Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

sábado, 15 de diciembre de 2012

"The swans fly"

13 de Diciembre de 2012.

La noche colorea de oscuro el cielo de la ciudad cuando unos guantes de lana intentan secarse sobre el radiador, acompañados por un gorro del mismo material. Están en uno de los extremos del calefactor, que funciona todo el día con el objetivo de mantener a una temperatura agradable el resto de la casa. Un par de fotografías, arropadas en un marco de madera, decoran la repisa de la ventana sin cortina ni persiana, aunque una toalla queda colgada casi todas las noches de la barandilla donde debería ir alguna de estas telas que te ofrecen un poco de intimidad. En vez de cortinas una hilera de luces navideñas queda enrollada a lo largo de toda la barandilla, provocando un efecto muy acogedor y hogareño cuando son enchufadas a la luz. En el ventanal predomina un gran “Happy Birthday” que nadie se ha ofrecido a recoger de nuevo en la estantería, al igual que las chaquetas y pantalones que desordenadamente invaden los asientos de las sillas de madera. La mesa se convierte en el lugar más asequible para dejar todas las pertenencias que guardas en los bolsillos. Las llaves, los pañuelos, monederos, carteras y demás cosas que guardes en los pantalones amanecen cada mañana dotando a la mesa de un estilo más desarreglado. Un puzle casi terminado invade la otra mesa del salón, intentando no ser aplastado por cualquier ordenador o bolso cargado de utensilios similares a los que invaden la mesa compañera. 

A pocos metros de aquel desordenado salón las aves comienzan a invadir la fina capa de hielo del canal de agua. Todos apoyan sus patitas en el frío hielo y comienzan a corretear por todos los extremos del canal. No hay ninguna zona libre de hielo, habrá que esperar al ansiado sol para que intente descongelar el fino suelo que separa a las aves del agua. Aún es de noche, los rayos de sol aún no han atravesado las primeras nubes del lugar. 



Mary y yo nos ponemos en marcha. Ana ya sabéis dónde está. La bella durmiente está experimentando su hechizo más profundo. Nos vamos al Albert Heijn, aunque es un poco tarde y no creemos que haya nada de pruebas. Efectivamente, no hay nada de pruebas y no podemos degustar ni queso ni nada de nada. Como siempre Mary se hace un café y compramos con el vaso en la mano. Hay que comprar las cosas necesarias para la supervivencia, las cosas de siempre, las que pasamos la vida comprando sin darnos cuenta de nada. Nos ponemos a la cola, Mary le entrega a la cajera la tarjeta de los descuentos que un día nos encontramos en mitad de la calle y guardamos nuestra compra en la bandolera marrón y en la mochila verde. ¡Qué buenos carros de la compra tenemos! Ahora vamos al Aldi. 

Aylim dice que ir a comprar al Aldi es como ir a un mercadillo: que tienes que saber rebuscar entre las cosas y así poder comprar solamente cosas baratas. ¡Me encantan los mercadillos y me gusta mucho más eso de rebuscar! Este verano rebuscar camisetas de un euro en un montón de cientos de ellas me chiflaba. Pues nos vamos al Aldi, aunque hay que darse prisa ya que Mary se tiene que ir a la tienda de Marleen a las doce. Entramos en el Aldi y empezamos a rebuscar. La verdad es que es por innovar, pues nuestra compra en el Albert sale económica. Nuestra cesta es de color rojo y blanco, los colores de la marca más barata del super mercado. En el Aldi no nos convencen muchas cosas, pa qué nos vamos a engañar. ¡Nos gusta nuestro Albert Heijn y nuestra marca de color blanco y rojo y nuestros cafés gratis y nuestras pruebas de queso en montañas! Volvemos a casa. 

Son casi las doce de la mañana y Mary come antes de irse a la tienda, come a la hora holandesa y no come cualquier cosa. Come eso que ayer comió Aylim en nuestra casa, eso que era color marrón y se come con cuchara, eso que te provoca tantos gases y no lo hemos comido nunca desde que estamos aquí. Pues sí, come alubias. Alubias que le sobraron ayer a Aylim y las quedamos en casa. Mary se calienta el tupper donde están guardadas y las disfruta con una cuchara. ¡Verás que pedorrera vas a tener luego! Yo no digo nada. Pedorrera. Qué fino. Peorrera, sin la D, queda mucho mejor. 

Mary se va y Ana se despierta. Dice que su piedra filosofal está mucho mejor, que no le ha vuelto a doler desde aquel trágico día del hospital y que las pastillas que le dieron le ayudan mucho. Me alegro, nos alegramos. Ahora solamente tiene que recibir una lechuza con una carta en el pico en la que se le invite atentamente a impartir clases en el colegio de Hogwarts. El caso es que Ana Potter y yo nos vamos al ayuntamiento, a ver si nos podemos registrar como es debido. 

