Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

martes, 2 de octubre de 2012

"The name of the man"

02 de Octubre de 2012.

La mañana anterior… 

El despertador sonó a las seis y media. El hombre besó a su mujer, que había abierto los ojos con el primer pitido de la alarma, y se levantó de la cama. Preparó dos cafés rápidamente y extrajo un elegante traje de chaqueta gris de su armario. Se vistió ante los ojos de la mujer, que aún seguía en la cama, y se dejó hipnotizar por el paisaje que se colaba tras su ventana. El barrio era tranquilo, las pequeñas casas ajardinadas con tejados a dos aguas y las verdes hierbas componían una escena perfecta. El enchaquetado abrió la puerta de casa, se despidió de su compañera de cama y extrajo una llave del bolsillo. Abrió el candado que unía su bicicleta con la barandilla de su jardín, provocando con el ruido que un gato saliera del interior de un seto. El hombre lo observó desperezarse y se dispuso a ir a trabajar. Montó en la bicicleta y comenzó a pedalear. Y antes de llegar a las oficinas ocurrió: su billetera, curiosa, comenzó a asomar por uno de los bolsillos de su fino pantalón. El frío de la mañana comenzó a chocar en el cuero de la cartera, que cada vez abandonaba un poco más el bolsillo. El hombre continuaba pedaleando, ajeno a la situación que se estaba provocando entre su billetera y su bolsillo. Las pedaladas continuaban y la billetera cada vez era un poco más libre. Fue entonces cuando la bicicleta pasó por encima de un pequeño montículo, el cual empujó a la billetera curiosa a salir disparada definitivamente. El hombre, al instante, notó un movimiento extraño en el bolsillo del pantalón y, cesando las pedaladas, detuvo la bicicleta lo antes que pudo. Su cartera estaba caída en el frío suelo de Eindhoven. La recogió y la volvió a guardar en su bolsillo, ahora mostrando más precaución que antes. Lo que el hombre desconocía era que unos metros más atrás, tres tarjetas de crédito habían conseguido escapar del interior de la billetera, quedando expuestas a la vista de los peatones. 

El hombre enchaquetado era un hombre afortunado, pues esa misma mañana tres españoles que paseaban fascinados por la belleza de la tranquila ciudad se toparían con tres tarjetas de crédito en el suelo. Las recogerían, leerían el nombre del hombre y las depositarían en un buzón de correos, esperanzados en que las tarjetas volvieran a formar parte de la curiosa billetera del hombre enchaquetado.

A la mañana siguiente… 


A partir de ahora abro mi maleta pequeña con una horquilla. Sí, con la horquilla con la que el primer día cortamos el queso en el albergue. El ex cuchillo ahora es una llave. Mi maleta huele a cereales, la de Ana a pan y la de Mary… la de Mary huele a nervios. Sinceramente: los nervios huelen. La habitación huele a miedo, a esperanzas y huele al miedo al fracaso. 

Ellas están sentadas en el suelo, arregladas, preparadas para acompañar a Mary a la tienda donde hará su primer día de prácticas. Están preciosas. Mary está nerviosa, se huelen sus nervios. Cada una cogen un sobré de Nescafé y lo disuelven en un vaso de agua. A mí no me apetece café en esos momentos. Es bonito verlas ahí sentadas, frente a uno de los ventanales por lo que hoy no se cuela ningún rayo de sol. El día es gris y los grises nervios nos atacan, los nervios atacan a Mary. 

