Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

martes, 18 de diciembre de 2012

"Eindhoven crazy nights"

15 de Diciembre de 2012.

Ana duerme en su colchón. Seguro que sus sueños se fusionan con la realidad que nos rodea. La mañana en el salón ha comenzado. Mary se viste con sus pantalones de chándal. Se parece a la chica deportista de las Spice Girl. Yo me siento en el sillón, puede que arropado con la manta de cuadros. Las cartas no han de esperar por mucho tiempo. 

Cuando Mary llega de su carrera a la manzana de quince minutos extrae de detrás de nuestro sofá el colchón de cuadros escoceses que utiliza para hacer abdominales. Y hace abdominales, uno tras otro. Dice que, a pesar de que sale a correr algunas mañanas, hoy le ha costado más de lo normal. ¿Por qué será? Eso digo yo. Seguro que es porque todo lo que nos llega en los platos del restaurante lo probamos. Eso hace que nuestro cuerpo se acostumbre a la buena comida y después no quiera rebajarla mientras corre. Cuando termina de hacer los abdominales decide depilarse. Son intimidades íntimas, pero es que si no lo escribo os preguntaréis que dónde ha estado Mary toda la mañana. Mary ha estado depilándose con unas bandas de cera baratas del Action toda la mañana. Mientras, yo continuaba escribiendo. De fondo quedaba ella, tumbada en el colchón de cuadros escoceses con una banda rosa pegada en su blanca pierna. “Ésta cera no es ni buena ni mala, es “ea”” dice Mary mirándome mientras pone una cara rara y, de seguido, coge la banda y la arranca de su pierna rápidamente. 

Cuando termina de depilarse decide poner una lavadora. Problema: Ana está dormida y la lavadora hace mucho ruido, tanto que parece que se va a caer la casa. El lavado hace un ruido normal pero a la hora del centrifugado parece que un terremoto ha llegado a la ciudad. Algún día amanece la lavadora en el salón, porque con lo que se mueve encima de las escaleras le da por bajar los escalones y se sienta en el sofá. “Necesito poner una lavadora” dice Mary mirándome con una cara de pena mientras observa su camiseta y sus pantalones del trabajo, que casi se pudren dentro de la bolsa de plástico donde las ha transportado hasta casa. 

Así que Mary coge sus pantalones en las manos, sube las escaleras que nos comunican a la habitación e intenta darle pena a su hermana. Finge que llora y pide que si puede poner una lavadora. Aunque suene mucho la necesita y necesita lavar esos pantalones para el trabajo. Ana abre medio ojo desde el colchón y le contesta con un “Ponla”. Y Mary la pone. A la media hora o los cuarenta y cinco minutos el centrifugado comienza y Ana aparece en el salón. “Lo sabía, el centrifugado ha podido con mi hermana” dice Mary siendo testigo del medio terremoto que la lavadora forma encima de las escaleras. ¡Buenos días Ana! 

A las doce de la mañana, aproximadamente, recibimos un mensaje al Facebook en el que podemos leer cómo Pedro, el amigo murciano de Eindhoven, nos informa de que hay una especie de mercadillo y degustaciones de alimentos de la cultura india en un edificio situado en el centro de la ciudad. Él y Mónica, su novia, van a ir a dar una vuelta y nosotros les decimos que probablemente también vayamos a dar una vuelta. ¡Cultura india y degustaciones! Eso suena bien. 

Nos duchamos, nos vestimos y preparamos todo para irnos cuanto antes al centro de la ciudad. Cada uno cogemos nuestra bicicleta y el camino hasta el centro ya sobra decir que nos lo hacemos con los ojos cerrados. ¡La ciudad ya es nuestra! Esto ya es como ir en el pueblo, solo que un poco bastante más grande. Pero la sensación de “estar como en casa” cada día es más fuerte. Llegamos al centro. 

Mucha gente invade sus calles. Vemos de lejos el edificio donde se supone que es la exposición y el mercadillo de la India y decidimos aparcar las bicis al lado de la catedral, esa que gobierna las calles centrales de la ciudad. Y antes de aparcar nuestras bicis nos topamos con un grupo de personas que están siendo testigos de cómo varios chicos utilizan una rampa, de un material resistente, apoyada en el suelo para saltar por los aires haciendo volteretas y demás saltos sorprendentes. Cogen carrerilla desde lejos, corren rápido y en el vértice de lo más alto de la rampa se impulsan con todas sus fuerzas y saltan, saltan muy alto. Caen en el suelo como si de gatos con siete vidas se tratasen, giran con estilo en el aire, dejan que sus cuerpos caigan en el frío suelo y se levantan al instante, consiguiendo que el resto de personas que los vemos les aplaudamos con la boca abierta y sin pestañear. ¡Parecen gatos sobre tejados! 

¡Mónica y Pedro! Ellos también están siendo testigos de los saltos por los aires que dan estos chicos con ayuda de la rampa. Saltan hasta una importante altura y aterrizan en el suelo a varios metros de la rampa, llegando casi a mezclarse con la gente que les observa en grupo. ¡Alguno cae sobre la cabeza de alguien! Pasa gente con la bicicleta y ya me imagino a uno de ellos aterrizando en el porta paquetes. ¡El carrito de un bebé! Madre mía que casi lo aplasta desde las alturas. Hablamos largo y tendido con Mónica y Pedro, mientras continuamos disfrutando del show de los chicos de goma. Mónica se ha alisado el pelo y todos nos enamoramos de ella. ¡Qué guapa está! La halagamos un poco, nos hablan de la exposición de la cultura india y nos dicen que se van a casa ya, que Pedro tiene que estudiar para su examen final de carrera. Dicen que hay una especie de mercadillo con productos de la India, degustaciones de alimentos y un tipo que canta raro en una de las salas de la exposición. Nos quedamos un rato más disfrutando de los que dan volteretas en el aire y nos despedimos de ellos. ¡Nos vemos esta noche! Aparcamos nuestras bicicletas y vamos en busca del edificio donde está el mercado de la India. 