Yo con la bici de la terraza a la que se le mueve el sillín y a la que la cadena le suena raro de vez en cuando y Ana con la mía que le compre al Gianlu aquella noche en la que él le compró una al negro del centro de la ciudad, a las cuatro de la mañana. Ana y yo llegamos al Ayuntamiento, encadenamos las bicis en la puerta y saludamos a la Mercedes Milá holandesa que nos atendió el otro día. Qué, ¿aún sin encontrar ningún holandés en condiciones para el Gran Hermano? Como llegamos antes de la una, lo que nos dijo el otro día, podemos coger un número que nos indicará cuándo es nuestro turno y esperamos poco tiempo, ya que es coger el número, gracias a la ayuda de Mercedes, y que aparezca en una de las pantallas de la sala. ¡Qué ayuntamiento tan enorme! Hay mesas y sillas por todos lados, stands donde te reciben y te atienden, oficinas y cosas de la decoración muy elaboradas. ¡Madre mía! Pues si solo uno de los stands donde nos atienden es igual de ancho que el ayuntamiento de nuestro pueblo. Una señora nos recibe en su medio despacho, nos pide nuestros pasaportes, el contrato de la casa y creo que nada más. Dice que no aparecemos registrados en ningún sitio y que por lo tanto es la primera vez que lo vamos a hacer. ¿Cómo que no? La chica de color de la oficina del SEXPE holandés nos dijo que nos había registrado en la dirección del albergue, que es donde vivíamos por entonces. ¡Qué fuerte! No nos registró en ningún sitio o, tal vez, nosotros la entendimos mal. El caso es que ahora en vez de cambiar nuestra dirección nos tenemos que registrar por primera vez esa mujer no nos puede ayudar, así que llamo a uno de sus compañeros y nos transportamos hasta su stand. 

Una vez acomodados de nuevo en dos nuevas sillas, le entregamos todos los papeles al hombre, rellena nuestros datos en el ordenador y nos dice que firmemos un papel que después nos entrega. ¡Ya está! Ya estamos registrados. Ya somos oficialmente vecinos de Rubensstraat. Qué ilusión más grande. ¡Enhorabuena a nosotros mismos! Nos despedimos de Mercedes Milá, le deseamos mucha suerte en la nueva edición del reality show y volvemos a casa, a nuestra casa de verdad, en la que estamos registrados. 

El canal que cruza la ciudad está congelado. No nieva ni llueve pero hace un frío que pela, que congela. Los pobres patos, aves e incluso cisnes caminan por encima del hielo como si de pingüinos en el Polo Norte se tratasen. ¡Hasta los trozos de pan que algunos paseantes arrojan al río para los animales quedan estampados contra la capa de hielo! Así se lo pueden comer mejor. Pobres aves. ¿Os imagináis que alguna estaba buceando cuando la capa de hielo se ha formado? No quiero pensar en ello. Algunas mañanas hay cisnes y otras mañana no, es como hoy si y mañana no. ¿Dónde se meten los días que no están y de dónde aparecen? Es como si vinieran de la nada. El otro día, junto con Aylim, los observábamos mientras pedaleábamos nuestras bicis y lo pensamos detalladamente. ¿Los cisnes vuelan? Aylim dice que son como muy grandes para volar. Y sí, he de decir que no lo sabía con certeza pero lo he buscado en internet, que para algo existe. Los cisnes vuelan. He encontrado lo siguiente: 

“A pesar de su gran peso, los cisnes vuelan muy bien. Sus alas levantan un peso cuatro veces mayor del que, en comparación, levantan las de la gaviota argéntea o las de la corneja, por lo que tienen que batir sus alas muy rápidamente para poderse mantener en el aire. Un exceso de peso hace difícil el despegue y el aterrizaje, y los cisnes necesitan una gran extensión de agua a fin de poder alcanzar la velocidad necesaria para despegar o para detenerse cuando descienden. Tampoco pueden evolucionar mientras vuelan, siendo precisamente la causa más importante de su mortalidad en las zonas habitadas su choque con toda clase de cables aéreos.” 

Pues vaya, pobrecitos. Si están con unos kilos de más les cuesta aterrizar y despegar y encima pueden morir estampados contra los cables de la luz. Son como los aviones, que vuelan pero necesitan una pista de aterrizaje. ¡Cuidado un cisne! 

