Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

domingo, 6 de enero de 2013

"Campamento de verano, pero en invierno"

30 de Diciembre de 2012.

Los días pasan y de repente te das cuenta de que mañana es Nochevieja, que mañana toca cenar en familia. En la familia tan especial que estamos formando en Eindhoven. Cenaremos catorce personas, nos comeremos las doce uvas y daremos la bienvenida al año como se lo merece. Esperemos que éste 2013 sea tan especial como lo está siendo el 2012. 

Invadimos el salón de la casa. Los tres más nuestra invitada desayunamos alrededor de la mesa que está formada por un tablón de madera y pensamos en que a partir de esta noche seremos uno más. Marta, nuestra amiga de Badajoz, llega esta noche. Su vuelo no aterriza en Eindhoven, ya que ninguno de los que venían directos a esta ciudad le interesaba por motivos de trabajo, así que tenemos que ir a por ella a una ciudad que está a una hora en coche de la nuestra. Esa ciudad no está en Holanda, si no que ya pertenece a Alemania. Con la ayuda de Aylim y el coche de su prima podremos recoger a Marta. ¡No te preocupes, Marta: llegar a Eindhoven es posible! 

Ana Vaca, nuestro primer inquilino, nos prepara una comida muy rica. Cocina arroz con patatas cocidas y pollo. Siempre pone dos platos en la mesa, a pesar de ser cuatro. Ayer hizo lo mismo. Nos dice que hay que compartir y que así ahorramos platos que fregar. ¡Pues tiene razón! Y disfrutamos de nuestra comida compartida. Mary y yo comemos de un plato y Ana y Ana Vaca comen del otro. Los quedamos limpios, casi que no hace falta ni fregarlos. 

Colocamos la casa entera. Recogemos todas las cosas que venían en el paquete desde España. Nos encanta todo lo que hay dentro y nos encanta aún más saber que viene desde nuestras casas, desde nuestro pueblo. Los chocolates, los turrones y demás alimentos los guardamos en el pequeño cuarto que tenemos en el salón, el que funciona como ropero y como despensa. Sí, los turrones y los abrigos van en el mismo sitio. No pasa nada, es una forma de economizar en el espacio. Cuando todo está en orden rezamos para que se mantenga así por mucho tiempo, aunque sabemos que no es posible y que al caer la noche el caos y el desorden volverán a invadir nuestra casa. No importa. Así funciona el ciclo de la limpieza: se limpia y ordena para volver a ensuciarlo y desordenarlo. Ésa es la ley. 

Ana tiene que irse a trabajar a las cinco y media. Mary, Ana Vaca y yo nos quedamos en casa hasta que Mary tiene que irse con Aylim en busca de Marta. Antes de eso Ana Vaca se sienta en el sofá, Mary en uno de los brazos de éste y, como si de un mono despiojando a otro se tratase, comienza a repararle las rastas. No me preguntéis cómo se hace, porque no lo sé. Mary coge unas agujas que Ana se ha traído desde España y rasta tras rasta las arregla. Tiene tanto interés en irse de aquí con el pelo arreglado que parece que ha hecho este viaje solamente para eso. “¡He venido hasta Eindhoven para que me arregles las rastas!” le dice Ana Vaca bromeando a Mary. Así pasan la tarde entera, mientras escribo las veo en la misma posición. Tendrá que continuar otro día, ya que dicen que tarda mucho en arreglarse el pelo entero. Así que Mary da por pausado su trabajo de peluquería, se va a la ducha y se viste para no hacer esperar a Aylim y Gianlu cuando vengan con el coche. 

Antes de despedirnos de Mary charlamos un rato en el salón. De repente un estruendo seguido de una luz muy intensa y azulada invade nuestra casa a través del ventanal por el que vemos la calle. Ana Vaca y Mary se lanzan a la ventana para intentar averiguar de dónde ha venido eso. Ha sido un petardo. Parece que aquí la gente celebra la espera y la llegada del año nuevo con pirotecnia. ¡A ver si vais a quemar Holanda y ya veréis la que vamos a liar! ¿Os imagináis que por culpa de un petardo se incendia algo? Solamente digo una cosa: con la cantidad de marihuana y cosas de esas raras que hay por aquí acabaríamos todos colocados por culpa del humo. Ya me imagino los titulares de los periódicos: “Un petardo consigue incendiar Holanda y todos sus habitantes quedan drogados por culpa de la nube de humo que cubre el país”. Sería un caos. 