Y al primer día de prácticas se nos suma otro problema: hemos alquilado un día más para dormir en el albergue, le he dicho al dueño que si hay algún problema en que le vayamos diciendo día tras día si queremos seguir o si nos vamos, si nos vamos porque hemos encontrado un apartamento donde dormir. Ese no es el problema. El problema es que no podemos quedarnos a dormir el jueves aquí, ya que nosotros no lo tenemos reservado y están todas las habitaciones ocupadas o, al menos, eso he entendido. Parece ser que el jueves hay un importante partido del equipo de fútbol de Eindhoven: el PSV Eindhoven. Todos los aficionados invaden las calles y las habitaciones de los albergues ese día. ¡Maldito fútbol! Ahora tendremos que buscarnos un hostal barato para pasar la noche del jueves… 

Son las doce y cuarto de la mañana. Caminamos hasta la tienda de Marleen. Mary está nerviosa. ¿Ya lo he dicho, verdad? ¡Esa es la tienda! ¡Está abierta y Marleen está dentro! ¡Mucha suerte Mary! ¡Mucha suerte Marleen! Ana y yo nos quedamos en la puerta, vemos cómo entra en la tienda y la saluda, nos vamos en busca de los bares españoles. La ruta que nos espera es increíble. Creo que hemos andado medio Eindhoven. ¡Desde las tres de la tarde hasta las seis sin parar! Ole dolor de piernas. 

Primero hemos ido, de nuevo, al restaurante “El Patio Andaluz” y nos ha recibido una chica rubia y guapa que habla inglés y holandés. El señor administrativo nos dijo que el dueño estaría a partir de las tres, pero no estaba. Asique hemos hablado con un cocinero que creo que se llama Antonio. Dice que ellos no pueden ofrecernos nada pero que es posible que su mujer pueda tener algún trabajo en una empresa textil. Me mira y dice que a mí no puede ofrecerme nada. Las palabras “empresa textil” y “no puedo ofrecerte nada” retumban en mi cabeza. Llama a su mujer para ver si puede ofrecer algo a Ana, pero no contesta asique le apuntamos nuestro teléfono y le entregamos nuestro curriculum a la chica guapa holandesa. Ella dice que va a intentar convencer a su jefe para que nos dé una oportunidad. ¡Qué maja! Nos invitan a un café. Estaba un poco amargo… pero se agradece. ¡Espero que la chica holandesa pueda hacer algo por nosotros! Help, please! 

Mary sigue en las prácticas. ¿Qué estará haciendo? ¿Tendrá dibujada en su cara una sonrisa de oreja a oreja o estará llorando por los rincones de la tienda sin entender ni “papa”? ¡Marleen ten piedad! ¡Mary! ¡Entiende, al menos, “papa”! 

Ahora nos toca buscar “El Quijote”. Ana y yo nos topamos por el camino con una especie de corral lleno de gallinas, conejos y dos cabras. ¡En medio de la calle! ¡Junto a un parque! Esto ha sido un poco raro… Continuamos con la caminata. Nos guiamos gracias a un papel donde llevamos apuntadas todas las calles por donde tenemos que pasar. Es un poco difícil seguirlo. Lo ha escrito Ana, con una letra rápida, en algunas calles no pone el nombre y, sin darnos cuenta, nos hemos saltado unos pocos de pasos en nuestra guía de calles holandesas. ¡Si es que somos más listos que el Google Maps! ¡Coño: El Quijote! (Nos han comentado que la dueña de “Señora Rosa” y “El Quijote” es la mísma señora, Rosa. Supongo.) Entramos y nos presentamos. La señora Rosa nos dice que en esos momentos está ocupada, que por favor nos acerquemos al bar, que ha bautizado con su mismo nombre, esta noche sobre las nueve y media. ¡Tenemos una cita! Por cierto: ¡El jueves también tenemos una cita a las cuatro de la tarde con un señor que va a enseñarnos un apartamento! ¿Lo he dicho ya? 

