Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

martes, 9 de octubre de 2012

"Pequeño escritor"

09 de Octubre de 2012.

Al pequeño siempre le había entusiasmado la escritura. Podía pasarse horas inventado historias con personajes que le visitaban en la mente y los capturaba en forma de intérpretes de sus fantasías. Historias dramáticas, de amor, aventuras y todas mezcladas en la misma. Le encantaba inventar. Y un día descubrió que podía extraerlas de su mente e impregnarlas en el papel. Desde aquel día todas sus historias iban siendo capturadas en sus libretas y cuadernos, en sus hojas de papel y en todo aquel material en el que pudiera escribirlas. 

Comenzaron siendo historias en forma de cuento, con extensiones breves y sencillos argumentos. Continuó indagando con tramas más complicadas y personajes más elaborados, personajes con personalidad. Y todo, todo aquello, lo escribía. 

-Mamá. Algún día seré escritor.-dijo una mañana a su madre. 

-Muy bien hijo, eso está muy bien.-dijo la madre al pequeño. –Y dime, ¿has escrito ya algún cuento? 

-Sí. Hoy en el colegio lo he leído en voz alta y a la profesora le ha gustado mucho.-dijo con una sonrisa enorme en la cara. –Tenemos que escribir otro cuento para el próximo día. 

-¡Qué bien! ¿Por qué no me dejas leer esa historia?.-y el pequeño, sin contestar a su madre, corrió hacia la habitación en busca de su cuaderno. Lo entregó a su madre y dejó que leyera su cuento. 

Unos días más tarde el pequeño llegó del colegio, enfadado y casi con lágrimas en los ojos. Su madre, preocupada por lo que le ocurría a su pequeño, se acercó a él y le preguntó por el motivo de su tristeza. 

-A nadie en clase le ha gustado el cuento que he escrito.-dijo con los ojos brillantes a punto de romper a llorar. –Seguro que nadie quiere volver a escuchar mis historias. No volveré a escribir nunca más. 



Eran las ocho y media de la mañana y ya estábamos recorriendo en bicicleta las frías calles de Eindhoven. El frío nos daba en la cara, más a mí que a Ana que va de porta paquetes y se refugia con mi espalda, y seguimos una ruta escrita en un trozo de papel que nos llevará hasta el piso en el que no había nadie esperando ayer. Hemos quedado a las nueve de la mañana, aproximadamente. 

Todo comienza bien, salimos del albergue, comenzamos la ruta y le explico a Ana todos los pasos que me tiene que ir dando para llegar a nuestro destino. Cinco minutos más tarde de la salida del albergue estamos un poco desorientados y a mí no me suena la ruta que estamos haciendo, a pesar de haberla hecho supuestamente el día anterior, pero como mi sentido de la orientación es un poco nulo he hecho caso a Ana y hemos continuado. ¡Maldita la hora en la que me he fiado de las indicaciones de mi porta-paquetes! Hemos atravesado una calle, girado a la derecha, girado a la izquierda, cruzado avenidas, recorrido más calles de adoquines, de piedras, otra calle a la derecha, vuelta a la izquierda, puente para arriba, puente para abajo… 

Nos detenemos en una avenida y, después de un largo rato dando vueltas en busca de una ruta correcta, Ana mira a su izquierda. 

-¡Dani! ¡Mira dónde estamos!.-exclama con cara de “Oh, Dios mío”. En ese momento giro mi cabeza a la izquierda y “Oh, oh. ¿Cómo es posible?” 

-¡La calle del albergue! 

Pues sí, hemos estado un rato dando vueltas y siguiendo una ruta que no nos estaba acercando al piso que teníamos que ver si no de nuevo a nuestro albergue. ¿Qué ha ocurrido? Que Ana estaba dictándome las indicaciones para regresar del piso, y no las de llegar a él. ¡Nos hemos puesto las pilas después de una situación surrealista y hemos llegado a nuestro piso por ver! 

