Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

sábado, 29 de diciembre de 2012

"Día bueno, noche buena"

24 de Diciembre de 2012.

Hoy es Nochebuena y mañana Navidad, y pasado también es Navidad. Dame la bota, María, que me voy a emborrachar. No, solo un poco. Mary y yo tenemos hoy una cita a las cuatro de la tarde con todos los empleados de los restaurantes, incluida Aylim claro está. Le hemos dicho a Ana un montón de veces que venga con nosotros, pero dice que no quiere. Dice que va a sentirse incómoda porque no conoce a nadie y que no se va a enterar de nada porque hablan en inglés. Ana, ¿y Aylim y nosotros dos en qué hablamos? Pero no la convencemos y no viene. 

Antes de las cuatro de la tarde vamos los tres juntos al Albert Heijn y a la tienda turca a comprar todo lo que necesitaremos para la cena de Nochebuena. Queremos preparar algo en condiciones, aunque siempre a lo barato. Eso está más claro que el agua. Haremos cosas sencillas pero con las que disfrutaremos. No importa la comida, lo que importa es pasar esta noche juntos. Seremos cuatro, Aser se une a la cena y estamos encantados de que lo haga. ¡Cuánto más gente mejor! El resto de amigos españoles no pueden cenar con nosotros, se han ido a España o cenan con algunos familiares, como el caso de Aylim y Gianlu. 

Es Nochebuena y nuestro paquete desde España aún no ha llamado a nuestra puerta, estamos cansados de esperar. Queremos nuestras cosas para Navidad, pero va a ser que no. Vaya, vaya. ¿Tanto tarda un paquete desde España? Seguro que se ha quedado por ahí perdido en alguna frontera. Nuestras comidas o nuestros regalos o las cosas que haya dentro están perdidas en medio de la nada. No puede ser. Estamos indignados con la correspondencia. ¿Dónde están las hojas de reclamaciones? Pues nada, nos tocará seguir esperando. 

Mary, antes de hacer nada relacionado con Nochebuena, tiene que ir hasta una oficina para recoger una cosa que Marleen le dijo ayer a través de un mensaje de texto. Mary se ducha y se viste temprano y se despide de nosotros. Dice que no cree que tarde mucho y que enseguida viene para irnos a comprar las cosas de la cena. En menos de media hora se escucha la puerta de abajo y unos pasos por las escaleras de seguido. ¿Mary? Nos dijo que tardaría poco, pero no tan poco. Ana y yo nos miramos extrañados y salimos de dudas cuando entra por la puerta. Sí, es Mary. Mientras se quita el abrigo y la bufanda sin poder parar de reír nos cuenta lo que le ha pasado. “Estaba en la puerta de la oficina y de repente he visto cómo Marleen se bajaba de su coche y se dirigía hacia mí. Cuando me ha visto ha empezado a reírse y yo, cuando lo he comprendido, me he unido a ella” nos dice Mary casi sin aliento. Resulta que Marleen le dijo en el mensaje que NO hacía falta que Mary fuera a la oficina, que ya iría ella. Mary le entendió lo contrario, así que ambas se han encontrado en la puerta de la oficina y se han empezado a reír de la situación. Qué casualidad, las dos a la misma hora. Son un cuadro. Me las imagino a las dos descacharrándose de la risa en la puerta de la oficina. ¡Hasta cuando un tipo les ha abierto la puerta Marleen le ha contado lo que les ha pasado! Dice Mary que no podían parar de reírse. Pues nada, Mary ya está en casa y se ha dado un viaje en balde, pero se ha reído. Que es lo más importante. 

Con Mary ya en casa nos ponemos manos a la obra. Después de pasar la mañana haciendo nuestro menú y la lista de cosas que necesitamos para comprar nos vamos al Albert Heijn, como ya lo sabéis y comenzamos a comprar nuestra cena. ¡Oh Dios de Holanda mío! ¡Oh Dios mío! Miles de pruebas invaden los pasillos del supermercado. Los dependientes del Albert nos regalan para navidad un montón de degustaciones gratuitas. Madre mía qué bien. Hoy no comemos en casa. Montañas de queso se alzan sobre los platos blancos de la carnicería. Los ojos se nos abren como platos cuando vemos a uno de los empleados llevar un par de bandejas de comida sobre unas mesas en medio de un pasillo. ¡Dos bandejas de canapés y de cosas que poder picar nos alegran nuestra visita al super! Panecillos con paté, ensaladas de gambas con una salsa muy rica, más tipos de queso, carpacho… No sé, hay de todo. 

