Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

"Palabras que dicen todo"

20 de Diciembre de 2012.

No sabemos si Nicole Kidman vive todavía con nosotros o si se ha mudado de casa. A veces se escuchan ruidos raros, pero no sabemos si es ella o no. ¿Os acordáis que comenzó a vivir con nosotros en la pensión y que se mudó cuando comenzamos en el piso? El piso que un día vinimos a visitar Ana y yo, el que estaba lleno de pelos de perro y en el que el perro estaba en la terraza ladrando como un descontrolado. ¡El del perro agresivo! Así lo bautizamos y así nos dirigíamos a él cuando estábamos discutiendo sobre con qué piso nos quedaríamos. Madre mía. Aún recuerdo las tardes en las que no sabíamos por qué piso decantarnos ni cuándo decantarnos. 

Ahora el piso es nuestro, cada rincón. Ya hay cosas esparcidas por toda la casa, los armarios llenos, la lavadora tendida, la loza por fregar o fregada y las zapatillas invadiendo los escalones de las escaleras. El piso ya es nuestro, cada rincón. 

Mary y yo nos despertamos y dejamos a Ana en la habitación. Colocamos un poco la casa, ya que cada noche termina hecha un desastre y ella se ducha y se viste para irse, una mañana más, al estudio de Derek. Tiene que seguir haciendo las lámparas con uno de los compañeros del diseñador. Ahora está montando el circuito eléctrico, ya que las lámparas ya están hechas. Mary dice que está muy contenta y que está aprendiendo en estos días más que en toda su carrera universitaria. ¡Los días en el estudio le vienen muy bien! Así que coge su mochila verde, la bici de Marleen y se marcha al estudio, en busca de unas lámparas a las que hacerle el circuito eléctrico. ¡Ten cuidado y no vengas chamuscada! 

Un poco más tarde unos pasos en las escaleras que nos comunican con la habitación empiezan a sonar. ¡Cómo suena este suelo! Ana ya viene, ya se ha despertado. Me da los buenos días y se sienta en una de las sillas, de las pocas sillas, que tenemos en el salón. Me dice que quiere ir al centro de la ciudad a comprar algo para su amigo invisible. ¡Madre mía! El amigo invisible. Nos daremos los regalos el día de Noche Vieja, ya que cenaremos todos juntos, y yo aún no tengo nada de nada. ¡Qué desastre! Bueno, al menos me queda el consuelo de que ni Ana ni Mary han comprado tampoco. Creo que Aylim aún no tiene nada y Gianlu no sé, seguro que tampoco. Al resto de amigos invisibles no les he preguntado. 

Ana me dice que anoche quedó con Andrea para ir juntas esta mañana al centro, pero Andrea no da señales de vida. Seguro que se ha quedado dormida, así que Ana decide irse sola al centro en busca de un regalo para su amigo. Yo me quedo en casa, voy a escribir y no creo que tenga nada que comprar en el centro. Mis ideas de regalo no son muy claras de momento. ¡Si fuera con Ana nos tendríamos que separar para comprar! No la acompaño, le deseo buena suerte y espero que llegue cargada de cosas. 

Escribo todo lo que puedo, aunque creo que ya me he acostumbrado a hacerlo en compañía. Antes siempre lo hacía por las noches, cuando no tenía nada que hacer. Ahora me levanto y es lo primero que hago por las mañanas. Me siento bien escribiendo. Creo que todo el mundo debería escribir algo en su vida. Te das a conocer y te conoces más a ti mismo. A veces te sorprendes de lo que llegas a poder pensar y en lo que puedes a llegar a sentir. Hay cosas que solamente descubres cuando estás mucho tiempo a solas contigo mismo, a solas frente a tus pensamientos y a solas contra las palabras que vas dictándote a ti mismo. Necesito explayarme contra las palabras. Las palabras consiguen evadirme, me sumerjo en ellas y me transportan a los lugares y a las situaciones que más deseo en cada momento. Puedo ir a donde quiera. Es como la libre imaginación. Escribir es como capturar a la imaginación y conseguir que quede plasmada a través de las palabras. Pues eso, que escribo todo lo que puedo. 

Cuando doy por finalizada alguna de las cartas me voy a la ducha. Ana ya hace tiempo que se ha ido, va siendo hora de comer. Así que prefiero ducharme y vestirme y hacer tiempo hasta que Ana llegue a casa. Tenemos que comer y a las cinco y media nos tenemos que ir a los restaurantes. El agua empapa mi cuerpo, como si me lloviera dentro de una mampara. Cuando estoy disfrutando del agua, del jabón y de alguna canción que se me pase por la cabeza, un torbellino de gritos de felicidad invade mi tranquilidad. ¡Es Ana! Ana ha llegado. 

Me grita desde fuera del servicio, desde el salón. Dice que hay algo para mi, algo de lo que no me entero muy bien. “Tres… que sí… padres…y Teodora” dice Ana desde el otro lado de la puerta. Salgo de la ducha lo más rápido que puedo, me visto y salgo al salón. Allí está Ana, con una sonrisa de oreja a oreja y con lo que parecen ser unos sobres en la mano. ¡Son tres cartas! Tres cartas desde España. Cojo los sobres y en ellos puedo leer la dirección de mis padres, en otro de ellos la misma dirección pero encabezada por el nombre de mi hermana y en el tercer sobre la dirección de mi abuela materna, mi yaya. No sé por qué, pero desde siempre la he llamado yaya. 

