Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

"Libres domingos y domingas"

16 de Diciembre de 2012.

Hay días en los que te despiertas con unas expectativas, unas expectativas que, sin quererlo, se ven truncadas a lo largo del día y terminas haciendo otras cosas distintas de las que tenías planeadas. Los domingos son días muy complicados. A veces trabajas, otras veces te tumbas en el sofá y dejas que se termine el día sin haber hecho nada, otros días estás repleto de cosas y, sin embargo, otros te quedas sin hacer nada. Los planes varían a lo largo del día, a lo largo de la mañana. Estas lecciones de la vida y del curioso destino nos ayudan a poder afirmar que no hay que planear nada, que hay que dejar que los días sigan su curso sin que nadie los modifique. Hay que dejar a los días libres, que formen su propio canal, como las corrientes de agua forman los ríos. No vale la pena planear nada. Los domingos son el perfecto día para llevar a cabo esa conclusión. Por lo tanto hay que dejar que sea el propio domingo quien decida si se va a convertir o no en un libre domingo. En uno de esos libres domingos y domingas. 



Hoy no trabajo en el restaurante y Mary tampoco. Ana sí que trabaja, ella tiene libres los lunes y los martes. Lo que iba a ser un domingo en el que comiéramos los tres juntos, en el que nos pasaríamos la tarde viendo películas en el sofá y comiendo chucherías (cuando digo chucherías me refiero a palomitas, que es lo único que tenemos en casa) se convierte en un domingo solitario y aburrido, al menos sí hasta por la noche. 

Nos despertamos y los planes de pasar el día en casa ya estaban pensados desde días atrás. La llamada que lo cambia todo estaba a punto de llegar a nuestras vidas. Esas llamadas. Malditas llamadas. ¿No seríamos más felices si viviéramos sin llamadas de teléfono? Si es algo urgente corres e intentas decírselo a la cara, los problemas graves se tratan a la cara. Y si se trata de una buena noticia, ¿qué mejor manera de entregarla a la cara, cara a cara? No es lo mismo decir cosas por teléfono que decirlas en persona. Hay que ver las reacciones de nuestro compañero, hay que experimentar cómo se crea una sonrisa o cómo deja que la desilusión se apodere de su rostro. Las llamadas no deberían de existir o, al menos, no hoy. 

El teléfono de Ana comienza a sonar. Es su jefa. Ana contesta la llamada lo más rápido que puede y durante la conversación nos enteramos de qué es lo que ocurre. Una de las camareras no puede ir esta tarde a trabajar y necesita que Ana se quede tras de la barra, haciendo la función de camarera. ¡Pero si Ana no ha sido camarera en su vida! ¡Qué más da! Algo nuevo que va a aprender. ¿Y quién va a fregar los platos y los cacharros de cocina? ¡Solución! La jefa de Ana le dice que si su hermana puede ir esta tarde a hacer la función de friega platos. ¡Mary! Así que Mary, pensando en su hermana antes que en su día libre, le dice que sí y el domingo que iba a ser uno de esos libres domingos y domingas se convierte en un simple domingo, aburrido y solo. 

Mary y Ana se van a las cuatro y media porque tienen que empezar a trabajar a las cinco. No comemos juntos, pues comen en el restaurante porque no les da tiempo a comer en casa. ¡Yo me hago un sándwich! No hay problema en ello. Pues nada, ¡nos vemos esta noche! Que se os de bien y que sea leve. ¡Mary ya no va a poder hacer de su domingo uno de esos libres domingos y domingas que tanto le gustan! 

Así que en mi tarde solo en casa me dedico a escribir, a ver alguna película y a quedarme un poco aperreado en el sofá. Aylim y Gianlu vienen a casa, a las seis de la tarde más o menos. Vienen con una bolsa cargada de ropa sucia y dicen que si es posible que les ponga una lavadora. ¡Pues claro! Siguen con la lavadora estropeada y nosotros le podemos hacer un buen servicio de lavandería. Vienen los dos muy guapos y arreglados. ¿Dónde van? Pues van a cenar al restaurante donde trabajamos Aylim y yo, al Auberge Nassau. Van a celebrar el cumpleaños de Aylim y se merecen una cena como esa. Cuando regresen a casa me dicen que me avisarán, que vendrán a por la ropa y me iré con ellos a casa. ¡Eso está hecho, no tengo nada mejor que hacer! 

