Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

lunes, 8 de octubre de 2012

"We will always have..."

08 de Octubre de 2012.

Los tres se reunieron en el salón, esperando su llegada. Estaban nerviosos y aquella noche sería una de las noches más largas de sus vidas. Ya era tarde, ya deberían de estar con ella. Pero aún no había llegado. 

Todos se conocían bien, desde pequeños habían estado juntos. Inseparables, como siempre. El verano había sido divertido, diferente y cargado de buenos momentos. Pero el verano termina y llega el invierno, y con él las nuevas vidas que comenzarían a vivir esa misma noche. 

Y entró en el salón, tan elegante como siempre. Natural y con esa sonrisa de oreja a oreja que tanto la caracterizaba. Llevaba el pelo suelto, una camiseta de un solo color, las uñas pintadas, zapatillas conjuntadas con la camiseta y unos vaqueros desgastados. Estaba guapa con cualquier cosa. Eso estaba más que claro. 

Disfrutaron de un rato agradable, reían pero en el fondo todos desconocían cuándo volverían a estar los cuatro juntos. Las bromas y el buen rollo siempre predominaban en el ambiente, pues era lo mejor que tenían y sería difícil, muy difícil, separarse de todo ello. Separarse de ella. ¡Qué de momentos divertidos tendrían para el recuerdo! Si cada sonrisa alarga un poco la vida ellos serían inmortales. Eso, también, estaba más que claro. 

-Venga.-dijo una de ellas casi con lágrimas en los ojos. -Que no me gustan las despedidas. Hagámosla lo más corta que podamos. 

-¿Esto? Esto no es una despedida.-contestó otra, intentado tranquilizar a los demás. 

-Venga. Dadme dos besos que me voy ya.-dijo la última chica en llegar a sus tres amigos, a los que tardaría un tiempo en volver a ver. –No quiero hacerme a la idea de que os vais tan lejos. Es mejor pensar que seguiréis aquí. 

-¿Estás tonta? ¡Claro que seguiremos aquí!.-dijo él mientras dos de ellas se abrazaban. 

-Es verdad. Mejor pensarlo así. 

Los tres se abrazaron a ella. Le besaron fuerte en la cara e intentaron que las lágrimas no recorrieran sus rostros. Ni una sola lágrima, es lo que querían. Ella se dispuso a entrar en el coche e intentó pensar que ellos se quedarían allí, que aquella noche no se irían tan lejos, ni montarían en ningún avión. Que se quedarían en aquel lugar, contando historias y recibiéndola, una vez más, en el porche de la casa, con una sonrisa que predominara en sus rostros. Quiso pensarlo de esa manera. Pero, a veces, la realidad va mucho más allá que los pensamientos. 

-¿Qué vais a hacer el fin de semana que viene?.-dijo, intentando bromear y sacando una sonrisa a sus tres amigos. El fin de semana que viene estarían muy lejos, pero eso ahora no importaba. 

-¿El finde que viene?.-preguntó una de ellas. –No sé. ¿Qué os apetece hacer?.-continuó la broma a su amiga, que ya estaba sentada en el asiento del coche. 

-Os podéis venir de fiesta conmigo. Los cuatro juntos.-dijo ella, desde el coche y con una lágrima asomándose por uno de sus ojos brillantes. –Los cuatro juntos… -repitió casi en un susurro. 

-¡Perfecto!.-dijo él. –El fin de semana que viene nos iremos todos de fiesta. 

“El fin de semana que viene. Qué lejos queda el fin de semana que viene y qué lejos estaremos” pensaron los tres. “Qué lejos estaréis el fin de semana que viene” pensó ella. 



Mary se quedó dormida nada más apagar el portátil y guardarlo en su maleta de diez kilos. Yo me quedé un rato más frente a la pantalla de mi ordenador. Ana aún no había llegado y era la una de la mañana. Se cerraron mis ojos y quedé dormido, entre los almohadones de la cama. Hasta que la luz de la habitación se encendió, mostrándonos a una Ana sonriente y feliz. “Dice que va a intentar ayudarte en todo lo que pueda, que sí Dani. Que seguro que tiene algo para ti. También dice que cuando vayamos mañana a ver los pisos que digamos que tenemos un contrato y si no se lo creen que me llamen a mí” dijo Ana recordando las palabras de la señora Rosa. Ana va a trabajar, de momento, los martes, miércoles y jueves. Parece que esta señora va a ayudarnos en todo lo que pueda. ¡Y esperamos que así sea! 

