Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 13 de diciembre de 2012

"Para ganarse la vida"

10 de Diciembre de 2012.

Ella siempre se cuestionaba la misma pregunta. ¿Quién determinaba aquello que estaba bien y quien determinaba lo que estaba mal? Él siempre se cuestionaba la misma pregunta. ¿Quién determinaba quién iba al cielo y quién al infierno? 

Ella siempre había creído en las buenas acciones, y en las cosas que se hacen bien involuntariamente, las que surgen de la nada. Creía que su vida estaba repleta de cosas buenas, de cosas con las que algún día la juzgarían como a una buena persona. Desde pequeña quiso ayudar a los demás, y así lo hizo durante el resto de su vida. Pasó de entregar su bocadillo del recreo a los que no tenían a donar grandes cantidades de dinero a los más necesitados. Viajaba constantemente a los países menos desarrollados. Alimentaba en sus brazos a los pequeños desnutridos y curaba las heridas de los que habían sufrido algún corte en la piel. Se sentía muy afortunada por hacer todo lo que hacía, se sentía bien consigo misma. Aún así, sin saber el por qué, continuaba formulándose esa maldita pregunta con la que vivía constantemente. ¿Quién? ¿Quién determinaría lo que estaba bien y lo que estaba mal? Y la respuesta a aquello la llevaba a la pregunta que torturaba cada día a su compañero. ¿Se tendrían el cielo ganado? 



Anoche Daniela me envió un mensaje de texto para decirme que si hoy por la mañana puedo acercarme al mismo lugar donde hicimos la otra sesión de fotos a grabar un poco más, ya que van a hacer cosas diferentes. Estarán en el estudio de fotografía desde las nueve de la mañana hasta las doce. Le digo que sí que iré pero que no sé a qué hora porque tenemos que hacer muchas cosas. La mañana va a ser ajetreada. 

Los objetivos para hoy son ir con Daniela lo antes posible y grabar un poco de la nueva sesión de fotos, ir al banco ING para hacernos una cuenta cada uno y así poder cobrar el dinero del restaurante e ir al ayuntamiento a inscribirnos en nuestra casa, ya que aún estamos inscritos en la dirección de la pensión. ¡Vaya tela! Llevamos un mes viviendo en la casa y aún no hemos cambiado nuestra dirección. ¡Seguimos viviendo en la pensión! Ojalá volvieran los botes de nocilla y los tuppers cargados de todo tipo de chóped y de queso. Pero no, nos gusta nuestra casa y aquello de pensiones y albergues de momento ha terminado. 

Me pongo en marcha con mi bicicleta y mi cámara de vídeo y me voy al estudio donde Daniela y el fotógrafo están haciendo fotos de nuevas prendas de ropa. Cuando estoy en la puerta llamo a Daniela por teléfono para decirle que si subo o que si viene ella a por mí, ya que hay que pasar por unas barandillas de esas de seguridad con una tarjeta que no tengo. Así que, como me dice que suba solo, tengo que pedirle a una chica su tarjeta para que las barandillas se abran. La otra vez, cuando entré con Daniela, nos agachamos y las cruzamos casi de rodillas. ¡Qué delincuentes! Pero esta vez entro legalmente. Espero a que el ascensor baje hasta mi planta y una vez dentro formo un grupo con varios chicos que supongo que todos estudiarán allí, pulso la planta número dos y espero hasta que la puerta me deje escapar. Al llegar al estudio fotográfico saludo al fotógrafo y a la modelo que espera sentada en una silla. ¿Dónde está Daniela? Aparece a los pocos minutos diciéndome que ha bajado a buscarme. ¡Qué cuadro! Mientras yo subía ella bajaba. ¡Pero si me ha dicho que subiera solo! Seguro que al ver que tardaba tanto, por culpa del ascensor, ha salido en mi búsqueda. 

Cuando termino guardo la cámara de vídeo, hablo un rato con Daniela y regreso a casa. Ana y Mary ya están preparadas para irnos al banco. Mary se monta en el porta paquetes de mi bici y Ana se monta en la de Mary, realmente en la de Marleen. ¡Vámonos al banco! Y digo yo: Si nunca nos hemos hecho una cuenta en España, ¿sabremos hacerla en Holanda? 

Entramos en el banco de diseño que, según Mary, transmite hasta confianza. Los colores anaranjados se fusionan con los blancos y beige de la sala, creando una atmósfera muy acogedora y amable. Es cierto que transmite calma y confianza. Es inevitable no hacerse una cuenta con ING. El león naranja nos rugirá ahora también a nosotros. Es un banco grande, con sofás muy cómodos y mesas que decoran la sala. Es todo muy moderno. Creo que es el mejor banco donde he estado nunca, aunque es verdad que no conozco muchos. Sacamos el número que nos indica nuestro turno y nos sentamos en uno de los cómodos sofás. Esperamos hasta que el 156 aparece en la pantalla. Un joven banquero sonriente viene a darnos la bienvenida hasta donde estamos sentados y nos lleva hasta la especie de barra/mostrador donde atenderá nuestras necesidades. 

