Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 21 de diciembre de 2012

"Donde me lleven los pies"

18 de Diciembre de 2012.

Ambos caminaban por las calles de aquella ciudad que quedaba iluminada por la decoración navideña. Aquellas fechas tan importantes estaban llegando a su comienzo y nadie había llegado a imaginarse que serían tan diferentes que las de otros años. Quisieron no pensar en aquello y decidieron pensar en nada, mientras continuaban dando pasos hasta nadie sabe dónde. Uno al lado del otro, con la vista al frente y sin guardar silencio. Las conversaciones fluían como el agua de un manantial. Cada paso se convertía en un acto tan importante como los primeros pasos del hombre sobre la faz de la Luna. Cada paso les llevaba a su destino, marcando su trayecto. 

Ambos supieron que aquella sería la última noche en la que se verían. Ella huiría dando pasos agigantados hasta el horizonte y él, seguramente, se quedaría petrificado bajo la luna llena. Desconocían du desenlace, un desenlace que les esperaba a la vuelta de la esquina. Él siempre quiso caminar con ella por la ciudad. Ella nunca entendió esa dichosa manía de caminar por todos lados. Él solamente conseguía ponerla nerviosa con aquella actitud. Ella siempre conseguía ponerle nervioso, tenía esa capacidad. 

Caminaban sin detenerse. Intentaban solucionar sus diferencias, intentando que los pasos que daban les mostraran alguna solución. Él no paraba de hablar, haciendo gestos con las manos en el aire, cortando el viento. Ella tenía frío, apretó un poco más la bufanda de lana al cuello y después metió sus manos en los bolsillos del pantalón. Uno de sus dedos rozó algo en el interior de los vaqueros. La textura que tocaba le fue muy familiar. Siempre llevaba aquel trozo de servilleta en el bolsillo, una servilleta de un bar. La extrajo del pantalón y la tocó con delicadeza, jugando con ella entre sus dedos. Él continuaba hablando y ella se transportó al día en el que se conocieron, al día en el que aquella servilleta pasó a formar parte del bolsillo de su pantalón. 

Se conocieron una tarde de verano. Ella servía copas en un bar y el, en aquellos momentos, necesitaba una copa en un bar. Se sentó en uno de los taburetes que quedaban pegados a la barra, no levantó la mirada y habló con la chica que le serviría una copa segundos más tarde. Así fue cómo comenzó todo. Él se enamoró de su voz, de aquella voz femenina que le invitaba a seguir escuchándola. Ella se enamoró de él, simplemente. De todo su conjunto. Le parecía interesante y continuamente se preguntaba por qué un hombre como aquel había terminado tumbado en la barra de un bar, buscando un consuelo en los restos de alcohol que descansaban sobre el fondo de los vasos de cristal. Sus penas se mezclaban con los grados de aquel líquido transparente, se estrellaban contra el grueso cristal del recipiente y se congelaban al entrar en contacto con las frías piedras de hielo. 

Él quedó en silencio, pensó en las siguientes palabras que pronunciaría. Ella le observaba, esperando a que continuara. “¿Te apetece ir a caminar?” le dijo él, aún sin apartar la mirada de la barra de madera. “Ahora no puedo, estoy trabajando” contestó ella con una sonrisa. “No, ahora no. Cuando termines, ¿te apetece?” preguntó de nuevo el chico que ahogaba sus penas en alcohol. “¿Dónde quieres ir a caminar a estas horas de la noche?” contestó a la pregunta con otra pregunta. Él no dijo nada y al cabo de unos minutos continuó hablando. Olvidaron la noción del tiempo, parecía que estaban destinados a toparse aquella fría noche de verano. Nadie les interrumpía, no había ningún cliente más al que servirle una copa. Solamente quedaban ellos en el solitario bar. Ella continuaba escuchando sus historias. Él continuaba bebiendo, hasta que se detuvo y escribió en una servilleta algo que después conseguiría sacarle una sonrisa a ella, que seguía tras la barra. 

“Donde nos lleven los pies” podía leerse en el trozo de papel arrugado que ahora quedaba entre sus delicadas manos de camarera. Aquella era su respuesta. Quería ir a caminar por la ciudad, a esa hora y sin un rumbo fijo. Donde nos lleven los pies. Ella lo leyó un par de veces. Se sonrojó y guardó la servilleta en uno de los bolsillos de su pantalón. 



Martes y comienza la jornada de trabajo para los tres, los tres friega platos comienzan de nuevo, una semana más, a quedarlo todo como los chorros del oro. No se podrán quejar y no se quejan. 