Dos señoras se abalanzan sobre las bandejas de pruebas, como si no hubieran comido nunca. Comen y comen mientras se ríen por la satisfacción que les provoca la comida gratis. Son como nosotros pero en versión exagerada. Nos unimos a ellas y lo probamos todo. Vemos que una de las empleadas nos mira desde el interior de la charcutería y pone cara de rancia. ¿Qué pasa? ¿Esto son pruebas no? Pues para eso están. La que pone cara de rancia continúa preparando nuevas bandejas y, aún sin estar finalizadas las dos que hay en la mesa, se las lleva dejándonos boquiabiertos. ¿Por qué se lleva la comida? Y nos alegramos cuando vemos que las está reponiendo y poniendo cosas nuevas. ¡Qué buen regalo de Navidad! Supongo que como el paquete no nos llega el karma sabe recompensarnos y nos envía pruebas del Albert Heijn. 

Continuamos con la compra, para disimular un poco y no pasarnos la vida pegados como lapas a las bandejas. Las dos señoras de antes son como nosotros. Cada vez que hay una bandeja nueva son las primeras en atacar. ¡Hasta cuando se llevan las bandejas para reponerlas siguen comiendo! Un pobre trabajador no podía avanzar. Llevaba las bandejas en la mano y las señoras no paraban de detenerle para coger más pruebas. ¡Parecen gallinas picoteando en el suelo! Va a resultar que éstas sí que son unas buenas gallinas holandesas. 

Comemos mucho hasta que la empleada que pone cara de rancia nos dice a todos algo en holandés. Mary y yo estábamos rondando la bandeja, Ana ni se acercó porque ya sabía lo que iba a pasar. La trabajadora rancia pronuncia unas cosas con muchas jotas de por medio y Mary y yo huimos de la bandeja. Suponemos que ha dicho que no comamos más, por favor. Qué vergüenza. La rancia nos ha espantado a todos. A partir de ese momento creo que las bandejas se quedan más solas que la una. Pues para ti, quédate con tus pruebas. Que sepas que no me ha gustado ninguna, me las como por aburrimiento. Es mentira. Estaba todo buenísimo pero a ella no se lo digáis. 

Una vez en casa y con el estómago lleno comenzamos a ducharnos y a vestirnos para nuestra cita con la gente del restaurante. Hemos quedado a las cuatro en un bar que está cerca del Auberge Nassau, en el que trabajamos Aylim y yo. Ana vuelve a decir que no viene con nosotros, que prefiere quedarse en casa y arreglarlo todo un poco. Además, si se nos va el tiempo de las manos, puede ir preparando la cena. 

Mary y yo cogemos nuestras bicis y nos despedimos de Ana. Llegamos al bar donde hemos quedado y allí nos encontramos con Will y Desiré, los jefes del restaurante, entre otros. Casi todas las camareras y cocineros están tomándose algo. Aylim y su prima también están por allí. Así que ha llegado el momento de que comience la fiesta. Nos lo pasamos muy bien, hablamos con todos y bromeamos con todos. Will, el jefe, no para de traernos cervezas, una tras otra y hasta incluso cuando no nos hemos bebido una ya nos pone la segunda en la mano. ¡Este hombre nos va a llenar de cerveza! Comemos tapas del bar, bailamos y reímos, sobre todo nos reímos. ¡Hasta Desiré nos entrega un sobre a cada uno que no sabemos lo que es! Mary los guarda en su bolso y continuamos con la fiesta. Después de eso Aylim me dice que mañana vana a comer en el restaurante a las cuatro y media, que estoy invitado y que me vaya a esa hora a trabajar. ¡Vale! Una comida en el restaurante rodeado de todos mis compañeros me vendrá muy bien. Aylim y su prima, que es camarera, se despiden de nosotros y se van a cenar. Nosotros no tardaremos en irnos. Aunque seguimos pasándolo muy bien y Will no para de llenarnos las manos con vasos de cerveza. ¡Pero si yo en España no bebía cerveza! Supongo que el que sea lo más barato que puedes beber aquí y el que es lo que todo el mundo bebe me ha incitado a beberla, aunque sigue sin convencerme del todo. 

Todo el mundo en el restaurante llama a Mary por María, me hace mucha gracia, y es inevitable que no me acuerde de María. ¡María ven ya a vernos o a quedarte para siempre! ¡Pero ven ya! Y cuando creemos que nuestro cuerpo tiene más cerveza que agua en su interior decidimos marcharnos a casa. Nos despedimos de todos ellos, de los pocos que ya quedan, y nos vamos a casa. Negamos a Will una cerveza más y vamos en busca de nuestras bicicletas. 

¡Madre mía! Hemos quedado las bicis en una plaza que hay frente al bar y ahora esa plaza, sin saber por qué, está llena de gente que llevan velas muy largas en sus manos. Es una especie de procesión y Mary y yo tenemos que llegar hasta nuestras bicicletas como sea. ¿En serio? ¿Esto qué es? Vamos esquivando a la muchedumbre que pasea los cirios y Mary solamente teme por su pelo, reza para que no salga en llamas. Como por arte de magia y como caídas del cielo aparecen nuestras bicicletas al otro lado de la procesión de velas. ¡Con todas las bicis que hay aparcadas y con todo la gente que hay en la plaza hemos aparecido justo en el sitio de nuestras bicis! Qué suerte tenemos. La misión imposible de atravesar de nuevo toda la procesión, pero esta vez con bicicletas, se hace posible y llegamos hasta una calle despejada, sin gente, sin procesiones y sin velas. Por fin podemos montarnos en nuestras bicicletas y por fin podemos regresar a casa. Una cena de Nochebuena nos espera. 

