Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 17 de octubre de 2012

"Los años del futuro"

17 de Octubre de 2012.

La habitación estaba a oscuras cuando el pequeño de cinco años llamó a su madre desde la cama. La mujer encendió la luz de la mesita de noche y se sentó junto al pequeño, acomodada en el colchón donde no era capaz de conciliar el sueño. 

-¿Qué ocurre, cariño?.-dijo la madre, acariciándole una de las mejillas. 

-No puedo dormir.-contestó con los ojos muy abiertos y acurrucado entre sábanas. 

-¿Has tenido una pesadilla?.-preguntó su madre preocupada. 

-No.-dijo el muchacho pensativo. -Es que no tengo sueño.-afirmó finalmente. 

-¿Y qué podemos hacer para solucionarlo?.-la mujer hizo una pausa y al ver que el niño se encogía de hombros continuó hablando. -¿Quieres que te cuente una historia que ocurrió hace muchos años? 

El pequeño asintió con la cabeza, ilusionado e intrigado por conocer las palabras que su madre le contaría. Se acurrucó, de nuevo, entre las sábanas que le arropaban del frío y esperó a que su madre comenzara con aquella historia. La mujer levantó los pies del suelo, se quitó las zapatillas, las dejó junto a la cama y se acomodó con las piernas cruzadas, quedando los pies sobre el colchón. Ambos quedaron en silencio unos momentos hasta que la mujer comenzó a hablar, casi en un susurro. 

-Esta historia comenzó siendo como cualquier otra que te hayan contado.-la mujer hizo una leve pausa. -Comenzó cargada de ilusiones y sueños, de metas y de nuevas aventuras.-dijo poniéndole cada vez más énfasis y entusiasmo. -Esta historia comenzó hace unos dieciséis años, aproximadamente, cuando tres chicos cogieron un vuelo con destino a un país que se encontraba a miles de kilómetros de donde siempre habían vivido hasta el momento. Y unas horas más tardes el avión aterrizó en la nueva ciudad… 

16 años antes… 



La mañana ha empezado con mucha marcha. Nos hemos despertado y Melendi ha comenzado a sonar en mi reproductor de música, con sus canciones a todo volumen y con los tres cantando por toda la habitación. Hemos desayunado los tres juntos y hemos desayunado lo mismo que comemos por la mañana, por el mediodía y por la noche desde hace varios días. Desde hace exactamente el número de días que llevamos en la nueva pensión. ¡Da gusto esto de tener desayuno incluido y saberlo amortizar para todas las comidas del día! Nos hemos puesto las pilas, nos hemos duchado, vestido y nos hemos ido cada uno a nuestras tareas diarias. Mary ha cogido la bici y se ha ido a la tienda con Marleen. Ana y yo nos hemos ido a tener otra cita para ver un piso. ¡Los de las agencia ya nos conocen de sobra! Ya están aquí otra vez los españoles… 

Ana y yo caminamos hasta el apartamento que vamos a visitar. La cita es a las doce y media y llegamos exactamente a las y media a la puerta de la casa. ¡Tenemos un Jumbo al lado! Y resulta que es el primer Jumbo que nos encontramos en Eindhoven. Ana llega a la puerta del apartamento y, como si la hubiera sentido desde dentro, el agente de la inmobiliaria nos ha recibido abriendo la puerta y dándonos la mano. Entramos a investigar el apartamento y resulta que todo lo que hay dentro se lo llevan, tiene un salón vacío, una habitación vacía, una cocina sin lavadora y un cuarto de baño con ducha y lavabo. Miro a Ana extrañado y le digo “¡Ana, que no hay retrete!” (Vale no he dicho la palabra “retrete” pero es que “Lo de cagar” suena muy feo si lo pongo en la carta). Ana ha puesto cara de pánico y, como no sabe inglés, ha mirado al de la inmobiliaria y le ha hecho un gesto para preguntarle por la pieza que le faltaba al servicio. Sí, Ana ha doblado las piernas y ha simulado la postura que todos utilizamos para sentarnos en la taza. Todos nos hemos reído y el de la inmobiliaria nos ha llevado hasta otra sala muy pequeñita, que había al lado de la puerta de la casa, donde sí estaba el retrete y otro lavabo. Qué bien. Mientras que uno está cagando el otro puede ducharse. ¡Otro inconveniente es que se tiene que alquilar como mínimo seis meses! ¿Y si nos tenemos que volver qué? Parece que los de las agencias no piensan en los pobrecitos como nosotros. Y también tiene una especie de patio. Y digo especie porque está repleto de contenedores. “¿Por qué había tantos contenedores de basura en el patio?” me pregunta Ana de vuelta a la pensión. “Creo que había holandeses muertos dentro de ellos”. 