Las nueve y cuarto. Buena hora. Buscamos en los telefonillos del edificio el piso al que tenemos que llamar y rezamos para que haya alguien que nos lo pueda enseñar, alguien de la agencia inmobiliaria que nos esté esperando. Ana pulsa el timbre y, sin preguntar ni nada, nos abren la puerta del portal. ¡Hasta el corral! Ana y yo hemos pensado que nos espera un agente en la puerta, pero no es así. El chico que vive aún en el piso nos recibe y no tiene ni idea de por qué estamos allí. Se lo explico todo en modo “Inglés Indio” y me entiende. Yo creo que ni yo no me hubiera entendido a mí mismo. 

El chico es un petado, de estos que no caben en las camisetas porque las tienen rebosadas de músculos, y es buena gente. Nos hace de guía turístico por el piso y nos hace el favor de llamar a la agencia. ¡La de la agencia no puede venir a la cita y nos dice que por favor tengamos otra cita mañana! ¡Qué cara dura! ¡Y nosotros qué cara fría! Helada de la bici. El piso nos gusta, está bien de precio y está en una buena zona. El problema es que no tiene lavadora, washing-machine in english. ¡No quiero seguir lavando mis calzoncillos en los lavabos del albergue! Nos despedimos del petado buena gente, le damos las gracias y volvemos, en bicicleta y ahora a propósito, a nuestro querido albergue. 

Ayer también teníamos una cita con una casa muy cerca del apartamento donde hemos ido hoy, la casa que estaba mal la dirección. Pues ya sabemos dónde es exactamente y Ana y yo hemos pasado a verla, aunque sea por fuera. Una vez en la fachada hemos llamado al timbre. ¡A ver si sale alguien! Y sí, si sale alguien. Aparece una chica de color y en pijama a la que le explicamos quiénes somos nosotros y qué estamos haciendo ahí. ¡Tranquila que no somos vendedores de Biblias! La chica nos dice que volvamos en otro momento y que ella no nos puede enseñar la casa. Ana dice que qué pijama más feo tiene. Bye bye chica de color. 

Mary ha estado toda la mañana con Marleen dando los últimos retoques a la casa que han decorado con ayuda de dos hombres, Mark y Henrik. Mary dice que Marleen es un peligro al volante y que todos en Holanda conducen a lo loco. ¡Madre mía que miedo! Aún desconocemos el índice de atropellos a ciclistas, aunque no sabemos si realmente lo queremos conocer. Mary nos dice que volverá a las dos al albergue, asique Ana y yo nos vamos al Jumbo a comprar comida. 

¡Hoy la moqueta se ha quedado con hambre! No ha probado ni una sola pizca de salami. Hemos comprado una especie de salami en barra, lo hemos cortado con un cuchillo de plástico del Jumbo y hemos hecho tres bocadillos. Ana y yo, cansados de esperar a Mary, nos los hemos comido sin decir ni pío. El bocadillo de Mary nos miraba con cara de “Comedme a mí también, por favor”. Pero no le hemos hecho caso. 

-¡Dani! ¡Vamos! Tienes que llevarme al Jumbo en bici a hacer unas fotocopias y después al PostNL.-entra Mary en la habitación a las tres y media más o menos. ¡Menos mal que no la hemos esperado para comer! 

Llevo a Mary al Jumbo a hacer fotocopias de unos papeles de la universidad que tiene que enviar a España. La llevo yo porque ella no llega muy bien a los pedales de la bici. Además me gusta conducir por Eindhoven y hacer de taxista de bicis. ¿Cómo sería la profesión? ¿Biciclista? I don´t know, aunque podría dedicarme a ello. 

PostNL es una especie de librería fusionada con oficina de correos. Vamos allí y Mary envía la carta. Esperemos que llegue a España y que no se pierda en cualquier rincón perdido de la antigua Francia. 

Ana, mientras, duerme un poco en el albergue porque a las seis tiene que marcharse al restaurante de la señora Rosa y no sabe a qué hora de la madrugada llegará hoy. También hago de taxista de bicis para ella y la llevo al restaurante. Le he dicho a Ana que le diga a la señora Rosa que la llevo todos los días en bici al trabajo. ¡A ver si ve que soy caballeroso y cambia sus pensamientos positivamente hacia los hombres! 