Así que, mientras Ana y Mary siguen trabajando en los puestos que ninguna de ellas se esperaban, comienzo a ducharme y a vestirme para que cuando Aylim y Giablu terminen de cenar me pueda ir con ellos hasta su casa. 

Cuando se van acercando las nueve de la noche recibo una llamada de teléfono. 

-Hola, buenas noches.-respondo poniendo una voz cómica, como si estuviera imitando a alguna tele operadora. 

-Hola, buenas noches.-me responde desde el otro lado del teléfono una voz femenina. -¿Hablo con el servicio de lavandería? 

-Sí, es aquí.-le respondo con el mismo tono que antes, continuando con la broma que ha empezado nada más descolgar la llamada. –Si desea pedir cita para poner una lavadora pulse uno, si desea recoger un pedido pulse dos y si desea hacer ambas cosas pulse tres.-pongo voz de máquina mientras digo todo esto. 

-Espere, espere, que pulso el uno… -un “pi” suena al otro lado. –Y también pulso este… -otro “pi” suena de nuevo. -¿Está mi ropa limpia? 

-Espere un momento por favor, que lo confirmo con mi ayudante. –le digo inventándome que tengo un ayudante de lavandería. –Parara pa parara pa papa parara.-comienzo a tararear un tono de esos que te ponen siempre al teléfono cuando te dices que te mantengas a la espera, por favor. –Parara pa papa pararara pa papa. Manténgase a la espera, por favor. Parara pa parara pa papa. –Aylim ya no puede decir ni una sola palabra. No puede parar de reír y me contagia, una risa contagiosa nos invade a los dos y perdemos más de un minuto riéndonos con los teléfonos pegados a la oreja, mientras que Gianlu, que no entiende qué está pasando, mira a Aylim con cara rara y le pregunta por qué se ríe tanto. 

Cuando la risa cesa y todos estamos calmados me dicen que ya han terminado de cenar, que han comido mucho y muy bien, que vienen camino a casa y que me prepare que vienen a por mí y a por la ropa. ¡Venga! Espabilaos que nos vayamos ya a vuestra casa, que llevo una tarde muy aburrida. 

Llegan a casa, les lanzo las llaves de la puerta por la ventana, como casi siempre, y les espero en el salón, mientras me pongo el abrigo y el resto de prendas que me protejan del frío. Suben a casa, recogemos la ropa y nos vamos a su casa. Llevamos una bolsa de ropa seca y otra bolsa de ropa recién sacada de la lavadora. Cuando estábamos en la habitación cogiendo su ropa seca del tenderete parece que nos habíamos transportado a un mercadillo. “No, esta es mía” decía uno. “Esta y esta son mías” decía la otra. “Esta camisa es tuya, porque mía no es” le decía a Gianlu. “Estas bragas son de Mary o de la Ana” decía Aylim, apartándola de las suyas. “¿Esta camiseta negra de quién es?” dije yo, sin saber que era mía. Y así hasta que el tenderete se vació y la ropa quedó bien separada. 

Llegamos a casa de la pareja y esperamos a que lleguen Pedro y Mónica, ya que también van a venir a pasar un rato en el acogedor hogar que nos arropa casi todas las noches de domingo. También va a venir Iñaki, otro chico español que sale con nosotros y que forma parte del grupo. ¡Formamos un buen grupo de españoles! 

