Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

lunes, 24 de diciembre de 2012

"The boat of madness"

19 de Diciembre de 2012.

Existe un barco al que no todos conocen. Dicen que los afortunados pasajeros que en él viajan consiguen olvidar todas sus penas y malos pensamientos en tierra, que solamente viajan cargados con una maleta repleta de risas y de cosas sin sentido, cosas que te hacen perder la cabeza. Zarpa todos los días, quedándose a la deriva por mucho tiempo, y solamente los más afortunados consiguen llegar al puerto para adentrarse en su aventura. 

La pareja de amigos montaban todos los días en él, siendo de los pasajeros más populares entre toda la tripulación. Un día, un grisáceo día, ambos estaban en el puerto, frente al inmenso mar de la locura. Él la invitó de nuevo, una vez más, a subir con él. Necesitaban ser pasajeros todos los días. Aquel momento fue diferente. Ella no le cogió la mano, no fue capaz de subir con él, no pudo abandonar el puerto y sus pies quedaron congelados en el suelo de madera. El barco zarparía en escasos minutos. Él la miró, le tendió la mano y, mirándola a los ojos, le dijo aquellas palabras que jamás antes había tenido que pronunciar. Susurró, muy lento, como un suspiro. 

-Súbete al barco, conmigo, y no me abandones nunca. Súbete a la locura, porque nos gusta estar a su deriva y olvidarnos de esta maldita cordura. 

Pero ella no pudo subir, esta vez no. 



Por la mañana Mary se va al estudio de Derek a pintar una mesa, ya que el lunes y el martes no puedo porque en el estudio había un equipo de grabación, o algo parecido. Al menos eso es lo que le entendimos a Marleen en el mensaje que le envió a Mary. ¡Qué buena comunicación de mensajería! Así que Ana sigue durmiendo arriba y yo me quedo en el salón. ¡Espero que Mary llegue pronto y así podremos comer los tres juntos! 

Ana y yo pasamos la mañana tranquila. A las cinco y media trabajamos los tres, así que estaremos preparados para la hora en la que nos toque coger las bicicletas y ponernos en marcha. De momento estamos en casa, hasta que llega Mary del estudio de Derek. Dice que le gusta mucho el trabajo que está haciendo y que, obviamente, se lo pasa mejor en el estudio que en la tienda. ¡Normal! En el estudio está todo el día haciendo cosas y en la tienda pasa algunos días muy aburridos en los que solamente hace cosas en el ordenador. Marleen se da cuenta de ello y cada vez que puede le dice a Mary que se vaya al estudio. ¡Y eso! Mary ya está en casa. 

Comemos los tres y nos preparamos para las cinco y media, hora en la que nos tenemos que ir a trabajar. Aunque antes de ello acompaño a Mary a por una caja de velas a un almacén que hay a las afueras de Eindhoven, cerca de la casa estudio de Marleen y Derek. Tenemos que ir a recoger unas velas de diseño a la misma nave donde estuvo Mary hace unos días. Para que no vaya sola decido ir con ella. Son las cuatro y media cuando nos ponemos en marcha. ¡Adelante! 

Cruzamos Strijp S, una zona empresarial donde encuentras todo tipo de cosas. En esta zona está la discoteca, Area 51, donde seguramente pasemos la noche más vieja del año. ¡Hay que comprar las entradas de la fiesta si no nos queremos quedar en la puerta! Continuamos con nuestro recorrido en bici. Nos metemos por unos callejones en los que solamente hay naves industriales y zonas medio abandonadas. Mary dice que el otro día tuvo que venir ella sola por estos sitios y que, encima, un camión iba tras ella muy lentamente. ¡Qué miedo! Ella con la bici y un camión detrás. Esas calles dan miedo, menos mal que no le pasó nada. ¡Marleen hija mía vaya unos sitios por los que nos mandas ir a por velas! Le pueden dar a las velas. 

