Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

domingo, 14 de octubre de 2012

"Operation: pension"

14 de Octubre de 2012.

Los tres que formaban el equipo se reunieron, silenciosos, en medio de la habitación. Los tres formaron un triángulo perfecto y la que llevaba la voz dominante del grupo explicó detalladamente el plan de conquista: 

-Iremos en silencio hasta la casa de al lado, tú abrirás la puerta lo más rápido que puedas y en el máximo silencio.-dijo dirigiéndose a la otra chica del grupo. –Iremos caminado de puntillas por el pasillo, hasta llegar a la cocina. Una vez allí yo lavaré unos vasos para distraer al enemigo. Vosotros sacaréis las rebanadas de pan de la mochila, que llevaréis a la espalda y velozmente, los untaréis de nocilla en el tiempo en el que lavo los vasos.-dijo la jefa casi en un susurro a sus dos compañeros. –Hora de salida: 4:30 minutos de la madrugada. Hora de finalización de la operación: 4:32 minutos de la madrugada. 

Los tres abrieron la puerta que se comunicaba con las frías calles de la ciudad, caminaron muy deprisa hasta la siguiente puerta y la abrieron rápido y en silencio. El equipo desapareció en el interior de la oscura casa, en busca de un bote de nocilla al que tenían que vaciar. 



Son las doce de la noche, Mary está en la ducha, Ana en el restaurante y yo he comenzado ahora a escribir esta carta desde Holanda. Mary y yo acabamos de cenar unos sándwiches que hemos hecho hoy en el desayuno y que hemos calentado hace un momento, unas patatas fritas y un poco de patatas con salchichas que hemos tomado prestadas de otros inquilinos de la pensión. Solamente hemos probado un poco del mejunje de patatas ajeno y el karma ha actuado llenándonos la boca con un picor inmenso, provocado por una salsa que le habían echado sin consideración alguna. Es un poco tarde, más tarde de lo normal. Pero nunca es tarde para comenzar a contar. Por cierto, nuestro postre ha sido un sándwich de nocilla y ahora nos beberemos un té de frutas del bosque. 

La noche del sábado ha sido larga. Mary ha comenzado a ver un capítulo de una serie de televisión en su portátil y Ana y yo decidimos ver una película, también en el portátil. Después de un tiempo descartando películas nos decantamos por una del maestro Woody Allen: “Vicky Cristina Barcelona”. Al final nos quedamos con un raro sabor de boca. “¿Ya está? ¿Éste es el final? Pues vaya…” Y continuamos hablando, los tres, y decidimos ver una película de miedo. Estamos en la pensión que creíamos de mala muerte, escuchamos ruidos raros y queremos ver una película de miedo para ambientar más la situación. Es algo normal, lo sé. 

Y vueltas y vueltas a películas de miedo y al final elegimos la peor película que podríamos haber elegido, una de estas que dices “¡Venga hombre! Y ¿ahora qué?”, de esas que son tan malas que ni siquiera son aptas para emitirlas en las tardes de Antena 3, de esas que el guión no parece ni que está escrito y de esas que no las dejas de ver porque no tienes sueño y el reproductor on-line ya la ha cargado entera. “La última casa a la izquierda”. Parecía un buen título, pero solamente se quedó en ello. Queríamos una película de miedo pero se convirtió en una de risa. Intenté aguantar hasta el final pero cuando vi que la protagonista, a la que acababan de dar un balazo en la nuca, comenzó a nadar por un pantano y a correr por un bosque dije que me iba a la cama. Y así lo hice. Ana y Mary la vieron hasta el final. ¡Qué fuerza de voluntad! 

Nos despertamos unas horas más tarde, sin ningún ruido de alarma ni de moto, y nos vestimos para ir a desayunar a la casa de al lado. Ana dice que se queda en la cama, ya que a las seis de la tarde tiene que ir al restaurante “Señora Rosa” y anoche nos dormimos a las tantas de la madrugada. Es la primera vez desde que estamos aquí que nos pasamos una noche en vela, viendo pelis y planeando operaciones de asaltar la cocina de la pensión. 

Mary y yo nos vamos a desayunar. Cogemos nuestras tostadas, nuestro chóped y queso, el café y nuestras ganas de desayunar en buenas condiciones. Hoy ha sido un día de tertulia mañanera, como las mañanas de María Teresa Campos o Ana Rosa, ya que nos hemos pasado todo el desayuno y parte de la mañana hablando de todo en general. De nuestras vidas en el pueblo y de nuestras nuevas vidas en Eindhoven. “Nadie dijo que sería fácil” ha dicho Mary. Y tiene razón, pues nadie lo dijo. 