Por la tarde Mary y yo vemos un piso que nos gusta, le enviamos un correo y nos contesta. Resulta que está a tres minutos andando de donde estamos, intentamos concertar una cita para verlo lo antes posible y nos dice que ese apartamento es para una persona. ¿Para una persona? ¡Pues vaya! Qué difícil es esto de encontrar un apartamento en Eindhoven. ¡Nos contestan pocas agencias creyendo que vamos a vivir en el apartamento dos personas! Imagina si sabe que, realmente, nos vamos a acoplar los tres. Tenemos la buena excusa de que Ana y Mary son mellizas y, en algún caso extremo, podemos volver loco al agente y a los vecinos haciéndoles creer que son la misma persona. ¡Queremos casa ya! 

Mañana tenemos dos citas: una a las tres con la casa de la calle incorrecta, la casa donde ahora vive la chica de color del pijama feo, y la otra con el piso donde vive el chico petado. Supongo que mañana serán, definitivamente, las citas oficiales con los agentes. A ver si hay suerte y nos entendemos, aunque sea en el modo “Inglés Indio”. 

Como ya sabemos exactamente dónde está la casa que tenía la dirección equivocada Mary quiere verla por fuera, porque mañana estará con Marleen y no podrá visitarla con nosotros, así que cogemos la bici y nos vamos los dos. La chica de color nos ha dicho esta mañana que se va de esa casa a finales de mes. Un poco tarde para nosotros, pero de todas maneras queremos verla por dentro. 

De camino entramos en el Albert Heijn, un supermercado que le hace la competencia al Jumbo, y a Mary y a mí se nos cae la baba viendo la cantidad y variedad de dulces que hay en este supermercado. Vemos los precios y suponemos que casi todos los holandeses están delgados a causa de eso. ¡Precios de dulces caros! ¡Precios que no pagan! ¡Dulces que no comen! Qué lástima. 

Mary tiene antojo de ensaladilla de un euro y la compramos para cenar. Creo que nos estamos “honlandelizando” un poco rápido. ¡Hemos cenado a las ocho y media! ¿Dónde se ha visto esto antes en nosotros? Hemos dejado un poco para Ana, no vaya a ser que tenga hambre cuando llegue de “Señora Rosa”. 

Y aquí estamos en la habitación. Mary a punto de quedarse dormida y yo escribiendo mis cartas holandesas. Cuando llegue Ana nos despertaremos y nos contará qué tal le ha ido hoy en el restaurante. 



La madre miró preocupada a su hijo. No quería que se desilusionara con sus cuentos ni sus historias. A él siempre le había gustado inventar historias y ella no quería que todo se estropeara por un mal día en clase. 

-Cariño no te preocupes por eso.-le dijo a su pequeño escritor. –Un mal día lo tiene cualquiera. 

-No es un mal día. Es un mal cuento, una mala historia.-dijo el chico con lágrimas recorriendo su cara. 

-¿Y cuál es el verdadero problema?.-preguntó su madre. -¿Qué es lo que realmente te preocupa? 

-Que nadie volverá a leer mis cuentos.-dijo el pequeño después de una larga pausa. –Nadie querrá volver a leer lo que escribo. 

-Cariño no te preocupes por eso. Eso no es lo que importa de verdad.-dijo la madre, acariciándole la suave cara y regalándole una sonrisa. -Que no te preocupe la cantidad de gente que te lee y que te preocupen los sentimientos que les haces experimentar a los que sí te leen. Es mejor y más importante la calidad que la cantidad. Tenlo siempre en cuenta. 

El pequeño sonrió y salió corriendo hacia su habitación, extrajo un cuaderno y un lápiz de uno de los cajones de su escritorio y comenzó a escribir. Escribió, seguramente, una de las mejores historias que jamás había conseguido. 

-Léelo mamá.-dijo el pequeño escritor entregando el cuaderno a su madre. – Quiero saber los sentimientos que experimentas al hacerlo. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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