Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

viernes, 4 de enero de 2013

"Una catastrófica cadena de catastróficas catástrofes"

28 de Diciembre de 2012.

Ella acababa de comenzar el día, se levantó de la cama, vistió su desnudo cuerpo con las primeras prendas de ropa que encontró en la desordenada habitación y bajó las escaleras que la llevarían hasta el salón. Lo cruzó y entró en la cocina. Siempre olía a comida, le encantaba ese olor. Ese olor que la invitaba siempre a comer. Aunque no tuviera hambre siempre tenía que degustar algo, aunque solamente fuera una simple galleta. Llenó un vaso de cristal con un poco de leche y lo tiñó con una cucharada de café. En medio de la cocina, contemplando las cuatro paredes que la rodeaban, degustó el café y quedó el vaso sobre la encimera de madera. Más tarde limpiaría todos los cacharros que había en el lavabo, aunque era algo que no soportaba hacer. Se había acostumbrado enseguida a tener lavavajillas y en esta nueva casa se había visto obligada a volver a fregar con las manos. Pensó en las malditas tecnologías, en sus avances y en lo desgraciada que era por no poder comprar una máquina que limpiara por ella. Defraudándose con la vida y con las injusticias que se cometían en su cocina decidió tumbarse en el sofá del salón. No le apetecía hacer nada más, simplemente pasar el día acostada. Y así lo pasó, en el sofá. 

Cuando sus ojos estaban cerrándose lentamente un molesto sonido la despertó rápidamente. Su mirada se dirigió hacia la mesa del salón, donde su teléfono móvil emitía un sonido de alarma y una vibración que conseguía que el mismo aparato hiciera pequeños movimientos sobre el cristal donde quedaba apoyado. Una alarma para no volver a quedarse dormida la había rescatado de un nuevo sueño. Maldijo la alarma y maldijo a su teléfono móvil. Una amiga siempre le recordaba lo de las alarmas, que las pusiera todas las noches y que no las olvidara. “Las alarmas de los teléfonos móviles son los mejores inventos que hay para no quedarse dormida” le decía siempre cuando sacaban el tema, que era muy a menudo. Ella no pensaba lo mismo, le gustaba dormir y las odiaba. No soportaba sus músicas ni sus vibraciones. La ponían nerviosa y hasta a veces deseaba lanzar su teléfono contra alguna de las paredes de la casa. 

Tuvo que despegar su cuerpo del cuero del sofá, dirigirse hasta la mesa y silenciar el móvil. Con el teléfono entre las manos decidió hacer una buena causa. Abrió la pantalla de los mensajes de texto y comenzó a pulsar las teclas que le permitían escribir con coherencia. Releyó el texto un par de veces y decidió pulsar la opción de “enviar”. Eligió el contacto que deseaba y, al otro lado de la ciudad, su amiga recibió un mensaje que conseguiría cambiarle el día, un mensaje que desencadenaría una catastrófica cadena de catástrofes catastróficas. 



Anoche, cuando llegué a casa, disfruté, si es que se puede disfrutar, de los dos últimos capítulos de la octava temporada de Anatomía de Grey. Digo lo de “si es que se puede disfrutar” porque es una serie de médicos y de historias dramáticas. Normalmente la ves con el corazón en un puño, con nervios y, a veces, si eres muy sensible, con lágrimas en la cara. Aylim y Mary también ven ésta serie, aunque ellas ya van por la novena temporada, y anoche no paraban de decirme cosas de los dos últimos capítulos. Que la serie cambia mucho, que me iban a encantar, que es muy fuerte todo lo que pasa y que me iba a dar mucha pena. ¡Nueve temporadas curando enfermedades! ¿Pero por qué no terminan ya la serie? Es algo que no entiendo. Pues eso, que veo los dos últimos capítulos y creo que Mary y Aylim le han dado tanto bombo que hasta me han decepcionado un poco, me esperaba más de lo que vi. Le envío un mensaje a Aylim con mi reacción ante el final de la temporada y le recuerdo que mañana por la mañana, es decir hoy, hemos quedado para ir a desayunar al Hema. 

