Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 6 de diciembre de 2012

"En la puerta del colegio"

04 de Diciembre de 2012.

Mary hace un esfuerzo sobrenatural y sale a correr, como algunos días ha hecho ya. Yo me quedo en casa escribiendo. Al llegar a casa hace abdominales. Ana duerme en la habitación. Seguro que ella también hace abdominales en sus sueños. Los que no tenemos tabletas de chocolate, en el estómago digo, tenemos “gordominales”. ¡Pero viene muy bien tener “gordominales” en esta ciudad y en esta época! Como nos dijo la gallega que nos encontramos el otro día en el Albert Heijn: ¡Es bueno tener grasa para que nos resguarde del frío! Pues eso. ¡Mary no hagas más abdominales! 

La mañana es tranquila. Tengo que hacer los dos modelos de vídeo de Daniela, cada uno con una de las canciones que me pasó David. Esta tarde, a las seis, trabajo en el restaurante y Ana y Mary tienen el día libre de restaurantes. ¡Qué pena no coincidir en los días libres de cada uno! Pero bueno no le pidamos peras al olmo. 

Mary se va a la tienda de Marleen a las doce, más o menos, y al rato me llama para decirme que Derek, el novio de Marleen, me va a llamar por teléfono. Nada más leer el mensaje de Mary una llamada entrante de un número que no tengo guardado en la agenda invade la pantalla de mi ordenador. ¡Seguro que es Derek! Descuelgo la llamada y, efectivamente, al otro lado del teléfono el diseñador y novio de Marleen me habla. Dice que me necesita para algo de unas fotografías en su estudio y de más cosas que podemos hacer juntos. Le digo que algunos días trabajo a las seis en un restaurante y que me diga él qué día y hora le viene bien para quedar. Me dice que si puedo acercarme hoy al estudio y le digo que sí. Sobre las tres, más o menos, quedo con él. Cuando me despido comienzo a hablar de nuevo con Mary para que me explique detalladamente cómo llegar a la casa de Marleen y de Derek sin perderme por el camino, ya que ella ha ido varias veces y yo solamente una vez, encima de noche y con ella de acompañante. 

¡Qué bien! Me gusta trabajar con Derek, aunque solamente lo he hecho una vez y fue montando lámparas, pero me gustó hacerlo. Es un buen tipo y muy buena gente. Además, Marleen y él se portan muy bien con todos nosotros. Cuando Ana se despierta le digo que me tengo que ir con el diseñador y que no sé a qué hora llegaré. El tiempo está raro, chispea y una enorme nube se acerca lentamente hasta nuestras cabezas. ¡Espero que no me llueva cuando me vaya al estudio! ¡Encima está en la otra punta de la ciudad! 

Me ducho, que si lo llego a saber no lo hago, y me voy en busca del estudio. Me despido de Ana, cojo mi bicicleta y comienzo a pedalear. Llueve, llueve mucho. He quedado a las tres de la tarde y son las dos y media. Tengo que llegar al estudio como sea. La lluvia es fuerte y mis pantalones cada vez están más mojados. ¡Qué mal se conduce una bici cuando el fuerte viento te empuja hacia la dirección contraria a la que vas y encima la lluvia te azota salvajemente en la cara! 

Cuando no he andado en la bici ni dos minutos llamo por teléfono a Ana, le pido que busque mi paraguas y que me lo tire por la ventana del salón, que ahora mismo llego a la puerta de casa. Ana me está esperando, observándome desde lo alto lo mojado que vengo. “¡Lánzamelo!” y me tira el paraguas a las manos. Lo abro con dificultad y me monto de nuevo en la bicicleta. No paro de pedalear y no para de llover. ¡Qué mal! No sé cómo voy a llegar hasta el estudio en estas condiciones. Además, el portátil cargado a la espalda no es un peso que ayude a su transporte. ¡No puedo más! Cuando llego a la estación de autobuses me detengo, aparco mi bici en la mejor acera que me parece y me resguardo de la lluvia bajo un techo de un portal de un edificio. 