La mañana es tranquila, como casi todas, o como casi ninguna. Me paso la mañana escribiendo, es lo que tiene esto de las cartas desde Holanda. No puedo decepcionar al cartero, que pasa todos los días a por una y se las entrego para que lleguen a tiempo. No, es broma. Yo me ahorro el paso tradicional del cartero y del sobre y solamente con un click ya las he enviado a todos mis corresponsales. ¡Cómo cambian los tiempos! Que se lo pregunten a los más mayores. ¿Quién les iba a decir a ellos que ahora solamente en menos de un minuto todo el mundo puede leer lo que has escrito? ¡Qué diferente hubiera sido todo si siempre hubiese existido el internet, y los ordenadores claro! ¿Os imagináis a las mujeres enviándose correos electrónicos con sus maridos, que les contestan desde el campo de batalla? ¿O a los más jóvenes hablando por facebook desde las literas de la mili con sus novias? No quiero ni pensar cómo hubieran sido los grandes actos de la historia. ¿Qué hubiera sido de la expulsión de los moros si la Reina Isabel la Católica lo hubiera publicado en su muro del Facebook? ¿Os imagináis a Colón twitteando en ciento cuarenta caracteres que ha encontrado un nuevo mundo? ¿Y Beethoven grabando una sinfonía en su i-phone para ponerla de tono de llamada? El mundo hubiera sido muy diferente, tan diferente. 

Mary se va la tienda de Marleen. Ana y yo nos quedamos en casa y nos despedimos de ella hasta la noche, aunque es posible que la veamos antes de irnos al restaurante. Ana y yo preparamos la comida y, antes de comer, recibo una llamada de Aylim. Se escuchan jadeos al otro lado del teléfono. Aylim parece que está cansada, seguro que va en la bici. “Hello Aylim” la saludo esperando una respuesta. Aylim me dice que va en la bici, que está llegando a casa y que va muy deprisa porque le ha llegado un paquete desde España. ¡Qué ilusión! Le ha llegado un paquete desde su casa, desde su casa española. ¿Qué habrá dentro? Le digo que esta tarde en el trabajo me lo tiene que contar todo con pelos y señales. ¡Qué ilusión! Y nosotros seguimos esperando el nuestro. Nuestras madres lo enviaron hace una semana, más o menos, y todos los días rebuscamos entre las cartas de la puerta para ver si nos topamos con algo que nos diga que nuestro paquete ya está en Eindhoven. ¡Qué ganas tenemos de desgarrar la caja y descubrir lo que hay en ella! Aylim hoy es una privilegiada, tiene paquete sorpresa. ¡Seguiremos esperando con muchas ganas! 

Después de comer nos duchamos y nos vestimos. Ana se va antes que yo, ya que hoy también entra a las cinco en vez de a las seis. La gente va a comer antes de lo normal y es mejor que empiece a fregar cuanto antes. La rutina antes del trabajo comienza a crearse y las rutinas son de las cosas que no me gustan. ¡No podemos hacer nada contra ellas! Supongo. Las duchas siempre son a la misma hora y las cosas que hacemos antes de coger nuestras bicis siempre son las mismas. Nos sentamos en el sofá, esperando a que lleguen las cinco y media, y cuando llegan nos ponemos los abrigos, las bufandas y los guantes y bajamos las escaleras de casa, cerrando con llaves todas nuestras puertas. ¡Ya se convierte un poco monótono! Pero es lo que suponemos que nos esperan los minutos antes de ir a trabajar, no podemos hacer otra cosa. El pallet de madera sigue sirviéndonos de puerta, la puerta que nos separa de las escaleras de la calle. Las escaleras donde aún permanecen los huesos de animales. ¡Nuestro vecino flautista invisible de Hamelín sigue sin decir nada! No sabemos nada de él. 

Cuando Ana se va espero hasta las cinco, más o menos. Con mi abrigo, la bufanda y los guantes llego hasta la tienda de Marleen, donde Mary está sola. Abro la puerta de la tienda y ya entro en ella como Pedro por su casa. Como Pedro por su casa o como Marleen por su tienda, llamadlo como queráis. Mary yo hablamos un rato antes de irme a trabajar, ella aún tiene que cerrar todo el chiringuito y después irse a su puesto de friega platos. Su restaurante queda muy cerca de la tienda, así que puede esperar un poco más y salir más tarde de ella que yo. 