Con la merluza de Nochevieja todavía en el frigorífico del Dr. Ink, con unas ganas de desayunar tremendas en el Hema y con un poco de sueño, me despierto y me levanto del colchón. Mary se ha ido hace unos minutos al estudio de Derek y no puede venir con nosotros a desayunar. Ana está durmiendo, así que intento no hacer mucho ruido. Bajo las escaleras de la habitación, entro en el salón, disfruto del desorden y maldigo todas las cosas que hay por el medio. Mis pasos me llevan hasta el servicio. La puerta está entreabierta y mi mirada se dirige al suelo, donde descubro la parte de arriba del bote de porcelana donde guardábamos el jabón. Me pregunto qué ha pasado, por qué el bote está roto y por qué está casi en medio del salón, y no en el servicio como siempre. Con un pánico atroz y temiendo lo peor, abro completamente la puerta del servicio. Mi cara se convierte en un cuadro, de Picasso por lo menos. El lavabo está descolgado de la pared, boca abajo y descansando en el suelo del baño. La otra parte del bote de porcelana está hecha añicos, repartida por todo el suelo, y junto a una enorme mancha azul de jabón que forma un charco, destacando sobre el blanco suelo. El servicio es un desastre. Mi cuerpo se congela en la puerta del baño, contemplando todo aquella catástrofe. Preguntándome qué es lo que ha ocurrido, me doy la bienvenida al día de los Santos Inocentes. 

He quedado con Aylim para desayunar y después para ir a comprar los regalos para los amigos invisibles. Me doy prisa, me visto, me aseo como puedo y descubro una nota que está pegada en la puerta del salón y que antes no he visto. “Dani, lo siento. Me he tenido que ir al estudio y no he podido recoger nada. ¿Puedes limpiar el jabón por mí?” y está firmada por Mary. Rápidamente, y con Aylim esperando en la puerta de casa, limpio la mancha de jabón que hay en el suelo y bajo las escaleras de casa. Ana sigue durmiendo en la habitación, ya me imagino su cara cuando descubra el circo que hay montado en el servicio. 

Saludo a Aylim, que está montada en un coche, y me monto en el asiento del copiloto. Es el coche de su prima, que se ha ido de vacaciones a España y le ha dejado el coche en su ausencia. Aylim dice que iba a venir en bicicleta pero que al final ha sido una vaga y ha decidido venir en coche. Le cuento lo que ha ocurrido en el servicio de casa y llamo a Mary por teléfono. ¿Recordáis lo que ocurrió el día de Nochebuena? Yo estaba apoyado en el lavabo y se descolgó de la pared, los tornillos se aflojaron y, rápidamente, los apretamos de nuevo. El lavabo quedó un poco inestable, así que decidimos no volver a apoyarnos hasta que lo reparásemos del todo. Hasta ahí todo bien. Mary me dice que cuando estaba en el servicio tenía que coger una cosa que estaba sobre los espejos del armario que hay sobre el lavabo y que, como es bajita y no llega, ha tenido que apoyarse en el lavabo, olvidando el percance de Nochebuena. Apoyada sobre él y casi consiguiendo lo que quería ha escuchado un crujido, el lavabo se ha despegado de la pared, todo se ha venido abajo, ella se ha caído al suelo y el bote de jabón se ha estrellado, formando el charco de jabón y llenándolo todo de trozos de porcelana. “¡Que Mary se ha caído al suelo junto al lavabo!” le digo a Aylim mientras sigue conduciendo hasta el centro de la ciudad. Mary me cuenta que ha sonado un estruendo enorme, que no entiende cómo no la hemos escuchado desde la habitación y que no podía parar de reírse. Ya me la imagino en el suelo del baño, junto al jabón azul y contemplando el lavabo completamente caído. Vaya cuadro. No se ha hecho daño, eso es lo importante, y se ha reído de la situación, ya lo arreglaremos. Me despido de ella y se lo cuento a Aylim, que ya está casi aparcando el coche. 

“Yo creo que aquí se puede aparcar gratis” me dice Aylim mientras entramos en una calle donde hay más vehículos aparcados. En casi todas las calles hay máquinas de parking para extraer tickets y pagar según el tiempo que estés estacionado. En esta calle parece no haber nada, así que decidimos quedarlo en ella. Nos bajamos del coche y Aylim me dice que esta mañana le ha enviado un mensaje a Mary para alegrarle el día, que estaba un poco triste por no poder venir con nosotros a desayunar. ¡Pues sí, se lo ha alegrado! Se ha echado unas buenas carcajadas en el suelo del servicio. 

