Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

miércoles, 2 de enero de 2013

"Cáscaras de pipas bajo el banco del parque"

26 de Diciembre de 2012.

Ellos siempre se sentaban en el mismo banco de aquel solitario parque, siempre en el mismo. Se sentaban el uno frente al otro, ponían una bolsa de las mejores pipas entre ellos y cada uno cogía un puñado de ellas. Como si de una ensayada coreografía comenzaban a comer pipas, dejando caer al suelo las cáscaras que teñían de un tono grisáceo el suelo del lugar. Los minutos pasaban frente a ellos, la gente que paseaba, los que hacían deporte, los niños que correteaban en forma de juego, los que lanzaban piedras al lago y los que pedaleaban sobre sus bicicletas. La vida pasaba ante sus ojos. Ellos no decían nada, solamente observaban las escenas que el parque les regalaba y continuaban con su rutinaria degustación de frutos secos. 

Todas las tardes las pasaban sobre aquel negro blanco de hierro, que dibujaba formas detalladas gracias a la forja. Estaba situado entre árboles, al lado de un enorme lago que se formaba en el centro del gran parque. Parecía estar reservado para ellos, todas las tardes. Nunca nadie les había quedado sin sitio en aquel lugar. Paseaban hasta allí, extraían la bolsa de pipas de uno de sus bolsillos y dejaban caer sus cuerpos sobre el frío hierro. Allí comenzaba su rutina, pipa tras pipa, segundo tras segundo, dejando caer cáscaras de pipa bajo el banco del parque. 



Como no tenemos enchufes en el servicio Ana y Mary siempre tienen que secarse el pelo en el salón, enchufando el secador al lado de la estantería fabricada con un pallet. Aquí eso de los enchufes en el baño no se lleva. Es raro pero no hay. La verdad es que es un poco peligroso que haya enchufes y cosas eléctricas rondando por los servicios, pero bueno. En nuestro baño no hay enchufes, así que supongo que estamos salvados de que nos demos un calambrazo con algo que hayamos enchufado junto a la bañera. 

Se secan el pelo porque se han duchado y hemos quedado con Aylim. Vamos a ir de paseo con nuestras bicicletas porque queremos aprovechar la buena mañana que hace. Un radiante sol entra por nuestra ventana, consiguiendo calentar todo el salón y todas nuestras cabezas. ¡Cómo pega cuando te da directamente en la piel! A veces tenemos que colgar mantas o toallas para no achicharrarnos, pero dura poco y se esconde tras las nubes. ¡El sol se va cuando salimos de casa! Pues vaya, con el buen tiempo que hacía y ahora que nos vamos a casa de Aylim se nos queda un cielo color grisáceo. El tiempo nos da una bofetada en la cara. Se nos queda cara de tontos y recordamos que el tiempo en Eindhoven es así. 

Al llegar a la puerta de la casa Gianlu nos recibe como un buen anfitrión, ya que toma ejemplos de su novia. Va vestido con unos pantalones beige de pana y un jersey de cuello alto color verde. Mary dice que se parece a los hombres del pueblo cuando van de caza en los días de domingo. ¡Gianlu parece un cazador! Hablamos con él hasta que sale de casa Aylim. Ésta vez no entramos en casa y nos esperamos en el porche. “¡Venga Aylim que nos vamos al parque a comer pipas!” le digo, aún desde mi bicicleta. “¡Espera, espera! Que voy a coger pipas” nos dice cuando ya estaba casi montada en su bici. Entra de nuevo en casa y aparece con una bolsa de pipas. ¡Qué bien! Nos vamos al parque a comer pipas, vamos a estar como en el pueblo. Nos despedimos de Gianlu, el cazador, y comenzamos nuestro camino al parque. 

