Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 20 de diciembre de 2012

"The show must go on"

17 de Diciembre de 2012.

El show debía continuar. El show continuó. Todo el público se puso en pie y comenzó a aplaudir con fuerzas. Él continuaba en el suelo, inconsciente. Sin percatarse de ninguno de los aplausos, sin percatarse de nada. 

Siempre había estado viviendo entre bambalinas, susurrando a los telones los guiones con los que después ilusionaba a su público. Siempre había vivido en soledad, en la más profunda soledad. Muchos eran los que le rodeaban día tras día, muchos los que le aplaudían y le felicitaban, los que decían ser sus amigos y los que le pedían autógrafos por cada lugar al que visitaba. Siempre estaba rodeado de personas pero realmente estaba completamente solo. Solamente se tenía a él mismo, a sus guiones y a su escenario. Solamente eso. No necesitaba mucho más para ser feliz, aunque siempre había añorado sentir lo que era el cariño, el cariño de verdad. 

Todas las semanas concertaba una cita con su director, con el guionista y con el resto de personajes. La mayoría de las obras eran protagonizadas por él mismo. El resto de actores solamente se dedicaban a pronunciar algunas frases o a formar parte del decorado del teatro. Él era la auténtica estrella, una estrella que se apagaría en la soledad. En la soledad de un cielo oscuro, sin estar rodeado por nadie más. Se apagaría, lentamente y sin avisar. No importaría, pues el show debería continuar. Él lo sabía. Era la estrella, pero tarde o temprano pasaría de moda. No le importaba demasiado. La soledad seguiría siendo soledad, con estrella o sin ella. 



El sol ya ilumina nuestro salón cuando recibimos una llamada de Andrea, la cocinera que trabaja con Ana. La invitamos a tomar café, a ella y a su novio, que ha venido de visita a Eindhoven unos días. Como os dije en cartas anteriores él volverá a finales de febrero a quedarse aquí a vivir. Así que seremos uno más en la familia. 

La mañana transcurre tranquila. Hoy es un lunes libre para todo el mundo y vamos a ir a celebrarlo, por tercera vez, a casa de Aylim, ya que quiere celebrar en su casa su cumpleaños y aún hay gente a la que no ha invitado. Nos planeamos para esta noche y Ana, Mary, Aser y yo seremos los invitados en la casa de la mejor anfitriona de la ciudad. ¡Ahora toca recibir a nuestros invitados! 

Andrea y su cari, que es como ella le llama, tocan la puerta de casa y bajamos las escaleras para recibirles. Nos metemos todos en la cocina, que se está muy calentito, y esperamos hasta que los cafés estén listos. Un café para cada uno sale del microondas, que parece que cada vez calienta menos. O, al menos, eso dice Mary. ¡Dale unos porracitos en la espalda y seguro que se recupera! Cada uno con su café nos sentamos alrededor de la mesa del salón. Yo no bebo café, no me apetece y no suelo beberlo mucho. 

Andrea y su novio contemplan el piso, queriendo imaginar que el sitio donde vayan a vivir ellos sea más o menos igual. “Mira un pallete de pie hace una estantería, dos puntas en la pared y una tabla de la calle una balda para poner cosas y dos mesas pequeñas más un tablón hacen una mesa grande” le dice Andrea a su novio para demostrarle que se puede vivir muy bien con cosas muy sencillas y al alcance de todos. ¡Los palletes están en la calle, así que fíjate si están al alcance o no! Ya están buscando piso para mudarse, ya que ahora Andrea tiene alquilada una habitación. ¡Y tienen un problema de gatos! Sí, sí, de gatos. Ella tiene dos gatos en España, los cuales cuida su novio desde que ella hasta viviendo aquí, pero ahora quiere traerlos y no sabe cómo hacerlo. Tiene un dilema de gatos. ¿Los traemos en el avión o en coche? ¿Podrán vivir con nosotros en el piso o no nos permitirán tener mascotas? ¿Qué haremos con los dos felinos en el periodo de mudanza? Muchas dudas asaltan su cabeza. No sabe qué va a hacer, pero quiere sus gatos. 

