Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 11 de octubre de 2012

“Mientras los croissants se susurraban que se enfriaban lentamente”

11 de Octubre de 2012.

El hombre cogió una taza de café, dos sobres de azucarillo, un plato que contenía un recién horneado croissant y lo colocó todo, minuciosamente, sobre una de las mesas de madera de la solicitada cafetería. Dobló su chaqueta sobre el respaldo de la silla y apoyó su espalda sobre ella. Abrió los sobres de azúcar y dejó caer los diminutos granos blancos sobre el café. Quiso disolverlos en el líquido pero había olvidado su cuchara sobre la barra, así que abandonó la mesa por un momento y recogió la cuchara que descansaba sobre la barra de madera. 

Al girar, para regresar al lugar donde estaba su desayuno, la vio caminando hacia donde él estaba. Un largo abrigo marrón acariciaba sus piernas delicadamente, un pañuelo beige adornaba su perfumado cuello y sus cabellos bailaban al compás de sus caderas. Era ella, estaba claro. Sus miradas chocaron, casi enamoradas, y consiguieron hablar gracias a las ilusionadas pupilas. El tiempo se detuvo un instante, una fracción de segundo. Y ella apoyó sus manos sobre la barra, separó sus labios y pidió su desayuno en un idioma diferente al del hombre que la observaba, con una cuchara en la mano, desde la misma barra. El hombre ocupó de nuevo su asiento, apoyando su espalda sobre la doblada chaqueta, y deseando volver a verla después de haber quedado completamente hipnotizado con su belleza.

Y ella colocó, minuciosamente, una taza de café, dos azucarillos y un plato que contenía un croissant recién horneado sobre la mesa que quedaba libre, junto a la mesa del hombre. Ambos continuaron hablando en el mismo idioma, sin mover ni un centímetro sus labios, gracias a sus miradas. Las miradas que provocarían que sus dueños quedaran en el olvido a los dos croissants, que se susurrarían, el uno al otro, que se estaban enfriando lentamente. 



El primer pensamiento de la mañana: Vamos a desayunar al Hema por un euro. Y pensado, dicho y hecho. Ana tiene sueño porque llegó tarde del restaurante, aunque en el restaurante solo estuvo hasta las doce y media y luego se fue a un bar con el resto de trabajadores, así que Mary y yo nos vestimos y nos vamos a por nuestro primer desayuno del Hema. 

Salimos a la calle y descubrimos que hoy es el día del cartón. Todas las tiendas y bares sacan la basura que esté formada por cartón a las puertas de sus locales para que los recojan con un camión. ¡Madre mía! Qué de cartones por todos lados. 

Y llegamos al Hema. Nos vamos a la cafetería y, efectivamente, allí estaban colocados en forma de bufet libre los menús de un euro. ¡Qué desayuno! Hacía tiempo que no lo hacíamos tan, tan bien. Un café con leche, un croissant de un tamaño generoso relleno de queso y un bocadillo de pan integral tostado, una tortilla francesa y una loncha de bacon. ¡Riquísimo! Y pensando que vale un euro nos gusta más todavía. ¿Sabéis qué? El Hema es un supermercado que tiene de todo. Os lo prometo. De todo. Esta mañana lo hemos confirmado al ver un cartel publicitario en una de las paredes de la cafetería en la que podía leerse, entre un montón de gente elegante abrazando a un chorizo gigante, lo siguiente: “HEMA. EL MUSICAL” ¿En serio? Pero, ¿estamos locos o qué? ¿Os imagináis la versión española de eso? “MERCADONA. EL MUSICAL” y un montón de actrices disfrazadas de cajeras cantando, al compás que bailan con un carrito de la compra, la sintonía del Mercadona. ¡Merca-do-o-na! ¡Mer-ca-do-na! 

Al terminar nuestro magnífico desayuno nos volvemos al albergue, donde reposa nuestra bella durmiente. Y en uno de los montones de cartón encontramos un montón de pulseras de esas de colores que brillan en la oscuridad, ya me entendéis, sí de esas que dan en las discotecas y son como un tubo flexible de goma. No lo sé. Desconozco el tipo de material de las pulseras. Sorry. Pues resulta que llenamos mi bandolera de pulseras de esas. “Son para decorar nuestro piso” dice Mary. ¿Qué piso? A ver si es verdad que pronto podemos decorar algo. 

Tenemos un problema, y creo que ya lo hemos tenido otra vez desde nuestra estancia aquí, y es que este fin de semana no sabemos que hay en Eindhoven que de nuevo las habitaciones del albergue se han llenado de gente. Resulta que mañana, en principio, no podemos quedarnos aquí a dormir porque ya sabéis que no lo reservamos, si no que le vamos pagando día tras día. Por si nos surge algo más barato y nos queremos ir. El caso es que llevamos buscando todo el día algún lugar donde poder dormir mañana. Creo que volvemos a estar en el filo de dormir bajo un puente helado, sobre el asfalto de un carril bici o entre el colorido de un campo de tulipanes. Por cierto todavía no hemos visto tulipanes. ¡Cuándo podremos permitirnos una excursión! 