Nuestra nueva pensión está organizada por un chico joven que es un poco serio, parece que habla el mismo idioma que nosotros: el Inglés Indio. Todas las preguntas y dudas que le hacemos son respondidas con “Yes” o “No”, y cuatro palabras típicas y socorridas. El chico serio lleva la distribución de las habitaciones, repone los alimentos en la cocina y nos recoge el dinero que nos cuesta dormir bajo este techo. Hoy le hemos pagado una semana completa, hasta el domingo que viene. La pensión donde vive Nicole Kidman será a partir de ahora nuestro nuevo y dulce hogar. 

Hacía tiempo que no cocinábamos y hoy hemos preparado unos macarrones con tomate, salchichas y queso. ¡Estaban riquísimos! Casi limpiamos los platos con la lengua. ¡Da gusto poder comer algo que no sea una ensaladilla de un euro! ¡Da gusto comer sentado en una silla, apoyado sobre una mesa de madera y no sentado sobre una moqueta que devora todo lo que entra en contacto con ella! Aunque echamos de menos su textura llena de vida. El único inconveniente que tiene el cocinar es que ahora todas las ropas que entran en la cocina huelen a fritura. ¡Qué horror! Necesitamos ya una lavadora para quitar estos olores de nuestras sudaderas. ¡Parecemos croquetas! 

A las cinco y media sacamos la bici de Marleen de nuestro baño privado, Ana se monta en el porta-paquetes y yo me pongo manos al manillar. La llevo por las calles frías de Eindhoven hasta su trabajo, nos congelamos en el camino, me despido de ella y le deseo que se le haga leve. Me vuelvo con más frío que nunca y vuelvo a recoger la bici en el servicio. Mary dice que a la noche va a ir a por Ana a la puerta de la “Señora Rosa” pero mi duda es: Si no llega bien a los pedales y no se puede sentar en el sillín ¿cómo va a transportar a su hermana, sana y salva, hasta la pensión? 

Mary y yo pasamos la tarde en el comedor/sala de estar de la pensión, buscamos pisos por internet, hablamos con nuestras madres, Mary diseña unas cosas para la nueva casa que tienen que decorar, envío correos a las tiendas de fotografía que he buscado en Eindhoven, escuchamos música, Mary se hace un té y seguimos con la búsqueda de pisos. Lo más probable es que el día 1 vayamos a vivir a la caja de cerillas, a la casa donde ahora vive la chica de color del pijama feo. ¡Cuida la casa que dentro de unos días nos convertiremos en sardinas enlatadas! 

El día ha sido tranquilo, tan tranquilo como nuestros domingos en el pueblo. Ahora seguimos estando tranquilos, en la habitación de la pensión, ya duchados y con los pijamas puestos, arropados con los nórdicos y esperando una llamada de Ana. Aún nos espera un viaje en bici hasta el restaurante, el problema es que no sabemos a qué hora será. Como siempre… nuestras noches nunca tienen desperdicio, aunque los días tampoco. “Pá qué nos vamos a engañá” 



Los tres caminaron por el oscuro pasillo hasta llegar a la pequeña cocina. La jefa del grupo cogió varios vasos sucios y comenzó a lavarlos bajo el grifo de la sala. Los segundos habían comenzado a contar. En el otro extremo de la cocina uno de los compañeros se hacía dueño del bote de nocilla, mientras la otra extraía las rebanadas de pan de la mochila y los dos, con un cuchillo en las manos, comenzaron como locos a untar chocolate en sus panes. La jefa terminó de lavar los vasos, una buena excusa por si alguien ajeno al grupo les sorprendía a esas horas en la cocina. Las 4:32 de la madrugada, hora de la huída. La jefa dio la voz de alarma, guardaron corriendo el bote de nocilla, que había quedado casi sin chocolate, y cogieron todos los panes que habían quedado tupidos de nocilla. Escaparon de la cocina, atravesaron el oscuro pasillo y salieron a la calle, respirando tranquilos porque todo había salido bien. 

Los tres llegaron a la habitación de la pensión donde dormían esas noches. Ana, Mary y Dani disfrutaron de unos contundentes sándwiches de nocilla a las cuatro y media de la mañana, a los que añadieron cereales en forma de prueba. La “Operación: Pensión” había salido perfecta, como anillo al dedo, como nocilla al pan, como cereal al chocolate. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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