Aylim y yo llegamos al Hema, nos vamos a la cafetería y comenzamos a coger nuestros respectivos desayunos por un euro. Aylim nunca ha desayunado aquí, así que tengo que ir explicándole todo como a una novata en el tema. Coges el croissant, el bocadillo de tortilla francesa y bacon, la mermelada o la mantequilla, el café con leche y un zumo de naranja, si quieres. Con el zumo vale cincuenta céntimos más pero merece la pena. Todo eso por un euro cincuenta. Es una pasada. Desayunamos como reyes y cuando terminamos nos vamos de compras. 

De tienda en tienda intentamos comprar el regalo para nuestros amigos invisibles. Entramos en muchos sitios y algunas cosas sí que compramos. Tenemos que ir con prisa, ya que a las once hemos quedado con Gianlu para ir los tres juntos a la tienda de segunda mano. Aprovechamos que tenemos el coche y así podemos transportar nuestra compra mejor que mejor. Cuando va llegando la hora y con varias bolsas de diferentes tiendas en las manos nos vamos hasta el coche. Vamos en busca de Gianlu. 

Una nueva sorpresa y una nueva inocentada llegan a nuestras vidas. Aylim está sentada en el asiento del conductor y yo en el del copiloto. Antes de arrancar el coche Aylim descubre un papelito sujeto a uno de los limpia-parabrisas de la luna de cristal. Ondea en el viento como si intentara llamar nuestra atención. Aylim lo coge y maldice a los cuatro vientos. Una multa. Aylim tiene entre sus manos una multa. Por haber aparcado en la calle en la que hemos aparcado y por no haber sacado un ticket en ninguna máquina de parking. ¡Maldito seas parking! Con la segunda inocentada del día vamos a casa en busca de Gianlu. 

Llegamos a casa, donde ahora en vez de un perro tienen dos, y le contamos a Gianlu lo de la multa. Tienen dos perros porque, aparte de un coche con el que poder circular por Eindhoven, la prima de Aylim también les ha dejado otro perro para que lo cuiden durante sus vacaciones en España. Son los dos perros iguales, los mismos que el que sale en Pocahontas. La única diferencia es que uno es beige y el otro en negro. ¡Ah! Y que uno se llama Chulo y el otro se llama Chico. Con los perros por medio del salón Aylim se viene abajo cuando le contamos a Gianlu lo de la multa y dice que el día tan bueno que estábamos pasando se ha estropeado. Le decimos que no se preocupe, que es una tontería y que ha todo el mundo le pasa. La intentamos animar quitándole importancia al asunto, porque no la tiene. “¡No tendría que haberme llevado el coche!” dice Aylim arrepentida de no haber ido a desayunar en bici. “¡Tendríamos que haber ido en bici!” le dice a Gianlu. Dejamos la casa, con los dos perros dentro, para irnos a la tienda de segunda mano. 

Primero vamos a la tienda de segundo mano pija, a la que todo está ordenado y la que no parece un mercadillo. Compramos algunas cosas, Aylim se vuelve loca con objetos que encuentra y Gianlu quiere una tele, que las hay por un precio muy asequible. ¡Me encuentro un trípode para mi cámara de vídeo! Lo más gracioso es el precio. Vale dos euros. Me aseguro de que esté en buenas condiciones y me lo quedo, está perfecto. Buscamos unos nórdicos, ya que Aylim y Gianlu los necesitan, pero no encontramos ninguno. Nos vamos a la sección de ropa. Aylim se va a la de señora y Gianlu y yo a la de caballero. “¡Gianlu, vamos a comprarnos un traje de chaqueta para Nochevieja!” le digo mientras veo una fila de chaquetas americanas en una percha. En el mismo instante mis ojos quedan enamorados de una chaqueta gris que parece iluminarse desde el cielo, el resto de chaquetas se apartan, quedándola a solas conmigo. El tiempo se detiene y una música celestial invade mis oídos. Vuelo hacia la chaqueta, la siento entre mis manos y me la pruebo sobre el jersey que llevo puesto. Me enamoro definitivamente de ella. Me encanta. Me miro a uno de los espejos de los probadores y me quedo con ella. A Aylim y a Gianlu le encanta, dicen que estoy guapo. Ha sido un flechazo y el mejor momento es cuando miro el precio. Me enamoro más aún. Es perfecta, es una compra perfecta. 