Aylim es la que conoce el camino, así que la seguimos a ella. Mary, mientras seguimos pedaleando, me ayuda a sacar mi cámara de video de la bandolera. Abro el bolso que me queda a la cintura y comienzo a sacar cosas que le voy dando a ella. Consigo tener fuera la cámara de video por un lado y a batería de la misma por otro lado. Mary me la entrega y comienzo a grabar. Un plano de Ana y Aylim con sus bicis es lo primero que aparece en la pantalla de la máquina. Mary sonríe y saluda de seguido y más tarde me grabo a mí mismo, así que no sé que habrá salido de todo eso. Continúo grabando todo el camino, arriesgando mi vida y mi cara contra algún bordillo. No importa. Lo importante es grabar, tenerlo todo grabado. Así que continúo con una mano en el manillar y otra en la cámara. ¡Saludad! 

“¡Coged carrerilla y aprovechad la barrera para ello!” nos dice Aylim con su flequillo rubio al viento. Cuando descubrimos de a lo que se refería vemos ante nosotros una barrera hacia abajo seguido de una hacia arriba. Tenemos que cruzar un puente por abajo y esas barreras están para ello. Vamos pedaleando por una especie de carretera con toques de autovía, pero siempre por el carril bici. No nos estamos metiendo en el carril de nadie, solo en el nuestro. Comenzamos a pedalear más fuerte de lo normal y nuestras ruedas cogen velocidad, bajamos la barrera muy rápido. Como si de una competición se tratase unos vamos por delante y otros por detrás, adelantando e imitando a las carreras. Y después de la bajada, como casi siempre, llega la subida. Cuesta un poco más pero, como hemos cogido velocidad en la bajada, la subimos sin ningún problema. Aunque creo que todos adelantamos a Aylim. ¡Vamos! Y yo sigo grabando. “¡Aylim muéstrame esa cara de cansancio!” y su cara, con la lengua casi fuera, aparece en la pantalla de la cámara. 

Minutos más tarde la carretera nos lleva hasta una concentración de rotondas, que quedan custodiadas por unas paredes abarrotadas de grafitis. Cuatro o cinco rotondas quedan perfectamente alineadas entre aquellas paredes cargadas de colores. Grafitis y más grafitis adornan el lugar, dibujos de todo tipo y cualquier tamaño y letras de cualquier tipografía tiñen aquel espacio del que nos quedamos embobados mientras pedaleamos en círculos contemplando las paredes. Te encuentras en el centro de las cuatro rotondas, que se comunican entre sí y que cada una de ellas tiene una salida diferente. Todas te devuelven a la normalidad del mundo a través de un pequeño túnel, que también están dibujados en su interior. Vemos a un grupo de dibujantes en uno de los túneles. Suponemos que van a comenzar a pintar algo. Pasmaos a su lado y vemos cómo llenan el suelo de diferentes botes de espray. Abandonamos la concentración de obras de arte moderno a través de uno de los túneles y continuamos con nuestro camino hacia el parque, el que rodea a un enorme lago. 

No tardamos mucho en llegar. La verdad es que la casa de Aylim está muy cerca del lago y del parque, y nuestra casa está muy cerca de la de Aylim. Así que estamos todos cerca de todos. ¡Y nuestras miradas contemplan un manto de agua rodeada de árboles! El lago y el parque. Hemos llegado a nuestro destino. Aylim nos lleva hasta la entrada del lugar y sustituimos el asfalto por un camino de arena. En fila y bordeando el lago continuamos dando pedaladas por el camino. Nos cruzamos con gente que pasea, con parejas de ancianos, con deportistas que hacen el camino corriendo, con los que pasean a sus perros, con familias que juegan con sus hijos y hasta con un gran grupo de personas que parece que van de excursión al campo. Nosotros vamos en bici, también nos cruzamos con alguna que otra persona que va como nosotros. El lago queda a nuestra izquierda, bañando todo de agua. Los árboles y la zona de parque están a nuestra derecha y rodea todo lo que es el gran lago. Aylim nos lleva hasta unos bancos de madera, quedando el uno frente al otro, y una mesa, también de madera, entre ellos. Parece un merendero. Aparcamos nuestros vehículos al lado de los bancos y nos sentamos en ellos. Aylim saca las pipas del bolso y, mientras hablamos de lo que va surgiendo, el suelo se va llenando de cáscaras de pipas. 