Son las ocho de la mañana y suena el despertador. Mary se levanta, se viste y desayuna sola, pues Ana y yo la observamos desde nuestras camas. Tiene que irse a las ocho y media a la tienda de Marleen, ya que tiene que pintar unas cosas. Ana sigue en la cama y me levanto, me voy a la ducha y cuando estoy vestido aparece Mary, de nuevo. Tengo que llevarla a comprar un bote de pintura en la bici, ya que ella no llega muy bien a los pedales y con un bote de pintura añadido sería casi imposible conducir decentemente. Así que me he montado en la bici, Mary de porta-paquetes y nos hemos ido a la tienda de pintura. Después de un largo rato de indecisión porque no sabíamos qué bote comprar Mary se ha decantado por uno de ellos y hemos vuelto a pedaladas a la tienda de Marleen, Mary ha dejado el bote allí y nos hemos vuelto al albergue. Mary se ha ido con la bici a la tienda y yo he subido hasta la habitación, donde Ana seguía dormida. ¡Anoche llegó tarde y tiene que descansar! Mary está sola hoy en la tienda y Marleen le ha dejado las llaves, llaves que tendrá que devolverle más tarde. Pobre Marleen, ¿volverá a ver las llaves de su tienda?

Hoy tenemos dos citas para ver pisos, los dos están muy cerca y nos gustan. Uno más que el otro, pero nos gustan. ¡Nos queremos ir ya del albergue! Por la mañana me pongo a escribir las rutas que tenemos que seguir para llegar a cada piso y a redactar preguntas en inglés y en español para hacerlas en las visitas. Una vez hecho nuestros mapas particulares llega Mary a la habitación y eso significa que es hora de ir a comprar al Jumbo. Mary nos dice que ha terminado de pintar y que ha encontrado un bote de perfume de Marleen en la tienda, por ahí perdido. ¡Ahora toda ella huele a Marleen! ¡Qué bien huele Marleen! ¡Qué bien huele Mary! Es una maravilla oler cosas que no sean ropa del Primark o gel del cuarto de baño del albergue.

Los tres nos vamos a la calle y rezamos para que haya café gratis y pruebas de queso en el supermercado. ¡Llegamos al Jumbo y no hay nada de nada! ¡Ni café ni queso! ¿Pero esto qué es? Qué poca vergüenza… ¿Los habrán quitado porque los tres españolitos abusan de las pruebas y no hacen compras superiores a tres euros diarios? 

Nuestra moqueta hoy ha comido pasta. Por fin. ¡Hemos innovado y lo hemos hecho con un poco de tallarines con trozos de jamón de york y verduras! Un estilo al arroz del otro día pero en versión tallarines. Obviamente no podía faltar nuestro aliño de mahonesa. 

Los apartamentos solamente suelen alquilarlos a una o a dos personas como mucho, así que tenemos que decir que somos una pareja de españoles en busca de vivienda. ¿Qué pasa? Pues que a la hora de visitarlos solamente podemos ir dos de nosotros tres. Así que Ana decide quedarse en la habitación, ya que Mary sabe más de inglés que ella, y nos vamos a la búsqueda de pisos en bicicleta. ¡Qué desastre de tarde! ¡No os hagáis ilusiones porque no las hay por ningún lado! ¡Ni ilusiones ni piso, de momento! 

Mary y yo vamos en dirección al piso de las cuatro de la tarde, calle tras calle, indicación tras indicación. Primer inconveniente: recorremos una calle muy larga que no tendríamos que haber pateado, si no cruzado para ir a la siguiente calle. ¡Buah! Ya vamos mal. Damos la vuelta y retomamos la dirección, hasta que llegamos a la calle en la que estaba la casa. Segundo inconveniente: en mi libreta no tengo apuntado el número de la casa. ¡Buah! Ya vamos peor. En mi defensa diré que no aparece en la página web ningún número. La suerte que tenemos es que la calle es muy corta y hay pocas casas, así que nos ponemos a buscar a algún señor en alguna puerta pero no hay nadie. Esperamos un rato pero nada de nada. ¡No pasa nada! Iremos a la siguiente cita, a la de las cuatro y media. Volvemos a coger la bici y allí llegamos: a otra calle corta en la que nos ponemos en el único edificio que había que no fuera una tienda o un supermercado. Estamos seguros de que es esa calle, y no puede ser otro edificio nada más que ese. Esperamos allí hasta las cinco pero no ocurre nada. ¡Hoy no es nuestro día! 

