Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

lunes, 7 de enero de 2013

"The last day of the year"

31 de Diciembre de 2012.

Cada año comienza con una página en blanco, una página en la que poder escribir y en la que redactar tu primera y el resto de frases. Escribes tu propia historia, durante los 365 días que forman un año, un año más de tu vida. Hoy llegamos a la última página de este año, un año que nos ha traído viajes inesperados, nuevas vidas, aventuras, encuentros y despedidas. Todo ha quedado escrito en nuestro libro de 365 páginas. Ahora nos toca darlo por finalizado, escribir nuestras últimas frases, en nuestra última página, en nuestro último día del año. 



El desorden y el caos son tan abundantes en la casa que Ana Vaca dice que cada vez que alguien vaya a la cocina, sea a lo que sea, hay que llevarse un viaje de cosas. Vasos, platos, cubiertos, servilletas y demás cosas rondan por la mesa del salón. Las visitas de anoche y el campamento que tenemos formado revolucionan el interior de nuestras cuatro paredes y nos hacen testigos sin voz ni voto de todo el desorden que evoluciona a lo largo del día. ¡No se puede hacer nada para impedirlo! Recoges algo y a los cinco minutos ese algo ya está rondando de nuevo por ahí. Es un caos, es un desastre. 

Aprendiendo a vivir con todo ello de por medio y, sobre todo, aprendiendo a vivir rodeado de bragas y de cosas de mujer pasamos el día. Cuatro mujeres en casa. Ya se lo he dicho a todas. ¡Esto parece una película de Almodóvar! La única diferencia es que en vez de ser mujeres al borde de un ataque de nervios sería todo lo contrario: Dani al borde de un ataque de nervios. No me importa, hay que relajarse y respirar hondo. No me molestan las bragas en el suelo del baño, ni el cargamento de maquillaje que se esparce por el servicio, ni los montones de ropa por el salón, ni ir a comprar tacones para la última noche del año, ni, ni, ni… no, no me molesta nada. Estoy sonriendo. 

Con el continuo sonido de los petardos y cohetes que se lanzan desde primera hora de la mañana desayunamos en nuestra mesa del salón. Los cinco nos sentamos alrededor de ella, calentamos cinco vasos con leche o café y llenamos la mesa con todas las cosas que hay en esta casa que se pueden desayunar. Galletas normales, galletas con vainilla, galletas con chocolate, turrones, cereales de trigo, arroz inflado y alguna que otra cosa más que se me olvida quedan ante nosotros. Desayunamos como reyes o, al menos, eso intentamos. Me refiero en cantidad, no en buenos modales. Nosotros no tenemos servilletas en la mesa, como los holandeses, y parece que escogemos nuestro desayuno en un mercadillo. Dame eso, pásame lo otro, a ver esas galletas y cómo están éstos cereales. ¿Sabéis que los holandeses no usan servilletas en la mesa a la hora de comer? Pues sí, no las usan. No me preguntéis cómo se limpian, porque no lo sé. Nosotros cada vez nos volvemos más holandeses. Siempre hay alguien que tiene que levantarse a por las servilletas porque nadie las ha puesto en la mesa. Todos nos acordamos de ellas cuando nuestras manos están tan pringadas que todos los cubiertos se nos escapan entre los dedos. ¡Malditas servilletas! Podrían venir solas a la mesa. 

Es el último día que tenemos para comprar el regalo del amigo invisible, ya que esta noche hacemos la entrega de regalos, y aún tenemos que ir a comprar el de Mary. Así que después de desayunar nos duchamos y nos vestimos lo más rápido que podemos, nos distribuimos en las bicicletas e invadimos el centro. Ana viaja sola en una de las bicis, Mary lleva en el porta-paquetes a Ana Vaca y Marta se monta en el de mi bici. Conseguimos llegar sanos y salvos. Le digo a Marta que tiene que aprender a montarse como las holandesas: cuando la bici ya está en marcha y de lado, no con las piernas abiertas. Así que comienzo a pedalear y Marta corre al lado de mi bici, cuando se ve segura da un salto y deja caerse sobre el asiento del porta-paquetes. Con las piernas a un lado y feliz por haberlo conseguido le doy la enhorabuena. ¡Así tiene que montarse siempre! Es más sencillo para el que pedalea, le cuesta mucho menos arrancar. La risa llega en los semáforos, cuando se pone en rojo, tienes que esperar hasta el verde y después arrancas a pedalear y la señorita corre detrás de ti hasta que consigue montarse. ¡Aylim muchas veces, haciendo el tonto, incluso ha atravesado corriendo las carreteras al lado de mi bici! Nos partimos de risa. No sé qué pensarán los conductores de los coches al vernos, pero nos da igual. 