El viento invade el lugar, haciendo de todo este viaje un viaje desagradable. Llamo a Mary y le digo lo que me pasa, que no para de llover y que le voy a enviar un mensaje a Derek. Llamo a Ana y le digo lo que me pasa, que no para de llover y que, probablemente, regrese a casa en unos momentos. Así que, con el móvil en las manos y acompañado de una anciana que también se refugia en el mismo portal que yo, le envío un mensaje a Derek para decirle que me es imposible llegar hasta su estudio en estas condiciones. ¡Mis pantalones acaban de salir de la lavadora! ¡Ah no! Que están mojados por la lluvia. Dos ancianas más se unen al portal. Ahora somos tres ancianas y yo. ¡Parece un problema de matemáticas! Si la lluvia cae a no sé cuántos kilómetros por hora y una anciana camina a no sé cuántos kilómetros por hora, ¿a qué distancia se encontrarán la anciana y la lluvia cuando un joven que va en bici a no sé cuántos kilómetros por hora llegue bajo el techo de un portal? En fin. Que le envío un mensaje a Derek y me refugio en el mismo sitio, mientras que veo mi bici mojarse, esperando una respuesta por su parte. 

Los minutos pasan y la lluvia no pasa. Llueve cada vez más fuerte. Las tres ancianas miran constantemente a la calle, esperando algo. ¿Qué buscan estas señoras? Una de ellas lleva un gorro rojo y un paraguas del mismo color, esa está sola. Las otras dos no paran de hablar. Son como las gallinas holandesas que parloteaban en el albergue, pues igual. Las señoras esperan, esperan hasta que ver un coche aparecer por la calle y aparcar al lado de la acera. Las dos señoras corren hasta el coche y se montan en él. ¡Anda! Vienen a por ellas en coche. A por mí nadie viene. Es como en el pueblo, cuando nuestras madres venían con el coche los días de lluvia y todos nos convertíamos en borregos buscando un techo donde refugiarnos. Creo que en el pueblo tienen que darse una serie de factores para que realmente haya tráfico de coches en las calles: que sea un día de diario, que haya colegio, que llueva y que sean las dos y media del medio día. ¡Avalancha de coches en la puerta del colegio! Pues del mismo modo en que corríamos nosotros a cualquier coche que nos salvara de la lluvia, lo hacen las señoras desde el portal del edificio. Ahora solamente quedamos la señora del gorro y el paraguas rojo, mi bici que se moja y yo, que espero a que Derek me diga algo. Pero no me dice nada, seguro que no lo ha leído. Y llueve, sigue lloviendo. Otro coche se para ante nosotros. ¿Es mi madre que viene a recogerme en coche? ¡No! Es algún familiar de la señora del gorro, que abandona el portal y se monta rápidamente en él. Ahora quedo yo solo y nadie viene a recogerme. Qué tristeza. Sin más remordimientos cojo las llaves de mi bici, me preparo para la lluvia y comienzo a pedalear de nuevo, esta vez hacia casa. ¡Es imposible ir en bicicleta y con el paraguas al mismo tiempo! Qué mal se pasa cuando llueve. 

Llego a casa y Ana me recibe, no con los brazos abiertos porque estoy calado. Me desvisto y me pongo el pijama, pongo el resto de mi ropa a secar. ¡Es raro que con todas estas temperaturas aún no haya estornudado ni una sola vez! Pero no escribiré muy alto, no vaya a ser que me entren ganas de hacerlo y verás tú. Le envío un correo a Derek, ya que creo que no ha visto su teléfono, y me contesta. Me dice que no hay ningún problema y que podemos quedar el viernes a las nueve de la mañana. ¡Perfecto! Menos mal que ha comprendido que no se puede ir en bici y lluvia a la vez en esta ciudad. Ana dice que seguro que piensa que no estamos acostumbrados a todo esto y que tenemos que evolucionar con respecto a las temperaturas y el tiempo que hace en Eindhoven. ¿Acostumbrados a qué? No creo que nadie se acostumbre a ir por la calle con los pantalones pegados a las piernas, de lo mojados que están. 

