Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 8 de febrero de 2013

"In any supermarket, in any city"

07 de Febrero de 2013.

Esta historia ocurrió en un supermercado concreto, en una ciudad en especial, aunque podría haber pasado en cualquier supermercado de cualquier ciudad. Nadie preguntó nada, nadie vio nada, pero ocurrió ante los ojos de todo el mundo, de todos los clientes que escogían alimentos de las estanterías para depositarlos en sus cestas para después llevarlos a sus despensas. El mundo es despistado, los pequeños detalles pasan fácilmente desapercibidos e, incluso, las grandes historias quedan en segundos planos cuando los sentimientos consiguen ser más fuertes que ellas. Ésta es una historia breve, una historia de cómo dos personas no llegaron a conocerse jamás, de cómo dos vidas quedaron separadas por una decisión, de cómo una historia de amor no llegó a nacer nunca, quedándose olvidada para siempre entre los pasillos de un supermercado cualquiera de una ciudad cualquiera. 



Pasaban las nueve de la mañana cuando nuestros perezosos cuerpos abandonaban los colchones que contactan con el suelo y avanzaban lentamente, escaleras abajo, para dar la bienvenida a un nuevo día desde nuestro salón. Un ramo de tulipanes que Mary le regaló a Ana se decae con el paso del tiempo logrando entristecer nuestra ventana tan florida. El Sol quiere asomarse entre las nubes y cuando salimos a correr nos regala algunos rayos junto al canal. Hacer deporte junto al canal, con los cisnes zambulléndose en el agua, es una auténtica gozada. Mary me anima para que no me detenga. ¡Pero si a mí me gusta andar! Cambiamos la ruta, para no caer en la dichosa rutina, y parece que lo llevo mejor. ¡Aunque seguro que no dura por mucho tiempo! 

Una de las cosas, que hay muchas, que no me gusta de hacer deporte es que cuando comienzas a realizarlo los músculos de tu cuerpo se endurecen y te sientes más ancho, más voluminoso. Como si tu cuerpo, intentando darte una señal de aviso, dijera “Dani, no corras más. ¿No ves que estoy engordando?” y te deprimes, y te vienes abajo. Cuando los días pasan comienza a relajarse tu cuerpo y ya consigues sentirte mucho mejor. El problema es que mi cuerpo nunca llega a lograr que me sienta bien con el deporte porque nunca le doy tiempo a que lo consiga. Soy un desastre, lo sé. 

Llegamos al estudio a las once de la mañana, buena hora para realizar un par de fotografías y marcharnos a la tienda. Cuando estoy realizando las fotos el teléfono de Mary comienza a sonar. Mary, después de varios minutos hablando en inglés, se presenta ante mí, con una sonrisa de oreja a oreja, y me sorprende con una noticia que nadie se espera. Las cosas cambian, ya os lo decía. 

La situación es la siguiente: Marleen tiene alquilada una parte de un local en la que ha montado su tienda, quería irse a Ámsterdam pero como ahora su situación económica no se lo permite tiene que quedarse más tiempo aquí en Eindhoven. Por lo tanto, como el contrato con el local se le termina dentro de poco, ha decidido alquilar otro espacio, del mismo local, continuo a donde se encuentra la tienda ahora mismo. Dentro de poco nos tocará mudanza de tienda. Una mudanza de dos metros, pero sigue siendo una mudanza. La historia se complica: como Marleen sigue con la idea de Ámsterdam ha decidido alquilar el nuevo espacio por un periodo de dos años pero dice que ella se marchará a formar una nueva tienda dentro de un año. ¿Qué pasa entonces con el año restante de la tienda en Eindhoven? Que le ha dicho a Mary que ella puede hacerse cargo de la tienda cuando se marche a Ámsterdam. Sí, sí, que Mary puede ser la dependienta oficial de la tienda. ¡Madre mía! Que dentro de poco nos toca decir “vámonos a comprar an cá Mary”. Obviamente Ana se haría cargo de la administración y papeleos y yo de todas las fotografías, vídeos y publicidad. No sabemos a dónde llegará todo esto. De momento todo está en el aire. 