Nos vamos de tienda en tienda, y tienda porque me toca. Chiste malo. Compramos el regalo para el amigo invisible de Mary, compramos papel de regalo, Marta y Ana se compran unos tacones para esta noche y Mary unas zapatillas, me canso de tiendas de zapatos, nos cansamos de tiendas en general y así hasta que llega la hora de comer. Ir de compras con una mujer puede llegar a ser terrible, ir a comprar tacones con una mujer es terrible pero ir de compras con cuatro mujeres es algo que pensé que jamás llegaría a experimentar. ¡Cuatro mujeres eligiendo tacones y mirándose continuamente a los espejos! “Éste me gusta más que los negros, pero menos que los rosas y no sé si igual que los azules, o mejor los beige” o te saltan con frases como “Es que este tipo de tacón no me gusta porque no lo puedes soportar toda la noche, sin embargo con este tipo aguantas hasta las cuatro de la mañana”. De verdad, Dani al borde de un ataque de nervios. Almodóvar plantéate el guión. En serio, hago un llamamiento a todas las mujeres de la tierra: Si no aguantáis con tacones toda una noche de fiesta, ¿por qué salís de casa con ellos? No lo entiendo, creo que os tomáis demasiado en serio eso de que “para estar guapa hay que sufrir”. Pues ala, todo el mundo con dolor de pies. 

¡Me he comprado una colonia de tres euros que es la mejor colonia de tres euros que he tenido nunca! Y no lo digo por cómo huele, que también, si no que lo digo porque dura el olor en la ropa y en la piel. ¡Dura, dura de verdad! Es increíble. Es la primera colonia barata que conozco así. Barata y que perdure el olor. La mejor compra sin duda alguna. Si lo sé me compro doce. 

Con tacones en las bolsas, alguna que otra colonia barata y un regalo de amigo invisible invadimos la tienda de hamburguesas y patatas fritas más barata del centro. Nos encanta comer ahí. Nos ponemos a la cola y es cuando el azar quiere que nos topemos con un grupo de españoles. ¡Dos hombres y dos mujeres también están a la cola de las hamburguesas! Comenzamos a hablar con ellos, les contamos nuestra situación y cómo hemos llegado a ella, le decimos que trabajamos, que vivimos aquí y que estamos muy bien. Ellos son todos unos aventureros, dicen que nos envidian y que si tuvieran nuestra edad hubieran hecho exactamente lo mismo. Es la primera vez que viajan a Eindhoven y están aquí para pasar la Nochevieja. ¡Cada Nochevieja suya es diferente! Cada año dan paso al nuevo calendario en un lugar del mundo diferente. Éste año les ha tocado aquí, así que están de paso. Han comprado las doce uvas y ahora van a disfrutar de unas buenas hamburguesas con patatas fritas. Nos han caído bien y nos encanta la idea de despedir el año cada vez en un lugar diferente. Le hablamos de la existencia de éste blog, le apuntamos la dirección web en una servilleta y nos dicen que lo visitarán. Les pedimos que nos hagan una foto a los cinco y se despiden de nosotros. ¡Hasta luego! Esperamos que sigan mucho, mucho tiempo con su espectacular tradición de tomar las uvas en lugares diferentes. 

Al llegar a casa comienzan los preparativos, los nervios, las ropas por el medio, los regalos que se envuelven, los detalles que se terminan, las duchas de fin de año, los retoques ante en el espejo, los cohetes y los petardos que aumentan conforme la media noche se va acercando y las prisas por irnos a casa de Aylim. La cena se celebrará en nuestra segunda casa, en la casa de Aylim y Gianlu. Ana y yo nos duchamos y vestimos los primeros, cogemos un par de taburetes de la cocina, todos los cubiertos que tenemos en casa y nuestros regalos para el amigo invisible. Los dos nos vamos a casa de Aylim, junto a Andrea, que ha venido a casa a buscarnos. Los tres nos despedimos de Marta, Mary y Ana Vaca y les decimos que se den prisa, que seguro que ya está todo el mundo en la casa donde cenaremos. 

La cena se está preparando. Merluza a la vasca, o algo así, es lo que tendremos como plato principal. Degustaremos queso con cebolla caramelizada, huevos de codorniz, ensalada murciana, salmón con caviar, ostras con limón, gambas con gabardina de almendra y otras muchas cosas más que no recuerdo, o que no quiero recordar porque mi estómago empieza a rugir con tan solo imaginarlo. Es una cena exquisita, tiene muy buena pinta y sabe mejor, mucho mejor, de lo que se lee. En la cocina están todos los cocineros. Mateu, Andrea, Gianlu, Aylim y Aser se hacen con el mando de los platos. El resto colocamos la mesa y esperamos ansiosos por la hora de la cena. Todos los regalos se van dejando en la habitación de Aylim y Gianlu. ¡Qué ganas de entregarlos! 

Con la cámara réflex de Aser hacemos fotos a todo el mundo y hasta una sesión improvisada de modelos con nuestras ropas de Nochevieja. Aylim le deja ropa a Mary y una camiseta a Ana, asumiendo todas las consecuencias y actos que se pueden realizar con los modelitos a lo largo de toda una noche de fiesta. Mary, Ana Vaca y Marta llegan a la casa completando el número de personas que cenaremos. Ana Vaca ha preparado un regalo para las chicas de la cena. Le entrega a cada una un pendiente circular de fieltro con lunares que lo adornan con un buen estilo sevillano. Cada pendiente es de un color y cada una de ellas lo lleva a su manera. 

