Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 27 de diciembre de 2012

"Nos mojamos como tontos"

22 de Diciembre de 2012.

Siempre he dicho que me gusta la lluvia, me encanta que llueva. Y me gusta que me llueva encima, me hace sentir que estoy vivo. Que se moje mi pelo, mis manos, mi cuerpo y toda mi ropa, que me empape. Mojarme con agua directamente del cielo, es algo mágico. Salimos a la calle y nos llueve encima, salimos y nos mojamos como si nada, sobre nuestras bicicletas, cuando vamos con las bolsas de la compra, de fiesta o camino al trabajo. No importa, nos mojamos, nos mojamos como tontos. 



Hoy es sábado y nos llueve durante todo el día. Tenemos muchas cosas que hacer, al menos durante la mañana. Hemos quedado con Aylim y con Gianlu a la una y media o así, ya que tenemos que ir a comprar las entradas de la fiesta a la que vamos a ir en Nochevieja. Así que hablamos con Aylim, que está en el restaurante, y nos dice que quedemos con Gianlu y que todos vayamos a buscarla allí. Hablamos con Gianlu, que está en casa, y nos dice que vendrá a por nosotros a la una y media, más o menos. 

Mary y yo nos duchamos y vestimos. Ana dice que no le apetece venir y se queda en casa. Gianlu aparece en la puerta de casa, nos avisa de que está ahí abajo y salimos en su búsqueda. ¡Hasta luego Ana! Vendremos en un rato. Gianlu, Mary y yo cogemos cada uno nuestras bicicletas y nos vamos en busca de Aylim, que está en el Auberge Nassau porque ha terminado hace un rato de limpiar las habitaciones del hotel. Sí, Aylim está pluriempleada. Es cocinera en el restaurante, limpia las habitaciones del hotel que hay encima del restaurante y un día a la semana, los viernes, es la friega platos. Aylim hace a todo. De camino al restaurante comienza a chispear. Vamos a tener un día pasado por agua. 

Tras la barra del bar del restaurante están Aylim y Will, nuestro jefe. Nos saludamos y nos invita a un café. Hablamos un poco en inglés, para no hacerle el feo a nuestro jefe de hablar todos en español, y cuando terminamos nuestros cafés invitados nos vamos en busca de nuestras entradas. ¡Hasta luego Will! Nos despedimos del jefe y le digo que no se preocupe por las tazas sucias de café, que después me toca limpiarlas. ¡Queremos fiesta y queremos fiesta en Nochevieja! Así que en modo Invierno Azul, nuestra versión de Verano Azul, nos vamos hasta la tienda de ropa donde venden las entradas. 

Aparcamos las bicicletas en la puerta y, medio mojados, invadimos la tienda. Gianlu se dirige a la dependienta para decirle qué es lo que queremos. Al principio parece no saber de qué le hablamos pero después sí que nos entiende. Y llega la hora de hacer cuentas. ¿Cuántas entradas queremos? ¿Cuánta gente seremos en la fiesta? Y comenzamos a decir nombres, intentando que no se nos olvide ninguno. “Mary, Ana, Dani, Martita, Aylim, Gianlu, un amigo de Gianlu, otro amigo de Gianlu, Aser, Andrea y David”. Ya está, seremos once. Once los que cenaremos y once los que iremos a la fiesta. Repasamos los nombres una y otra vez. Vengan dedos y vengan cuentas de cabeza. La dependienta nos espera mientras hacemos nuestros cálculos matemáticos. Seguro que si alguien nos pregunta que para qué sirven los dedos de las manos respondemos, antes que cualquier cosa, que para hacer cuentas y para metérnoslos en la nariz. ¡Ya está! Seremos once. Y le pedimos once entradas a la dependienta. 

De nuevo en la puerta nos disponemos a irnos al centro de la ciudad, ya que Aylim tiene que descambiar un conjunto de ropa interior que le regaló Gianlu y Gianlu tiene que descambiar unos pantalones que le regaló Aylim. No es que no se compaginen ni acierten con sus gustos. Es que a Aylim le queda grande el conjunto y a Gianlu pequeños los pantalones, o viceversa. No lo recuerdo bien. Antes de irnos pasa lo que casi siempre pasa y es que Aylim no encuentra las llaves de su bici. Unos minutos más tarde entra de nuevo en la tienda y descubre que las ha quedado encima del mostrador. ¡Vaya cabeza! Con las once entradas en el bolso, las llaves puestas en las bicis y cantando la canción de “Last Christmas” a los cuatro vientos nos vamos al centro, a la calle de las tiendas. 