Se parece al hermano pequeño de Malcom, al personaje ese de la serie que emitían en Antena 3. A ese mismo, el que tenía un hermano que se iba al ejército, un hermano pequeño que estaba medio tonto y una madre desquiciada de la vida. Ese es Malcom, pues el hermano pequeño. Pues el banquero que nos atiende se parece a él, al pequeño. Es posible que hasta sea el actor de la serie, con veinte años más claro. Le llamaremos Malcom. Malcom nos atiende. 

Le decimos que queremos una cuenta de banco, una para cada uno y que es la primera vez que nos hacemos algo de esto en Holanda. El muchacho es simpático y comprensible, no se sale de sus casillas porque a veces no le entendamos. Mantiene la calma y se ríe con nosotros. ¡Hasta nos ofrece una botella de agua del ING pero le decimos que no, gracias! Después nos arrepentimos. Queríamos una botella del ING de recuerdo. Malcom nos pide nuestros pasaportes, nuestros contratos de trabajo y el contrato de nuestra casa. ¡Mi carpeta, que lleva el logo de Canal Extremadura, llena de papeles invade el mostrador donde nos atiende! Papeles por todos lados y cuando la cierro o la abro una ráfaga de viento vuela algún que otro papel de la mesa, obligándome a lanzarme sobre ellos para que no caigan al suelo. El joven banquero Malcom sigue a lo suyo, rellenando nuestros datos en el ordenador. Mary y Ana se mueren de la risa, dicen que me he lanzado muy ferozmente sobre el papel que volaba. Ya de paso ordeno mi carpeta. 

¡Qué lío se hace el pobre Malcom con los papeles de Ana y Mary! Menos mal que están ellas para decirles quién es quién y qué datos son los de cada una. Como era de esperar se lo pasa muy bien con nosotros, nos explica las cosas muy bien y terminamos enseguida. ¡Ya tenemos nuestras tarjetas del banco! Qué ilusión, ya somos un poco más holandeses. Ala, ya podemos decir que hemos abierto una cuenta de banco y encima en inglés. Abandonamos el precioso y confiable banco y nos montamos en las bicicletas, Ana en la de Marleen y Mary y yo en la mía. Haced memoria: la de Ana ha sido robada. 

Vamos en busca del ayuntamiento, que sabemos dónde está. Llegamos a una gran plaza donde hay un gran edificio a uno de los lados, entramos en él y decimos que queremos cambiar la dirección donde estamos registrados. La señora que se encuentra en recepción nos dice que es en el edificio de enfrente. Vaya hombre. Había dos y hemos entrado en el que no es. Nos vamos al otro edificio, cruzamos la calle con cuidado de que ningún coche nos quede pegados como una pegatina en el suelo y llegamos al nuevo sitio. ¡Mercedes Milá! ¿Qué haces por tierras holandesas? ¿Has venido en busca de algún concursante holandés para tu nuevo Gran Hermano o quizás buscas un nuevo caso que destapar para tu fabuloso “Diario de…”? Una mujer con la misma cara que Mercedes Milá nos atiende en recepción, se dedica a repartir los números que marcan el orden de consultas. Nos acercamos a ella y nos dice que para hacer lo que queremos hacer es de lunes a viernes antes de la una del medio día. ¡Buah! Como es más tarde de la una tenemos que marcharnos y ya vendremos otro día que podamos. Nos despedimos de la Mercedes Milá holandesa y vamos en busca de nuestras bicicletas. 

¿Qué hacemos ahora? ¡Vamos a visitar a nuestro antiguo albergue! Y allí vamos. Queremos recordar viejos tiempos, saber de los dueños y volver a sentarnos en nuestra sala de estar que tanto nos gustaba. Aparcamos las bicicletas en la puerta y nos adentramos en el maravilloso mundo de los recuerdos. Es cruzar la puerta y es sentir que viajamos en el tiempo dos meses atrás, cuando cruzamos aquella puerta por primera vez. Esta vez no llevamos maletas ni estamos mojados ni desconocemos dónde nos estábamos metiendo. La sala de estar sigue igual que antes, las mesas de madera, los bancos de madera, la pecera con los peces y la tortuga de las uñas mega largas, los juegos de mesa, la guitarra española. Todo. ¡Han puesto un árbol de Navidad! ¿Y la perra? ¿Dónde está la perra? Le preguntamos al dueño por ella y nos dice que se está tomando unas minis vacaciones. El dueño nos pregunta por nuestra nueva vida, nos invita a café y parece que se alegra al vernos, aún nos recuerda, aunque al principio parecía que éramos como caras nuevas para él. Supongo que es normal. Pasa tanta gente por allí que será difícil recordar a todo el mundo, pero nos recuerda. Nos sentamos en uno de los bancos de madera, donde tanto tiempo estuvimos buscando pisos donde poder vivir. Una chica que hay por allí nos hace una foto en el mismo sitio donde pasamos tantas tardes, qué de recuerdos. 