Sintonizamos a la Igartiburu por vía online, nos sentamos alrededor de la mesa y comenzamos a disfrutar de nuestra cena. Aylim en uno de los extremos de la mesa, Mary a su lado, Marta, Ana, Andrea, Mateu, la madre de Mateu, Aser al otro lado de la mesa, Gianlu junto a sus dos amigos italianos, Ana Vaca, David y yo, completando la mesa de la última cena del año. Lo pasamos muy bien, como podréis imaginar. Degustamos la deliciosa cena, descorchamos botellas, Aylim teme por sus lámparas nuevas, pelamos las uvas y esperamos ansiosos la llegada del 2013. ¡Pedazo de uvas! Creemos que son las uvas más gordas que hemos visto nunca, son como ciruelas. Enormes, de verdad. Qué risa, uno de los italianos creía que las uvas eran de postre y casi se las come después de cenar. ¡Stop! Le explicamos la tradición que hay en España y solamente de esa manera espera junto a nosotros a que lleguen los últimos doce segundos del año. La Igartiburu ya está por ahí rondando. 

Abandonamos la mesa y nos distribuimos en la otra parte del salón, donde están los sofás, unos sentados, otros de pie, unos frente a los otros. Todos frente a la tele, esperando a que la Igartiburu nos dé el pistoletazo de salida. Y se nos ocurre una nueva forma de darnos las uvas. Mary y yo nos arrodillamos, el uno frente al otro, y creemos que es buena idea que ella me introduzca mis uvas en mi boca y yo se las introduzca a ella. ¡Es una buena forma de comenzar el año! Ana y Marta hacen lo mismo, se ponen de pie la una frente a la otra y deciden comenzar el año de la misma manera. Gianlu y sus dos amigos italianos no saben muy bien a lo que se van a enfrentar, espero que se les dé bien eso de comerse una uva por segundo. “Si te atragantas no me escupas ni una uva a la cara” es lo último que me dice Mary antes de terminar el año, buena frase. 

Los nervios, aunque no los quieras, comienzan. Las doce uvas esperan en tu mano, guardadas para los doce segundos que te transportarán en el tiempo hasta un año más, un año menos. Olvidamos todo lo malo, nos quedamos con lo bueno. Agradecemos por todo lo que tenemos y por todo lo que nos queda por tener. Miramos a nuestro alrededor y descubrimos que realmente somos felices, que estamos bien. Pensamos en nuestras familias, en nuestros amigos y en todo lo que allí hemos quedado. Nos sentimos conectados. Pensar en que casi todo un país y que solamente algunas personas repartidas por el resto del mundo haremos lo mismo los últimos doce segundos del año nos hace especiales, diferentes. Comenzaremos el año con buen pie, con buenas sensaciones y con energía positiva. Sonreiremos al nuevo calendario, a nuestra nueva vida y a nuestra vida anterior, que miramos desde la añoranza y la nostalgia. 

Miro a Mary, que está frente a mí esperando a que llegue el desenlace de este año. Agradezco estar con ellas dos en esta aventura. Y miro alrededor y descubro a la gente que he conocido durante estos últimos meses, me alegra saber que voy a dar paso a un nuevo año junto a ellos. Es diferente, es especial, y no por eso tiene que ser peor. Anne ya ha dicho sus últimas palabras del año, ya ha dejado de salir en pantalla. El carrillón ya ha comenzado a bajar, los cuartos están a punto de sonar y las doce uvas nos esperan para ser comidas, cada una en un segundo, cada una en su segundo. Cinco, cuatro, tres, dos, uno… y comenzamos con una uva, la siguiente y así hasta doce. Los cohetes comienzan a sonar en la calle, el cielo de Eindhoven está teñido de colores. ¡Feliz Año Nuevo! 



Ya lo has escrito todo, tu última frase. Son las once y cincuenta y nueve minutos. Las últimas sensaciones se quedan grabadas en la página final de tu libro de 365 páginas. Se redacta con cuidado, cada detalle, cada gesto, cada mirada y cada sonrisa. Todo queda escrito. Los segundos van avanzando y el día va terminando. Son las once y cincuenta y nueve minutos. Ya quedan pocos segundos para dar por finalizado el libro que llevas escribiendo un año, lo terminas, escribes el punto que pone el final al año y llegan las doce, la hora clave. Inconscientemente lo guardas junto a los libros de tus otros años de vida, extraes uno nuevo, con las páginas en blanco y a las doce y un minuto ya has escrito, aún sin quererlo, tu primera frase del año. Escribir, escribir tu vida. Es lo que haces durante el resto de los días, hasta llegar de nuevo a la página final, al último día del año. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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