Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 19 de octubre de 2012

"Los cielos de Eindhoven"

19 de Octubre de 2012.

La señora miró las estrellas, desde el lugar donde se encontraba, y quedó hipnotizada, como cada noche, por la belleza de la que sus ojos eran testigos. Su mirada transmitía paz, tanta paz que hasta las mismas luces en el cielo podrían sentirse intimidadas. Era afortunada por poder ver todo lo que veía, no solo a las estrellas desde tan cerca, si no todo lo que desde las alturas podía contemplar. 

El señor, desde otra parte del lugar, se dirigió hacia donde se encontraba ella, la saludó y le dijo que el día estaba llegando. Los dos se sentaron sobre aquello que imitaba a la perfección la comodidad del algodón y dirigieron sus ojos hasta que hallaron lo que estaban deseosos por ver. 

El Sol comenzó a invadir la perfecta línea del horizonte, las estrellas se iban apagando lentamente, a medida que la fuerza de la inmensa luz las iba ocultando, y los tejados rojizos y las calles empapadas por la humedad de la noche comenzaban a descubrirse bajo sus pies. La visión desde las alturas era perfecta, maravillosa y tan emocionante que, ambos, cada día, regalaban varias lágrimas al paisaje que podía contemplarse desde allí. 



¡Buenos días! Son las siete y media de la mañana y Mary y yo nos ponemos en pie. Ana se queda en la cama mientras que nosotros nos duchamos y nos vestimos, desayunamos en la cocina de la pensión, acompañados por una española que también duerme en la pensión y que nos ha regalado mandarinas, y ambos nos montamos en la bici. La española llegó hace unos días, se llama Fátima, estudia aquí y es de Madrid. Mary tiene que estar en la tienda a las once y media y yo tengo que ir al museo con Derek, el novio de Marleen, a las nueve. Mary quiere acompañarme y por eso viene conmigo, después ella se volverá a la pensión hasta que se vaya a la tienda. 

Cruzamos las frías calles de Eindhoven, atrochamos por el centro y cruzamos en canal por donde se llega al museo. Vamos bien con el tiempo, vamos en bici y Mary va con el pijama bajo la ropa. Dice que después se cambia. El museo tiene miles de puertas. ¿En cuál me estará esperando Derek con sus dos estudiantes en prácticas? Vamos puerta por puerta y cansados de esperar decido entrar en la que parece que hay una recepción. Y entro y Mary se despide de mí. Un guarda de seguridad me recibe tras una cristalera, me pregunta mi nombre y el nombre de la persona a la que espero. Dice que Derek aún no ha llegado, así que salgo de nuevo a la calle y en ese mismo momento veo como deduzco, gracias a las explicaciones de Mary, que uno de los chicos de prácticas está llegando al museo. ¡Lo reconozco porque Mary me dijo que tenía unas grandes dilataciones en las orejas! Y sí ¡hay están esas dilataciones! Y tras él aparece una furgoneta de la que Derek se baja con dos sillas entre los brazos. 

Me saluda, me presento y me presento al chico de las dilataciones en las orejas. Entramos en la recepción, el de seguridad de antes me sonríe al verme de nuevo allí y nos entrega unos carnets que nos acreditan que podemos estar en el museo. Cuando nos despedimos de él y sabe que soy español intenta explicarme qué tengo que hacer con ese carnet cuando termine. “¡Tú aquí, esto aquí y pá casa!” me dice, de lo que deduzco lo siguiente: “Tú trae el carnet aquí y después te vas a casa”. Todos nos reímos al verle hablar de aquella manera. 

