Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 13 de febrero de 2013

"Two bikes, two furious"

11 de Febrero de 2013.

Dos, eran dos. Dos las palabras que se decían antes de despedirse el uno del otro, dos las calles que atravesaban para llegar a sus destinos, dos los cielos que se fusionaban sobre sus cabezas, dos los abrazos que dejaban escapar y dos las horas que se convertían en tiempos eternos. Dos cosas las que jamás se decían y dos sentimientos los que jamás olvidaban. Dos eran los que los miraban desde los bancos de un parque y dos eran los que paseaban siempre agarrados de la mano. Dos, el número que ellos formaban. 



Pensamos si llevarnos las capas de color y las orejas de burro al estudio, pero después de meditarlo con paciencia decidimos dejar nuestros disfraces en casa. A las nueve de la mañana llegábamos a la puerta del estudio, aparcábamos nuestras bicicletas lo mejor que podíamos mientras descubríamos que la furgoneta de Derek no estaba donde siempre solía estar. ¿Dónde estará? Así que intentando salir de dudas nos adentramos en nuestra área de trabajo y saludamos a Bastiaan, uno de los hermanos de Derek, y a Rinske, la chica de prácticas. Mary comienza a pulir lámparas que ya le tenían preparadas y yo me zambullo en la sección de las oficinas junto a Rinske. Creemos que el catálogo ya está del todo terminado, aunque minutos más tarde Willem, el otro hermano de Derek, nos envía unos cambios de texto que modificamos en cinco minutos. Como sigan haciendo cambios y más cambios el catálogo se va a terminar dentro de un año, espero que esto sea lo último. Así que con el catálogo oficialmente, o al menos eso creo, terminado comienzo a hablar con Rinske y le pregunto que dónde está Derek. Su respuesta me sorprende tanto que tengo que ir corriendo a comunicársela a Mary, que continuaba puliendo lámparas. 

“¡Mary!” le digo chillándole al oído, ya que con las máquinas del estudio no nos escuchamos muy bien, a no ser que estemos en la oficina. “Mary que van a venir cinco muchachos más de prácticas con Derek, que vamos a ser ocho aquí trabajando con él” le digo mientras se le va poniendo cara de no creerse lo que le estoy diciendo. “Madre mía, esto va a parecer una escuela” me dice Mary desconociendo dónde van a meter a tantos estudiantes. ¡Ocho! Seremos ocho. Mary y yo ya sumamos dos, aunque yo no soy estudiante. Rinske la tercera. Y Derek aparece con dos chicos que se llaman Rick y Philippe con los que ya sumamos cinco. Rick es un chico holandés, rubio y con gafas que comienza a trabajar en uno de los ordenadores de la oficina. Philippe comienza a garabatear folios sobre una mesa mientras realiza composiciones con piezas de plástico de forma triangular con las que Derek realiza los bocetos de sus lámparas en miniatura. 

Aprovecho la mañana para colocar todo lo que va a formar el estudio fotográfico que tendremos en el interior del estudio. Coloco el chroma blanco que sirve de fondo para realizar fotografías y distribuyo dos o tres focos a su alrededor, todo con la ayuda de Rinske. Varias sillas y mesas de Derek las ordenamos en modo exposición y ya parece que todo está, más o menos, un poco más decente. Derek y su equipo llevan trabajando en el nuevo estudio un par de semanas y parece que llevan un par de años, pues todas las herramientas están en el medio y el desorden se convierte en algo normal y rutinario. 