Cojo la bicicleta de nuevo, la que teníamos en la terraza, y comienzo a pedalear hasta llegar al restaurante. Gianlu tuvo esta bicicleta una temporada, la cogió de nuestra terraza, la arregló y no le gustaba porque la cadena hace ruidos raros y a veces salta. “Chac, chac” te hace la bicicleta cuando pedaleas más fuerte de lo normal. El otro día Gianlu me observaba con ella y me preguntó que por qué conmigo la bicicleta va bien. “¿Por qué a ti no te hace chac, chac?” me dijo mientras íbamos a cas ay yo le contesté que la trato con cariño. ¡Mira Gianlu! Y acaricio con cuidado el porta paquetes de la bici. Le doy un trato especial. Creo que Gianlu no tiene paciencia, yo le voy cogiendo el tranquillo a la bici, aunque sigo queriendo la mía. Que la tiene Ana todavía. Y como Homer Simpson con su bocadillo me toca decir eso de “¡Quiero mi bici-cleta, quiero mi bici-cleta!” 

En el restaurante me lo paso muy bien, mis compañeros de trabajo con muy divertidos y cada día me entiendo mejor con ellos. Es bueno que me tenga que comunicar con ellos en inglés, ya que viene muy bien para mi “pronunshieishion”. ¡Hasta con Aylim a veces hablo en inglés! A parte de la pronunciación también practico mis dotes de cantante, ya que casi todas las tardes me animo a mí mismo y a los cocineros en general con nuestras rumbas españoles. Bueno, rumbas y lo que no son rumbas. ¡Y encima todas las noches me quedan el recipiente de patatas fritas para que lo friegue! El problema no es que me lo queden, porque me lo tienen que poner ahí. El problema es que siempre contiene algunas patatas, las cuales no soy capaz de arrojar a la basura y me las tengo que comer. ¡Están tan buenas! Y a veces Aylim me hecha mahonesa. ¡Qué maja ella! Cómo me cuida. Pues nada, mi cena serán las patatas. 

Y al terminar nos vamos, Aylim y yo, en busca de Mary, al Vintage. ¡A Mary le han dado dos paquetes de magdalenas con pepitas de chocolate! Qué ricas. Dice que los cocineros del Vintage las iban a tirar y se las han ofrecido. Ella las ha cogido encantada de la vida. Es más feliz que un niño con un chupa-chups. Hablando de felicidad. “Aylim, ¿qué había en tu paquete de España?” le preguntamos con ganas de que nos sorprenda con la respuesta. “¡Comida, mucha comida!” y nos da envidia, y nos lo cuenta todo con detalles, y se nos cae la baba y nos tiene que invitar a algo. 

Y nos vamos a casa, cargados de magdalenas con pepitas de chocolate, de bicis que suenan raro y de patatas fritas que se van enfriando en mi estómago. ¡Las calles ya son nuestras! El camino a casa ya se hace con los ojos cerrados. ¡Hasta mañana ciudad! Nos vamos a evadirnos del mundo, a acurrucarnos entre nórdicos y a tener dulces sueños. Por cierto: el día 21 es el fin del mundo. ¡Quedan solamente dos días para ello! 



“Donde nos lleven los pies” volvió a leer en la servilleta de papel. Ya estaba desgastada, muy arrugada e incluso las letras se desteñían sobre el material en el que estaban escritas. Recordó la noche en las que su chico las escribió para ella. Le entristecía pensar que aquella historia acabaría de una manera tan inesperada. Seguían caminado mientras que sus pensamientos volaban libremente. Él continuaba hablando a su lado, mientras caminaban por la ciudad. A él siempre le había gustado caminar, ella comenzó a cogerle cariño. No estaba tan mal eso de salir a pasear de vez en cuando. Ella detuvo sus pensamientos, él detuvo sus pasos. 

Ella continuó caminando, hasta que se percató de que él se había detenido. Se detuvo y ambos quedaron en silencio. Ella le daba la espalda. La calle donde estaban era preciosa, las casas antiguas les rodeaban y las luces jugaban a las proyecciones y sombras sobre sus cuerpos petrificados. La luz de la luna también se unía al juego de luces. Él no dijo nada más, su respiración era cada vez más fuerte. Necesitaba que ella dijera algo. Lo necesitaba. 