Cruzamos por el museo, es precioso, y llegamos a una sala donde Derek está montando su exposición para la semana del diseño. Allí está el otro chico de prácticas, se llama Dave. Y también está con él mi trabajo: tengo que montar lámparas que están formadas por muchas piezas en forma de triangulo de un material parecido al papel, pero un poco más grueso. Tengo que coger los triángulos, unirlos por unas solapas que tienen en los bordes y engancharlos entre ellos con una especie de pinza aplastada de metal. ¡Es muy entretenido! Son lámparas diseñadas por Derek y que se van a exponer la semana que viene en esa sala del museo. Voy completando las lámparas con las formas y el tamaño que yo les quiera dar, mientras que ellos tres mueven y planean dónde van a colocar el resto de cosas. Una vez las lámparas terminadas las cuelgan, introduciendo una bombilla en su interior, y de esta manera decoran e iluminan todos los diseños que se van a exponer. ¡Me ha encantado poder hacer cosas de estas! 

Cuando termino y puedo volver a casa paso por la tienda de Marleen, le doy las gracias por el trabajo que me ha dado hoy con su novio y saludo a Mary. La tienda está patas arriba de cosas nuevas y de gente trayendo más cosas aún. ¡Cómo se nota que la semana que viene ya es La Semana del Diseño! Han modificado de nuevo la tienda y la han ampliado, limpiando y usando un trozo que tenían desocupado. Mary ha ordenado de nuevo el almacén y ha conseguido que puedan utilizar el frigorífico que antes estaba enterrado de cajas y objetos de la tienda. ¡En el interior de la nevera hay yogures caducados y un zumo desde junio, entre otras cosas! Mary dice que me lleve la maleta que Marleen nos ha regalado, que ocupa espacio en la tienda y que ya no la quiere allí. Así que cojo la maleta, me despido de Marleen y me voy a la pensión. ¡Todo el centro lleno de gente y yo paseando con una maleta enorme del año la pera en la mano! 

Una vez en la pensión toco a la ventana de la habitación para que Ana me abra la puerta y me dice que teníamos una cita con un piso a la una, pero son las dos, que la ha cancelado y que le ha dicho que no nos preocupemos, que vayamos el lunes y que ese piso no lo van a alquilar a nadie que no sea a nosotros. ¡Nos gusta ese piso y es barato, de lo más barato que hay! 

Ana y yo nos vamos a comer y, para variar, comemos sándwiches de chóped y queso. ¡Pobre cuerpo nuestro lo que tiene que aguantar! ¡Pero tranquilo que pronto estaremos en un piso! Aunque sé que voy a echar de menos los sándwiches mañaneros, y los del mediodía, y los de la noche también. 

Ana se mete en la ducha, lava ropa en el lavabo, la tiende, se viste para irse al restaurante y me quita las gafas de la cara porque me estaba quedando dormido en la cama. ¡Qué sueño! Hoy es el día que más temprano nos hemos levantado desde que estamos aquí. Las siete y media, me gusta esa hora. 

Ana dice que espera que hoy el marido de Señora Rosa le diga algo acerca de la tienda donde pueden comprarse muebles y lavadoras baratas. Además dice que pueda tener una casa que nos la alquilen por seiscientos euros al mes. ¡Pues a ver si es verdad y viene con nosotros a verla! Ayer le dijo a Ana que tiene una furgoneta donde nos puede ayudar a transportar nuestra compra para el nuevo hogar. Dice Ana que es un hombre encantador. 

A las cinco y media Ana se va al restaurante y yo me quedo en la pensión. Aprovecho para ir a comprar al Albert Heijn, que lo tenemos a unos minutos de la pensión, porque Mary me ha encargado unos tampones. ¿Sabéis qué? Aquí no existen los tampones como en España. Dice Mary que os diga que hay muy poca variedad, que se llevan más las compresas, que solamente existe la marca O.B. (dice que las chicas lo entenderéis), que no tienen aplicador, que son muy chicos y que la cuerda es un simple hilo. Pues imaginadme comprando de eso. Yo he cogido los más baratos y Mary que se apañe como pueda. Si se le cuela un poco más para adentro tendremos que ir al hospital para que se lo saquen. ¡Y encima nos tocará pagar la broma! Pero por suerte creemos que se lo ha puesto bien. 