Con un trípode de dos euros en una mano y una chaqueta perfecta para Nochevieja en la otra nos vamos en busca de la otra tienda de segunda mano, en la que Ana y yo descubrimos que había una plazoleta con señoras de compañía en los escaparates. Llegamos a la otra tienda, la que parece un mercadillo, y nos ponemos a rebuscar como locos. Tampoco hay nórdicos, pues vaya. Aylim y Gianlu los necesitan porque en unos días vienen dos amigos de Gianlu para pasar la Nochevieja con nosotros, al igual que Marta y Ana Vaca. Las visitas ascienden en Navidad. 

Sin nórdicos pero con otras cosas entre las manos regresamos a casa. Aylim y Gianlu me dejan en casa. Subo cargado de cosas y Ana aún no ha bajado al salón, por lo tanto tampoco ha visto la catástrofe que se ha formado en el baño. Entro en el salón y escucho los pasos de Ana bajando por las escaleras. Me recibe con otra catástrofe, con la tercera o la cuarta del día. Un estruendo suena tras la puerta de las escaleras que nos llevan hasta la habitación. La puerta está cerrada y algo, supongo que es Ana, se estampa contra ella. Parrán pam pam. Y Ana se tropieza con uno de los escalones, se abre la puerta y, con una mano en la cabeza, sale de detrás de la puerta y se tira al suelo, entre lamentos y quejos. Ana se ha tropezado y su frente se ha chocado contra una de las paredes y contra la puerta de las escaleras. Cuando me dice que está bien se reincorpora y le enseño lo que me he comprado. La cara de espanto de Ana al descubrir el baño es un cuadro, se merecía una foto. 

Seguimos teniendo noticias. Una de ellas es que la serie de televisión Friends, mi favorita, que finalizó en el año 2004 puede que regresen en forma de película a la gran pantalla. Es una noticia que llevaba esperando mucho tiempo, aunque todas las veces que la han dado seguidamente la han desmentido. Espero que no sea así esta vez y que no se trate de una inocentada. Tengo la esperanza de que sea una noticia verdadera porque aparece en una página oficial de cine. ¡Cómo sea mentira denuncio a la página web! 

Y otra buena noticia: a Mary le han regalado una Maquita. ¿Qué es una Maquita? Es un taladro que Derek y sus socios han comprado para que Mary la utilice en el estudio donde trabaja algunos días. ¡Por fin! Algo bueno en el día. 

Inocente, inocente. Supongo que los santos tienen algo que ver con todas éstas trastadas que nos están ocurriendo. Un lavabo que ha terminado de caerse de la pared, un aparcamiento inoportuno y una multa de tráfico, una caída de escaleras y una merluza de Nochevieja que sigue durmiendo en el local del Dr. Ink. No queremos ser gafes, pero seguro que el mensaje que Aylim le ha enviado a Mary para alegrarle el día a primera hora de la mañana ha tenido algo que ver con todo esto. ¡El mensaje nos ha maldecido a todos! 

Los Santos Inocentes han venido de visita a Eindhoven y nos han estado haciendo trastadas desde primera hora de la mañana. Por desgracia todo esto no ha sido una inocentada, si no que es real. Se ha roto el lavabo y nadie ha salido de detrás de la puerta diciendo “¡Inocente!” y como por arte de magia el lavabo quedaría arreglado. Nadie ha salido de detrás del coche para decirnos que lo de la multa era una broma y el papelito de la factura no se ha roto por los aires. Y nadie ha dicho “¡Inocente!” cuando Ana se ha tropezado en uno de los escalones y se ha estampado contra la puerta de las escaleras. Nadie ha aparecido al final del día para decirlo, pero no pasa nada. Nos gustan las sorpresas y nos gustan las aventuras, nos gustan las cosas que ocurren a nuestro alrededor y nos gusta todo aquello que modifica nuestras vivencias y nuestra estancia en esta maravillosa ciudad. Nos gusta que los santos vengan de visita y nos hagan trastadas, aunque con sus locuras desencadenen una catastrófica cadena de catastróficas catástrofes. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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