Más tarde, después de acabar con media bolsa de frutos secos y de habernos sacado algunas fotos, cogemos las bicicletas de nuevo y continuamos con nuestros descubrimientos. Recorremos el parque, pedaleamos por sus caminos y llegamos a un lugar en el que los árboles y las hojas secas en el suelo se convierten en sus protagonistas. ¡Creo que Aylim nos ha traído al sitio donde se daba besitos con Gianlu! La verdad es que es un lugar muy romántico. Se respira paz y la tranquilidad consigue invadir tu cuerpo. Te quedas en silencio, en medio del sonido que hace el viento al rozar las ramas de los árboles, las hojas secas bailan en el suelo y el agua ondea rápidamente, chocando suevamente contra las orillas que se comunican con los mantos de maleza. Aylim: un buen sitio para darse besitos. 

Llegamos hasta una enorme explanada de césped, grabamos y nos hacemos más fotos. Es un día de fotos, eso está más que claro. Nos lo pasamos muy bien y les digo que me gustaría grabar alguna historia en ese parque. ¡Me puedo inventar una historia en la que ellas sean las protagonistas! Me pondré manos a la obra e intentaremos grabar algo algún que otro día que tengamos libre. ¡Nos encanta el lugar! Mary dice que necesitaba estar en contacto con la naturaleza. A todos nos viene bien de vez en cuando. Separarte de los edificios, rodearte de árboles y respirar el aire más puro que existe. A todos nos viene bien. 

“¡Mirad los patos!” les digo desde el centro de la explanada de césped. Un grupo de patos caminan en la orilla del lago, moviendo sus traseros blancos y sus patas de patos. “¡Que nos son patos, son gansos!” corrige Ana cuando los ve. Ese grupo de animales nos dan una idea, una idea para seguir con la diversión. “¿Y si corremos tras ellos y mientras los grabo con la cámara de vídeo?” y como era de esperar todas me dicen que sí. En modo misión secreta caminamos hasta el grupo de patos. “¡Que son gansos!” vuelve a repetir Ana. Lentamente, disimuladamente, nos acercamos hasta los animales. “Hay que tener cuidado con ellos” nos dice Aylim casi en un susurro. “Puede que se vuelvan contra nosotros y nos ataquen. Son ocas asesinas” continúa intentando meternos el miedo en el cuerpo. “Aylim: las asesinas son las orcas, no las ocas.” Le digo mientras continuamos caminando hacia nuestro objetivo. 3, 2, 1… y salimos corriendo hacia los patos, o los gansos o lo que sean, mientras damos voces como locos. Los cuatro los espantamos, consiguiendo moverlos a todos y obligándolos a que se metan en el agua. El lago queda teñido por el blanco de sus plumas. Y un pobre ganso queda alejado del grupo, perdido en el descampado de césped. Mary le ayuda a regresar con su familia. Corre y chilla tras él como una loca. Pero el animal no se mete en el agua y Mary no se cansa de correr tras él. Yo creo que en ese momento el pato necesitaba tener cuerdas vocales. “Mira chica. Déjame en paz que no quiero mojarme el culo con esa agua tan fría. ¿T e queda claro?” y así el pato quedaría más tranquilo. Pero por desgracia el pato no tiene cuerdas vocales y Mary no se detiene hasta que le digamos que lo haga. Mary para, el pato se queda tranquilo sin mojarse el culo, cogemos nuestras bicicletas y regresamos a casa de Aylim. 

