Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

jueves, 27 de septiembre de 2012

"Siete minutos"

27 de Septiembre de 2012.

 El albergue, ese lugar donde compartes habitación, baño y zonas públicas con todos aquellos mochileros que se aventuran en busca de nuevas ciudades. El albergue, ese lugar donde compartes una habitación de diez camas con tus dos pequeñas mellizas con las que el destino te ha arrastrado hasta Holanda. Una habitación cuyos ocupas somos solamente nosotros y que ya la hemos hecho nuestra. Los calcetines se están secando en la estufa, las maletas andan arrinconadas formando un pasillo entre las literas, todos los enchufes están siendo usados por nuestros portátiles y el hueco que queda entre la cabecera de mi cama y la pared se ha convertido en una despensa, donde parece que guardamos las provisiones de comida para el invierno. El frío invierno, que parece que ya ha llegado a la ciudad y... aún ni se ha asomado por la esquina.

Hemos madrugado. El despertador ha sonado, lo he apagado y me he dirigido a las camas de las hermanas. A Mary le he sacado una foto mientras intentaba despertase y he acercado mi cara a la de Ana que, aún con los ojos cerrados, ha notado mi presencia y me ha dado los buenos días con un gesto realizado con su dedo corazón. Hemos tenido que bebernos un cartón de leche entre los tres, pues aquí no tenemos nevera. "Aquí no pasa nada porque la leche se quede fuera de la nevera, con esta temperatura es como si estuviera en un frigorífico en La Nava" y Mary dice que "Yo puedo comer una loncha de choped seco, pero de los lácteos no me fío". No olvidemos nuestra ración de dos galletas de chocolate para cada uno.

Hemos aprovechado toda la mañana. Ana y yo hemos estado buscando pisos por internet, mientras veíamos llover a través de los ventanales de la habitación. Mary ha estado estudiando inglés todo el día, pues mañana tiene su primera cita con Marlene, la chica con la que va a realizar las prácticas de la carrera. Y alrededor de la una del mediodía ha comenzado nuestra aventura diaria por Eindhoven: hemos salido en busca de un supermercado. Tras buscar la dirección en el "Google maps" y ver que hay un ALDI a tan solo siete minutos caminando desde el albergue nos hemos puesto en marcha. Como era de esperar los siete minutos se han convertido casi que en una hora de caminata. Calles arriba, calles abajo, casas preciosas arriba, casas preciosas abajo, tejados a dos aguas, flores que parecen extraídas del planeta "Pandora" e iglesias que ondean las banderas gays en sus fachadas. Sí, sí. Habéis leído bien: banderas gay en las fachadas de una iglesia. Es todo muy diferente a lo que conocemos. Al llegar a lo que parecía ser el ALDI ahora resulta ser JUMBO, un supermercado que parece que se está haciendo con todos los dominios del ALDI. ¡Tienen café y espresso gratis para que los clientes vayan degustando sus sabores mientras hacen la compra! Además del café, también hemos comido salami y queso gratis. Ir al supermercado aquí es como ir a un buffet libre pero sin pagar nada. Sé que es una exageración... pero es gratificante encontrar "free food" cuando tu modo ahorrativo está con el piloto de ON encendido. Hemos comido un kilo de ensaladilla por 1 euro y 29 céntimos. Hoy nos hemos enterado de que lo más caro que hay por aquí es la fruta y la carne. ¡Es dificilísmo encontrar latas en conserva: no hay apenas paté, mejillones o atún! Con lo bien que se come de una lata...

Y aquí estamos, aquí seguimos. Después de haber cenado otro cartón de leche y casi que un paquete de cereales Mary sigue preparando su entrevista para mañana con Marlene, Anu habla con Roberto por el whatsapp y yo escribo estas palabras que se abalanzan sobre mi cabeza, luchando unas contra otras, ansiosas por ser contadas. Seguimos buscando piso, no queremos pagar más por quedarnos en el albergue, seguimos comiendo bien (en modo ahorrativo pero bien) y seguimos perfeccionando o aprendiendo nuestro nuevo idioma.

Hoy tan solo hemos pretendido andar siete minutos, aunque se hayan convertido en varios minutos más. Siete minutos que vuelan en el tiempo, que nos enamoran y que nos engatusan. Siete minutos que nos muestran los mejores rincones de esta ciudad maravillosa, que nos regalan lluvia y sol, gente amable, bicicletas que circulan como hormiguitas y coches silenciosos, tan silenciosos que parecen haber anulado el sonido de sus claxon.

Mary me ha mirado, sorprendida de todo lo que estoy tecleando, y ha dicho "¿Qué? Hoy te vas a extender con tu relato. ¡Pues si hoy no hemos hecho nada!" A veces el no salir de la habitación de un albergue, ver llover a través de las ventanas e indagar una ciudad vía internet puede llegar a ser tan maravilloso como pasear por esta ciudad desconocida, pasear intentando no superar esos siete minutos establecidos, esos siete minutos que pueden regalar tanto... Tanto como lo que regala un día completo encerrados entre las cuatro paredes de cualquier habitación perdida en una ciudad llamada Eindhoven.

¡Vaya! Nuestro móvil común ha comenzado a sonar: Mama Mari Jose nos reclama. Mama María Jesús ya ha llamado esta tarde.

Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

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