Llega la hora de irnos a los restaurantes. Comienza la jornada de fregar y lavar platos y demás cosas de cocina. Seguro que nunca antes me había preguntado quién fregaba todos los platos y cubiertos con los que comía en un restaurante y seguro que a partir de ahora me lo preguntaré siempre. ¿Quién es el pobrecillo que ha fregado todo esto? Puede que tampoco lo haya pensado nunca porque no he comido muchas veces en restaurantes, somos más de McDonalds y en esos sitios no es que se utilicen muchos cubiertos. Aylim no viene al trabajo porque tiene una tos importante, esperemos que se recupere pronto que esto no es lo mismo sin ella. Además cuando todo está limpio y me despido de mis compañeros me dicen que Monique, una de las camareras del restaurante, está en el hospital y le escribimos una postal navideña, cada uno con nuestro mensaje. “Espero que te recuperes pronto y que vuelvas al restaurante con tu sonrisa a traerme nuevos platos sucios. Tu afwas, Dani” ese es el mensaje que le dejo en la postal. Afwas es como se llama nuestro puesto de trabajo. Friega platos de toda la vida. 

Cuando estamos los tres en casa nos sentamos en el sofá del salón y disfrutamos del desorden que nos rodea. El “Happy Birthday” que colgamos del ventanal sigue pegado en el cristal, nos da pereza quitarlo y tampoco queda tan mal. Además los globos amarillos que un día nos trajimos del Jumbo, el mismo día que nos cayó aquella inmensa granizada, siguen intactos, igual que el primer día. Ahora acompañan los extremos del “Happy Birthday” y son los primeros globos que conozco que no se desinflan y que duran tanto. ¡Qué buenos son los globos del Jumbo! Resistieron a una granizada y ahora resisten a nuestro día a día, a nuestra vida, que es parecida a la de un piso de estudiantes que no estudian. 

Ana nos dice que el novio de Andrea, la chica amiga que trabaja con ella, viene de visita el sábado y que en febrero viene para quedarse definitivamente. Podemos ir a recibirle con una pancarta en el aeropuerto en la que pueda leerse “Mi cari”, ya que es por el nombre con el que Andrea se refiere a él. ¡Podemos ir en cisne a buscarle! Como David el Gnomo. Mary nos dice que a Marleen ha comenzado a sonarle el teléfono móvil, que ha empezado a dar vueltas sobre sí misma intentando averiguar de dónde procedía el sonido y que Mary le ha dicho que el móvil estaba en su culo. Marleen se estaba volviendo loca. Mary se muere de la risa recordando la escena. Además, en el restaurante, uno de los cocineros le ha pedido matrimonio. Estamos todos locos. 

Mientras tanto Ana nos entrega la sorpresa que lleva unos días preparando en secreto y que por fin ha podido comprar en algún supermercado. Nos obliga a que cerremos los ojos, viaja a la cocina y coloca algunas cosas sobre la mesa. Cuando todo está preparado nos dice que podemos mirar. ¡Nachos con una salsa de guacamole y una bolsa de bolitas de avellana cubiertas de chocolate de todos los colores! ¡Qué bien! Esto es un lujo para nosotros y a Ana le apetecía deleitarnos con esta sorpresa. Y así pasa la noche y las charlas y las risas, mientras disfrutamos de nuestros nachos con guacamole y nuestras bolas de chocolate. ¡Buenas noches! ¡Cuidado con los cisnes! 



La lavadora descansa sobre el pequeño recibidor que hay al final de las escaleras que se comunican con la habitación, la puerta de la cocina está cerrada con llave y el pallet que separa la casa de la del vecino invisible está en su sitio. La gotera del baño continúa regalando un sonido a cada segundo, cada gota cae poco a poco en la botella de plástico cortada a la mitad. Un plato con restos de nachos descansa sobre la mesa del salón, junto a varias bolas de chocolate que dan un toque de color al tablón de madera y un plato blanco en el que pueden verse restos verdes de la salsa guacamole. 

A las afueras de la casa hace frío, no llueva ni nieva, pero sigue haciendo frío. Una de las bicicletas duerme en las escaleras, las otras dos en la calle, amarradas la una a la otra junto a la fachada de la casa. A pocos metros de allí, en el canal de agua que atraviesa la ciudad, un cisne aterrizaba en la fina capa de hielo, en aquella que no había conseguido descongelarse en todo el día. El cisne caminaría con cuidado sobre el frío suelo, decepcionado por no poder nadar como lo hacía el resto de días. Entonces decidió emprender un nuevo vuelo. Caminó más deprisa aún, a lo largo de todo el canal, abrió sus alas y comenzó a agitarlas rápidamente. Consiguió despegar sus patas del frío suelo. El vuelo había comenzado. Los cisnes vuelan. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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