Entramos en la tienda de bragas, tangas y sujetadores, lo que viene siendo una tienda de ropa interior femenina. Mary y Aylim se vuelven como locas. “Mira este qué bonito, mira el otro que chulo. Este me gusta para ti y este para mí. Qué sexy, blah, blah, blah” Gianlu y yo las abandonamos con sus intimidades y nos vamos al Pull and Bear. De camino a la tienda nos topamos con una orquesta callejera que tocan un “Last Christmas” que consigue ponernos los pelos de punta. Nos quedamos embobados viéndoles tocar, mientras nos mojamos. Porque sigue lloviendo. Las trompetas, los tambores, los saxofones y demás instrumentos consiguen una preciosa versión de la canción. Llamo deprisa a las chicas para que vengan a verlo, pero siguen liadas entre bragas. Con la música a nuestras espaldas y no comprendiendo por qué las calles están abarrotadas de gente, a pesar de que llueve, nos adentramos en la tienda donde tenemos que cambiar sus pantalones. 

Y como a ellas dos viendo bragas y sujetadores nos pasa a nosotros. Nos ponemos a buscar pantalones, camisas, jerséis y todos los complementos que podemos añadir a nuestros cuerpos serranos. ¡Queremos ropa! Pero no, solamente vamos a cambiar un pantalón. Así que nos vamos hasta la mesa donde están los pantalones y, como no había del mismo color que el suyo en otra talla, tiene que escoger otro de otro color. Nos ponemos a la cola, Gianlu se compra una billetera, cambia sus pantalones y regresamos a la tienda de ropa interior femenina. 

Allí siguen éstas dos. Aylim le dice a Gianlu que ha cambiado su conjunto de ropa por otro modelo y él le dice que ha cambiado el color de sus pantalones. ¡Todos contentos! Vámonos a casa. Antes de que eso ocurra recibimos una llamada de teléfono de Ana, que sigue en casa, y que nos dice que Mary se ha quedado su teléfono en casa y que Marleen la ha llamado diciendo no sé qué. Así que Gianlu se va al trabajo y nosotros tres nos pasamos por la tienda de Marleen, que está a menos de un minuto de donde están nuestras bicicletas aparcadas. 

Marleen solamente quería saber si Mary podía ir a enviar una carta a la tienda donde siempre va a enviar la correspondencia. Invadimos la tienda de Marleen, nos entrega el sobre y después de hablar con ella un rato regresamos, ahora sí, a casa. Ana nos espera y planeamos el resto del día. Vamos a comer en casa de Aylim, a las seis trabajamos todos y antes de eso hay que ir a comprar unas cosas al Albert Heijn. Me visto con la misma ropa con la que voy a salir esta noche, meto la del trabajo en la bandolera y me voy con Aylim a comprar. Mary y Ana se quedan en casa haciendo lo mismo: vistiéndose con la ropa de esta noche y preparando la del trabajo. Además, ¡tienen que ir a entregar la carta de Marleen! Quedamos con ellas en casa de Aylim y nos vamos a hacer la compra. 

No para de llover. Aylim y yo nos refugiamos un momento en el querido Albert Heijn. Compramos todo lo que necesitamos para la comida y continuamos dirección a casa. Aylim necesita comprar no se qué porque Gianlu tiene que hacer tiramisú para su cena familiar de Nochebuena, pero ese no sé qué no lo encontramos en el Albert así que, antes de llegar a casa, Aylim recuerda que hay un supermercado Plus cerca de allí, que podemos acercarnos. ¡Un Plus! Yo iba al Plus de Montijo con mi madre, hasta que la marca DIA se hizo con él. Supongo que no será de la misma empresa del Plus que yo conocía, pero me hace ilusión. ¡Vámonos al Plus! Aunque no pare de llover, aunque vayamos cargados de bolsas de comidas y de ropas del trabajo. ¡Vámonos al Plus! 

Advertencia: no os fiéis de las indicaciones que aparecen en las calles para llevarte al Plus. Te hacen creer que está muy cerca y es mentira. Te dicen que está en una dirección y no aparece. Las indicaciones del Plus son una trampa. Aylim y yo no nos damos por vencidos y continuamos pedaleando, a pesar de la lluvia y a pesar de no encontrar el supermercado. “Dani, te prometo que estaba por aquí” me dice Aylim desde su bicicleta, con el flequillo empapado pegado a su frente y los ojos engurruñados por la lluvia. Maldito Plus. ¿Dónde te has metido? De repente nos adentramos en un barrio diferente a todos los demás, más verde, más perfecto y más… diferente, simplemente más diferente. “Aylim, ¿dónde estamos?” le pregunto mirando a mi alrededor. “No lo sé, parece otra ciudad” me responde mientras continuamos con nuestra búsqueda desesperada. ¡Parece que hemos traspasado una barrera en el tiempo que nos ha transportado hasta otro lugar! Aunque la lluvia sigue sin cesar. ¡El Plus! A lo lejos lo vemos, al final de una de las calles. Pedaleamos hasta él, más rápido que nunca, y cuando llegamos descubrimos que no sabemos por dónde se entra. Bordeamos el supermercado con la bici y no aparece la puerta por ningún lado. ¡Maldita sea! Seguimos pedaleando hasta que aparece. Bendita puerta, bendito Plus. Ya estamos aquí. 