Es la primera vez que, desde que estamos en Eindhoven, estamos tanto tiempo separados. Mary dice que nos ha echado de menos y llega a la habitación con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Marleen es super amable y simpática con ella! Ya se le notaba el día que la conocimos. “Marleen es como un algodón de azúcar, dice que ella me enseña inglés y que yo le enseñe español” dice Mary de la misma manera que un niño de cinco años le habla a su madre de su seño del cole. Ha estado haciendo unas fundas con sacos de esparto para unas sillas. ¡Cosiendo a mano! Los sacos eran de café mexicano. Suena bien. “Al despedirse le he dicho: I see you tomorrow. In Spanish: Hasta mañana” y Marleen ha repetido “Has-ta maña-na” y ha saludado con la mano. Marleen mola. Mary ya no está nerviosa, creo que ha metido todos sus nervios en una maleta de 20 kilos y los ha enviado en un vuelo barato de Ryanair a cualquier isla perdida del Atlántico. ¿Ryanair viaja por el Atlántico? 

Ahora bajamos todos los días a la sala de estar del albergue porque es donde Ana puede conectarse a internet. Mary y yo cogemos internet en la habitación, pero Ana no. Ea, ea, ea, Ana se cabrea (sin internet). Ana ha bajado antes que nosotros y nos hemos quedado los dos solos en la habitación. En ese momento mi móvil se ha chocado en la encía superior de la boca de Mary. Ups! No me preguntéis que estábamos haciendo porque no lo sé. 

-Qué asco.-dice Mary al notar un sabor raro en su boca, tras haber impactado mi móvil sobre ella. Se gira y me muestra su dentadura. ¡Oh no! Mary tiene algo raro entre las “paletas”. 

-Mary… ehmmm… tienes algo raro ahí.-le digo señalando a su boca con mis dedos, y con cara de asco. 

Ella me muestra de nuevo su dentadura. Ese algo raro ha aumentado de tamaño y es de un color rojo intenso, que destaca sobre el blanco de los dientes. ¡Mary está sangrando! Sus encías no paran de chorrear sangre por todos lados. Ella se “mea de la risa”, mientras su boca se llena de sangre. Yo me muero del miedo. Todo se tranquiliza cuando se lava la boca en el servicio y su boca vuelve a un estado normal. 

Nota mental: A Mary le sangran las encías con facilidad, hasta cuando se lava los dientes. 

Son las nueve y media. ¡Hora de ir a ver a la señora Rosa! (No entiendo por qué no la llamo simplemente Rosa) Y allí nos hemos presentado. La señora parece interesada, dice que puede ofrecernos un trabajo de limpieza y que quiere a una chica. ¡Dice que las mujeres son mejor para la limpieza! Habla de los hombres un poco decepcionada, aunque no sé si ese es el término correcto. Ya me entendéis. Bueno el caso es que, independientemente de las opiniones de la dueña, ¡puede que Ana tenga algo de trabajo! Nos ha preguntado de todo. ¡Resulta que también es extremeña! Suponemos que eso también es un punto a nuestro favor. La cita ha ido bien. La señora Rosa nos ha dado su número de teléfono y le ha dicho a Ana que la llame el viernes. ¡Hip, hip, hurra! ¡Las cosas parecen que van mejorando poco a poco! Ana y Mary dicen que no me desanime, que ya encontraré algo, que no nos moveremos de aquí y que siempre puedo servirles como amo de casa. ¡Queremos vivir en Eindhoven! Nos gusta Eindhoven. 


Varios días más tarde… 

El señor enchaquetado llegaba, un día más, del trabajo en bicicleta. Abría la puerta del jardín que daba la bienvenida a su hogar, aparcaba su medio de transporte y recogía el correo que todas las mañanas dejaban en su buzón. Extrajo un solo sobre blanco en el que se podía leer el nombre del hombre, su nombre. Lo rompió antes de abrir la puerta de casa. Y, para su sorpresa, allí estaban ellas. Tres tarjetas de crédito se asomaban, curiosas, buscando la billetera de la que unos días atrás habían escapado en busca de nuevas aventuras. 

Tres tarjetas que se percataron de que en casa no se está como en ningún sitio pero que, algún día que otro, hay que ser valiente y salir en busca de nuevas aventuras. 


Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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