¡Continuamos con los ratones en casa! Parece que tenemos uno de los más inteligentes roedores que nos podrían haber tocado. ¿Cómo es posible que se coma toda la comida que le ponemos en la trampa y la trampa no haga su efecto? ¡No hay comida y la trampa está intacta! Sin embargo cuando la movemos con la mano o con el pie salta inmediatamente. ¡Pues vaya! ¿Qué es lo que tenemos en nuestra cocina? ¿Un ratón normal y corriente o a un Tom Cruise colgado de unos cables desde el techo haciendo una misión imposible? ¡Qué show! Y el vecino flautista invisible de Hamelín sin hacer nada… El ratón aprende de nosotros o, más bien, hace lo mismo que nosotros. Va de prueba en prueba, como nosotros cada vez que vamos al Jumbo o al Albert Heijn, y evita cualquier trampa. ¿No dicen que las mascotas terminan pareciéndose a sus dueños? Supongo que nuestro ratón se convierte cada día que pasa más en nuestra mascota, aunque no sea del agrado de nadie. 

Llega la hora de la comida y después la hora de irse al trabajo. ¡Me voy! Mientras friego platos, pongo lavadoras y hago otras cosas del mundo de los restaurantes, Ana va a hacer la compra al Albert Heijn y a la tienda turca. Mary llega de la tienda de Marleen, también ha estado en el Mediamark mirando ordenadores, y pasan la tarde juntas, ven una película y hacen cosas de hermanas. No sé qué cosas serán esas cosas de hermanas. 

Cuando todo está limpio y ordenado en el restaurante Ana y Mary me envían un mensaje para decirme que van a preparar la cena. Además, Gianlu, el novio de Aylim, llega a nuestro restaurante porque él ha terminado en el suyo más temprano de lo habitual y ha venido en nuestra búsqueda. Los tres, junto al resto de empleados del restaurante, nos bebemos una cerveza en la zona del bar y después nos vamos a casa, cada uno en nuestras bicicletas. Menos mal que ha parado de llover, no me apetece llegar a casa con los pantalones mojados una vez más. ¡Venid un rato a casa! Y Aylim y Gianlu dejan sus bicicletas en la puerta y suben nuestras escaleras. 

Llegamos a la cocina, donde Ana y Mary están cocinando, y nos metemos todos en ella. Gianlu investiga la casa, ya que es la primera vez que la visita, y Aylim ya está como en su casa. ¡Así nos gusta! Nos encantan las visitas y se quedan a cenar. ¡Las mejores visitas son las inesperadas! ¡Las mejores cenas son las que se improvisan! Cenamos los cinco juntos, alrededor de nuestra mesa del salón. Disfrutamos de una coliflor frita y otra coliflor con tomate natural y un plato de patatas a lo pobre. ¡Eso sí que está bueno! Patatas a lo pobre. De las cosas que más se disfrutan son de las cosas sencillas y los mínimos detalles son los que realmente importan. ¿Para qué queremos platos de quince euros o cenas de de restaurante? Si con lo que realmente se disfruta no es con la categoría de comida, si no con la compañía en la que la disfrutes. Y la compañía de Gianlu y Aylim, esa pareja de enamorados tan carismática, nos gusta mucho, nos encantan. Pá qué os vamos a engañar. 

Y seguiremos mojándonos bajo la lluvia, mojando nuestros pantalones y nuestros paraguas que nos empujan hacia casa. Seguiremos cenando en compañía y en soledad, trabajando en restaurantes y haciendo fotos y vídeos. Nos seguiremos refugiando de la lluvia bajo el techo de un portal de cualquier edificio lejos de casa, nos levantaremos temprano e iremos a correr. La grasa de nuestros “gordominales” continuará refugiándonos del frío y nuestro ratón seguirá siendo nuestra única mascota en Eindhoven, que planea día tras día asaltar nuestra cocina sin ser capturado por la trampa donde encuentra las pruebas. Seguiremos pedaleando en bicicleta y comiendo pruebas en el Jumbo o en el Albert Heijn. 

Seguiremos conociendo a señoras que se montan en el coche de algún familiar, al igual que hacíamos nosotros en la puerta del colegio. Seguiremos en la puerta del colegio, mientras llueve. Seguiremos esperando cada vez que llueve e imaginaremos. Imaginaremos que es un día de diario, que hay colegio, que son las dos y media del mediodía y que llueve, que llueve y que al cabo de unos minutos nuestras madres aparecerán a la vuelta de la esquina, con el coche que nos arrope del frío, de esta lluvia que nos empapa. Mientras tanto, seguiremos esperando como en la puerta del colegio. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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