Aparcamos las bicicletas en la puerta de la nave, llamamos a la puerta pero nadie responde. Así que bordeamos el edificio hasta que nos topamos con otra puerta. Un chico nos recibe, le explicamos lo que queremos y no tiene ni idea de lo que le estamos contando. El problema es el siguiente: estamos en la puerta de una nave enorme donde se encuentran decenas de estudios de diferentes trabajadores. Si llamas a la puerta te arriesgas a que no te abra la persona a las que estás buscando. Pues eso nos ha pasado, no es la persona a la que buscamos. Mary tiene que llamar a Marleen y le dice el nombre de un chico, para que pregunte por él. Ahora ya sí. Pasamos al interior de la nave y nos dirigimos hasta el estudio donde tienen que darnos las velas. Caminamos a lo largo de un pasillo en el que quedan estudios y talleres a ambos lados. Mary está flipando y dice que en un futuro se ve por ahí rondando, haciendo cosas. Y llegamos a nuestro estudio. Bueno, ojalá fuera nuestro. En la planta baja hay un chico en un taller, haciendo algo con unas máquinas. Nos indica que subamos por las escaleras de madera. Aparecemos en la primera planta, en la que hay un par de personas trabajando en una especie de estudio, con cocina incluida. Y cogemos otras escaleras, que nos llevan a lo que se supone que es el almacén donde guardan todas las velas. Una chica nos atiende. Le decimos que venimos a por el pedido de Marleen y nos prepara varias cajas de velas, las envuelve todas juntas y las mete en una bolsa, para que podamos transportarlas mejor en la bici. 

¡Todo está muy chulo! Es un buen sitio para trabajar. En el mismo sitio tienen el taller en la planta baja, el estudio del mismo taller queda en la primera planta y finalmente en lo más alto de todo nos encontramos con el almacén. Todo eso dentro de la inmensa nave. Y suponemos que así ocurre con todas las diferentes zonas de trabajo del lugar. Una buena forma de ahorrar espacio. Mary coge las velas y, cruzando de nuevo el pasillo que queda rodeado de estudios, llegamos hasta nuestras bicicletas. 

Con un paquete de velas atado al porta paquetes de la bici de Marleen nos vamos. Mary se va a la tienda y yo me voy a casa, que he quedado con Aylim a las cinco y cuarto. ¡Voy justo de tiempo! Mary le llevará las velas a Marleen y después se irá al restaurante. Por el camino nos acordamos de Aylim, ya que queremos hacer una mesa de pallets de madera para su comedor y como pasamos por un montón de naves industriales vemos constantemente pallets por todos lados. ¡Aylim si quieres una mesa hay que venir en busca de todo esto! Ya los transportaremos como sea. Si hemos transportado colchones, somieres, cajas de cartón, lavadoras y sillones hasta nuestra casa. ¿Cómo no vamos a poder hacerlo con esto? Además ya tenemos experiencia con pallets. ¡Tenemos una estantería en el salón que es un pallet, una en la cocina que es lo mismo y la puerta que nos separa del vecino invisible es otro! Los tres transportados desde el centro de la ciudad y con una sola bicicleta. Así que Aylim tendrás tu mesa. 

Las cinco y cuarto y estoy en la puerta de casa. Aylim todavía no ha llegado y Ana ya no está en casa. Comienza a trabajar a las cinco y, por lo tanto, se ha ido un rato antes. Ahora espero hasta que venga Aylim y, como no podría ser de otra manera, llega a casa cargada de chocolatinas y cosas ricas. ¡Es como el villancico ese que dice que hacia Belén va una burra cargada de chocolate! La única diferencia es que Aylim no va hacia Belén y que no es una burra. ¡Vamos a trabajar! 