Cuando nos bebemos el café llevamos las tazas a la barra y cogemos un libro de firmas. Dejamos nuestros garabatos y un breve resumen de nuestro paso por el albergue. Dejamos un mensaje para posibles futuros inquilinos españoles del albergue y les hacemos un pequeño “Manual de supervivencia en Eindhoven” en el que incluimos los consejos de sobrevivir a base de ensaladillas de un euro del Jumbo, el de comprarse una bicicleta lo antes posible en un negro a las cuatro de la mañana en el centro, buscar casas en la página web de Pararius y el de no buscar trabajo por tu propia cuenta, si no buscar españoles que puedan ayudarte. Creo que son de las mejores cosas que debes saber a la hora de venir a Eindhoven. Además les dejamos la dirección del blog de las cartas. ¡A ver si recibimos respuesta de alguien! 

Nos despedimos del dueño del albergue, el mismo que la última noche que el italiano pasaba en el albergue nos invitó a chupitos de alcohol, y nos despedimos de nuestra querida primera sala de estar en Eindhoven. ¡Volveremos algún día más! eso está más que claro. Regresamos a casa, ya que es tarde y tenemos hambre. 

Más tarde volvemos a casa de Aylim. Vamos a que nos ayude a pagar el mes de diciembre de nuestra casa a través de una transferencia bancaria por internet. Gianlu y ella lo hacen y el piso queda pagado. Ala, un mes menos. Aser también viene a casa de Aylim, se ha comprado una bici nueva porque la suya está muy estropeada. ¡Pedazo de bici! Es enorme. Pasamos una tarde tranquila, divertida y agradable. Aylim, como buena anfitriona que es, nos llena la mesa de pastitas y de dulces y encima Aser también ha traído galletas y kit kats de chocolate blanco. ¡Encima de chocolate blanco! Me encanta el blanco. Creemos Aylim va a pasar de ser como una madre a ser como una abuela. ¡Deja de sacar cosas ya! Pero no podemos evitarlo y todos comemos galletitas, chocolate, pastas y dulces hasta que regresamos a casa. ¡Menos mal que algo de azúcar se va con las pedaladas a la bici! 



Él siempre había seguido sus pasos. Un día, cuando ambos eran pequeños, la vio acercándose a un chico que lloraba sentado en un banco. Él la observó desde uno de los columpios en los que disfrutaba todos los recreos. La pequeña se acercó al chico que lloraba y le entregó un bocadillo envuelto en una servilleta. No sabía si lloraba porque tenía hambre o porque nadie jugaba con él, desconocía la respuesta. Aún así, le entregó el bocadillo que su madre le había preparado la noche anterior. El pequeño del banco lo agarró con una sonrisa, lo desenvolvió y se lo llevó a la boca. Ella sonrió aún más y regresó a su sitio de juegos dando saltos de felicidad. El chico que observaba la escena desde el columpio se acercó a la pequeña, que ya estaba jugando de nuevo. Allí empezó su amistad y allí comenzaron una vida juntos. 

Ambos emprendieron grandes viajes para poder ayudar a los demás. Ambos eran felices, felices pero torturados por aquellas preguntas que no les dejaban vivir tranquilamente. Su única preocupación era ayudar a los demás o, al menos, eso querían pensar ellos. ¿Ayudaban a los demás porque realmente se sentían bien haciéndolo o simplemente los ayudaban para ganarse un lugar en el cielo? El dilema que aquello les suponía les condenaba a vivir una tortura eterna. Era terrible, terrible para ellos. Querían conocer todas las respuestas. Hacían cosas buenas todo el tiempo. ¿Por qué? Se preguntaban una y otra vez si lo hacían porque se sentían bien con ellos mismos o lo hacían para ser buenas personas. Ella se torturaba cada día más. ¿Soy feliz haciendo lo que hago? Él no conseguía extraerse la pregunta de la cabeza. Todo lo que hago, ¿lo hago para ir al cielo? No pudieron soportarlo más, necesitaban conocer las respuestas de todo aquello. No pudieron soportarlo más. 

Así fue cómo ella llegó un día a casa y lo encontró en el suelo del baño, desangrado y sin vida. Un charco de sangre tintaba el blanco suelo. Había sangre por todos lados. Ella no pudo verlo por mucho tiempo. Cerró la puerta del servició y, sin exclamar ni un solo sonido, se tumbó en el sofá del salón. Los días caían, como caen las hojas de los árboles, y ella continuaba allí acostada. Su cuerpo también quedaría sin vida. Ambos ansiaban conocer las respuestas. Ambos vivieron torturados, vivieron deprisa, vivieron impacientes. Ella, aún tumbada en el sofá, continuaba realizándose la misma pregunta. Él ya conocía la respuesta. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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