Para todos aquellos a los que les interese el tema y para desmentir o confirmar algunos rumores acerca de la marihuana en este país: hace un tiempo todas las personas, residentes o turistas, de Holanda podían comprar libremente ésta hierba en los Coffee Shop, tiendas donde se consume ésta droga. La ley relacionada con todo esto cambió y ahora las cosas funcionan de diferente modo. En el norte de Holanda los turistas y los residentes pueden consumir libremente en éstas tiendas y en la parte sur del país solamente los residentes permanentes pueden comprar marihuana en los coffee. Éste cambio se debe a que mucha gente de los países vecinos viajaba hasta Holanda solamente para comprar droga. Para evitar convertirse en un país solamente con un turismo de este tipo decidieron implantar esta nueva ley. Para los que no sepan qué es un Coffe Shop os dejo con la buena descripción que nos ofrece la Wikipedia: “En los Países Bajos, un coffee shop (o coffeeshop) es una especie de local o restaurante, que tiene como característica principal la posibilidad de venta y consumo legal de cannabis (marihuana), hachís, alimentos con Cannabis y otros productos con extractos de esta planta. Los coffee shops existen gracias a la tolerancia de drogas suaves en los Países Bajos.” Creo que nunca había hablado de este tema. Hay que hablar de todo, ¿no? Simplemente es mera información. 

Aylim y Gianlu pitan con el coche en la puerta de casa, Mary se despide de nosotros y nos quedamos a solas hasta que regresen de nuevo. Regresarán y lo harán con un inquilino más. El vuelo de Marta ya estará llegando a su destino, creo que aterriza un poco antes de las diez y media de la noche. Esperemos que no venga con retraso, como vino el de Ana Vaca. 

Pasan las horas y Mary me llama por teléfono para decirme que ya están llegando a Eindhoven, que están con Marta y que pronto estarán en casa. Me dice que el aeropuerto es muy raro y que si no quieres pagar parking solamente puedes tener el coche menos de cinco minutos estacionado. Dice que han visto a Marta con la maleta a lo lejos, la han saludado desde el coche y que, corriendo, se ha montado en él y han regresado. Ha sido llegar, montarse y regresar. ¡Qué rapidez! Han estado en Alemania y su estancia ha sido de una media hora. ¡Pues ya está! Una más en Eindhoven y una más en casa. Ana Vaca y yo esperamos la llegada con ganas. 

A los pocos minutos escucho un coche aparcando en la puerta de casa, risas y voces que reconozco. “Ya están aquí” le digo a Ana Vaca, con la que he comenzado a ver una película hace diez minutos. Ana pausa la peli, me asomo por la ventana del salón y veo que los cuatro se están bajando del coche. Les saludo y, corriendo, bajos las escaleras de casa. Veo a Marta, que camina con la maleta hasta la puerta de casa, y corro hacia ella, en pijama y creo que en calcetines, la abrazo y le planto dos besos. ¡Marta ya está aquí! Le quito la maleta y la subo hasta casa, a la maleta no a Marta. Marta sube sola. 

Le presentamos la casa, le enseñamos los huesos del vecino invisible, el montón de cartas que nadie recoge, el pallet que tenemos como puerta separadora de las escaleras, la cocina, el lavabo caído, la habitación, las escaleras donde Ana se cayó, la estantería con otro pallet, la terraza y todo aquello que hace que nuestra casa se convierta en una casa especial y diferente. Dejo la maleta en medio del salón, junto a la enorme mochila de Ana Vaca, y nos sentamos a hablar de todo. Marta lleva todo el día viajando, desde Badajoz hasta Málaga en autobús, desde Málaga hasta el aeropuerto de Weeze en Alemania y desde allí hasta nuestra casa en coche. ¡Qué palizón de viaje! 