Pasamos de nuevo por las rotondas llenas de grafitis, bajamos de nuevo la barrera y la subimos de nuevo. Mientras bajamos cogemos velocidad, como antes. Vamos muy deprisa. Ana va en primera posición, seguida de Aylim y finalmente Mary y yo. Esta vez no voy grabando. ¡Zás! Pequeñas cositas blancas saltan de la cesta de la bici de Aylim. ¿Qué ha sido eso? Y descubrimos que lo que saltan son las pipas. Cada vez que coge un bache saltan pipas. Barrera abajo adelantamos a Aylim, la quedamos atrás. Dice que la edad se nota y que por eso se queda la última. ¡Aylim has perdido la carrera! 

Al llegar a nuestra segunda casa pensamos en qué hacer para comer. “Ahora me tenéis que ayudar con una cosita, ¿vale?” nos dice Aylim al llegar a casa. Y la cosita nos lleva un ratito. Ya os lo contaré. Mary enciende el ordenador y al abrir el Facebook nos da una noticia que se queda en el aire. “¡Chicos! ¡Anabel Vaca me ha enviado un mensaje y dice que su avión aterriza el día veintinueve a las diez de la mañana en Eindhoven!” nos dice con una sonrisa de oreja a oreja, sin creer del todo si será verdad o no. ¡Sea lo que sea puede que tengamos visita! 

Después de comer, de hacerle el favor a Aylim y de pensar en todo lo que nos queda de aventuras navideñas nos vamos a casa. Mary y Ana se van a los restaurantes, yo tengo el día libre. Me despido de ellas, abro la puerta de casa y descubro un regalo en las escaleras. Una nota en un folio de papel, con un mensaje en holandés, descansa sobre uno de los escalones. La cojo entre mis manos, la leo y me quedo con la intriga. ¿Aquí qué pone? No lo entiendo y se me queda cara de espanto. Pues eso: el vecino invisible nos ha dejado una nota. Aquí todos nos comunicamos a base de cartas. ¡La cosa va de cartas! 



Se habían conocido en aquel parque. Ella lanzaba piedras al lago, él la observaba escondido tras el tronco de un árbol. Sus quince años aún no habían conseguido que dejara a un lado la vergüenza. Ella, sin embargo, siempre había sido más dispuesta a conocer gente nueva. Mientras continuaba escogiendo piedras del suelo para después lanzarlas al agua, él abandonó la espalda del árbol y decidió mostrarse ante el gran lago que invadía el centro de aquel hermoso parque. Él la observaba desde lejos. Ella notó su presencia desde la orilla del lago. 

Los días pasaban y el juego de miradas había comenzado. Él, sin valentía para dirigirle alguna palabra decidió sentarse en un banco de color negro, desde el que podía verla lanzar piedras. Ella, antes de coger con sus manos la piedra elegida, le miraba con disimulo. Sin poder evitarlo sonreía y lanzaba de nuevo una piedra al agua. Pensaba en él mientras observaba las ondas que se formaban en el agua gracias al impacto de la piedra. Él se sentaba en uno de los bancos que había junto a la orilla del lago, ella continuaba lanzando piedras al agua. Continuaron de aquella manera, observándose, hasta que ella decidió no coger ni una piedra más y se dirigió hacia él, se sentó a su lado y continuaron sin decir nada. Él extrajo de su bolsillo una bolsa de pipas, la abrió y la quedó sobre el banco de hierro negro, entre ambos. Ella cogió una pipa y la introdujo en su boca. Él hizo lo mismo, unos segundos más tarde. El suelo comenzó a teñirse de blanco. 

Veinte años más tarde, cada día, día tras día paseaban hasta allí, extraían la bolsa de pipas de uno de sus bolsillos y dejaban caer sus cuerpos sobre el frío hierro. En el lugar en el que se conocieron, en el lugar donde crecieron y donde comenzaron todo aquello que no les separaría jamás. Allí comenzaba su rutina, como cada día desde hacía tantos días, pipa tras pipa, segundo tras segundo. Como siempre el suelo comenzaba a teñirse de blanco y, contemplando aquel inmenso manto de agua, dejaban caer cáscaras de pipa bajo el banco del parque. 




Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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