Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

domingo, 21 de octubre de 2012

"Con muchas ganas de verte"

21 de Octubre de 2012.

La chica agarró con fuerza el manillar de la bicicleta, se sentó en el sillín y comenzó a pedalear lo más rápido que pudo. “Acaba de llegar a la ciudad” pensó mientras continuaba pedaleando. “Tengo que verlo lo antes posible” se decía a sí misma emocionada y con ganas de abrazarlo. Hacía tanto tiempo que no se veían que no podrían llegar a tener más ganas de estar juntos. 

El frío azotaba su rostro, pero no le importaba. En esos momentos solamente importaba el seguir pedaleando, el cruzar esa esquina y el verlo de nuevo. Su rostro invadió su mente. “Seguirá tan guapo como siempre” pensó y, a la vez, se sonrojó, aunque nadie lo percataría porque el frío ya había conseguido enrojecerle el rostro. 

Su corazón latía con más fuerza que nunca, a cada acera que cruzaba, a cada pedalada que daba, a cada semáforo en rojo que esperaba. Nunca antes la ciudad le había parecido tan inmensa y, nunca antes, el tiempo se había detenido durante tanto tiempo. “La última calle” sonrió emocionada e intentó acelerar el paso. “Tras esa esquina estará su coche, la puerta de su casa, su rostro y su mirada” sus pensamientos circulaban a la velocidad de la luz. “Tengo tantas ganas de verte”. Y atravesó la última calle y giró en la última esquina. 

Y allí estaba él, su coche, la puerta de su casa, su rostro, su bello rostro y su mirada. Esa mirada que le decía al oído “Tengo tantas ganas de verte”. 



Es la una de la madrugada y empiezo a escribir la carta. Mary está sentada en la cama frente al portátil y yo estoy en la mía, frente a mi portátil también. Ana, como ya sabéis, está en el restaurante. Supuestamente antes iba a ir los martes, miércoles y jueves pero ahora no sabemos ni qué días va ni cómo va. Mañana a las once de la mañana tenemos que abandonar la pensión, cargados de maletas y esperando poder comenzar a vivir en un apartamento. Las ganas de vivir en nuestra propia casa aumentan con el paso de los días. ¡Queremos que llegue ya ese día! ¡Día llega mañana! 

Esta mañana nos hemos permitido levantarnos de la cama un poco más tarde de lo normal, nos hemos despertado y nos hemos dirigido a la cocina para comer algo. ¡Hemos comprado una sopa de sobre! Qué rica estaba y cuánto tiempo hacía que no comíamos sopa… La hemos acompañado con unos sándwiches, para no perder la costumbre, y a nosotros nos ha acompañado nuestra madrileña Fátima. Hemos hablado durante la comida de todo un poco y le hemos dicho que esta noche sería nuestra última noche en la pensión. ¡Esperamos verla mañana para despedirnos! 

A las cinco y media, como cada día en el que Ana trabaja, tengo que llevarla en la bicicleta para que no tenga que ir andando. Me despido de ella y le deseo que le vaya bien. ¡Pobre Ana! Entre lo que hemos dormido esta mañana y las horas a las que entra en el restaurante no pasamos nada de tiempo todos juntos. Nos queda el consuelo de pensar que ya llegarán días mejores. 

Mañana nos espera otra mudanza. Es pensarlo y el cielo se viene abajo. ¿Otra vez coger estas maletas pesadas y pasearlas por media ciudad? ¿Otra vez coger la bici de Marleen que tantas alegrías nos da? ¿Y otra vez añadir cosas nuevas a la mudanza porque parece que con el paso de los días el cúmulo de equipaje es mayor? Pues sí, a la mudanza de mañana tenemos que añadirle la maleta antigua que Marleen nos ha regalado. ¡Nuestras ganas de mudanza aumentan en tres, dos, uno…! 

Después de llevar a Ana llego a la pensión y Mary tiene cara de enfado. ¡Ha ido a pagarle al chico de la pensión la noche de hoy, ya que solamente pagamos una semana hasta ayer, y dice que las noches individuales son más caras! ¡Ya te digo! Mi madre dice que podríamos haber alquilado hasta que las noches nos salieran gratis. Y por si fuera poco hemos quedado la vajilla que hemos utilizado en la comida en el fregadero, sin fregar y dejándola ahí para lavarla luego, porque había demasiada gente en la cocina y no se cabía. Siempre hemos fregado nuestros cubiertos, no como otros, y le han dicho a Mary que tiene que limpiarla. ¿Perdona? La gente nos habrá visto y habrán pensado mal de los españoles, aún sabiendo que somos de los pocos que lavamos todos los días. ¡Qué lástima nos han dado! Fátima y Nicole Kidman: seréis a las únicas personas que echaremos de menos cuando no estemos en esta pensión de… mala muerte. 

Mary y yo nos hemos montado en la bicicleta, a Mary le ha dado el aire y parece que se ha calmado un poco, y nos hemos ido a Capital D, el edificio de diseño lleno de diseñadores y de diseños, donde recogeremos todos los días los folletos que Marleen necesita para la tienda para La Semana del Diseño. ¡Madre mía! Cuánto diseño. Nos hemos paseado por el edificio haciéndonos pasar por diseñadores de alto standing, nos hemos codeado con vitrinas llenas de diseños y nos han gustado algunas, y hemos criticado varias. A veces el diseño es así de raro e inexplicable. 

Hemos recogido los folletos y nos hemos dirigido a la tienda de Marleen. Nos hemos acordado de su amiga Jolanda y de su estantería dividida en dos. ¿La habrán arreglado ya? Pues sí, llegamos a la tienda y para el consuelo de todos, la estantería está bien. Jolanda y Marleen nos reciben, nos dan las gracias por los folletos y dicen que mañana esperan a Mary a las once de la mañana. 