Ana, Mary y yo nos adentramos en el edificio. “Creemos que hay que pagar entrada, pero vosotros entráis como si no pasara nada. A lo español” nos aconsejan Pedro y Mónica cuando se despiden de nosotros. Y así lo hacemos, a lo español. Entramos como si nada, con la cabeza bien alta y allí los únicos que nos dicen algo son dos tipos vestidos con ropas típicas de la India que nos dan la bienvenida y nos invitan a adentrarnos en su mundo. Un pequeño mercadillo a la izquierda, mucha gente en el centro y una especie de cocina humeante a la derecha. Lo investigamos todo un poco, ojeamos precios, olemos las comidas y nos topamos con la sala donde está el tipo que canta raro. No duramos mucho allí dentro, no hay demasiadas cosas que ver. Así que nos vamos y nos decidimos comer en la tienda barata de hamburguesas y patatas que tanto nos gustan. 

Con el estómago lleno de patatas fritas, salsas raras, mahonesa y otras salsas nos vamos a casa. ¡Hay que darse prisa que a las seis comenzamos a trabajar en los restaurantes! Aylim viene a casa cargada con una bolsa extra grande llena de ropa sucia. Su lavadora se ha estropeado y tiene que lavar en la nuestra. Cuando todo está listo nos vamos cada uno a su restaurante. Mary se detiene en el Vintage, Ana se va a Señora Rosa y Aylim y yo continuamos hasta el Auberge Nassau. 

Hoy es un día divertido. Aylim y yo cantamos canciones españolas mientras terminamos el trabajo. Will, nuestro jefe, nos deleita con un intento de baile de sevillana mientras le coreamos algún tema de Camarón y hasta intentamos traducirle la letra de la canción de Lolita “Sarandonga”. “Flores, flores, hay muchas flores” se convierte en “Flowers, flowers, a lot of flowers”. Y así es como termino de limpiar todo. Con buena música y buen ambiente damos por finalizada la jornada de trabajo. Ahora toca la fiesta que tanto deseamos. ¡Ha llegado el momento de celebrar el cumpleaños de Aylim a lo grande, como se lo merece! 

Antes de irnos al Dr. Ink, el bar local pub al que tanto nos gusta ir las noches de sábado, nos vamos a comer una hamburguesa al McDonald´s. ¡Aylim tiene un hambre voraz! Cenamos románticamente, cada uno con nuestra hamburguesa, el uno frente al otro, compartiendo el mismo cartucho de patatas y el mismo vaso de coca cola, con la misma pajita y todo. ¡Solamente nos falta una vela entre medio para ser una velada en toda regla! Madre mía, hacía más de dos meses que no disfrutaba de un buen menú de McDonald´s. 

¡Vámonos de fiesta! Mary, Gianlu y algunos más ya nos esperan el el Dr. Ink con cervezas en la mano. Mateu, Aser, Ana, Andrea, Mónica, Pedro y, y… ¿quién es ese? Sí, es el novio de Andrea. Andrea tiene una sonrisa de oreja a oreja, pues ya tiene a “su cari” cerca de ella durante unos días. Además él tiene pensado venirse definitivamente con ella a finales de enero. Nos presentamos sin necesidad de que lo haga nadie y una vez todos listos comienza la locura de la noche del sábado. ¿No dicen que el fin el mundo está cerca? Pues nosotros celebramos cada sábado como si fuera el último. 

Cervezas, bailes, risas, canciones que nos encantan, canciones que nos vuelven locos, cosas que tienen que ser censuradas, bailes de todo tipo, cervezas por el aire y por los suelos, ropas mojadas y ropas quitadas, moños en los pelos de la cabeza, fotos locas, poses con cuadros de las paredes y rezos a la figura de una virgen que hay en una de las paredes del local. Más canciones de locura, más cerveza y más bailes que consiguen que quedemos a los holandeses boquiabiertos. Aylim es felicitada por nosotros de la manera más fiera. La cogemos en brazos y la manteamos por los aires como si estuviéramos al aire libre, pues tememos por su cabeza, y por el techo también. La noche continúa y con ella la locura, que aumenta a cada canción que suena. Terminamos bailando acompañados por un flotador salvavidas que cogió Aylim de una de las paredes e imitando a Pamela Anderson en los “Vigilantes de la playa” hicimos todas las posturas de baile posibles que se pueden hacer con un flotador. Por cierto, ¿por qué hay un flotador salvavidas en una de las paredes del local? O una de dos: tienen riesgos de inundaciones en el bar o es con lo que pretenden apagar un fuego en caso de que lo haya alguna vez. No entiendo nada. 

Las cuatro de la mañana. La música se detiene y todas las luces se enciendes. Es hora de irse a casa. Empapados de cerveza, fatigados de los bailes y con unas sonrisas de oreja a oreja nos vamos a casa. Obviamente, antes de ello, cantamos varias canciones al camarero y al resto de gente que continúa en el local. Lo dicho. Siempre cerramos el Dr. Ink y siempre conseguimos quedarlos sorprendidos por nuestra locura de fiesta. Cada sábado la fiesta aumenta, cada sábado parece que tras las paredes de ese bar se termina el mundo, cada sábado bailamos como si fuera el último baile de nuestras vidas y cada sábado demostramos que es posible transformar las sencillas noches en noches locas de Eindhoven, en nuestras noches locas de Eindhoven. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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