¡Ana se ha lucido! Está en la cocina y está rodeada de platos de comida. Nos ha preparado la cena y no veas qué cena. La cocina está llena de cosas con muy buena pinta. Tengo ganas de probarlas todas, pero Ana no me deja hasta que no estén en la mesa. Se nos hace la boca agua mientras le contamos todo lo que hemos hecho en el bar y nuestra aventura con la procesión. Cuando estamos los tres en la cocina llega nuestro invitado, Aser. Los cuatro en la cocina vamos a oler a frito, pero no nos importa. Es Nochebuena y es nuestra Nochebuena, no necesitamos oler a perfumes caros ni comer comidas caras para ser felices. Nos conformamos con poco, aunque vivir unas navidades tan especiales y diferentes a las de otros años yo no lo considero poco. Es eso, unas navidades diferentes. Pero por eso no tienen por qué ser peores. ¡Y para nada las haremos peores! 

Una catástrofe nos ocurre en Nochebuena. No tiene nada que ver con la comida ni con la cena. Es más bien que tuvimos un problema de aseo, y no es que alguien oliera mal. Ni mucho menos. Todo ocurrió cuando Mary y yo estábamos en el servicio, estábamos hablando de estas nuevas y diferentes navidades. Yo estaba apoyado en el lavabo, sin más. De repente, unos tornillos que se aflojaron de la pared consiguieron que el lavabo se despegara de la pared. Con la inclinación el bote de porcelana donde teníamos los cepillos de dientes quedó hecho añicos en el suelo. Los cepillos de dientes invadieron el blanco suelo y a mí se me dibujó una cara de espanto en el rostro. Cogí rápidamente el lavabo, Aser vino en mi ayuda y Ana y Mary pusieron unas cajas de madera debajo, para que no se cayera al suelo. Menos mal que conseguimos apretar de nuevo los tornillos y el lavabo está fijado en la pared. Ahora los cepillos de dientes se han quedado sin refugio. ¡Qué susto! Ya sabéis: queda prohibido apoyarse en el lavabo a partir de ahora. Al menos hasta que le echemos un buen pegote de silicona. Y yo que creía que había adelgazado y ahora viene el lavabo y se me cae por culpa de mi culo. ¡Malditos polvorones y turrones! Pero si este año no estoy comiendo nada de eso… 

Disfrutamos de nuestra cena en familia, en esta nueva familia. Los cuatro charlamos y reímos, mientras observamos la cantidad de platos con comidas que hay en la mesa. Ana: definitivamente te has lucido. El otro día tuvimos que explicarle a Gianlu el significado de esa expresión, ya que es complicado que un italiano que habla cuatro idiomas la pueda comprender a la primera. Ana lo ha cocinado todo, excepto una tortilla de patatas que ha hecho Mary antes de irnos al bar con los del restaurante. ¡Y la tortilla, y no por culpa de Mary, es lo que peor está de la mesa! Tiene una pinta exquisita pero por culpa del aceite que hemos utilizado la hemos roto. ¡Hemos roto la tortilla! Está cocinada con aceite de pipa, o yo que sé, y ha quedado con un sabor muy, muy extraño. ¡Con lo que me gustan las tortillas y el maldito aceite se la ha cargado! Así que intentamos comerla con un poco de mahonesa, pero ni con esas se consigue camuflar el sabor a raro. Sabe a raro. ¡No volveremos a usar ese aceite nunca más! ¡Madre mía! Con lo rico que está el de los campos de Santa Quiteria… 

Cenamos como reyes y antes del postre recibimos una visita. Como no podía ser de otra manera Aylim y Gianlu se sientan junto a nosotros en la mesa y pasamos una buena velada. Ellos ya han cenado con la tía de Aylim y ahora han decidido tomarse una copa con nosotros. ¡Y así pasamos la Nochebuena! 

Nuestra Nochebuena está cargada de risas, de buenos momentos, de lavabos que se caen de las paredes, de postres que quedan un poco chuchurríos, de cenas que están exquisitas y de tortillas de patatas que saben raro. Ésta es nuestra Nochebuena, así la vivimos y así nos gusta vivirla a nosotros. Ya lo sabéis. No necesitamos comidas caras, ni ropas de marca, ni perfumes que perduran en el tiempo. Comemos lo más barato del Albert Heijn, vestimos de andar por casa y nuestras colonias valen dos euros en el Action. Si mezclamos todo eso se convierte en la cena más rica del mundo, con esta nueva familia que formamos día tras día. Están siendo unas Navidades diferentes, pero no por eso tienen que ser peores. ¡Feliz Nochebuena! 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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