Cambiando de tema, pero con los mismos personajes. Marleen y Derek parecen no ponerse de acuerdo con respecto a Mary, pues resulta que acordaron que un par de días los pasaría en la tienda y otro par de días en el estudio y ninguno de ellos están respetando los horarios. A Mary no le gusta que discutan por ella, todos la quieren y la necesitan. Marleen para decorar la casa de una clienta y Derek para que le ayude con cosas del estudio. ¡Mary es mía! ¡No, es mía! Y Mary y yo los observamos desde el otro lado del estudio. 

Cuando creo que las nuevas fotos están bien para el catálogo nos despedimos de Derek, hasta mañana, y le decimos que nos tenemos que ir a la tienda de Marleen, pues nos necesita. A Mary porque es su chica de prácticas y a mí porque necesita hacer algunas fotos más. Nos invita a unos pasteles rellenos de crema de manzana que ha comprado en el Hema, su tienda favorita, y nos comenta los planes del día siguiente. Nos dice que Mary y ella tendrán que ir a una tienda de sillas con una mujer a la que le están decorando la casa y que si sería posible que yo me quedara a solas en la tienda una hora, más o menos. ¿Yo? ¿Solo en la tienda de Marleen? ¿En una tienda con productos de diseño, con diseñadores extravagantes y con precios que superan la altura de las nubes? ¡Pues claro! Me encanta la idea y le digo que sí, que sí que puedo. Dependiente por una hora, suena bien. 

Cuando todo está en orden y organizado para mañana me despido de ellas, de mis dos diseñadoras favoritas, y me marcho a casa, donde me espera Ana. Preparamos pasta para comer, ésta vez la prepara más ella que yo, y después de llenar nuestros estómagos decidimos hacer manualidades. Ana ha comprado unas pegatinas en el Acion para pegarlas en su bicicleta, ya que es demasiado nueva y al haber sido comprada a unos negros, que han robado a cualquiera, es mejor camuflarla. Optamos por la opción de más vale prevenir que curar. Así que Ana coge las tijeras y comienza a recortar pegatinas. Cuando están todas listas decidimos bajar a la calle y pegarlas en las barras negras de la bici. El Sol está fuera y nos inspira confianza y calor. Inocentes de nosotros que salimos a la calle sin abrigos y sin nada, nos quedamos pajarito pegando pegatinas. Ahora la bici de Ana mola más y pasa más desapercibida ante los ojos de aquel que esté buscando desesperadamente su bici recién comprada. Qué pena gastarse tanto dinero en una bici para que al cabo de una semana la roben y la vendan por diez euros a las tres de la mañana en el centro de la ciudad. Es mejor nuestra opción. Alimentarse de bicis robadas a precios exclusivos es la manera más económica de viajar en Eindhoven. Es el ciclo de la vida, el ciclo de las bicis. 

A las cinco y media salimos de casa con nuestras bicicletas, una con pegatinas y otra sin ellas, y nos vamos hasta la tienda de Marleen, donde recogemos a Mary. Pasamos unos minutos los tres juntos y nos separamos para irnos cada uno a su restaurante. Los platos sucios esperaban a Ana en Señora Rosa, a Mary en Vintage y a mí en Auberge Nassau. ¡Luego nos vemos! Y nos despedimos hasta dentro de unas horas. 

Aylim tenía el día libre, así que me paso la tarde entera con una de las camareras y con los dos cocineros que trabajaban, Dyan y William. Como no puedo cantar al unísono canciones con Aylim decido hacer un dueto con Bregje, la camarera, y cantamos las canciones de “El Rey León”. Es divertido porque cantamos a la vez, solo que ella la versión inglesa y yo la versión española. ¡Hakuna Matata! Siempre es divertido cantar mientras se está fregando y, más aún, cuando te acompañan tarareando algún tema. Como Will, el jefe, que hasta ha habido días que nos ha demostrado que los holandeses también pueden patalear como un flamenco en toda regla. Por desgracia esta semana Will, el jefe, que también es cocinero lleva varios días de esta semana en el hospital porque le pasa algo, que no sé muy bien lo que es, en el estómago. Está bien y no es nada grave. Desiré, mi jefa, me explica cómo está en el hospital y me dice que la comida del hospital no le gusta, pero que puede ver la tele siempre que quiera. Pobre Will, un cocinero esclavizado a la comida de un hospital. Parece un chiste malo. Cuando todo está limpio y ordenado para finalizar la jornada nos bebemos unas cervezas. Desiré, William y yo hablamos a solas en el restaurante, cuando ya no hay nadie en él, mientras disfrutamos de una buena bebida después del día de trabajo. Siempre nos invitan a beber algo. Desiré nos habla de Will, William nos habla de los carnavales en Holanda y yo les hablo de los carnavales en España. Cuando las copas quedan vacías cerramos el restaurante y nos despedimos hasta el siguiente día. 