Como este piso no tiene lavadora y es una cosa esencial que estamos buscando Ana y yo decidimos entrar en una tienda de electrodomésticos. Preguntamos el precio de la lavadora más barata y nos enseñan una que vale 135 euros y te la llevan a casa. Nos parece una buena oferta. Le decimos “bye, bye” al dependiente y si algún día tenemos que comprar una lavadora vendremos en busca de ella. 

Llegando a la pensión mi móvil comienza a sonar. ¿Quién me llama a estas horas, en este momento y en este lugar? Mary. Nos llama porque está en la tienda de Marleen pendiente del correo, por si las agencias nos escriben algo más y nos dice que tenemos otra cita a las dos de la tarde. Así que, como es la una y cuarto, nos damos la vuelta y nos vamos a la dirección que nos ha dado Mary. Ahora es un piso que está al lado del restaurante “Señora Rosa”, así que a Ana le vendría muy bien para ir a trabajar y nos ahorraríamos el dinero de su bici porque podría ir andando. Llega un nuevo chico de la agencia, se presenta y nos dice que en la acera de enfrente hay dos pisos más que se alquilan, que nos los puede enseñar también. Y allí que nos vamos Ana y yo. Los pisos los están reformando y les están poniendo todo nuevo. ¡Normal! Nos pide mil cien euros de alquiler mensual. ¡Perdona pero puedes quedarte con ellos! Así que nos vamos al piso que realmente íbamos a ver desde el principio. 

Tiene un porche en la parte delantera, con setas y árboles en su interior. Y entramos en una maravilla: un salón con sillas y mesas incluidas en el alquiler, tele y dvd, una cocina pegada con todos sus utensilios incluidos, frigorífico, microondas y LAVADORA. Los ángeles han comenzado a cantar el “Aleluya, aleluya” desde sus nubes de algodón. Parece que el Dios de Holanda ha escuchado nuestras plegarias. ¡Nos gusta! Del salón salen unas escaleras que te llevan hasta el dormitorio, que está en un ático con techo a dos aguas. ¡Parecemos una peli americana! 

Mary continúa haciendo diseños para la casa que tiene que decorar junto a Marleen. Además la semana que viene es “La Semana del Diseño Holandés” en Eindhoven y Marleen no para de recibir diseños y diseñadores en su tienda. ¡Un desfile de diseños en tres, dos, uno…! Hay cosas super caras, super raras y caras. ¡Está claro que los diseñadores se lo montan bien! ¡Y los holandeses se permiten cosas de diseño! En la tienda de Marleen pueden verse collares de madera por veinte euros, mesas de miles de euros, tazas de café por el mismo precio por el que te haces de una vajilla completa en los chinos… ¡Pero es diseño! Si lo quieres… Lo pagas o lo dejas. 