Cuando Mary ha llegado de la tienda y ha visto lo de los tampones se ha acojonado un poco por como son, pero es lo que hay. Además he comprado un bote de suavizante para lavar la ropa y un bote de champú que valía cuarenta céntimos. ¡Estas oportunidades no pueden dejarse escapar! He hecho un descubrimiento: el osito de Mimosín aquí se llama Robijn! ¡Es que no suena igual! Osito de Mimosín, osito de Robijn. ¡Ahí! Con jotas hasta en lo que es tierno… 

Mary me ha dicho que mañana tengo que ir con ella a primera hora a la tienda, pues Marleen le ha pedido que me diga que necesitan mi ayuda para mover y ordenar unas cosas nuevas que han llegado hoy. ¡Me encanta la idea! Estoy deseando de ir. Marleen mola. 

Después hemos ido a darnos un paseo en bici, para despejar un poco la mente. Viene bien pasear por la noche por estas calles tan tranquilas. Y después de cenar, de prepararle un sándwich a Ana, de ducharnos y meternos en la cama yo empiezo a escribir con mi carta diaria, Mary se enrolla con el nórdico como lo hacía la mofeta Flor con su cola en la película de Bambi y esperamos a que Ana llegue, contándonos nuevas anécdotas en la cocina del restaurante de la Señora Rosa. Y cada vez faltan menos horas para que suene, de nuevo, la alarma del móvil… 



Los veían día tras día, desde que el Sol invadía el cielo hasta que las estrellas iluminaban como diminutas bombillas la oscuridad. Ambos se sentaban en una de las nubes más cercanas a la Tierra y contemplaban todo aquello que tanto les entusiasmaba. 

Era precioso disfrutar de aquellas vistas, sentarse sobre aquellas nubes y sonreír al contemplarlos allí, sobre el suelo de la fría ciudad, y viendo todo lo que estaban realizando y consiguiendo desde tan lejos de casa. El señor y la señora se miraban orgullosos y, de nuevo, con lágrimas de felicidad en el rostro continuaban mirando. 

Era precioso contemplar a sus nietas desde el cielo. Y la señora sonrió, consiguiendo que su fuerza les llegara hasta tan lejos. Era precioso contemplar a su nieto desde el cielo. Y el señor sonrió, consiguiendo que su fuerza le llegara hasta tan lejos. Los veían montar en bici, despertar bajo los nórdicos, pasear por las calles, reír a carcajadas, luchar por sus sueños y sus ilusiones. Los veían y sabían que estaban felices. Eso les tranquilizaba y les llenaba de paz. “¡Qué suerte tenemos por poder verlos desde tan cerca!” decían sentados desde las nubes entristeciéndose, a la vez, por no poder abrazarlos como antes. Pero solamente hacía falta una mínima sonrisa de cualquiera de ellos para que la tristeza desapareciera al instante. 

El abuelo y la abuela, sonrieron de nuevo al ver cada uno a sus nietos, esperaron hasta que el Sol desapareció en el lejano y perfecto horizonte, abandonaron la nube en la que habían estado todo el tiempo sentados y desplegaron unas enormes alas blancas que nacían en sus espaldas. Tras unas miradas cómplices, cargadas de paz y de amistad, y, sabiendo que sus nietos seguían igual de felices que siempre, comenzaron un vuelo que nunca tenía destino fijo. 

Quizás volarían toda la noche hasta alcanzar las hermosas estrellas, quizás volarían hasta contemplar desde el cielo el pequeño pueblo en el que habían vivido toda la vida, quizás volarían conquistando las frías calles de Eindhoven o quizás se colarían en la habitación donde ahora dormían sus nietos y les susurrarían bonitas palabras a los oídos. Quizás harían miles de cosas diferentes en los cielos y volarían sobre miles de lugares preciosos, pero siempre, siempre regresarían para observar y disfrutar de todo aquello que sus nietos descubrían día tras día, momento tras momento, sonrisa tras sonrisa. Pero siempre, siempre, lo descubrirían desde los cielos de Eindhoven. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.


A mi abuelo y a su abuela, que nos cuidan y protegen desde los cielos de Eindhoven.

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