Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

lunes, 17 de diciembre de 2012

"Dos extraños en la calle"

14 de Diciembre de 2012.

Son dos extraños los que pasaron desapercibidos ante aquel andén de una estación de tren, los que quedaron petrificados al contemplar sus miradas y los que se agarraron de la mano la tercera o cuarta vez que se vieron al cruzar la calle del centro de aquel diminuto pueblo. Son dos extraños los que se sientan junto a una mesa a charlar sobre el paso de la vida, los que contemplan las agujas de un reloj quedando encadenados al sonido de los segundos y los que toman una cerveza en un bar siendo testigos de cómo las gotas frías de agua recorren los vasos de cristal, bajo el sol abrasador de una tarde de verano. Son dos extraños los que se declaran amor eterno, los que deciden avanzar con su vida y los que quieren ser padres. Son dos extraños los que estudian literatura todas las tardes en una silenciosa biblioteca, los que leen poesía y los que se dedican versos bajo la luz de una blanca luna de invierno. Son dos extraños los que comparten una sonrisa ante una cámara de fotos y los que bailan al compás de la misma música, los que trabajan en una mesa frente a la otra, las cajeras de un supermercado que se dan los buenos días cada mañana, los dependientes que ayudan a que sus clientes escojan los mejores zapatos y los pasajeros nerviosos que se encuentran en asientos continuos, esperando a que su vuelo comience su viaje. Son dos extraños los que comen en la misma mesa, los que se cuentan el mayor de los secretos, los testigos de un crimen y los amantes que comparten las mismas sábanas. Los que se conocen en una noche de fiesta y los que comparten toda una vida. Son dos extraños los que nunca han compartido una conversación, los que nunca la compartirán, los que se acompañan a casa en una noche de invierno, los que se dan la mano creyendo que están enamorados y la mujer que llora frente al nombre grabado de su marido en una la lápida. Son dos extraños los tipos con barba que se detienen ante ti un día de fiesta, los que te regalan una fotografía tomada en un fotomatón y los que arrancan de tu bicicleta una cesta atada con bridas. Son dos extraños, dos extraños en la calle. Es todo lo que somos y es todo lo que seremos. Dos extraños en la calle. 



Los tres trabajamos hoy en los restaurantes. Mary también, a pesar de que ningún viernes haya trabajado en el restaurante hoy sí lo hará, pues Aylim se ha pedido el viernes libre y Mary la sustituye limpiando en el Vintage, que es el único día que ahora Aylim deja la cocina para regresar a su antiguo puesto de trabajo. Ana sigue en el suyo y yo en el mío. Los tres empezaremos a la misma hora, aunque seguro que a Ana la llaman para decirle que por favor empiece antes. 

Después de disfrutar de una nueva mañana de paseo por el Albert Heijn, comiendo montañas de queso de pruebas y unos panecillos con jamón serrano, del bueno, por encima regresamos a casa con los estómagos llenos. Qué bien sienta desayunar en el Albert Heijn de vez en cuando. Jamón y queso. La combinación perfecta para un despertar. 

Hoy llueve, llueve mucho. El tiempo aquí es un poco complicado. Hay días en los que parece que se detienen las nubes, estancándose en el cielo para ser contempladas. Otros días parece que han cogido un atajo y las nubes se mueven en el cielo tan deprisa como desaparecen las pruebas del Albert Heijn. Cuando no llueve es que no llueve nada. Ni una gota. Aquí no conocen eso de que pueda llover cinco minutos y ya está. Aquí o todo o nada. Hoy parece que toca todo. 

Ana y yo comemos sin Mary, como casi todos los días que va a la tienda. Nos sentamos junto a la mesa, la invadimos de platos y vasos y comenzamos a comer. Mary nos dice que va a venir a las cuatro, pero llega a las cuatro y media. 

Marleen ha tenido visitas en la tienda y han comenzado a beber vino. Mary dice que Marleen estaba un poco pasada de copas de vino. Ella también. ¡Y nos dejamos sorprender por la vida secreta de Marleen! De la diseñadora que creías saberlo casi todo se convierte en una extraña de un día para otro. Los lunes no se abre la tienda y algunas tardes deja a Mary sola. ¿Por qué? Pues porque Marleen tiene otro trabajo, es pluriempleada. Por las mañanas es diseñadora y por las tardes se pone una bata blanca y se convierte en fisioterapeuta. ¡Marleen da masajes con estilo! Le ha dicho a Mary que trabaja cerca de nuestra casa. ¡Espera! Debajo de la casa de la chica que nos vendió sus cosas hay un local de masajes. ¿Trabajará Marleen en ese sitio por el que tantas veces hemos pasado para subir a por las cosas de la mudanza? 