Más tarde Rinske me ofrece ir con ella al Jumbo a comprar cosas para la hora de la comida y, encantado porque no tenía nada que hacer en esos momentos, le digo que sí. Cogemos las bicicletas y las dejamos en los aparcamientos de bicis del supermercado. Aún no había abandonado mi vehículo y ya estaba rezando para que hubiera miles de pruebas de comidas. ¡Y así fue! El Dios de Holanda me hizo caso y me regaló varias bandejas de queso viejo para probar, trozos de chocolates, una carne un poco rara y hasta unos dulces de nata recubiertos con una fina capa de chocolate. Yo lo probé todo, lo que pasa es que me corté un poco porque Rinske no probaba nada. En ese momento fue cuando me di cuenta de por qué en los supermercados de España no suelen poner muchos productos de prueba. ¡Solamente los españoles nos abalanzamos a las cosas gratis! ¡Si en España pusieran tantas pruebas como aquí no darían a bastos con las piezas de queso! Las perdidas serían mucho más altas que las ventas. Es verdad, tenemos comprobado que el ochenta por ciento de la gente que mete las zarpas en las bandejas de comida gratis son españoles y que por eso siempre están repletas de comida hasta que llegamos nosotros. Me sentí un poco mal y por eso no comí más queso, aunque estaba buenísimo y mi estómago no se cansaba de decirme que cogiera más trozos. Así que intenté convertirme en holandés y no probé nada más. Si llego a estar con Ana o con Mary la cosa hubiera sido diferente, lo sé. Rinske no decía nada, pero me cortaba el royo. ¡Qué royo ir de compras con Rinske! No prueba nada y las pruebas son para eso, su propio nombre lo dice. Prueba, pues yo pruebo. 

Antes de la hora de la comida a Rinske se le ocurre la genial idea de ir a comprar varios paneles porexpan, ya que nos servirán en un futuro como reflectores de luz para las fotografías. Me parece buena idea así que se lo comunicamos a Derek y nos entrega las llaves de su furgoneta. Mary se apunta a la nueva aventura y los tres, con los abrigos y bufandas, nos vamos en busca de un par de trozos de porexpan. 

Le cedo el turno a Mary para conducir y le digo que en el viaje de regreso conduzco yo. Mary ya ha conducido la furgoneta varias veces, así que no hay problema. Utilizando a Rinske como GPS llegamos hasta la tienda donde podemos comprar lo que buscamos, pero al preguntar nos dicen que tenemos que ir a una de las naves que se encuentran continuas al almacén donde estamos. Cogemos de nuevo la furgoneta, ésta vez me adueño del volante, y de nuevo con la ayuda de Rinske llegamos a nuestro destino. Una gran nave se forma ante nosotros, con dos enormes puertas custodiadas por unas barras de esas que se abren y se cierran al paso de los vehículos. Rinske me dice que me dirija hacia una de ellas y, dudando de lo que hago, la barandilla se abre a nuestro paso dejándonos entrar en el interior de la nave. Miramos a nuestro alrededor, aún desde la furgoneta de Derek, y nos percatamos de que nos encontramos en una especie de almacén con estanterías donde puedes realizar la compra desde el coche. Son productos para talleres y los coches circulan por los pasillos de la “tienda”, por llamarlo de alguna manera. Conduciendo entre pasillos, localizamos los paneles de poriexpan y Rinske coge varios. Tras pagar nuestros productos y depositarlos en la parte trasera de la furgoneta regresamos al estudio. 

Conmigo al volante llegamos, sanos y salvos, al estudio. ¡Yo al volante! Es una pasada poder conducir en Eindhoven y olvidar por unos minutos la bicicleta. Ya es la segunda o la tercera vez que conduzco la furgoneta por la ciudad y la sensación que provoca sigue siendo la misma. Cuando la conduje por primera vez pensé que se me habría olvidado cómo hacerlo, ya que no conducía desde hacía meses. Es cuando descubres que eso nunca se olvida. La última vez que la conduje llevaba un frigorífico en la parte trasera, por lo tanto lo del poriexpan fue una tarea fácil. 

Con la furgoneta aparcada en la puerta del estudio y con los trozos de poriexpan aparcados junto al fondo blanco de las fotografías, nos disponemos a comer. Era la una y media del mediodía, más o menos, cuando nos sentamos en una de las mesas más despejadas de la oficina. Derek ocupa uno de las sillas, con Rinske a un lado y con Willem, uno de sus hermanos, al otro. Bastiaan preside uno de los extremos de la mesa. Mary queda rodeada de Philippe y de Rick y yo me adueño del otro extremo de la mesa. Después de hacer el tonto e imitar que bendigo la mesa comenzamos a comer. No estamos acostumbrados a que haya tanta gente a la hora de la comida y bromeamos diciendo que parece que estamos de comunión. No queremos ni pensar qué ocurrirá cuando el resto de estudiantes comiencen sus prácticas. Creo que lo mejor será que comencemos a comer todos en el supermercado, aprovechando las pruebas gratuitas con las que nos alegran los días. Aunque conociendo a estos holandeses Mary y yo acabaríamos poniéndonos las botas. 