Ana y yo comemos en la pensión, a escondidas y de nuevo sándwiches. ¡Y no nos aburrimos del chóped y del queso! Y después de nuestra deliciosa y especial comida Ana consigue quedar con otro agente para ver otro piso a las cinco y media. ¡Lástima que Ana tenga que irse a trabajar y Mary aún esté en la tienda! Lástima porque tengo que ir solo a ver el apartamento. Está en una calle cercana a la pensión, a unos dieciséis minutos andando, y llego entre las cinco y las cinco y cuarto. Una chica que parecía mulata, con los pelos cortos y muy rizados se baja de un coche que había aparcado en la puerta del apartamento. ¡Es muy guapa y tiene unos ojos muy bonitos y grandes! Me dice que su nombre es Jamie y le digo que soy el amigo de Ana, que ella no ha podido venir porque está trabajando. Le digo que hablo un poco inglés y que me hable despacio, lo mismo que le decimos a todos los de las agencias. Jamie me comprende y dice que ella entiende el español pero que no sabe hablarlo, que si quiero que le haga preguntas en español y que me contesta en inglés. ¡Pero yo le hablo todo en inglés que es bueno practicar! 

El piso es un cuchitril, me lo enseña con los dos muchachos que viven ahora en él, parece un mundo lleno de desorden y suciedad, no se puede poner ni un solo tenedor sobre la barra de la cocina, el servicio está lleno de ropa, no hay lavadora y todos los muebles que hay en él se los llevan los dueños. Es demasiado pequeño para los tres y demasiado caro como para no traer nada de nada. Jamie se despide de mí y me regala un bolígrafo de la agencia a la que pertenece. ¡Más vale que todos los agentes fueran tan simpáticos como ella! Lo siento Jamie, me has caído muy bien pero no vamos a alquilarte nada. ¡A no ser que tengas una lavadora de segunda mano y un par de bicicletas! 

Al volver de mi visita solitaria Mary me está esperando en la pensión, en la puerta porque las llaves las tengo yo. Le hago un resumen detallado de los cinco pisos que hemos visitado hoy y decidimos mandarle un correo al de este mediodía. El que incluía de todo y la habitación es en el ático. No sabemos si mañana tendremos una cita en la oficina… 

Después de eso Mary ha continuado con los diseños para la casa, ha llenado tres de las cuatro camas de recortes de papel y de bolígrafos y hemos decorado un poco una de las paredes de la habitación, pues hemos pegado en la de las cabeceras de las camas la foto de los gemelos Pedro y Álvaro, los recién nacidos de Inés y Jose, sus papás. Antes de venir a Eindhoven los visitamos en Badajoz. ¡Fue precioso ver cómo dos gemelas cogían en brazos a dos gemelos! Cuando vuelvan a cogerlos en brazos seguro que han crecido un montón. Pero todo el mundo desconoce el momento en el que eso ocurra de nuevo, así que estas noches, y aunque solamente sea con una fotografía, las gemelas y los gemelos dormirán juntos. Y yo, que no soy gemelo, también seguiré por alguna de estas camas. Durmiendo todos juntos. 



16 años después… 

El pequeño de cinco años quedó fascinado, entre sus sábanas, por la maravillosa historia que su madre acababa de contarle. A partir de esos momentos soñaría con aquella ciudad, deseando conocerla y poder disfrutar de sus calles. Gracias a su madre consiguió imaginarse una ciudad llena de bicicletas, de parques enormes y de gente que habla en otro idioma. El pequeño dormiría aquella noche fascinado entre las hermosas calles de una ciudad mágica, la cual no sabía si podría pronunciar correctamente su nombre. Eindhoven. Sonaba precioso. 

Su madre se levantó de la cama, se puso las zapatillas y le dio un beso de buenas noches en la frente. Después acurrucaría a su hijo entre las sábanas y apagaría la luz de la mesita de noche. 

Mientras tanto, el padre de la familia, observaba a su mujer y a su hijo desde la puerta entreabierta de la habitación. Había escuchado la historia completa. Fue bonito recordar de nuevo la forma en la que conoció a aquella mujer, a aquella mujer que ahora narraba sus historias a su hijo, a aquella mujer que un día decidió comprar un billete de avión y voló, dieciséis años atrás, a un país que se encontraba a miles de kilómetros de distancia de donde siempre había vivido. Un país donde, afortunadamente, lo conoció a él. Fue bonito recordar el momento en el que conoció a la mujer que le cambiaría la vida por completo. 

16 años antes… 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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