Dejamos a Aylim en el salón, mientras compra los billetes de avión para irse a España en febrero, y el resto nos metemos en la cocina de la casa. ¡Vamos a prepararle una sorpresa! Mónica y yo colocamos un montón de gofres en un plato de cerámica, formando con ellos una flor en la que los gofres se convierten en pétalos. Pedro y Gianlu cogen un bote de nocilla y lo calientan con el método tan socorrido conocido como “el baño María”. Iñaki nos saluda uno por uno, ya que acaba de llegar a la casa. Con los gofres extraídos del horno y la nocilla muy líquida preparamos la especie de tarta de calorías y azúcares. Gianlu vierte el chocolate encima de los gofres, Pedro los decora con nata y Mónica y yo ponemos una vela en el centro de la flor y la encendemos con cuidado. ¡Qué buena pinta tiene esto! 

Llevamos la tarta a la mesa donde está Aylim, mientras le cantamos el cumple años feliz, y nos sentamos todos con una cuchara en la mano. Atacamos todos al mismo plato, todos comemos del mismo. Continuamos charlando, los gofres con chocolate y nata se terminan, el plato queda limpio, Aylim ya tiene los billetes para España y Pedro y Mónica se van a pasar las navidades con su familia, se van el martes. 

Como era de esperar jugamos al juego que tanto nos gusta, al de adivinar personajes escritos por nosotros mismos en las tarjetas de papel. Aylim y Mónica juegan juntas, Gianlu y Pedro repiten como pareja e Iñaki y yo nos estrenamos. Las risas son inevitables y las meteduras de pata también. Solamente jugamos una partida, es tarde y estamos cansados. Así que nos despedimos de Mónica y Pedro, que no los volveremos a ver hasta el año que viene. Qué lejos suena eso, pero es que no queda nada para que nos invada el 2013. Cuesta despedirse de ellos, nos conocemos desde hace unas semanas y ya parece que los conoces de toda la vida. Supongo que el estar lejos de nuestras familias y amigos nos obliga a que formemos un grupo nuevo de amigos más fuerte de lo normal, un buen grupo al que nos aferramos y al que más que amigos los consideramos poco a poco como una nueva familia. Es todo lo que tenemos aquí, los unos a los otros. Todos vinimos solos y ahora nos apoyamos los unos en los otros. Así que más que un grupo de españoles somos una familia que se forma y se hace fuerte con el paso del tiempo. 

Mónica y Pedro se van a casa. ¡Qué paséis una feliz Navidad y disfrutéis de vuestra estancia en España! ¡Traednos algo de España! Iñaki y yo nos vamos con las bicicletas, él también va a pasar las navidades en España. Aylim y Gianlu se quedan en su casa, se quedan todas las navidades en Eindhoven, como nosotros tres. Cuando estoy llegando a casa me despido de Iñaki y le deseo una feliz Navidad. ¡Trae algo de España! 



Cuando menos te lo esperas los planes se truncan, provocando que los que anteriormente iban a ser de una manera ahora se convierten en otra muy diferente. Puedes llegar a decepcionarte, a entristecerte, si el resultado no te gusta. Si los planes son mejores que los que tenías en mente te alegras y sonríes, dando gracias a ese cambio que lo ha provocado. Los planes cambian, al igual que las expectativas. Al igual que una llamada consigue modificar el rumbo del día, a veces esa llamada te queda solo en casa y a veces, otra llamada, te saca una sonrisa y consigue extraerte de la soledad. Te recupera, te salva. 

No hay que hacer planes, no vale la pena. Hay que dejar que los días sigan su propio rumbo. Hay que dejar decidir al día si quiere o no quiere ser de la manera que nos esperamos. Hay que dejarlos correr, que decidan por ellos mismos, porque lo que creías que se había convertido en un domingo normal puede variar, cambiar su rumbo y sorprenderte de nuevo, convirtiéndose en un nuevo día, en esos que tanto te gustan, en uno de esos días en los que el desenlace no es como lo imaginabas. Cualquier día, tenga el principio que tenga, puede modificar y convertirse en algo totalmente diferente, logrando llegar a ser uno de esos que tanto te gustan. No hagas planes y deja que el día decida por el mismo, deja que el día te sorprenda. Deja que se convierta en un día de esos que tanto te gustan, esos que conoces como los libres domingos y domingas. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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