Tenemos una buena noticia: mañana tenemos dos citas con dos pisos que, en principio, nos gustan y en uno de ellos podríamos empezar a vivir inmediatamente y no tendríamos que esperar hasta primero de noviembre. Tenemos una no tan buena noticia: si mañana el piso en el que podemos entrar inmediatamente nos gusta y nos permiten dormir en él seguramente no podremos porque no tendremos dinero suficiente para pagar el mes del piso, la agencia y el depósito. Solución: que nos ingresen dinero de nuestras cuentas españolas a nuestras cuentas de Eindhoven. Problema: mañana es fiesta nacional en España y los bancos están cerrados. Eso supone que no podemos recibir dinero. ¡Una solución! Ole con ole. 

En fin. Estamos saturados. Después del desayuno en el Hema, llegamos al albergue cargados de pulseras de colores y de revistas que también cogemos de unos montones de cartón y hablamos con Ana. Ana llega todas las noches eufórica, hablando de todo el mundo del restaurante, hablando de españoles que ha conocido en un bar, de la señora Rosa, del marido de la señora Rosa, de lo que friega y de lo que no friega. Parece un trabajo duro pero Ana llega con las pilas puestas. Con las pilas puestas a las dos de la mañana, cuando dormimos plácidamente y nos atiborra de información. Mary le pide todas las noches que resuma, por favor. Ana está muy contenta porque ha conocido a un grupo de españoles a los que les habla todo el tiempo de nosotros, quiere que los conozcamos y que empecemos a socializarnos un poco. Seguro que nos viene bien y tal vez ellos puedan ayudarnos en muchas cosas, incluido el trabajo. ¡Españoles por Eindhoven! 

Necesitamos el contrato de Ana para alquilar un piso y la señora Rosa aún no se lo ha hecho, así que si esta noche no se lo hace mañana tenemos que ir a su tienda, El Quijote, para hablar con ella y decirle que lo necesitamos urgentemente. ¡Qué de cosas! 

Mary se ha ido a las doce a la tienda de Marleen. Hoy han decorado de forma digital el salón de la casa que estuvo midiendo Mary ayer por la tarde. La dueña de la casa se ha acercado a la tienda para que le enseñen sus propuestas y Mary dice que la señora es encantadora. El día anterior, mientras medía en su casa, le ofreció un café con pastitas y le presentó a su hijo de quince años, que casualmente estudia español. Hoy la señora de la casa ha entrado en la tienda de Marleen diciendo “Hola” y después ha explicado que se lo ha enseñado su hijo. 

A las seis menos cuarto he llevado a Ana al restaurante en bici y después ha llegado mi momento de relax. El albergue se cierra desde las seis hasta las ocho de la tarde y las llaves se las lleva Ana. En esos momentos no podía entrar en él, así que he continuado pedaleando y me he recorrido varias calles y parques de Eindhoven. Después he recordado la dirección del apartamento que visitaremos mañana a las nueve y media de la mañana y he decidido acercarme. Y he llegado yo solo, con mi poco sentido de la orientación y sin ninguna ruta que me guiara. Voy evolucionando. Emociona ver cómo, poco a poco, nos vamos aprendiendo los rincones de la ciudad. Y he continuado pedaleando. 

Marleen ha dejado sola a Mary en la tienda a partir de las cinco de la tarde, dejándola con todos los cargos, y mañana la vuelve a dejar sola porque se va a la boda de su mejor amiga. He aparecido con la bici un rato antes de las siete, he sorprendido a Mary en el interior de la tienda y he esperado hasta que ha cerrado. Después la he llevado de porta-paquetes hasta la casa que vamos a ver mañana a las nueve y media. Quería enseñarle el barrio, las calles y los parques que rodean al apartamento. Es todo precioso. Al final de la calle hay una catedral enorme. Eindhoven está repleto de catedrales. ¿Recordáis esa que tenía una bandera gay colgada en el torreón? Aún nos sorprende cuando la vemos. ¿Ocurrirá eso alguna vez en España? I don´t know. 

Después de visitar nuestro, esperemos que futuro, barrio nos vamos al albergue y era imposible que no ocurriera algún día. Pues sí, hoy también nos hemos perdido. El camino desde el albergue es fácil pero a la vuelta nos hemos despistado y hemos aparecido en el quinto tulipán de Eindhoven. Por suerte siempre sabemos regresar. 

Continuamos con la búsqueda de pisos y de albergues donde poder dormir mañana, cenamos, nos duchamos y nos metemos en la cama para seguir con la búsqueda. Son las doce y media cuando Mary se duerme y yo continúo con la carta de Holanda. Ana sigue en el restaurante, nos dormiremos y seguro que nos despierta al llegar a la habitación. Seguro que se pone a hablar emocionada y Mary vuele a repetirle que resuma, por favor. Ahora está lloviendo, esperemos que no se moje en el camino. 



La cafetería estaba abarrotada. Los amigos charlaban entre tazas de café, las señoras abrían los sobres de azúcar y los camareros ponían más leche a calentar. El cielo estaba despejado, incluso a veces el Sol se dejaba ver. Las bicicletas ya circulaban por las calles y las primeras hojas secas de los árboles comenzaban a decorar los adoquines rojizos de la hermosa ciudad. 

Y quedaron mirándose, cada uno desde su mesa de la cafetería, regalándose las sonrisas que les invitarían a probar los labios que tan deseados continuarían siendo. Y entre el juego de miradas, el cruce de sonrisas y el murmurar de la gente que disfrutaban de sus cafés, quedaron los futuros amantes condenados a una historia por vivir. Una historia que comenzaba mientras los croissants se susurraban que se enfriaban lentamente. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven. 



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