Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 28 de diciembre de 2012

"Free time, free lives"

23 de Diciembre de 2012.

Nos quedamos en casa hasta las cinco y media de la tarde, más o menos. La noche fue larga, se nos fue de las manos. La fiesta siempre se nos va de las manos. Amanecemos tarde, al igual que llegamos tarde. Nos tumbamos en nuestros colchones y comenzamos a dormir del tirón, hasta las tantas del mediodía. El día se nos pasa en la cama, es lo que tienen los domingos y es lo que tiene salir de fiesta los sábados. Nosotros intentamos que los domingos no se conviertan en días vagos e intentamos convertirlos en días en los que poder disfrutar. Aunque una semana más Ana tiene que trabajar a las seis en el restaurante y, en cambio, Mary y yo tenemos libre el día. Es un fastidio, por no decir otra cosa, que no tengamos los tres los mismos días libres. El único día en el que coincidimos son los lunes. ¿Qué le vamos a hacer? No le pedimos peras al olmo, pero sí días libres a la semana, tiempo libre al tiempo. 

Aborreciendo la cerveza y con ganas de comer sobrevivimos hasta las cinco y media, hora en la que Ana se despide de nosotros y se va al restaurante y hora en la que Mary y yo nos vamos hasta casa de Aylim y Gianlu. Nos despedimos de ellos anoche a las cuatro de la mañana y ya los echamos de menos, llevamos mucho tiempo separados. ¡Vamos a nuestra segunda casa! ¡Ana! Que te sea leve y te vemos luego. 

El timbre de Gianlu y Aylim no funciona, o funciona cundo le da la gana. Así que, en su defecto, el perro de la casa ladra cuando nota nuestra presencia en la puerta. ¡Chulo! Así se llama el perro que se parece al perro de Pocahontas y al de los Hombres de Negro. ¡Hola Chulo! ¿Dónde has quedado a Will Smith o tú eres más de ir en canoa con la india del Nuevo Mundo? Sea lo que sea, y no viniendo a cuento de nada, Chulo huele mal. Sí, los perros huelen a perro, pero Chulo huele peor aún. Y encima como es de esa raza pequeña y hacen esos ruidos tan raros, como si les costase respirar, se parece un poco a un cerdito. Pero no a Babe, el cerdito valiente, precisamente. 

Saco mi cámara de video de la bandolera y al entrar en su casa imito a los de “Españoles por el Mundo”. Grabando a Gianlu y a Aylim me hago pasar por un reportero y les entrevisto como si fueran una pareja de desconocidos. Me encanta hacer el tonto, ya lo sabéis. “Aylim háblame de cómo os conocisteis o no, mejor. Háblame de cómo colgaste esa lámpara del techo” le digo mientras pongo voz de reportero y le meto el objetivo de la cámara en las narices. Aylim, como no podría ser de otra manera, me sigo el rollo. Al terminar de hacer el tonto nos ponemos un poco más serios. Ha llegado la hora de la verdad, de la gran verdad: Mary tiene que cortarle el pelo a Gianlu. 

Cuando Gianlu descubre que Mary tiene pensado cortarle el pelo con las mismas tijeras con las que cortan el pescado pone cara de espanto. Creía que Mary tenía tijeras, peines y máquinas apropiadas para el pelo. Cuando descubre que sus ideas eran erróneas tiembla y se niega a que Mary toque su pelo. Se niega, dice que no. Le intentamos convencer mostrándole mi pelo y diciéndole que ella me lo ha cortado. Que me mire bien el pelo y que descubra por el mismo que sabe cortarlo. Gianlu no parece muy convencido. “Que no cariño, que yo voy al turco y le pago quince euros” le dice a Aylim, casi suplicándole para que no le quede en manos de Mary Manostijeras. Pero no hay remedio. “¡Gianlu: que el turco te queda el pelo fatal!” y le convencemos, y se sienta en un taburete en el servicio. Bajos sus manos pude verse la enfadad y a la vez triste cara de Gianlu, que reza para sí mismo deseando ver una buena imagen cuando se asome al espejo. ¡Tranquilo, te quedará guapo! “Si me quedas mal te meteré en el horno, porque cabes en él, y te como” son las últimas palabras de Gianlu a Mary, antes de que coja las tijeras. Mary se siente presionada. Es broma. Yo no digo nada. Y Mary comienza a dar tijeretazos. 