Llegamos, cabizbajos y un poco desilusionados, al albergue donde está Ana. Le contamos todo lo sucedido o lo nada sucedido y nos metemos en nuestros correos electrónicos para contactar con los señores de los pisos. Indagando en el Google Maps descubrimos que la dirección del primer piso está incorrecta y que la fachada de la casa no está en la calle en la que ponía que se encontraba. ¡Maldita sea! Ya podíamos esperar nosotros allí. También es mi error no poner el número de la casa pero tampoco aparece en la web. Enviamos un correo a los dos apartamentos para explicarles lo ocurrido. Uno de ellos nos ha dicho que nos pasemos mañana a las nueve de la mañana, pues ya nos ha ofrecido la dirección correcta. ¡Y yo que tenía tantas esperanzas e ilusiones en que hoy tendríamos un piso! Está claro que la intuición masculina no funciona tan bien como la femenina. ¡Maldita intuición! Si ya decía Shakira “que las mujeres somos las de la intuición”. Qué razón tenía. 

Pues lo dicho. El día de hoy no ha sido muy gratificante, excepto que hemos viajado en bici, Rosa le dio un poco de esperanzas a Ana en que me ayudaría también a mí, en que Mary ha hecho un buen trabajo en la tienda de Marleen, hemos comido pasta, nuestra moqueta ha comido pasta y hemos conocido un poco más de ciudad, a pesar de no tener unas citas muy agraciadas. 

Hemos cenado y parece que hemos cenado risas. Yo creo que estábamos tan tensos y tan preocupados por lo de los pisos que en el momento de comer nos ha hecho gracia todo. ¡Mira un cereal en el suelo! ¡Mira más leche en la moqueta! ¡Mira un pelo de las “Blondes in Black” en tu vaso! ¡Mira más leche en la moqueta! 

Después de la cena nos hemos permitido relajarnos un poco con una partida de nuestro querido “Chin-Chón”. Creíamos que lo habíamos aborrecido este verano pero parece ser que aún nos quedan fuerzas para seguir jugando a él. Nos sentamos alrededor de la mesa del patio interior y ¡ale! A repartir cartas se ha dicho. Y mientras jugábamos una de las partidas he mirado cómo uno de los trabajadores del albergue acompañaba a una chica rubia hasta la puerta del patio donde nosotros estábamos. Y… espera un segundo. “¡Marleen!” he gritado como si de Angelina Jolie se tratase. Se ha sorprendido al vernos jugar a las cartas y le hemos dicho donde duerme su bici. ¡Menos mal que no ha subido a la habitación y ha visto que ahora su cesta de la bici se ha convertido en nuestra despensa! Y sí: Marleen ha estado en el albergue. Ha venido a pedirle las llaves de la tienda a Mary y, de paso, ha estado cinco minutos con nosotros hablando. Es una chica muy maja, y guapa. Le ha dicho a Mary que mañana la espera a las nueve de la mañana, así que la cita de mañana a las nueve con el apartamento nos espera a Ana y a mí. ¡Madre mía! Marleen en el albergue. Es como si dos mundos completamente diferentes se hubieran fusionado. Marleen es un show. ¡Marleen mola! 

Y ahora estamos en la habitación de nuevo. Mañana nos espera una cita con un piso y a Mary un nuevo día con Marleen. Bueno y Ana a las seis se va al restaurante de la señora Rosa. Parece que en la sala de estar del albergue están tocando la guitarra, suena a flamenco. No sabemos si es flamenco de verdad o es que, simplemente, nos apetece que todo suene a flamenco. Olé, olé.


Los tres jóvenes vieron cómo ella se marchaba en el coche, la despidieron con la mano y quedaron petrificados en medio de aquel porche bajo aquella fría noche de verano. Los tres entraron en la casa y las lágrimas que no habían florecido anteriormente brotaron nada más perderla con la vista. El chico se sentó en uno de los taburetes de la sala, dejando caer sus lágrimas sobre los vaqueros que llevaría en el avión. Una de las chicas se quedó de pie, apoyada a una de las paredes, secando las lágrimas con sus manos y viendo cómo su hermana, sentada en una silla, también tenía la cara empapada. Los tres se miraron y sonrieron. Los sentimientos eran muy fuertes. 

Ella, sentada en uno de los asientos del coche, rompió a llorar. Y deseó, con todas sus fuerzas, volver a verles lo antes posible. Había estado rezando durante las últimas semanas para que aquel día de despedidas no llegase, pero el tiempo pasa y los días llegan. Se consoló al pensar que siempre estarían ahí y que, pasara lo que pasara y fueran los kilómetros de distancia que fueran, siempre les quedaría ese verano inolvidable, esa amistad indestructible y esa vida que aún les quedaba por vivir. 

Siempre les quedaría… ese fin de semana. Qué lejos quedaba aquel fin de semana y qué lejos estarían ellos. El fin de semana que llegaría. Que no sabrían ni cuándo ni dónde, pero que llegaría. Tarde o temprano, llegaría. Pues, siempre les quedaría… 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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