Después de un café, de las chocolatinas y de las magdalenas que trajo Mary ayer del restaurante nos ponemos a pedalear. ¡Qué rico todo lo que lleve chocolate! Por cierto, las bolsas de las magdalenas de ayer casi que se han terminado ya. ¡Qué rico! Encima este año no tendremos polvorones ni turrones. ¡Qué navidades más escasas de chucherías nos esperan! No importa, es la única manera de ahorrarnos la dieta en Enero. Que las cuestas de Enero no nos cuestan subirlas porque no tengamos dinero, no. Si no que son cuestas porque con el peso que cogemos en Navidad no somos capaces de subirlas. ¡Malditas cuestas! 

Al terminar de trabajar quedamos en el Dr. Ink, que sin el punto se convierte en “Drink” (“beber” en inglés). A Aylim se le ha salido la cadena de la bicicleta y, por eso, antes de irnos a casa tenemos que montar un taller mecánico en la puerta del bar en el que ya somos clientes fijos. La bicicleta con las ruedas en el aire y dispuestos a colocarle la cadena. Mary y Aylim se hacen con el mando de la situación. La bici de Aylim es como dice ella: Muy bonita pero una mierda. Una funda protectora de medio cuero protege la cadena de la bici y hay que abrirla desabrochando una cremallera, que está más oxidada que la cadena que gobierna el tejado del museo de muñecas de Carreto. Sí, la cadena del museo de Carreto. Solamente los que conocen el pueblo comprenderán todo esto. Mary y Aylim comienzan a abrir, poco a poco, la cremallera enrojecida por la lluvia. Lentamente y con las manos teñidas de rojo, consiguen quedar al descubierto la rebelde cadena. Con la ayuda extra de Gianlu la cadena queda en su sitio, Mary y Aylim van al servicio a lavarse las manos y, tras desmontar el taller, regresamos a casa. 



Él no pudo soportar la idea de quedarla en el puerto, no pudo arrojarse a por ella. El barco había comenzado su nuevo viaje y ella le despedía desde el suelo de madera, con una leve sonrisa y una mirada que derrochaba tristeza. No podía acompañarle en su nuevo viaje, era incapaz de hacerlo. Había llegado el momento de estar separados por un tiempo. Puede que el destino lo hubiera querido así, que lo necesitaban para seguir estando bien y que todo aquello se convertiría simplemente en una nueva y pasajera aventura de la que tendrían que ser testigos. Estarían separados, simplemente. El uno sin el otro. Durante un tiempo, un corto o largo tiempo. El barco de la locura había zarpado. 

Desconociendo el tiempo del trayecto ella decidió quedarse en el puerto, esperando su llegada. Él pasaría las noches en la proa del barco, intentando divisar cuanto antes aquel puerto en el que había dejado a su compañera. Necesitaba volver a estar con ella. Las noches tomaban el aspecto de eternas, los días parecían tener más de veinticuatro horas y aquel barco no era lo mismo que había sido hasta entonces. Necesitaban viajar juntos, ambos lo sabían. Ambos se habían percatado de aquello. 

Y cada día zarpaba de nuevo, cada día un nuevo viaje. El viaje más largo de sus vidas había finalizado. Él consiguió ver el puerto de madera. Después de veinticuatro horas sin ella reconoció su rostro cansado y entristecido entre la multitud, la inmensa multitud que esperaba ansiosa por convertirse en pasajera. Él sonrió, desde lo alto, desde el mismo lugar en el que se había despedido de ella. Su sonrisa provocó que la tristeza de los ojos de la que le observaba desde el puerto desapareciera. Lo habían conseguido. El viaje había sido largo, pero ya estaban de nuevo juntos. Él tendió su mano, una vez más. Esta vez no pudo susurrar, el murmullo de la gente era tan fuerte como la bocina del barco. No susurró, le gritó a los cuatro vientos. Su mano continuaría extendida hacia ella. 

-Súbete al barco, conmigo, y no me abandones nunca. Súbete a la locura, porque nos gusta estar a su deriva y olvidarnos de esta maldita cordura. 

Y ella, esta vez y por todas las demás, agarró fuerte su mano. No la soltaría jamás. Esta vez sí pudo acompañarle, esta vez sí. El barco de la locura comenzó a zarpar, un día más, una aventura más. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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