Mientras el suelo del baño continúa llenándose de pelos comenzamos a hacer la comida. No hemos comido en casa porque hemos quedado con ellos. ¡Pasta! Gianlu nos preparará pasta, en modo de agradecimiento por el corte de pelo. Le guste o no el resultado, tiene que hacernos la comida. ¡Ha hecho tiramisú! Tenía que hacer el postre para la cena de mañana de Nochebuena con su familia y le ha sobrado. Ha podido hacer dos tarros más y nos los comeremos después de la pasta. 

Con una lista de música sonando en el Youtube, con una pasta cociéndose y con un corte de pelo casi finalizado comenzamos a poner la mesa. Los cuatro platos, los cuatro vasos, cubiertos, servilletas y todo lo que podemos incluir en la mesa queda colocado bajo la lámpara que colgaron el otro día Mary y Aylim. Ya está, Aylim ayuda a Mary a dar por finalizado el corte de pelo y Gianlu se quita la toalla que rodea su cuello, se levanta de la silla y, lentamente, con valentía, consigue mirar su rostro en el espejo. Comienza a tocar su pelo con las manos. Parece que le gusta, pone buena cara y una sonrisa se dibuja en su rostro. “¡Me gusta!” nos dice mientras se ríe y nos mira. “¿No ves Gianlu? Hay que tener un poco de confianza” le digo mientras veo cómo abraza a Mary. Ella se alegra por el resultado, y porque no va a cocerse dentro de un horno. Nos encanta cómo ha quedado. Muy bien Mary. Te nombramos la peluquera oficial de Gianlu, ya que a Aylim si que no le deja ni acercarse. 

Después de la sesión de peluquería y estética nos sentamos a la mesa y disfrutamos de la rica pasta que Gianlu ha preparado. Riquísima. No puede estar mejor. Más tarde nos dejamos enamorar por el tiramisú que ha preparado también él mismo y, con el tupperware vacío decidimos jugar al Monopoly. Pero al Monopoly con cartas, no con tablero. La pareja de enamorados nos explican las reglas del juego y, cuando parece que más o menos las hemos pillado, comenzamos a jugar. Al principio no le veo la gracia pero después engancha. ¡Cómo nos gusta! No consigo ganar ninguna de las partidas pero me gusta jugar. Eso de jugar con dinero falso y propiedades ficticias nos gusta. ¡Qué lástima que el dinero también sean cartas y no billetes recién sacados de un cajero! 

La lista de música, la misma que hemos puesto hace unas horas, no se detiene y nos sigue ofreciendo temazos que nos encantan. Es una pasada, nos encanta la música. Seguimos jugando a las cartas, a miles de juegos diferentes. Seguimos bebiendo agua, en mi caso, y tés de todos los olores y sabores, en sus casos. No me gusta el té. No entiendo por qué a todo el mundo le gusta y a mí no. Me encanta como huele pero ese sabor a agua con colorante, y encima caliente, no es agradable para mi boca. No sé, no me gusta el té. Y aylim me hace mucha gracia porque se pasa todo el día ofreciendo cosas que poder llevarnos a la boca y todas sus ofrendas terminan en la palabra “té”. Os pongo un ejemplo: “¿Os apetece comer algo? Unas patatas, chocolate, galletas ¿O preferís beber? ¿Queréis agua, cerveza… un té?” y así intenta cebarnos durante toda la tarde. Creo que nos quiere poner gordos para Navidad. En mi caso ya no termina sus frases ofreciéndome té, si no que lo hace con la leche. “¿O un vaso de leche, quieres leche?” me dice, después una sonrisa se dibuja en mi cara y eso le sirve como respuesta. En serio, parece que estamos como en casa. Aylim lo consigue con los ojos cerrados. 

Con el Chulo, el perro que huele raro, rondando por nuestros pies continuamos con nuestra tarde de juegos de cartas. Disfrutamos de nuestro domingo, de nuestros días libres, de nuestras vidas libres. Somos como aves que vuelan a su libre albedrío por los cielos, solamente que somos personas que jugamos a las cartas sobre una mesa de salón. Pero jugamos a nuestro libre albedrío, bebiendo té, o leche. 