Me siento en una de las sillas del salón, en la misma que ha estado sentada Ana antes de irse al centro, y abro el primer sobre. Mis padres me desean una Feliz Navidad, fuera y lejos de casa, pero feliz. No podemos contener las lágrimas, ni Ana ni yo. Mi yaya me manda besos y los mejores deseos. La minúscula letra de mi hermana también consigue que mis lágrimas no cesen. Es precioso. Tres cartas preciosas. No sé qué es lo que me emociona más: si las palabras que en las postales de Navidad puedo leer o el saber que esas cartas hace tan solo unos días han estado entre sus manos. Sea lo que sea me emociona, los siento cerca y me hacen sentir bien. ¡Qué sorpresa! No me esperaba esto. Solamente ver las direcciones en los sobres me emociona, aunque no hubiera nada dentro. La letra de mi madre es inconfundible. 

Con los tres sobres en las manos, las manos que me tiemblan de los nervios, les imagino a todos hace unos días. Me los imagino a la hora de escribir las postales que iban a enviarme. Mi madre con el boli en las manos seguro que fue la que primero escribió sus palabras, animó a mi padre a que me dedicara algunas líneas y aconsejaría a mi hermana sobre qué poner. Mi hermana seguro que se quedó media hora delante del papel, preguntando y diciendo “es que no sé, es que no sé”. Mi madre le diría algunas cosas que poner, aunque seguro que mi hermana la escuchó y no puso nada de lo que le dijo. A mi hermana le pasa eso. Pregunta mucho pero en el fondo sabe de sobra qué es lo que va a escribir, desde el principio. Supongo que le gusta pasar tiempo a solas con el folio en blanco, igual que a mí. Y también consigo imaginar a mi madre, puede que acompañada por mi hermana, yendo a casa de mi yaya. Se sentarían todas en el salón y esperarían a que escribiera algo para su nieto. Los imagino a todos, en la mesa de la salita. Puede que mi hermana en su habitación. Los imagino, me gusta pensar en ello. Y días más tarde las tengo entre mis manos. 

Ana y yo nos secamos las lágrimas. No podemos ni hablar. Sus letras, sus trazos con los bolis, sus postales navideñas escogidas para la gran ocasión, sus sobres en blanco y sus direcciones de correo. El nombre de la calle, el número, sus nombres, sus casas. Mi casa. Se ponen los pelos de punta. Unas cartas, solamente unas cartas. Cartas que viajan a través del tiempo, consiguiendo que te transportes hasta tu salita y los veas a todo escoger sus mejores palabras. Cartas que recorren dos mis kilómetros. Cartas que cierran con sus manos y que días más tarde duermen sobre la alfombra del recibidor de una casa en Holanda. 

Después de la emoción nos preparamos para ir al trabajo. Ana me enseña lo que ha comprado. Me lo enseña porque no es nada para su amigo invisible, si no que es para ella. Dice que ha entrado en Pull & Bear y se ha comprado un conjunto de camiseta y pantalón. ¡Qué chulo! Me gusta mucho. Un buen conjunto para estrenar en Noche Vieja, a mi me gustaría comprarme algo también. Aunque no sé si me dará tiempo. Y después de comer nos vamos a trabajar. Mary ya ha terminado en el estudio y ahora está en la tienda, se va desde allí al restaurante. Ana y yo cogemos nuestras bicicletas, pedaleamos juntos hasta que nos separamos y nos despedimos hasta la noche. ¡Vamos! Hay muchos platos y utensilios que limpiar. 

Hay días en los que crees que todo va a ser igual que siempre. Días en los que te levantes, desayunes y prepares un poco la casa. Hay días en los que crees que nada podrá llegar a sorprenderte, en los que piensas que todo está escrito y en los que crees saber las cosas que van a suceder. Hay días en los que, de repente, estás en la ducha y tu amiga aparece como una loca con tres sobres en la mano, los cuales acaba de recoger del suelo del recibidor de nuestra casa. Hay días en los que lees con detenimiento esas palabras, con el corazón latiendo a mil por hora y con las manos temblando. Días en los que las emociones fuertes fluyen de la piel, brotan por todos tus poros y no se detienen, continúan hasta ver que las lágrimas han bañado tu rostro. Hay días en los que no esperas nada de lo que va a suceder, en los que no imaginas que vas a recibir palabras desde tan lejos. Palabras desde casa, escritas con un boli que hayan cogido de la estantería que tu madre tiene cargada de libros, sobre la mesa de la salita, sobre la de la habitación de tu hermana o sobre la mesa del salón de tu yaya. Días en los que te imaginas a todos alrededor de una postal de Navidad a la que hay que imprimirle un mensaje. Esos días en los que se deciden las palabras que van a viajar desde casa hasta tan lejos. Palabras que consiguen emocionarte, que consiguen llevarte de nuevo a tu casa, junto a tus familiares. 

Y cogiendo con fuerza los tres sobres, con las manos temblando y el corazón latiendo a mil por hora, los dejas descansar sobre el pollete de la ventana del salón. Guardas para siempre esas cartas con esas palabras en tu interior, para siempre, para toda la vida. Palabras que crees que no dicen nada, pero que a la vez lo dicen todo. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.



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