Cuando nos despedimos de ellos comenzamos a hablar de qué es lo que vamos a hacer esta noche. A parte de ir a casa de Aylim y de Gianlu habrá que preparar algo para llevar. Mary quiere hacer una tortilla de patatas y una tarta, aunque creemos que Aylim va a encargarse de lo segundo. ¡A parte de la tortilla hay que llevarse los nórdicos! Como no tenemos secadora y los nórdicos no se han lavado nunca desde que están en nuestras manos, hemos pensado en lavarlos todos durante el día y a la noche llevárnoslos a casa de Aylim a secarlos en su secadora. ¡Así podremos dormir con ellos el mismo día que los lavemos! Se lo decimos a Aylim, lo de los nórdicos no lo de la tortilla, y le parece una buena idea. Lo de la tortilla se lo decimos más tarde. 

Dos de los tres nórdicos ya están en la lavadora y a la hora del centrifugado parece que vamos a tirar todas las paredes de la casa. Después de ducharnos y prepararnos para irnos a casa de la cumpleañera comemos algo rápido, unos sándwiches, mientras hablamos por la web cam con nuestra amiga Marta, una chica que vive en Badajoz. Es muy probable que se venga a pasar las navidades con nosotros, aunque es algo que todavía está en el aire. ¡Qué ilusión! Una invitada por Navidad. A ver si puede conseguir un vuelo económico y viajar hasta nosotros. 

Aser llega a nuestra casa, ya que tiene que pasar por ella para ir a la de Aylim, y nos vamos todos juntos. Meto los tres nórdicos mojados en una bolsa extra grande del Ikea, en la misma en la que Aylim transporta su ropa sucia hasta nuestra lavadora, y me pongo las asas en los hombros, formando de la bolsa una mochila para transportar lo que tenemos que secar hasta su casa. ¡Parezco un caracol, con la casa a cuestas, o un tío que lleva el top manta a las espaldas! Los tres nórdicos forman un rebujón en mi espalda, complicándose la cosa cuando me monto en la bicicleta y me paseo en ella hasta llegar a mi destino. “¡Barato, barato! ¡Llevo nórdicos baratos!” digo mientras voy en la bicicleta. De verdad que no sé lo que parezco. ¡Barato, barato! 

Aylim se ha traído un par de lámparas del restaurante donde trabajamos, ya que han comprado unas nuevas y esas las iban a tirar. Mary y ella ponen una de ellas sobre la mesa en la que siempre comemos, después de limpiarla y hacerle unas modificaciones para que venga más acorde con la casa. Ya creían que se cargaban la lámpara. Ha quedado muy bien, es bonita. ¡Ahora dicen que su próximo proyecto es hacer una mesa para el salón con palletes! Parece que el rollo pallet está dando para mucho. Tranquila Aylim, que a nosotros eso de los palletes se nos da muy bien. ¿No ves que hemos pasado toda nuestra infancia haciendo cabañas con ellos? ¡Pues para algo tendría que servir todo aquello! 

Con los nórdicos puestos en la secadora nos sentamos alrededor de la mesa, bajo la nueva lámpara que nos ilumina. Una tortilla de patatas, un revuelto de tomate, cebolla y atún, patatas fritas, salmón, panecillos, chorizo, jamón y hasta un panini horneado y trozeado invaden la mesa para ser devorados. Guardamos un poco de comida para Gianlu, que aún no ha llegado del trabajo, y le entregamos a Aylim una nueva sorpresa. Una caja de bombones y una tarjeta de felicitación con un mensaje muy profundo y firmada por todos nosotros consiguen emocionarla. ¡Qué bonito! 