Sigue lloviendo cuando Ana se va al restaurante. Va a las cinco porque han vuelto a llamarla para que empiece antes. Seguro que tienen mucho trabajo y así podrá terminar con más facilidad. Mary y yo nos preparamos y a las cinco y media cogemos nuestras bicicletas. Yo sigo con la que teníamos en la terraza. Poco a poco la voy queriendo un poco más, pues he descubierto que si la tratas con cariño y no das pedaladas muy fuertes la cadena no hace ruidos raros. 

Mary hoy está atareada en el restaurante. Hay una fiesta privada y tengo que esperarla en la puerta hasta que sale. Will y Desiré me dicen que si entro a ayudarla que entre con cuidado hasta la cocina, que no moleste mucho a la gente que habrá por medio. Así que cuando yo termino de fregarlo todo me voy hasta el restaurante donde trabaja Mary y la espero en la puerta, prefiero no molestar a nadie. Aylim hoy está en casa, no ha ido a trabajar y supongo que estará mejor de su resfriado. Todo el mundo en el restaurante me pregunta por ella. Se nota cuando no viene, no canto de la misma manera. ¡Soy gitano y vengo a tu casamiento a partirme la camisa, la camisita que tengo! Sí, ahora nos ha dado por Camarón. 

Mary y yo ya estamos juntos en la puerta del restaurante y dejamos dentro a toda la gente que sigue de fiesta. Mary ya ha limpiado todo lo que tenía que limpiar y le han dicho que no hace falta que espere hasta que todo el mundo se vaya. Pues ya está. Que sigan con la fiesta. ¡Gianlu! No, no me he vuelto loco. Gianlu, el novio de Aylim, se encuentra con nosotros o nosotros con él y decidimos ir a tomar algo. Vamos, como siempre, al Dr. Ink, el bar de la música que nos gusta y que está enfrente del Vintage, el restaurante donde friega Mary. 

En principio iba a ser solamente una cerveza, pero después llega la segunda y después de la segunda el camarero nos invita a una tercera. ¡Vaya tela! Aylim en casa tosiendo y nosotros aquí prometiéndole que solamente iba a ser una cerveza, y llevamos tres. Gianlu parece estar muy emocionado con eso de que “Las Cartas de Holanda” estén participando en el concurso de 20 minutos y parece que tiene la necesidad de ponerle títulos a todas las cosas. Estábamos sentados bebiendo nuestras cervezas cuando un amigo de Gianlu pone su vaso sobre una de las lámparas, que comienza a girarla sobre sí misma más tarde. “Las Cartas de Holanda: Las lámparas locas” dice el novio de Aylim mientras ve el efecto del vaso de cerveza sobre una lámpara que gira sobre sí. 