A la media hora, más o menos, cuando Aylim, Gianlu, Mary, Ana Vaca, Marta y yo estamos en el salón escuchamos nuevas voces en la puerta de casa. ¡Ana ya ha llegado de trabajar! Y no llega sola. Mateu, Aser y Andrea vienen con ella. Todos suben hasta casa y montamos una fiesta de bienvenida inesperada. Nos sentamos como podemos y estamos encantados de tener tantas visitas en casa. ¡Menos mal que el vecino invisible no da señales de vida y no se queja! No se queja, al menos no a la cara. 

Hablamos de la cena de mañana, de las cosas que hay que preparar y de todo en general. Aylim abre el regalo que mi madre le ha enviado desde España y resulta que es un “pongo”. Aylim tiene muchos “pongos” en su casa y dice que nuestra casa está llena de ellos. Un “pongo”, según las teorías de Aylim, es una cosa que te regalan y que cuando llegas a tu casa comienzas a decir lo siguiente: ¿Y ahora dónde pongo esto? ¿Lo pongo aquí o mejor aquí? ¿Dónde lo pongo? Pongo, pongo, pongo. Así que mi madre le ha regalado un pongo, un pongo navideño. Es una muñeca vestida de Papá Noel que canta y a Aylim le encanta, dice que es su primer pongo navideño y es cierto que siempre estaba pidiendo cosas para adornar su casa. ¡Pues ala! Ya tienes tu adorno de Navidad. Después lee la nota que mi madre le ha enviado junto al pongo en forma de agradecimiento por todo lo que ella y todos los demás están haciendo por nosotros. 

Aylim y Gianlu son los primeros en irse a casa, ella muy feliz con su pongo navideño y él maldiciendo la existencia de todos los pongos habidos y por haber. Nosotros continuamos un rato más. La revista de Cinemanía que me han enviado desde España, le digo a Mateu que aquí no encuentro ni una revista de cine y dice que lo mirará, a ver si él encuentra algo. Eso me recuerda que ayer proyectaron en el pueblo el cortometraje que hice junto a mis compañeros de clase hace un par de años. El cortometraje se llama “Inspiración” y Mary también aparece como protagonista de él. ¡Qué bien nos quedó! Para qué os voy a engañar. 

Tiran otro petardo en la puerta de casa y como la moto de Mateu tiene una sensibilidad super desarrollada comienza a defenderse con su alarma. “Déjala que pite, que no molesten tanto con los petardos” dice Mateu mientras los pitidos de su moto se fusionan con nuestras conversaciones. Marta se pasa la noche diciendo que se va a la ducha, pero no se va. Lleva duchándose toda la noche. Ana Vaca nos cuenta una anécdota que le ocurrió con un guiri en un festival de música. Dice que ella comenzó a hablarle en español y que él le decía: “I don´t understand!” (Ay don anderstán). Y ella, traduciéndolo como le vino en gana, le contestó con un “Pues si tú no sabes dónde están, imagínate yo”. El guiri se quedó con cara de espanto y ella continuó disfrutando de su festival. 

Y allí nos quedamos riendo y hablando de todo en general. Fusionamos nuestros amigos, nuestros viajes y nuestras aventuras. Se fusiona el pueblo con Eindhoven, se fusionan las anécdotas de España con las de Holanda. Todo se fusiona con las visitas. Y las visitas consiguen formar un campamento, un campamento que parece de verano pero que se forma en invierno. Nuestro hogar se transforma, se modifica y se acomoda a las visitas, a los nuevos inquilinos. Los colchones se reparten, las mantas se comparten, los nórdicos nos abrigan, la habitación se completa y hasta el sofá, algunas noches, se transforma en cama para alguno de nosotros. Alzamos la bandera, en medio de la ciudad, subimos nuestras escaleras e invadimos la habitación, nos tumbados en los colchones y nos damos las buenas noches. Nos dormimos, bajo el frío cielo de Holanda, soñamos y esperamos un nuevo amanecer, una nueva aventura y un continuo sin fin de cambios y sorpresas. Y montamos nuestro campamento de verano, pero en invierno. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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