-Dijiste que jamás nos ocurriría nada de esto.- dijo ella mientras miraba al horizonte. –Jamás nos ocurriría nada de esto.-repitió y agachó la mirada, como un día él la agachaba contra la barra del bar. –¿Qué nos ha pasado? Los pasos que damos nos están destruyendo, a cada paso.- enmudeció de nuevo. Miró al frente y abrió los ojos todo lo que pudo. Parecía haber encontrado la respuesta a sus problemas. –No podemos seguir caminando. Hay que evolucionar, nos hemos estancado, nos hemos quedado petrificados. –subió el tono de su voz, intentando que las palabras llegaran con más intensidad al chico que la escuchaba desde su espalda. -¡Hay que evolucionar! No podemos seguir construyendo nuestro camino a base de pasos. ¡Hay que correr! Tenemos que caminar deprisa. Corre. Corramos hasta el horizonte. Dejemos que nuestros pensamientos evolucionan como nuestros pies, como nuestros pasos. Formemos un camino mientras estamos corriendo.- no dijo nada más. Su mirada no se desviaba del horizonte, la servilleta aún jugaba entre los dedos de su mano y él, observándola desde detrás, no llegaba a comprender sus palabras. 

Ella comenzó a correr, sin decir ni una palabra más. Corrió muy fuerte, acelerando sus pasos. Dejándolo todo atrás, olvidando el juego de luces y olvidándole a él. Quería que la siguiera, pero no la siguió. Al menos, no de momento. Él se quedó petrificado bajo la luz de la luna, como el destino había escrito. Ella continuaba corriendo hasta el lejano y perfecto horizonte. 

La luz de la luna y las luces que decoraban las calles de la ciudad bailaban entre ellas, provocando un escenario perfecto por el que poder pasear. En medio de la calle, a pocos pasos de un hombre que parecía haberse quedado congelado, descansaba un trozo de papel. Las luces le daban formas diferentes, colores que camuflaban al original. Una leve brisa agitó el rugoso papel, logrando que hiciera un suave movimiento en el suelo. Un movimiento que consiguió despertar de su sueño al hombre que había quedado petrificado bajo la fría luz de la luna. Él miró al suelo. El papel que se agitaba lentamente llamó su atención. Se dirigió a él y lo cogió entre sus manos. Pudo leer su mensaje con claridad, a pesar de que las letras ya estaban un poco desgastadas. Jugó con el mensaje entre sus dedos y pasados unos segundos lo lanzó al aire, depositándose de nuevo en el suelo. Él comenzó a correr, en busca de aquel perfecto horizonte, tras una evolución, un cambio. Tras ella. Aceleró sus pasos mientras comprendía la totalidad del mensaje. “Donde me lleven los pies” y no se detuvo. El destino así lo quiso, sus pasos volverían a toparse en el camino. La servilleta continuaría dando tumbos a causa del viento, jugando entre las luces, jugando entre los dedos de la gente. Su mensaje cambiaría vidas, escribiría destinos. Donde me lleven los pies.



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

2 comentarios:

  1. Leo tus entradas casi desde el principio, me recordáis a mi misma hace 20 años en otro país, pero con la misma ilusión....y con tan poco dinero¡¡
    Enhorabuena por no haberlos quedado en casita, quejándose sin hacer nada, por echarle "un par" y buscaros la vida tan lejos de la familia, por entender que se puede vivir sin las cañitas con los amigos y las lentejas de mamá, porque aunque creáis que estáis sólo fregando platos, estáis aprendiendo mucho más de lo que ahora pensàis, ademàs de otro idioma, vais a aprender algo que no olvidareis nunca, que sois capaces de valeros por vosotros mismos, que hay vida màs allà del INem, que el mundo no acaba en los Pirineos, que la amistad verdadera es el mejor regalo que te puede dar la vida, que dejar tu familia y buscar una vida mejor es igual de duro para un extremeño que para un rumano...y muchas más cosas que os acompañarán el resto de vuestras vidas , terminéis donde terminéis.
    Os deseo una muy Feliz Navidad, con esa nueva familia que estáis creando, y os aseguro que aunque os sintáis un poco tristes mañana por la noche, algún día recordaréis estas Navidades con nostalgia.
    Algún día os haré una visita, a mi la vida ( y el amor) me ha llevado muy cerquita, y aunque mis circunstancias son más cómodas, no sabéis como os envidio.,,.,

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    1. ¡Hola! Muchas gracias por tu comentario, no sabes qué ilusión me hace recibir comentarios en el blog y saber que la gente lee las cartas. Me alegra las cosas que me dices. Muchas gracias por decir las cosas que dices y por apoyarnos en esta aventura con tus palabras. No sé quién eres pero me intriga eso de que algún día nos harás una visita. ¡Aquí te esperamos, mientras continuamos con nuestra aventura!
      Un abrazo desde Eindhoven.

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