¡Vámonos para casa! Tranquila Aylim, es que nuestra cerveza se ha hecho un poco larga. Cada uno cogemos nuestra bici y comenzamos a pedalear hasta casa. Como era de esperar el destino no quería que nos fuéramos tan pronto y, en vez de una cuarta cerveza, nos topamos con dos tíos con barbas largas y pelos largos que quieren entablar conversación con nosotros. Uno de ellos intenta montarse en la bici de Mary, en el porta paquetes, lo que pasa es que lleva una cesta atada con bridas de mala calidad y el muchacho no se monta, si no que sale corriendo a su lado mientras la saluda. Gianlu y yo nos miramos extrañados con caras de “¿Qué pasa ahora?”. Pues eso pasa. Mary detiene su bici, Gianlu la suya y yo la mía. ¡Los dos chicos de pelos y barbas largas comienzan a hablar con nosotros! Que no, que no Robinson Crusoe que no os podéis montar en la bici de Mary, ¿no veis que tiene una cesta? Gianlu mira al cielo y con las manos en alto exclama algo dedicado a su novia. “Cariño lo siento. ¡Iba a ser una cerveza pero no sé qué pasa! No te explicaré nada al llegar a casa y dejaré que lo leas todo en las cartas” y me mira sin creer lo que pasa. Mary sigue charlando con los tipos de barbas. Nos enseñan una tira de fotografías que se han realizado en un fotomatón. Mary se las pide y ellos se las regalan. ¡Venga! Vámonos por favor. Nos despedimos de los barbudos y comenzamos a pedalear. ¡Pafff! ¿Y ahora qué pasa? Gianlu y yo nos miramos, después miramos hacia atrás y descubrimos a Mary detenida sobre su bici mientras observa cómo uno de los barbudos se ha quedado sin querer con su cesta en la mano. Sí, ha arrancado la cesta de la bici y ha llenado el suelo de bridas malas. ¿Desde cuándo una brida que se cierra se vuelve a abrir? De nunca. Pues éstas sí se abren de nuevo o si no que se lo pregunten a Robinson Crusoe, que se ha quedado con la cesta en la mano. Mary maldice a los cuatro vientos. Seguro que todo el mundo nos mira con caras raras, pero nos da igual. “Las Cartas de Holanda: Dos extraños en la calle” dice Gianlu, continuando con los títulos a todas las cosas y dándome una idea para el de la carta de hoy. 

Y nos vamos a casa, si el destino nos lo permite. Mary le arranca de las manos la cesta a Robinson Crusoe, al igual que él la ha arrancado minutos antes de su bici y empezamos a pedalear. Gianlu en busca de una Aylim resfriada en el salón y nosotros en busca de un colchón que nos arrope del frío. La cesta dormirá divorciada de su bici, en el salón. La foto de los tipos de las barbas se unirá al montón de cosas sin sentido que empapan la estantería fabricada con un pallet de madera y un sonido de tos, desde la puerta de nuestra casa, acompañado por la banda sonora de las ruedas de una bicicleta nos anunciarán que Ana ha llegado a casa. 

Nuestras bicis seguirán durmiendo en la calle, excepto la de Marleen que es la dueña de las escaleras. Ana sube a casa y charlamos los tres en el salón antes de irnos a los colchones. Mañana es sábado y tendremos una nueva noche loca, pues ahora celebraremos el cumpleaños de Aylim. ¡Sigue un poco resfriada pero esperemos que para mañana esté al cien por cien recuperada! Si no lo está, ya la animaremos nosotros. 

La noche continúa y nuestras conversaciones divagan entre los temas que menos nos esperamos. Nuestra vida aquí y las cosas que nos pasan suelen ser los temas protagonistas de nuestras noches. Nos hemos propuesto un reto, un reto eterno y para toda la vida. Cada día intentaremos dejar de ser menos extraños entre nosotros. Cada día dejamos de serlo para no parecernos a esos dos extraños que pasean por la calle. Dejaremos de serlo, algún día. Aunque, ya os lo digo, siempre es complicado. 



Son dos extraños los que pasean por la calle, dos extraños. Aunque conozcas a una persona desde el principio de sus días, durante el resto de sus días y te alimentes de ella hasta el final de su vida siempre seréis un poco extraños, el uno para el otro. Siempre. Es inevitable no serlo. Pues no hay nada más extraño en este mundo que el interior de cada persona. Ya que incluso cada persona es un propio extraño para sí mismo, para siempre, para el resto de su vida. Una persona y ella misma siempre serán eso, con los demás y con ellos mismos. Siempre. Es inevitable. Como dos extraños en la calle. Intentaremos dejar de serlo, día tras día. Durante el resto de la vida. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

Dedicado a todas esas personas que se dedican durante el resto de sus vidas a intentar dejar de ser extraños, entre los demás y entre ellos mismos.

2 comentarios:

  1. Si que es cierto lo que comentas de la lluvia, creo que es un fastidio el hecho de que llueva tanto. Este verano he estado allí y no dejó de llover ni un solo día.
    Saludos desde La Rioja
    Paca

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    1. ¡Hola Paca! Pues sí que es un fastidio eso de que llueva todos los días, aunque terminas acostumbrándote a ella y haces vida normal. Un saludo desde Eindhoven. Muchas gracias por leer las cartas. Un abrazo, Dani.

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