Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

domingo, 2 de diciembre de 2012

"The flying bird"

01 de Diciembre de 2012.

Los tres cogimos nuestras maletas y nos adentramos en las profundidades del aeropuerto. Dejamos a nuestros familiares tras los ventanales que nos separaban de ellos. Algunas lágrimas conseguían atravesar los rostros, mientras que otras empapaban los pañuelos con las que las secaban constantemente. 

Tuve que quitarme las botas al pasar por el detector de metales. Alguna de ellas pitaba. Ana y Mary pasaron sin ningún problema. Cuando todas las maletas de diez kilos consiguieron pasar el examen por los sensores láser, transportadas en una cinta mecánica, las cogimos y nos dirigimos a la cola de los pasajeros del avión. Antes, tuve que atarme las botas. 

Conseguimos llegar a nuestra puerta de embarque, nos pusimos a la cola y esperamos nuestro turno. Una de las chicas nos pidió los pasaportes y nos dio paso al pasillo que nos llevaría hasta nuestro pájaro gigante. Fuimos los últimos en entrar al avión, los últimos en estar a la cola y los últimos a los que una de las azafatas les dio la bienvenida, deseando el mejor de los vuelos posibles. 

Nuestro pájaro gigante comenzó a batir las alas, quitó los pies del suelo y comenzó a saborear el frescor de las nubes. Nuestro pájaro gigante comenzó a volar. Las nubes comenzaron a estar cada vez más cerca, el suelo cada vez más lejano. La altura, las sensaciones y los nervios nos permitían que fuéramos testigos de la maravillosa travesía, del viaje con destino, del vuelo del pájaro. 



Sábado por la mañana y a las cinco y media trabajamos los tres, aunque a Mary le han dicho que si puede ir antes que será mejor para ella, ya que todos los cacharros que tenga que limpiar se los quitará de en medio antes. Además, mañana Ana tiene una reunión en el restaurante con todos los empleados. No sabemos de qué tendrán que hablar, ni Ana no sabe. 

Nos despertamos temprano como casi siempre. Pero solamente Mary y yo. Ana duerme profundamente. Mary no tiene café en casa y lo necesita, así que me convence para que vayamos al Albert Heijn a comprarlo y así, de paso, desayunamos gratis. ¿Desayunar? ¿Desde cuándo hemos desayunado en el Albert? Mary dice que a lo mejor hay pruebas y podemos desayunar. ¡Vale! Pues nos vamos al Albert Heijn. 

Llegamos con nuestras bicicletas, que las aparcamos en la puerta, y entramos en nuestro querido supermercado. ¡Nada más entrar hay una mesa cargada de galletitas de prueba y mandarinas! ¿En serio? ¿Mandarinas? ¿Desde cuándo no comemos mandarinas? Así que cogemos una cada uno y nos la comemos mientras vamos eligiendo nuestros productos entre las estanterías del super. ¡Queso! Una montaña de queso invade uno de los platos de prueba y al lado otro plato repleto de salami. ¿Qué ha pasado aquí? Al final va a resultar que sí que vamos a desayunar gratis. La montaña de queso va disminuyendo, gracias a nuestra ayuda y a la del resto de clientes también. ¡Qué rico que está! Nos vamos a por un café gratis para Mary, ya que no quiero café, y descubrimos otros dos platos de galletitas, esta vez normales y con chocolate, junto a la máquina de donde sacamos el café. ¡Éstos del Albert Heijn nos quieren cebar! Seguimos disfrutando del queso, del salami, de las galletas de todo tipo, de más mandarinas e incluso Mary mezcla las galletas de chocolate con el queso. Dice que está muy buena esa fusión. ¡Y cuando se termina el queso otra montaña invade otro nuevo plato! Qué pasada. Estamos llenos y solamente veníamos a por un paquete de café, aunque nos vamos con algunas cosas más. 

Con la bandolera repleta de cosas y con los estómagos llenos de comida regresamos a casa. Esperamos que Ana ya se haya despertado. Al llegar Aylim me llama por teléfono para decirme que hoy sí que podemos ir a trabajar juntos, ya que entramos todos a la misma hora, y que si le da tiempo se pasa por aquí un rato antes para tomarse un té. Un té, una de las pocas cosas que te puedes tomar en esta casa. Además Andrea, la compañera de trabajo de Ana, nos envía un mensaje para decirnos que si le da tiempo se puede pasar a tomar un café a nuestra casa antes de ir al trabajo. ¡Queremos invitados en nuestra casa! A los cinco minutos mi teléfono vuelve a sonar y es de nuevo Aylim. ¡Dice que Sinterklaas, que es una especie de Santa Claus, está paseando por la ciudad montado en un coche, rodeado de caballos y con mucha gente alrededor! Aylim dice que parece que ha llegado el Papa. Sinterklaas se celebra el día cinco de diciembre, dentro de unos días, y es como Santa Claus en el resto del mundo solamente que aquí creo que se llama de otra manera. Lo he buscado en internet y tiene la misma pinta de cincuentón barrigón y barbudo que Santa Claus. Puede que sea la misma persona pero con diferente identidad. A lo mejor se cambia la identidad al entrar en los Países Bajos para poder pillar un poco de marihuana más libremente. ¡Qué barbaridad! Santa Claus visitando un Coffee Shop es una idea que no me convence mucho, aunque puedo llegar a imaginarlo. ¡Todo cuadra! Santa Claus se cambia de identidad, entra en Holanda como Sinterklaas, coge un poco de droga y gracias a ella comienza a repartir regalos por todo el mundo bajo el nombre de Santa Claus. Anda reconócelo, que de Santa no tienes nada. 