Nos meamos de risa jugando. Aylim nos enseña un juego de cartas al que llama “La Brisca”. Le digo que parece el nombre de una choni poligonera de un barrio chungo. La Brisca. “Pues esta tarde he quedao con la Brisca pá beberme unas birras…” y nada, nos enseña a jugar y nos gusta el juego. Es entretenido, pero no tan divertido como jugar a “Burro”. Éste es el juego en el que te reparten cuatro cartas y tienes que conseguir que las cuatro sean mismo palo. Vas pasando las cartas que no quieres a tu compañero de al lado y el primero que consiga juntar las cuatro iguales grita la palabra “burro” y pone la palma de su mano en el centro de la mesa. El último en poner la mano sobre la mano de su compañero va perdiendo. Gianlu se indigna porque es muy lento mirando las cartas, dice que no le da tiempo y que, cuando menos se lo espera, alguno ya hemos conseguido las parejas para ganar. “¿Cómo la haces para mirar tan rápido?”. Nos dice que en Italia es el mismo juego pero que se llama “Merda” y que en vez de decir “burro” dices “merda”, pero que las reglas del juego son las mismas. La única diferencia es que los perdedores van acumulando las letras que contienen la palabra “burro” en la versión española y en la versión italiana van cogiendo kilos de mierda. Sí, habéis leído bien. Cogen kilos de mierda. Reparten las cuatro cartas a cada jugador y las cartas restantes las utilizan para que los perdedores vayan cogiendo carta por carta sus respectivos kilos de mierda. Si coges una sota tienes diez kilos de mierda, si coges un rey pues doce kilos de mierda y así hasta que formas un buen montón de mierda. Así que jugamos al “Burro” al estilo Espaliano, la fusión entre español e italiano. 

Mary recibe un mensaje de Marleen y le dice que si mañana puede ir a una oficina a recoger una cosa. Mary le dice que sí y continúa jugando a las cartas. Ana nos dice que ha terminado de trabajar, pero que se van a quedar en el restaurante cenando. Ana dice que se lo van a pasar muy bien, así que nos alegramos por ellos y esperemos que disfruten como estamos disfrutando nosotros. Si no tienes un domingo libre, conviértelo en libre y vívelo como si fuera de esa manera. 

Continuamos con la diversión, con las risas, con los vasos de té y de leche, con las galletas, los chocolates y las palomitas. Los juegos de cartas y las carcajadas. Nos lo pasamos bien, muy bien. Las horas pasan volando sentados sobre aquella mesa de salón. Aylim le estropea a Gianlu los dos cafés que ha intentado tomarse en toda la tarde. Uno de ellos lo llena de basura cuando recoge la mesa para jugar a las cartas y en el otro mete, sin querer, una cuchara que el perro se ha metido en la boca. Sí, el perro sea metido una cuchara de café en la boca porque Aylim lo ha sentado a la mesa y ha intentado que juegue a las cartas como uno más. Obviamente se ha convertido en una misión fallida. “Mi novia parece un porco comiendo” nos dice Gianlu cuando ve a Aylim abrazando al cuenco de las palomitas, mientras las devora casi con gula. “Porco” es cerdo en italiano, por si alguien no se lo ha imaginado. 

Aquí seguimos, jugando a las cartas y comiendo tiramisú. Nuestros domingos libres son entretenidos, no nos podemos quejar. No le pedimos peras al olmo, pero el olmo nos da peras. Así son nuestros días libres, nuestros domingos libres, nuestras vidas libres. ¡Burro! Y corriendo ponemos las manos en el centro de la mesa, como en todas las partidas Gianlu es el último en poner la mano sobre el montón de manos. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

2 comentarios:

  1. Muy buen blog que define perfectamente lo que se trata bloguear, escribir un diario sobre lo que hacemos.
    Muy buena tu historia, no conozco Holanda pero algún día la conocere.
    Saludos

    Oliver

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    1. Hola OLiver. Muchas gracias por tu comentario y por todo lo que dices en él. Me alegra saber que te gusta la historia que estamos viviendo y cuando decidas visitar Holanda no olvides pasar por Eindhoven. Un saludo. Dani.

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