Después de comer espero a que Mary termine unas lámparas que tiene que pulir y yo ya no hago nada de provecho en toda la tarde. Ya no tenía ninguna foto que hacer así que Derek, al verme aburrido esperando a Mary, me dice que si me apetece saque todas las plantas de la oficina y las distribuya por el estudio, ya que en la oficina no les da la luz de los ventanales del techo. Así que, sin nada mejor que hacer, cojo todas las plantas y las ordeno por las zonas de trabajo. Ahora el estudio parece una selva y Derek dice que es todo un poco más alegre. Cuando Mary termina nos despedimos de todos ellos y nos vamos a casa, aunque antes pasamos por el Albert Heijn y compramos una bolsa de judías verdes congeladas. Conduciendo las bicicletas como los protagonistas de las pelis de “A todo gas” llegamos a casa. La única diferencia es que nosotros para acelerar no podemos pisar una palanca con los pies, si no que tenemos que pedalear. ¡Así hacemos más deporte! Que tenemos las piernas como las de Robocop. 

Pasamos la tarde los tres en casa. El lunes de carnaval en el que supuestamente íbamos a salir de fiesta y después nadie salió. Así que aprovechamos para ordenarlo todo un poco y pasar tiempo juntos. Mary necesita la mesa del salón para trabajar en el proyecto de su carrera y tiene un problema sobre ella: el puzle que Ana ha dejado a medias. Mary, sintiéndolo mucho, le dice a Ana que tiene que quitarlo de la mesa porque no podemos tener media mesa invadida por cientos de piezas a las que no las puedes ni mirar, porque se caen. Así que, con ayuda de un trozo de cartón, el puzle viaja hasta el suelo y comienza una nueva vida en un nuevo lugar. No sabremos cuánto tiempo durará en el suelo, pero lo considero un lugar mucho más peligroso para su destrucción que en la mesa. 

Mary nos prepara una cena muy rica de la que disfrutamos sin decir ni pío. Una cena sana y natural, que eso de salir a correr por las mañanas hay que compensarlo de alguna manera. Y con el estómago lleno espero a que empiece la primera gala de Gran Hermano. Soy un friki de Gran Hermano y me gusta verlo, es algo que me entretiene y me parece interesante. No sé por qué, pero me gusta ver cómo las personas evolucionan en tan poco tiempo. Obviamente unos para bien y otros para mal, o para muy mal. Me pongo de los nervios cuando el internet falla y la imagen desaparece. Dicen que me relaje y gracias a que Antonio, el chico que nos regaló la guitarra española, me pasó un enlace de internet en el que podía verlo sin ningún problema consigo disfrutar de la gala completa. No saben lo que les espera en cada gala, pues esto acaba de empezar. Desde que llegamos aquí no veía la tele tanto tiempo seguido. Es raro, pero nos hemos acostumbrado a vivir sin tele y nadie la echa de menos. Eso sí, cuando voy al Media Markt me quedo embobado delante de las pantallas de plasma. 



Las calles quedaban en silencio, intentando escuchar el sonido de sus bicicletas. Dos bicicletas que circulaban a velocidad de la luz, atravesando la ciudad en un abrir y cerrar de ojos. Ellos pedaleaban deprisa, tan deprisa que el paisaje viajaba ante sus ojos como lo hacía el viento entre las ramas de los árboles. Nunca se detenían a pensar y la velocidad les invitaba a continuar siendo veloces. Dos veloces que no conocían el significado de la lentitud y dos veloces que viajaban sobre sus bicicletas desenfadadas y furiosas, hasta el fin de las calles, hasta el límite de la ciudad. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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