a estropear. No sabemos qué vamos a hacer con esta Aylim. ¡Es un encanto! 

Una vez que Mary está en casa nos vamos los tres juntos hasta la casa de Aylim. Llegamos y cada vez nos parece que estamos más cerca de ella. ¡Hay un regalo envuelto en su mesa del salón donde puede leerse “Para Danielo”! Creo que es la única persona que le añade una “o” a mi nombre. ¿En serio? Un regalo para mí. Los abro corriendo y es un timbre para mi bici. ¡Qué bien! Ya puedo avisar a los demás ciclistas de que les voy a adelantar o de que el semáforo se ha puesto en verde. Qué ilusión. Mi primer timbre. Después de darle dos besazos a la anfitriona de la casa, preparamos el arroz, unas salchichas en la sartén y unos huevos fritos. Le añadimos un poco de tomate a todo y nos lo comemos en la mesa del salón. ¡Delicioso! 

¡Todavía tiene tarta del cumpleaños de Gianlu! ¡Tiene tarta en la nevera! ¡Y no es una tarta cualquiera! Es la tarta de toda la vida, la que le preparamos de galletas y chocolate. Gracias al cielo hay cuatro trozos de los que disfrutamos como niños y recordamos que estas tartas son como los buenos vinos, que mejoran con el paso del tiempo. Supongo que no limpio el plato a lametazos, como de pequeño, por vergüenza. 

Mary y yo les contamos lo que nos ocurrió anoche cuando veníamos con nuestras bicis dirección a casa. Íbamos pedaleando por la calle del canal cuando decidimos atravesar el puente que se comunica con la calle que cogemos para ir hasta nuestra casa. Un coche venía a lo lejos y yo le dije a Mary que no pasaba nada, que cruzáramos sin ningún problema. “Venga, que no pasa nada” le dije mientras cruzaba la calle hasta el puente. El coche venía cada vez más cerca. Mary puso el brazo en modo intermitente hacia la izquierda, cosa que yo no hizo, y atravesó la calle delante del coche. “¡I am sorry, I am sorry!” empezó a decirles a los del coche. Nosotros seguimos a nuestro rollo y continuamos pedaleando. El coche que hemos dejado atrás acelera y se pone rápidamente en el carril bici delante de nuestras bicis. Se detiene, pone los cuatro intermitentes y se bajan de él dos tipos. Mary y yo ya pensábamos que eran dos matones cabreados que venían a por nuestras bicicletas, pero no. ¡Menos que pudimos leer en sus chaquetas la palabra “Policía”! Mary ya había pensado en darse a la fuga y todo. ¡Qué miedo! Los dos policías se dirigen a nosotros y ponemos las bicicletas en la acera. Nos dan la charla. Nos piden el pasaporte, nos dicen que no podemos ir por las calles de esa manera en la que vamos y que, por favor, les pongamos unas luces a nuestras bicicletas. Mary le dice que la suya se ha roto esta mañana. Una mentira que no tragan ni ellos, obviamente. Yo les digo que la mía está en casa y que siempre se me olvida ponerla. Le intento dar algo de naturalidad al asunto. Dicen que menos mal que Mary, al menos, ha indicado con el brazo y que yo me quite el gorro que llevo puesto, que con él no puedo mirar bien a los lados. ¡Sí! Y cuando estemos a doce grados bajo cero me congelo el cerebro. Menos mal que se han portado bien con nosotros y no les da por multarnos, porque seguro que tenían motivos para hacerlo. Se despiden de nosotros y nos dicen que vayamos a casa andando, al menos hasta que tengamos luces. ¡Somos un cuadro! Siempre nos tiene que pasar algo en esta ciudad. Está claro que nunca sabes qué es lo que te deparan los días. ¡Todo el mundo a comprar luces para bicis! 

Si es que estamos locos. ¿Cómo se nos ocurre ir tanto tiempo por la ciudad sin unas luces en la bicicleta? Algún día tendrían que pararnos y nos tocó ayer. Mary y yo tuvimos miedo de verdad. Vimos parar un coche que no era de policía delante de nosotros y vemos como dos tíos enfurecidos se bajan de él. ¡Los policías secretos que van en coches normales casi nos matan de un susto! Si no morimos por culpa del frío, moriremos porque un policía nos asuste por culpa de una luz que no llevamos. 

Cuando terminamos nuestra tarta y nuestra historieta de policías y de luces nos vamos a trabajar. Cada mochuelo a su olivo. En esta ciudad seguro que el refrán se cambia para decir: “cada cuervo a su tejado”. Mary se va a la tienda de nuevo y Ana, Aylim y yo nos vamos a los restaurantes. Mary trabaja los miércoles, jueves y sábados en el restaurante, pero lo más seguro es que, como a mí me cambiarán a los viernes, ella también vaya los domingos. Qué guay. Esperemos que así sea porque nuestros bolsillos piden a gritos ser llenados. 

Un día más en el restaurante. Me gusta ir al restaurante y conocer cada vez más a la gente que allí trabaja. Me encanta entablar conversaciones con ellos, que me pregunten, que se interesen y que les cuente y que me cuenten. Me gusta la gente que trabaja allí. Me lo paso bien, es un trabajo entretenido. Duro, pero entretenido. Ya me da tiempo casi todos los días a poner la lavadora y la secadora en el restaurante, cosa que no es una obligación para mí. Me gusta hacerlo, me hace sentir bien. Los sitios donde se colocan las cosas ya te los conoces casi todos, los platos ya sabes colocarlos en la bandeja para que quepan el mayor número de ellos, las ollas ya no se acumulan a tu lado y las patatas fritas que algunas camareras no tiran a la basura siguen viajando hasta tu boca. He descubierto que hay dos tipos de camareras: las que tiran las patatas fritas a la basura y las que no. Las que tiran toda la comida a la basura, menos las patatas fritas, molan. Las que lo tiran todo, incluidas las patatas, no molan. 

Mary me envía un mensaje para decirme que ya ha salido de la tienda y que ya está en casa, así que en cuanto termino de limpiarlo todo cojo la bicicleta y me voy nuestro dulce hogar. Ana saldrá más tarde y llegará más tarde, por eso nunca quedo con ella para regresar juntos. Al llegar Mary y yo vemos un par de capítulos de Prison Break, los dos últimos de la segunda temporada. Nos contamos las cosas que hemos hecho en nuestra ausencia. Mary me dice que se ha subido de nuevo a las escaleras para colgar una lámpara del techo de la tienda y que Marleen ha temido por su vida, pues no quería que su chica española de prácticas quedara plegada en el suelo como una pegatina. Al final no ha pasado nada malo y Marleen ha podido respirar tranquila, traspasando su corazón del puño a su lugar de siempre. Ha vuelto a decirle “You are a monkey” (Eres un mono). Además Mary estaba preocupada. Marleen ha salido un momento de la tienda, mientras que Mary estaba ordenándolo todo un poco y ¡zás! Ha roto algo. Marleen ha llegado y Mary le ha dicho: “Marleen. I am sorry but I broke a lamp with my bottom” (Marleen, lo siento pero he roto una lámpara con mi culo). Y Marleen se ha reído a carcajadas. Siguen pasándoselo de lujo juntas. 

Al terminar nuestros capítulos de esta serie que nos tiene en un sin vivir, a pesar de que yo ya la haya visto, nos vamos a nuestro torreón del castillo. Nuestros colchones y nórdicos nos llaman desde hace un rato. Nos acurrucaremos todo lo que podamos y más, nos seguiremos acurrucando porque el invierno está por llegar. Y el invierno llega, siempre llega, aunque no quieras. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos Eindhoven.

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