Nosotros aún tenemos que hacer nuestros trajes de carnaval, las telas siguen rondando por el salón esperando a ser cortadas. ¡No tenemos tiempo! Necesitamos tan solo un momento para realizar unas capas, unos super nombres y así poder salir a dar el cante por las calles de Eindhoven. La fiesta comienza el viernes y se extiende hasta el martes. Se celebra días y noches, a todas horas, y la gente se disfraza todos los días. Va a ser una locura, ya os lo digo yo. Con una capa de tela por cortar y con muchas ganas de carnaval doy por finalizada esta carta, este día. ¡Hakuna Matata! 



Las puertas del supermercado se abrieron para dar paso a una preciosa joven que había decidido aparcar su bicicleta en el exterior del local y adentrarse en sus pasillos en busca de algo que poder cenar aquella noche. Buscaba algo rápido, algo que matara aquel gusanillo que rondaba dando vueltas en su estómago. La nevera de su casa estaba completamente vacía, eso estaba más que claro. Tendría que sacar tiempo de donde fuera para hacer una buena compra, una que consiguiera perdurarla todo el mes. Era un auténtico desastre, todas las noches tenía que detener su trayecto a casa para cargarse con un par de cosas que poder convertir en cena. 

Minutos más tarde, cuando ella estaba perdida entre los pasillos cargados de alimentos, las puertas del local volvieron a abrirse para dar paso a un joven que vestía con unos vaqueros caídos y una mochila de cuero colgada en la espalda. Parecía decidido, con prisas y dispuesto a realizar una compra rápida. Dando pasos ligeros se dirigió hasta la zona donde todos los tipos de queso se conservaban en frío en el interior de diferentes neveras gigantescas. Todos los productos quedaban expuestos al público gracias a las enormes cristaleras que también realizaban la función de puerta. Se detuvo ante ellas y comenzó a observar cada producto, cada tipo de queso, cada variedad. No tenía muy claro cuál escoger. Lo único que sabía es que alguno sí que compraría. 

Pasados unos minutos la joven también se detuvo frente a la cristalera que la separaba de los tipos de queso. Una infinita variedad de ellos le susurraban desde el interior de las neveras. Queso para cenar, se haría un buen sándwich. Pensó en ello y le gustó la idea. Solamente necesitaba saber cuál elegir. 

Ambos quedaron petrificados ante las frías cristaleras, el uno junto al otro, sin mirarse, sin apartar la mirada de los quesos. Ambos decidieron a la vez, ambos tuvieron su respuesta al mismo tiempo. Puede que si hubieran fijado sus ojos en el mismo producto sus manos se hubieran rozado en el interior de la nevera, que sus miradas hubieran chocado en el espacio y que sus sonrisas hubieran conseguido enamorarlos. Puede que si las decisiones hubieran sido la misma sus historias se hubieran convertido en una misma. Pero no fue así. Él escogió un queso de una de las baldas más superiores y ella, en cambio, optó por un producto que quedaba en el medio del interior de la nevera, centímetros más abajo de la altura de su mirada. Un pequeño detalle al que no dieron importancia y que, sin embargo, hubiera podido convertirse en el detalle más importante de sus vidas. 

Cada uno en una caja se despidieron de las dependientas, cada uno de una. Sus cenas estaban servidas y sus decisiones estaban tomadas. El curioso destino los unió en el mismo espacio durante unos segundos, jugó con ellos ante las puertas de una nevera y dudó sobre sus historias. Finalmente decidió que cada uno de ellos escogiera un rumbo distinto y así fue como consiguió que ambos se alejaran, el uno del otro, para siempre, quedando solamente en el recuerdo. Quedando para siempre solamente un simple detalle al que ninguno de los dos nunca dio importancia. 

Ésta es una historia breve, una historia de cómo dos personas no llegaron a conocerse jamás, de cómo dos vidas quedaron separadas por una decisión, de cómo una historia de amor no llegó a nacer nunca, quedándose olvidada para siempre entre los pasillos de un supermercado cualquiera, de una ciudad cualquiera. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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