Parece que lo tenemos todo preparado para mañana. ¡Y parece que podemos contar con la ayuda de un nuevo transporte! ¡Y no es otra bici, si no la furgoneta de Josh, el marido de la Señora Rosa! Pues resulta que Josh tiene una furgoneta y se la ha dejado a un compañero de trabajo de Ana, el cual mañana nos va a ayudar a transportar todo esto que invade la habitación. ¡Menos mal! No sé si puedo soportar seguir cargando con todo esto durante más tiempo. 

Después de nuestra visita a la tienda de diseño nos vamos a dar una vuelta por la ciudad, para que mis piernas se sigan poniendo duras gracias al peso que llevo todos los días. Ayer Mary intentó llevarme de porta-paquetes pero, como siempre estoy acostumbrado a que me lleven, no podía parar de moverme en la parte trasera de la bici. Mi inseguridad y mis dudas acerca de si Mary podría o no conmigo consiguieron que la bici se encarrilara en una grieta en el asfalto que impedía que saliéramos de ella. ¡Las ruedas de la bici no abandonaban el carril! Parecíamos un tren descarrilado, nunca mejor dicho. Entonces me bajé, en menos de un minuto, ocupé mi asiento de siempre y Mary se montó de porta-paquetes, como siempre. 

Nos hemos permitido un lujo: un bizcocho de cuarenta céntimos. ¡Está rico, rico! Como bien diría Arguiñano. Por cierto ¿sigue cocinando, no? Y sus chistes… ¿siguen siendo igual de malos o ha conseguido sacar alguna carcajada? Lo hemos comprado en el Albert Heijn, el bizcocho no a Arguiñano, y también hemos disfrutado de un batido de chocolate de un euro que hemos sacado de una máquina expendedora. Lo hemos tomado, compartiéndolo como buenos hermanos, sentados en un banco dentro del supermercado, frente a las cajas y a las cajeras, observando a todos los holandeses que estaban haciendo su compra. ¡El batido también estaba rico, rico! 

Al llegar a la pensión ha comenzado el momento de las cuentas y de los números. El precio mensual del piso, el depósito a pagar, el dinero que se lleva la agencia, los escasos muebles que tenemos que comprar en una tienda de segunda mano o en el Ikea, la lavadora, la maldita y necesaria lavadora. Se lo informamos todo a nuestras madres y bueno sabíamos que al principio se iría mucho dinero pero esperamos y tenemos que recuperarlo. Ya nos hemos planteado la posibilidad de irnos a Ámsterdam y alquilar algunos escaparates para exhibirnos en el Barrio Rojo. Todo aquel que desconozca ese lugar y esos escaparates, por favor, que NO se informe al respecto, gracias. 

Y la noche cae, y llegan las dos de la mañana. Mary reposa la cena mientras parece que ve otro capítulo más de la serie que sigue, un poco resfriada y con ganas de un piso. Y yo reposo la cena mientras continúo con la carta, de momento sin estornudos, aunque no escribiré muy alto, y también con ganas de piso. ¿Tendremos mañana piso, tendremos mañana internet en el piso? Si no tenemos internet y no subo la carta no os asustéis, no nos habrá pasado nada malo. Ana ya ha terminado de trabajar, está cenando y seguro que se beberá alguna cerveza con sus compañeros. ¡Buenas noches! 



Aceleró el paso, sus pedaladas cada vez eran más fuertes, el viento azotaba más fuerte en su cara, el viento bailaba descontrolado con su melena suelta, su sonrisa más amplia que nunca y sus ganas de abrazarlo eran inmensas. La distancia entre ellos disminuía, aunque la acera parecía alargarse cada vez más y más. Él parecía distraído, sacando maletas de su coche y depositándolas en el suelo, junto a la puerta de la casa. Y escuchó el sonido de un timbre, el timbre de la bicicleta que avanzaba deprisa hacia donde él estaba. “Es ella” pensó al verla con los pelos al viento. Y ella no pudo soportarlo más. Abandonó la bicicleta, lanzándose de ella, y abandonándola a su suerte contra el suelo de la calle. Ella comenzó a correr, sin importarle nada ni nadie. Él la observó desde la distancia. “Sigue estando igual de loca que siempre” pensó al verla lanzarse de la bici. Él quedó petrificado, pues la emoción y las ganas de tenerla entre sus brazos eran tan fuertes que consiguieron bloquear todos sus sentidos. 

Ella continuó hasta llegar a él. Y se lanzó a sus brazos, estrellando su pecho contra el suyo, abandonando el suelo y quedando completamente pendiente de él. Sus respiraciones eran fuertes. Y allí, en aquel instante, sin importar el frío de la mañana, ni la bicicleta que había sido abandonada, ni los besos que aún estarían por llegar, ella, aún amarrada a él, acercó sus labios a su cuello y susurró, con un mínimo hilo de voz. 

-¿Cómo estás?.-y ambos cerraron los ojos, escuchando la respiración de cada uno, sintiendo sus pechos y el frío en la cara. Él supo la respuesta al instante, esperó unos segundos y, agarrando su bello cuerpo más fuerte que nunca, contestó en un susurro, con un mínimo hilo de voz. 

-Con muchas ganas de verte. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.


1 comentario:

  1. Para tranquilidad tuya Dani, Arguiñano sigue cocinando en la tele y contando chistes malos ;) Cuidaros y a ver si conseguís piso. Besos para los tres desde Cáceres

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