Cuando Gianlu llega a casa y cena rellenamos la tarta con todas las velas, las encendemos y la llevamos al salón, cantándole de nuevo un cumple años feliz. ¡Esto de celebrar los cumple años tantas veces es un lujo! ¿Cuántas tartas de galletas con chocolate llevamos devoradas este mes? No lo sabemos ni queremos saberlo, mejor desconocerlo. La de Ginlu, la de Aylim, la del día de Sinterklaas, otra vez la de Aylim… 

Repartimos los trozos en cada plato, que en vez de trozos de tarta parecen venganzas, y nos los comemos. ¡Qué tarta tan alta! Parecen edificios de galletas y chocolates sobre nuestros platos. ¡Qué barbaridad! Y qué rica. Después de unas risas y de haber disfrutado de una tarta compuesta por una infinidad de pisos de galletas y capas de chocolate damos por finalizada la noche, cerramos el telón del espectáculo. Aunque el espectáculo debe continuar. 

Con los nórdicos a la espalda, montado en la bici y con el estómago lleno de tortilla y de tarta de chocolate regreso a casa con mis compañeros de Invierno Azul (nuestra versión de Verano Azul). Aser, Mary, Ana y yo, cada uno con nuestra bici, pedaleamos por las calles de Eindhoven. Sin parar de hacer nuestro show continuo y rompiendo el frío con nuestras carcajadas. “No os aburrís en casa” nos dice Aser desde su bici. No, no nos aburrimos. 



Pensó en lo triste que era todo aquello, en lo solo que se encontraba y en la importancia que la gente le daba a sus palabras. Sus palabras. Pensó en ella y más tarde cayó en la cuenta que ni siquiera eran suyas. Los textos que memorizaba se los entregaban cada semana, él los devoraba lo antes posible y los ensayaba ante un gran espejo. Dos días más tarde se paseaba por todo el escenario, recitando las palabras que habían sido extraídas de unos papeles y que, en esos momentos, ya estaban registradas en su memoria. 

Aquella noche estaba nervioso, más de lo habitual. Quedaban cinco minutos para el gran estreno de aquella maravillosa obra. Una obra que público y críticos esperaban ansiosos. Deseaban ser testigos de ella, escuchar sus textos y emocionarse con sus actuaciones, con su actuación. Todos esperaban su interpretación. La estrella del momento gobernaría sobre aquel inmenso escenario y conseguiría emocionarles a todos. Así que, cinco minutos antes de que saliera al escenario, todas las luces quedaron apagadas, el silencio predominó en la sala y una leve melodía anunciaba que la obra estaba a punto de empezar. 

Los brillantes ojos de los espectadores, la tensión en los cuerpos y la emoción que se vivía en el escenario y en cada asiento del teatro presentaba, paso a paso, palabra a palabra, el desenlace de la obra que tan aclamada sería. El actor se detuvo en medio del escenario, el último párrafo comenzó a ser pronunciado. Dirigió su mirada al techo de la sala, mientras declamaba sus últimas palabras, dejando al público bajo sus ojos. Su expresión derrochaba fuerza por todos los poros de la piel, su corazón comenzó a latir más fuerte de lo normal, con más intensidad. Unas gotas de sudor brotaron desde lo más alto de su frente, los focos que le alumbraban le cegaron por completo y su cuerpo, detallado por una mirada perdida, se desplomó sobre la dura madera que componía el suelo del escenario. Dio por finalizada su actuación. Consiguió decir la última palabra antes de caer, sin respiración. 

El show debía continuar. El show continuó. Todo el público se puso en pie y comenzó a aplaudir con fuerzas. Él continuaba en el suelo, inconsciente y casi sin vida. Sin percatarse de ninguno de los aplausos, sin percatarse de nada. La estrella se apagaba lentamente. La soledad continuaba, con estrella o sin ella. El ruido ensordecedor de los aplausos gobernaba la inmensa sala de teatro. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.


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