¡Nos encanta el Plus! Después de la lata que nos ha dado al encontrarlo ahora nos ha enamorado. Sus estanterías, su colores, su variedad de comida, sus adornos navideños y el bien estar que te transmite. ¡Qué bien se está en el Plus! Aylim y yo decidimos hacernos fans del Plus. Y cantamos “Soy fan del Plus, de sus maneras de vender, de tus pruebas por doquier”. Nos encanta el Plus. Aylim encuentra lo que necesita para el tiramisú de Gianlu, hay una máquina de zumos en la que puedes exprimirte tus propias naranjas y llenarte una botella para llevártela bien fresca a casa. ¡Hasta hay una especie de cocinero que te sirve pruebas gratis en un mini plato de plástico! Esto tiene más categoría que el Jumbo o que el Albert Heijn, qué pena que quede tan lejos de nuestra casa. De la de Aylim queda cerca, pero de la nuestra no. ¡Da igual! Algún día hay que hacer una excursión al Plus, todos juntos. A ser posible un día que no llueva, por favor. Si lo sé no me ducho. Disfrutamos de nuestra prueba de algo que no sabemos lo que es, pero está bien bueno. Nos ponemos a la cola; cogemos nuestra compra; toda la compra de antes, que le hemos pedido a una chica del mostrador del estanco que nos la guarde; y nos vamos a casa. Ana y Mary ya nos esperan en la puerta. Dicen que se están mojando, que nos demos prisa. ¡Éstas se creen que vamos en coche y que nosotros no nos mojamos! 

Hacemos arroz a la cubana, nos lo comemos y nos vamos al trabajo, cada uno a su puesto. ¡Mierda! Se me olvidan las zapatillas de salir en una bolsa en casa de Aylim. Tengo que salir de fiesta con las del trabajo. ¡Qué mal! Menos mal que son negras y no se nota mucho que están sucias. Aylim me dice bromeando que no puedo salir con eso, que tengo trozos de comida y de lechuga “repegoteados” en la suela. ¡Aylim no me hagas sentir mal! Y, olvidándome de lo que llevo en los pies, nos vamos de fiesta. 

Aylim, Gianlu y yo cenamos en el McDonald´s. Ana dice que no le apetece salir y se va a casa. Nos reunimos con Mary y el resto de gente en el Dr. Ink, en el local de siempre. Hoy tenemos un nuevo español en el grupo. Se llama Antonio y es de Zaragoza, lo conocimos gracias a un grupo de Facebook en el que se ponen en contacto todos los españoles de Eindhoven y hemos decidido quedar con él. Mañana se va a España pero no importa, ya quedaremos con él cuando regrese de sus navidades en familia. David, otro amigo nuestro, también se va mañana a España. ¡Nos vamos a quedar solos! No importa, viviremos unas navidades diferentes. Ahora toca empezar con nuestra fiebre del sábado noche. 

Así que la noche empieza. Aylim, Gianlu, Antonio, David, Mary y yo comenzamos un poco tranquilos, aunque ya nos conocéis y acabamos siendo amigos de los dj´s y siendo, una noche más, los reyes de la pista. Más tarde se unen Andrea, Eva y Mateu. ¡Vamos a bailar! Y así hasta que nos cierran el local. 

No para de llover. Lleva todo el día lloviendo y creemos que el fin del mundo no fue ayer, si no que es hoy. Lo dicho: que el Dios de Holanda nos coja confesados. 



Siempre he dicho que me gusta la lluvia, me encanta que llueva. Y me gusta que me llueva encima, me hace sentir que estoy vivo. Que se moje mi pelo, mis manos, mi cuerpo y toda mi ropa, que me empape. Mojarme con agua directamente del cielo, es algo mágico. Salimos a la calle y nos llueve encima, salimos y nos mojamos como si nada, sobre nuestras bicicletas, cuando vamos con las bolsas de la compra, de fiesta o camino al trabajo. No importa, nos mojamos, nos mojamos como tontos. Me hace sentir que estoy vivo, nos hace sentir que estamos vivos. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.


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