Mary se va a la tienda de Marleen un momento, ya que tiene que entregarle las llaves de la tienda y seguramente la necesita para algo más. Hacen unas cosas juntas y después va a una tienda a comprar dos tés. ¡A Mary se los sirven en dos tazas muy de diseño y que parecen vintage! Marleen y ella se beben e té y después Mary se trae los vasos a casa. Tienen unos dibujos muy chulos, aunque no son vasos buenos, si no que son de plástico. Mary dice que Marleen está eufórica, como casi todos los días, y que se lo sigue pasando muy bien con ella. Además dice que tiene el mostrador y todo el almacén como si un huracán hubiera pasado por ellos. Todo es un desastre y para encontrar algo tardas media hora. Marleen dice que lo siente y Mary, cada vez que tiene tiempo, lo intenta reordenar todo. Aunque días más tarde el huracán Marleen ataca de nuevo y el desorden invade lo ordenado. 

A la media hora, más o menos, un timbre de una bici se escucha en la puerta de nuestra casa. Es Andrea, que intenta avisarnos de que ya está aquí. Sube a casa y dice que qué acogedora está ahora, ya que ella solamente la vio el primer día que pasamos en ella. ¡Andrea solamente ha visto la casa vacía y encima fue la noche que dormimos en el suelo! Aunque creo que varios días después, cuando estábamos liados con la mudanza, también la vio. Pero claro, nada que ver con lo que tenemos ahora. ¡Ya tenemos casa! Cuesta creer que cada noche no tengamos que volver a las camas del albergue. 

Cuando volvemos a quedarnos solos en casa, los tres, comienza la hora familiar y nos vemos con nuestras familias por la webcam. Mary y Ana hablan a voces con los suyos y yo hablo a voces con los míos. Hablamos hasta la hora en la que nos ponemos a hacer la comida. ¡Qué vamos tarde! Como decía mi tío cuando estábamos cogiendo aceitunas: que viene lloviendo y los guarros son del amo. O algo parecido. ¡Aceitunas! Creo que es el primer año que no vamos a ir a cogerlas. Parece mentira pero creo que las echaremos de menos. ¡Pero ahora tenemos que fregar platos! A ver si alguno viene llenos de olivas. 

Mientras preparamos la comida vemos de nuevo al vecino flautista invisible de Hamelín, parece que últimamente lo vemos más. Parece que tiene más vida. Escuchamos, desde la cocina, cómo abre la puerta con las llaves y como se refugia en su hogar, supuestamente lleno de ratones. Los ratones ya visitan menos nuestra cocina y si lo hacen no nos damos tanta cuenta como antes. ¡O se han rendido o los hemos matado a todos o están preparando una venganza desde las profundidades del parquet! 

Después de comer nos preparamos para regresar a nuestros restaurantes, nuestros queridos restaurantes. Mary se va un poco antes que nosotros dos porque le dijeron que es mejor para ella comenzar media hora antes, ya que hay muchas cosas que limpiar y así evita que se le acumule el trabajo. Seguimos fregando platos, cucharas, cubiertos, ollas, sartenes y todo lo que nos pongan por delante. Ana ya está más que en su salsa y nosotros dos ya la estamos calentando, tanto que estamos super contentos. Ellos también están contentos con nosotros. Will, el jefe de los restaurantes junto a Desiré, le ha dicho a Aylim que somos muy buenos y que ojalá algunos holandeses aprendieran a trabajar como nosotros. Qué ilusión. Somos buenos y les gustamos. No nos podemos quejar, estamos contentos. Las camareras del restaurante de Mary le dicen que es muy rápida limpiando y Will me dice que necesita unas gafas de sol porque todo brilla demasiado. ¡Hasta Desiré le dice bromeando a Will que yo puedo ir a limpiar a su casa! Llegaremos lejos con esta gente. 

¡Ha nevado! ¡Hoy ha nevado en Eindhoven! La primera nevada, muy escasa, pero la primera. Cuando Ana y yo seguíamos en casa comenzó a llover y veíamos algunos copos caer gracias a la luz de las farolas de la calle, pero no llegaban a cuajar del todo. Cuando Mary estaba fregando platos salió al patio del restaurante, con el abrigo puesto, y dice que los copos sí que le caían en el negro del abrigo. Dice que se puso a saltar como una loca. Y cuando regresamos a casa, después del trabajo, los gorros, guantes y abrigos se llenan un poco de blanco. Es nieve, la primera nevada. Qué ilusión nos hace ver nevar. Dentro de poco tiempo nos parecerá algo natural, mientras que ahora nos parece algo mágico y prácticamente desconocido. Algún día despertaremos y los tejados y suelos de las calles estarán repletos de un denso manto blanco de nieve. 



Fuimos los últimos en ponernos a la cola y los últimos en entrar en el avión. No es grave, algún pasajero siempre tiene que ser el último. Cuando el pájaro comenzó a moverse pensamos en cómo hubiera sido perder el vuelo, lo que hubiera sido de nosotros sin aquel vuelo. Sin ese vuelo. Esas alas que comenzaron a agitarse en el viento de Sevilla y nos transportó hasta las fríos vientos de Eindhoven. 

Fuimos los últimos en ponernos a la cola y los últimos en entrar en el avión. Fuimos los últimos y, probablemente, los primeros en bajar. Pisamos con fuerza aquel suelo del aeropuerto, pisamos por primera vez. El pájaro aterrizó. Más tarde abandonamos el aeropuerto, dejando a nuestras espaldas aquellos gigantescos pájaros que nos transportan hacia otras vidas, hacia nuevas vidas. Dejamos a nuestras espaldas las alas que se agitan, los pies que se separan del suelo y los vuelos que comienzan, los vuelos que terminan. El vuelo del pájaro. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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